jueves, 14 de febrero de 2013

12 - Mundo Espírita - Cap. 5


El Libro de los Espíritus
Allan Kardec

1. - CONSIDERACIONES SOBRE LA PLURALIDAD DE LAS EXISTENCIAS.

222. Dicen algunas personas que el dogma de la reencarnación no es nuevo en modo alguno, sino que se trata de una resurrección de la teoría de Pitágoras. Pero jamás hemos afirmado nosotros que la Doctrina Espírita fuese una invención moderna. Puesto que el Espiritismo es una ley de la Naturaleza, ha debido existir desde el origen de los tiempos, y por nuestra parte nos hemos esforzado siempre por probar que se encuentran huellas de él en la más remota antigüedad. Como se sabe, 


Pitágoras no es el autor de la teoría de la metempsicosis. La tomó de los filósofos hindúes y de los egipcios, entre los cuales existía de tiempo inmemorial. La idea de la transmigración de las almas constituía, pues, una creencia vulgar, admitida por los hombres más eminentes. ¿Por qué camino llegó hasta ellos? ¿Por revelación o por intuición? No lo sabemos. Pero, sea como fuere, una idea no atraviesa las edades y no es aceptada por la flor y nata de las inteligencias si no tiene su lado serio. En consecuencia, la antigüedad de esta doctrina sería más bien una prueba que una objeción. Sin embargo, como también se sabe, entre la metempsicosis de los antiguos y la moderna doctrina de la reencarnación existe una gran diferencia por la cual los Espíritus rechazan de la manera más categórica la transmigración del alma del hombre a cuerpos de animales, y viceversa.

Al enseñar el dogma de la pluralidad de las existencias corporales renuevan los Espíritus, pues, una doctrina que nació en las primeras edades del mundo y que se ha mantenido hasta nuestros días en el pensamiento íntimo de muchas personas. Sólo que aquéllos la presentan desde un punto de vista más racional, más acorde con las leyes progresivas de la Naturaleza y más en armonía con la sabiduría del Creador, despojándola de todos los accesorios de la superstición. Una circunstancia digna de notarse es el hecho de que en los últimos tiempos no sólo han enseñado los Espíritus esta doctrina por medio del presente libro, sino que con anterioridad a su publicación muchas comunicaciones de igual tenor se obtuvieron, en países diversos, y se han multiplicado después en forma considerable. Quizá fuera oportuno examinar aquí por qué todos los
Espíritus no parecen estar de acuerdo acerca de este punto, pero volveremos más adelante al tema.
Examinemos ahora la cuestión desde otro punto de vista, prescindiendo de toda intervención de los Espíritus. Dejémoslos a éstos de lado por unos momentos. Supongamos que esta teoría no les pertenezca, incluso que no se haya hablando nunca de Espíritus. Ubiquémonos, pues, momentáneamente en terreno neutral, admitiendo que tengan el mismo grado de probabilidad tanto una como la otra teoría, es decir, la pluralidad de existencias y la vida corporal única, y veamos hacia dónde nos inclinan la razón y nuestra propia conveniencia.
Personas hay que rechazan la idea de la reencarnación por el solo motivo de que no les conviene, alegando que ya tienen bastante con una única existencia que no querrían empezar de nuevo otra similar. Conocemos a algunos a quienes el solo pensamiento de reaparecer en la Tierra les exaspera. Sólo una cosa les preguntaremos: si creen que Dios ha tomado en cuenta su opinión y consultado su gusto para ordenar el Universo. Ahora bien, una de dos cosas: o la reencarnación existe, o no existe. Si existe, en vano se sentirán contrariados, pues deberán ajustarse a ella, y Dios no va a pedirles permiso para ello. Ya nos parece estar escuchando a un enfermo que dice: “He sufrido bastante hoy y no quiero sufrir más mañana”. Y bien, por mucho que sea su malhumor, no por eso habrá de padecer menos al día siguiente y los otros días, hasta que haya sanado. En consecuencia, si aquéllos deben volver a vivir corporalmente lo harán, reencarnando. En balde se rebelarán, como un niño que no quiere concurrir a la escuela, o como un condenado a prisión: tienen que pasar por ello… Semejantes objeciones son demasiado pueriles para que merezcan un examen más serio. No obstante eso, para tranquilizarlos les diremos que la doctrina espírita sobre la reencar-nación no es tan terrible como ellos creen, y si la hubieran estudiado en profundidad no les espantaría tanto. Sabrían que la condición de esa nueva existencia depende de ellos mismos. Será feliz o desdichada, según lo que hayan hecho en la Tierra, y pueden ya en esta vida elevarse tan alto que no deberán temer más el volver a caer en el lodazal.
Supongamos que estamos hablando a personas que creen en cualquier tipo de porvenir después de la muerte, y no a aquellos que tienen la nada por perspectiva, o a los que quieren ahogar su alma en un todo universal, sin individualidad, a la manera de las gotas de
lluvia que sobre el océano caen, lo que más o menos viene a ser lo mismo. Si, pues, creéis en un futuro, sea éste cual fuere, sin duda no admitiréis que sea idéntico para todos; de otra manera no vemos dónde residiría la utilidad del bien. En tal caso ¿por qué reprimirse? ¿Por qué no satisfacer todas las pasiones y deseos, aun cuando se haga esto a expensas de los demás, puesto que daría igual? Vosotros creéis que ese porvenir será más o menos venturoso o desgraciado, conforme a lo que hayamos hecho en vida. ¿Experimentaríais entonces el deseo de ser tan felices como se posible, puesto que ello ha de serlo para toda la eternidad? ¿Abrigaríais por casualidad la pretensión de contaron entre los hombres más perfectos que en la Tierra hayan existido, y tener así derecho incuestionable a la felicidad suprema de los elegidos? No: admitís que hay personas que valen más que vosotros y que poseen el derecho de ocupar un lugar mejor, sin que esto signifique que os incluyáis en el número de los réprobos. Y bien, colocaos por un instante con el pensamiento en esa situación media que será la vuestra, pues acabáis de convenir en ello, y suponed que alguien se llegue hasta vosotros y os diga: “Sufrís, no sois tan dichosos como pudierais serlo, mientras tenéis ante vosotros a seres que disfrutan de una felicidad sin sombras: ¿queréis cambiar vuestra situación por la de ellos?” “Sin duda que sí –responderéis-; ¿qué es preciso hacer para conseguirlo?” “Poca cosa: simplemente recomenzar lo que hicisteis mal y tratar de realizarlo mejor”. ¿Vacilaríais en aceptar, aunque fuera incluso a costa de muchas existencias de pruebas? Hagamos una comparación más prosaica. Si a un hombre que sin hallarse en la más extrema indigencia, y que sufre empero privaciones, dada la precariedad de sus recursos, se le dijera: “He aquí una inmensa fortuna. Podéis gozar de ella, para lo cual deberéis trabajar rudamente durante un minuto”. Aun cuando se tratara del más perezoso de la Tierra contestaría sin vacilar: “Trabajaré un minuto, dos, una hora, un día si es menester. ¿Qué importa si a cambio de ello terminaré mi vida nadando en la abundancia?” Ahora bien, ¿qué es la duración de la vida corpórea, si se la compara con la eternidad? Menos que un minuto, menos que un segundo.
Hemos oído este razonamiento: “Dios, que es soberanamente bueno, no puede imponer al hombre que recomience una serie de miserias y tribulaciones”. ¿Se piensa por ventura que hay más bondad en condenar al hombre a perpetuo padecer, por algunos momentos de error en que incurrió, que en proporcionarle los medios de reparar sus faltas? “Dos fabricantes tenían cada cual un obrero que podía aspirar a convertirse en socio de su patrón. Pero sucedió
que ambos operarios emplearon cierta vez muy mal su jornada y merecían ser despedidos por ello. Uno de los dos fabricantes expulsó a su obrero, pese a las súplicas de este último, que por no haber encontrado más trabajo murió en la miseria. El otro industrial dijo a su operario: “Has perdido un día de trabajo y, en compensación, me lo debes. Hiciste mal tu tarea y tienes que repararla. Te permito que la empieces de nuevo. Trata de ejecutarla bien y conservarás el trabajo, y puedes seguir aspirando a la posición superior que te he prometido”. ¿Es necesario preguntar cuál de esos dos fabricantes fue más humanitario? Dios, que es la clemencia misma, ¿sería en el mismo caso más inexorable que un hombre? El pensamiento de que nuestra suerte está echada para siempre por algunos años de pruebas, incluso cuando no todas las veces dependía de nosotros alcanzar la perfección en la Tierra, tiene algo de doloroso; en tanto que la idea opuesta es eminentemente consoladora, puesto que nos deja la esperanza. Así pues, sin pronunciarnos en pro ni en contra de la pluralidad de existencias, sin admitir una hipótesis antes que la otra, afirmamos que si se pudiera escoger no habría nadie que prefiriera una sentencia inapelable. Un filósofo ha expresado que si Dios no existiera habría que inventarlo para felicidad del género humano. Otro tanto se podría decir de la pluralidad de existencias. Pero, como hemos manifestado ya, Dios no nos pide permiso, no consulta nuestras preferencias: las cosas son o no son. Veamos hacia qué lado se inclinan las probabilidades y enfoquemos la cuestión desde otro ángulo de mira, prescindiendo, una vez más, de la enseñanza de los Espíritus y encarando el tema sólo como estudio filosófico.
Si no hay reencarnación sólo existe una vida corporal, esto es evidente. Si nuestra actual existencia corpórea es la única, el alma de cada hombre ha sido creada al nacer él, a menos que se admita su anterioridad, en cuyo caso nos preguntaríamos qué era el alma antes del nacimiento, y si ese estado no constituía una existencia, bajo cualquier forma. No hay términos medios: o el alma existía, o no existía antes del cuerpo. Si lo primero, ¿cuál era entonces su situación? ¿Poseía o no conciencia de sí misma? Si no tenía conciencia, entonces es más o menos como si no existiera. Si poseía una individualidad, ¿sería progresiva o estacionaria? En uno y otro caso ¿en qué grado de desarrollo había llegado al cuerpo? Admitiendo, conforme a la creencia vulgar, que el alma nace con el cuerpo o, lo que viene a resultar lo mismo, que con anterioridad a su encarnación sólo posee facultades negativas, planteamos las siguientes preguntas:.

1). ¿Por qué cada alma muestra aptitudes tan diversas, independientes de las ideas adquiridas por la educación?.

2). ¿De dónde proviene la aptitud extranormal de ciertos niños de temprana edad para tal o cual arte o ciencia, al paso que otros siguen siendo inferiores o mediocres durante toda su vida?.

3). ¿De dónde provienen, en unos, las ideas innatas o intuitivas, que en otros no existen?.

4). ¿A qué se deben, en ciertos niños, esos instintos precoces que manifiestan, de vicios o virtudes, esos sentimientos innatos de dignidad o de bajeza, que contrastan con el ambiente en que han nacido?.

5). ¿Por qué algunos hombres, sin tomar en cuenta la educación recibida, son más adelantados que otros?.

6). ¿Por qué hay salvajes, por un lado, y hombres civilizados, por el otro? Si tomáis un niño hotentote cuando aún es un lactante y lo educáis en nuestros más renombrados colegios, ¿haremos de él un Laplace o un Newton?.

Nota. - No podemos perder de vista los conocimientos todavía precarios, que a mediados del siglo diecinueve ofrecía la antropología, en comparación a nuestros días. Los hotentotes eran considerados como una tribu exótica, en la que desafortunadamente algunos científicos de renombre los consideraban más cercanos al protohombre que al ser humano. Kardec, los emplea aquí como ejemplo, para exponer la idea de que es el conocimiento propio del Espíritu, aprendido a través de sus sucesivas existencias, y no la civilización o educación recibida, la que hace que seamos más aptos para una ciencia o arte. Con lo que no se está diciendo tampoco, que no nazcan Espíritus jóvenes entre los caucásicos, y Espíritus viejos entre los hotentotes, de todos es conocido el caso de Nelson Mandela.

Preguntamos nosotros cuál es la filosofía o la teosofía  capaz de resolver estas incógnitas. O las almas al nacer el individuo son iguales, o son desiguales, esto no ofrece duda alguna. Si son iguales, ¿por qué tanta diversidad de aptitudes? ¿Se va a alegar que ello depende del organismo? Pero entonces estamos ante la más
monstruosa e inmoral de las doctrinas, y el hombre no sería más que una máquina, un juguete de la materia, no tendrá ya responsabilidad por sus propios actos, puede achacarlo todo a sus imperfecciones físicas. Por el contrario, si son desiguales las almas al nacer el individuo, es porque así las creó Dios. Pero en tal caso ¿a qué se debe esa superioridad innata que algunos poseen sobre otros? ¿Acaso tal parcialidad puede estar de acuerdo con la justicia de Dios y con el amor que por igual consagra a todas sus criaturas?
Aceptemos, por el contrario, una sucesión de vidas anteriores y progresivas, y todo queda explicado. Los hombres traen al nacer la intuición de lo que han adquirido antes. Están más o menos adelantados, conforme al número de existencias que han tenido y según sea mayor o menor la distancia que los separa del punto de partida: tal como lo que sucede en una reunión de individuos de todas edades, donde cada cual tendrá un desarrollo proporcional a la cantidad de años que haya vivido. Las existencias sucesivas serán, respecto de la vida del alma, lo que son los años para la del cuerpo. Reunid un día a un millar de personas cuyas edades oscilen entre uno y ochenta años. Suponed que se arroje un velo sobre todos los días anteriores y que por ignorancia creáis que todos ellos nacieron en una misma fecha: naturalmente, os preguntaréis, entonces, cómo se explica que uno sean altos y los otros pequeños, ancianos éstos y jóvenes aquéllos, instruidos algunos y todavía ignorantes otros. Pero si la nube que os ocultaba el pasado acaba por disiparse, si llegáis a saber que todos ellos vivieron un tiempo mayor o menor, os los explicaréis todo…Con su justicia, no ha podido Dios crear unas almas más perfectas y otras menos perfectas. Mas con la pluralidad de vidas la desigualdad que acabamos de ver no se opone en modo alguno a la más rigurosa equidad: es que no vemos más que el presente y no el pasado. Ahora bien, tal razonamiento ¿se funda en una hipótesis, en una suposición gratuita? No: partimos de un hecho evidente, incontestable: la desigualdad de las aptitudes y del desarrollo intelectivo y moral, y hallamos que este hecho no es explicado por ninguna de las teorías corrientes, mientras que su explicación es sencilla, natural y lógica si se apela a esta teoría. ¿Es razonable preferir la que nada explica por la que explica todo?
En lo que toca a la sexta pregunta, se dirá sin duda que la de los hotentotes es una raza inferior . Entonces preguntaremos nosotros si el hotentote es o no es hombre. Si lo es, ¿por qué Dios ha desheredado, a él y a su raza, de los privilegios que otorga, por ejemplo, a la raza caucásica? Y si aquél no es un hombre, ¿por qué entonces tratar de convertirlo al Cristianismo? La Doctrina Espírita se muestra más amplia que todo esto. Para ella no hay muchas especies de hombres, sólo existen seres humanos cuyos Espíritus se hallan en mayor o menor atraso, pero que pueden progresar. ¿No se encuentra esto más conforme a la justicia de Dios?.
Acabamos de ver el alma en su pasado y en su presente. Si la consideramos con relación a su porvenir hallaremos idénticas dificultades.

1). Si sólo nuestra actual existencia ha de decidir la suerte venidera que nos aguarda, ¿cuál será, en la vida futura, la posición del salvaje y la del hombre civilizado?. ¿Se encontrarán ambos en un mismo nivel o estarán a distancias diferentes de la felicidad eterna?.

Nota. -  No nos cansamos de hacer hincapié en los prejuicios de la época en que Kardec vivió, y la inferioridad moral que se pensaba que tenían ciertas razas, llamadas primitivas. El Espiritismo, siguiendo los pasos del Cristianismo aboga por la igualdad de todos los seres humanos, explicando a través de la pluralidad de existencias, el porqué de muchas cuestiones que de otro modo parecen fortuitas y fuera de toda razón.

2). El hombre que ha trabajado toda su vida por progresar ¿se halla en la misma categoría que aquel otro que permaneció en un estado inferior, no por su culpa, sino porque no tuvo ni el tiempo ni la posibilidad de mejorar?.

3). El hombre que practica el mal por no haber podido esclarecerse ¿es culpable de una situación que no dependió de él?.

4). Se trabaja por iluminar a los hombres, moralizarlos y civilizarlos. Pero, por cada uno que se instruye hay millones que mueren a diario antes que la luz les haya alcanzado. ¿Cuál es la suerte de éstos? ¿Se les trata de réprobos? En caso contrario, ¿qué hicieron para merecer que se les tenga en el mismo rango que a los otros?.

5). ¿Qué suerte se depara a los niños muertos a tierna edad, antes de haber podido realizar el bien ni el mal? Si están entre los elegidos ¿a qué se debe ese favor, pues que nada hicieron para merecerlo?. ¿Debido a qué privilegio se les exime de las adversidades de la vida?.
Ahora bien, ¿existe una doctrina capaz de resolver estas cuestiones? Admitid las sucesivas existencias del alma y todo se explica con arreglo a la justicia de Dios. Lo que no se pudo hacer en una vida se realiza en otra. De esta manera nadie escapa a la ley del progreso, a cada uno se recompensará según su mérito real y ninguno está excluido de la dicha suprema, a la cual puede aspirar, sean cuales fueren los obstáculos que hayan encontrado en su camino.
Preguntas como aquéllas pudieran multiplicarse hasta lo infinito, por cuanto son innumerables los problemas psicológicos y morales que sólo encuentran su solución en la pluralidad de existencias. Por nuestra parte, nos hemos limitado a plantear los más generales. Quizá se alegue que, sea como fuere, la doctrina de la reencarnación no es admitida por la Iglesia, de modo que aceptarla sería como echar por tierra a la religión. Nuestra finalidad no consiste en tratar aquí este tema. Nos basta haber demostrado que la doctrina de la reencarnación es eminentemente moral y racional. Ahora bien, aquello que sea racional y moral no podrá ser contrario a una religión que proclama que Dios es la Bondad y la Razón por excelencia. ¿Qué hubiera sido de la religión si, contra la opinión universal y el testimonio científico, no hubiese querido ceder a la evidencia y hubiera expulsado de su seno a quienquiera no creyese en el movimiento del Sol o en la Creación hecha en seis días? ¿Qué crédito hubiera merecido y qué autoridad tendría, en pueblos esclarecidos, una religión que se basara en errores manifiestos, enunciados como artículos de fe? Cuando una evidencia ha sido demostrada, sabiamente se puso de su lado la Iglesia. Si está probado que ciertas cosas que existen son imposibles sin la reencarnación, si algunos puntos del dogma no pueden explicarse si no es por medio de ella, habrá que admitirla y reconocer que el antagonismo entre esa doctrina y los dogmas sólo es aparente. Más adelante demostraremos que la religión puede estar menos lejos de ella de lo que se piensa, y que no sufriría con ello más de lo que ha sufrido con el descubrimiento del movimiento de la Tierra y de los períodos geológicos que, a primera vista, parecieron dar un mentís a los textos sagrados. Por otra parte, el principio de la reencarnación salta a la vista en muchos pasajes de las Escrituras y se encuentra especialmente formulado de una manera explícita en el Evangelio.:
“Cuando descendieron del monte [después de la transfiguración], Jesús les mandó, diciendo: No digáis a nadie la visión hasta que el Hijo del Hombre resucite de los muertos. Entonces sus discípulos le preguntaron, diciendo: ¿Por qué,
movimiento de la Tierra, será preciso rendirse a la evidencia y los impugnadores habrán hecho en vano el gasto de su oposición.
En suma, pues, reconozcamos que sólo la doctrina de la pluralidad de existencias explica lo que sin ella resulta sin explicación. Que esa doctrina es eminentemente confortadora acorde con la más rigurosa justicia, y que es para el hombre la tabla de salvación que, en su misericordia, Dios le ha concedido.
A este respecto, no dejan duda las mismas palabras de Jesús. Es lo que se lee en el Evangelio según San Juan.
“Respondió Jesús. [a Nicodemo], y le dijo.: De cierto, de cierto te digo que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Nicodemo le dijo.: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo?. ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?. Respondió Jesús.: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije.: Os es necesario nacer de nuevo”.
Nota. -  La reencarnación está hoy probada por medio de los casos de recuerdos de vidas anteriores en niños, de investigaciones hipnóticas de regresión de la memoria, de anuncios mediúmnicos acerca de reencarnaciones con señales y en condiciones que posteriormente se comprobaron. Aun cuando las ciencias oficiales todavía se resisten a aceptar tales pruebas, la Ciencia Espírita las tiene por valederas y espera que pronto serán oficialmente admitidas. – PLATÓN, en La República, presentó el célebre “Mito de la Caverna” para explicar la vida espiritual. Kardec nos ha ofrecido, en las consideraciones que anteceden, el “Mito del Velo” con el objeto de esclarecer el problema de la reencarnación. Llamamos sobre él la atención del lector, propósito por el cual lo hemos destacado con letras cursivas.  J H Pires.