jueves, 14 de febrero de 2013

18 - Mundo Espírita - Cap. 11

El Libro de los Espíritus
Allan Kardec


1 - LOS MINERALES Y LAS PLANTAS.

Pregunta 585. ¿Qué Concepto formáis de la división de la naturaleza en tres reinos, o bien en dos clases: los seres orgánicos y los seres inorgánicos? Algunos hacen de la especie humana una cuarta clase. ¿Cuál de estas divisiones es preferible?

Respuesta. - Todas son buenas, pues dependen del aspecto en que se las tome. En el material, sólo hay seres orgánicos e inorgánicos: pero bajo el punto de vista moral, evidentemente hay cuatro grados.


Kardec. - Estos cuatro grados tienen en efecto caracteres marcados, aunque parezca que se confunden sus límites. La materia inerte, que constituye el reino
mineral, sólo tiene una fuerza mecánica; las plantas, compuestas de materia
inerte, están dotadas de vitalidad; los animales, compuestos de materia inerte,
dotados de vitalidad, tienen además una especie de inteligencia instintiva
limitada con conciencia de su existencia y de su individualidad. El hombre,
teniendo todo lo que hay en las plantas y en los animales, domina todas las
otras clases por una inteligencia especial, indefinida, que le da conciencia de su porvenir, percepción de las cosas extramateriales y conocimiento de Dios.

Pregunta 586. ¿Las plantas tienen conocimiento de su existencia?

Respuesta. - No; no piensan y sólo tienen vida orgánica.

Pregunta 587. ¿Las plantas experimentan sensaciones? ¿Sufren cuando se las mutila?

Respuesta. - Las plantas reciben impresiones físicas que obran en la materia; pero no tienen percepciones, y por consiguiente no tienen sentimiento de dolor.

Pregunta. 588. La fuerza que atrae unas plantas a otras, ¿es independiente de su voluntad?

Respuesta. - Sí, puesto que no piensan. Es una fuerza mecánica de la materia que obra en la materia, y no podrían oponerse a ella.

Pregunta. 589. Ciertas plantas, tales como la sensitiva y la dionea, por ejemplo, tienen movimientos que revelan una gran sensibilidad, y en ciertos casos, una especie de voluntad, como la última cuyos lóbulos apresan a las moscas que se posan en ellos para chuparles el jugo, y a las cuales parece que tiende una red para matarlas.
¿Estas plantas están dotadas de la facultad de pensar? ¿Tienen voluntad y forman
una clase intermedia entre la naturaleza vegetal y la animal? ¿Son una transición de
la una a la otra?

Respuesta. - Todo es transición en la naturaleza, por el hecho de que nada es semejante y todo se enlaza. Las plantas no piensan, y por consiguiente no tienen voluntad; La ostra que se abre y todos los otros zoófitos no piensan, sólo tienen instinto ciego y natural.

Kardec. - La organización humana nos ofrece ejemplos de movimientos análogos sin
intervención de la voluntad, como en las funciones digestivas y circulatorias.
El piloro se cierra al contacto de ciertos cuerpos para negarles el paso. Lo
mismo debe suceder en la sensitiva, en la cual los movimientos no implican en
manera alguna la necesidad de una percepción y menos aún de la voluntad.

Pregunta. 590. ¿No tienen las plantas, como los animales, un instinto de conservación que las conduce a buscar lo que les es útil, y a huir de lo que puede serles nocivo?
Respuesta. - Si se quiere es una especie de instinto, lo cual depende de la acepción que se dé a la palabra; pero es puramente mecánico. Cuando en las operaciones químicas veis cómo se reúnen dos cuerpos, es porque se conviene, es decir, porque existe afinidad entre ellos; mas no lo llamáis instinto.
Pregunta. 591. ¿En los mundos superiores, las plantas son, como los otros seres, de
naturaleza más perfecta?

Respuesta. - Todo es más perfecto; pero las plantas siempre son plantas, como los animales animales y siempre hombres los hombres.

3.- Metempsicosis.

Pregunta 611. La comunidad de origen – en el principio inteligente- de los seres vivos ¿no significa la consagración de la doctrina de la metempsicosis?

Respuesta. - Dos cosas pueden tener un mismo origen y no asemejarse en modo alguno más tarde. ¿Quién reconocería al árbol, con sus hojas, flores y frutos, en el germen amorfo contenido en la semilla de donde él salió? Tan pronto como el principio inteligente alcanza el grado necesario para ser Espíritu y entrar en el período de humanidad, deja de tener relación con su primitivo estado, y sólo es, respecto del alma de los animales, lo que el árbol respecto de la simiente.
En el hombre sólo queda animal el cuerpo, así como las pasiones que nacen de la influencia de éste y el instinto de conservación inherente a la materia. No se puede aseverar, pues, que ese hombre sea la encarnación del Espíritu de determinado animal, y por tanto la metempsicosis, tal como se la entiende, no es exacta.

Pregunta 612. El Espíritu que animó el cuerpo de un hombre ¿podría reencarnar en el de un animal?

Respuesta. - Esto sería retrogradar, y el Espíritu no retrocede. El río no se remonta hacia su fuente.

Pregunta 613. Por muy errónea que sea la idea en que se basa la metempsicosis, ¿no será el resultado del sentimiento intuitivo de las diversas existencias del hombre?

Respuesta.  - Ese sentimiento intuitivo se encuentra en tal creencia como en otras muchas. Pero, como sucede con la mayor parte de ideas intuitivas, el hombre lo ha desnaturalizado.

Kardec. - La metempsicosis sería verdadera si se entendiese con esa palabra la progresión del alma de un estado inferior a uno superior, en el que adquiriría desarrollos que transformaran su naturaleza. Pero dicha doctrina es falsa si se la interpreta como transmigración directa del animal al hombre, y viceversa, lo cual implica la idea de una retrogradación o fusión. Ahora bien, como quiera que tal fusión no puede tener lugar entre los seres corporales de una y otra especie, ello indica que se encuentran en grados no asimilables y que lo propio debe ocurrir con los espíritus que los animan. Si un mismo Espíritu pudiera animarlos alternativamente, se seguiría de esto una identidad de naturalezas que se traduciría en la posibilidad de su reproducción material. La reencarnación que enseñan los Espíritus se funda, por el contrario, en la marcha ascendente de la Naturaleza y en la progresión del hombre dentro de su propia especie, lo que no le quita nada de su dignidad. En cambio, lo que sí lo rebaja es el mal uso de las facultades que Dios le ha concedido para su adelanto. Sea como fuere, la antigüedad y universalidad de la doctrina de la metempsicosis, así como los hombres prominentes que la han profesado, prueban que el principio de la reencarnación tiene sus raíces en la Naturaleza misma. Estos son, pues, argumentos en su favor más bien que contrarios.
El punto de partida del Espíritu es una de las cuestiones que se relacionan con el principio de las cosas y que están en el secreto de Dios. No es dado al hombre conocerlas de una manera absoluta, y a este respecto sólo pueden hacerse conjeturas, elaborar hipótesis más o menos probables. Los Espíritus mismos se hallan lejos de conocerlo todo. Y acerca de lo que no saben pueden ellos también sustentar opiniones personales más o menos sensatas.
Así por ejemplo, no todos piensan lo mismo sobre las relaciones que existen entre el hombre y los animales. Según algunos, el Espíritu sólo llega al período humano después de haberse elaborado e individualizado en los diversos grados de los seres inferiores de la Creación. En la opinión de otros, el Espíritu del hombre habría pertenecido siempre a la raza humana, sin pasar por la serie animal.
La primera de esas concepciones presenta la ventaja de otorgar un objetivo al porvenir de los irracionales, lo que integrarían de ese modo los primeros eslabones de la cadena de los seres pensantes. La segunda está más conforme a la dignidad del hombre y puede compendiarse como sigue:
Las distintas especies de animales no proceden intelectualmente unas de otras por vía de progresión. Así, el espíritu de la ostra no se torna sucesivamente en el del pez, del pájaro, del cuadrúpedo y del cuadrumano. Cada especie es un tipo absoluto, física y moralmente, y cada ejemplar de las diferentes especies toma de la fuente universal la cantidad de principio inteligente que le es necesaria, según el grado de perfección de sus órganos y la labor que debe realizar dentro de los fenómenos de la Naturaleza. A su muerte, devuelve esa parcela de principio inteligente a la masa. Los de los mundos más evolucionados que el nuestro (ver parágrafo 188) pertenecen asimismo a razas distintas, apropiadas a las necesidades de tales mundos y al grado de desarrollo de los hombres, de quienes esos animales son los auxiliares, pero sin provenir en modo alguno de los de la Tierra, espiritualmente hablando. No acontece lo mismo con el hombre. Desde el punto de vista físico, salta a la vista que integra un eslabón de la cadena de los seres vivos, pero en el aspecto moral, entre el animal y el hombre hay solución de continuidad. El hombre posee como propia el alma o Espíritu, chispa divina que le confiere el sentido moral y un alcance intelectual del que carecen los animales. Es en él el Ser principal, preexistente y sobreviviente al cuerpo, y que conserva su individualidad. Ahora bien, ¿cuál es el origen del Espíritu? ¿Cuál su punto de partida? ¿Se forma del principio inteligente individualizado? He ahí un enigma que sería inútil intentar develar y sobre el cual, como hemos dicho, no se puede sino elaborar hipótesis. Lo que es constante y que resalta a la vez del razonamiento y de la experiencia es la supervivencia del Espíritu, la conservación de su individualidad después de la muerte, su facultad progresiva, su estado feliz o desdichado, proporcional a su adelanto en el camino del bien, y todas
las verdades morales, que son consecuencias de este principio.
En cuanto a las relaciones misteriosas que existen entre el hombre y los
animales, volvemos a repetir que son un secreto de Dios, como muchas otras cosas cuyo conocimiento actual no importa a nuestro progreso, y sobre las cuales sería inútil insistir.
Nota. - No debemos perdernos en falsos escrúpulos, con palabras como irracionales, indignidad, bestialidad, etcétera, son formas de expresarse habituales que se tenían en la época de Kardec, lo realmente serio e importante es el fondo de la cuestión, pues encierra una nueva concepción, más digna y justa en todos los sentidos, sobre la naturaleza del ser humano, así como de su “parentesco” con los animales.