domingo, 24 de agosto de 2014

001 01 - Audio y Texto


EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS
POR
ALLAN KARDEC

 

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INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO 
DE LA DOCTRINA ESPÍRITA
(Primera Parte)

                    1.-  ESPIRITISMO Y ESPIRITUALISMO

               Para las cosas nuevas se necesitan nuevas palabras. Así lo quiere la claridad del lenguaje, para evitar la confusión inseparable del sentido múltiple dado a los mismos términos. Las voces espiritual, espiritualista y espiritualismo, poseen un significado bien definido, y darle uno nuevo para aplicarlo a la doctrina de los Espíritus equivaldría a multiplicar las causas  de anfibología. En efecto, el espiritualismo es el término opuesto al materialismo. Todo el que crea   tener en sí algo más que la materia, es un espiritualista, pero no se sigue de ello que crea en la existencia de los Espíritus, o en sus comunicaciones con el mundo visible.
               En lugar de las palabras: espiritualista y espiritualismo empleamos para designar a esta última creencia, las de Espiritista y Espiritismo, cuya forma recuerda su origen y su significación radical, y que por eso mismo presentan la ventaja de ser perfectamente inteligibles, y reservamos para la palabra espiritualismo la significación que le es propia. Por tanto diremos que la doctrina Espiritista o el Espiritismo tiene como principio las relaciones del mundo material con los Espíritus o Seres del Mundo Invisible. Los adeptos del Espiritismo serán los Espíritas, o si así se prefiere, los Espiritistas.                                                     
               EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS contiene como especialidad, la Doctrina Espírita. Y como generalidad, se asocia a la doctrina espiritualista, ofreciendo una  de sus formas.
               Por esta razón se ve en la cabecera de su título la frase... 
                                                                                                            FILOSOFÍA ESPIRITUALISTA. 


                    2.- ALMA, PRINCIPIO VITAL Y FLUIDO VITAL

               Hay otro vocablo acerca del cual interesa asimismo entenderse porque es una de las bases de toda doctrina moral y ha motivado numerosas controversias, por falta de una significación bien precisa: es la palabra Alma. La divergencia de opiniones acerca de la naturaleza del Alma proviene de la aplicación particular que cada cual hace de esta palabra. Una lengua perfecta, en la que cada idea estuviera representada por un término específico, evitaría muchas discusiones. Con una palabra para cada cosa todos nos entenderíamos.
               Según unos, el Alma es el principio de la vida material orgánica. No tiene en modo alguno existencia propia y cesa al terminar la vida. Este concepto es materialismo puro. En tal sentido, y por comparación, dicen de un instrumento desafinado, "que ya no da sonido", que “no tiene alma”.
de acuerdo con esta opinión, el Alma sería un efecto y no una causa.
               Otros piensan que el Alma es el principio de la inteligencia, agente universal del que cada ser absorbe una porción. Según ellos, no habría en el Universo entero más que una sola Alma, que distribuye chispas entre los diversos seres inteligentes durante la vida de éstos. Después de su muerte, cada chispa retorna a la fuente común, donde se confunde con el todo, de la manera que los arroyos y ríos vuelven al mar de donde habían partido. Esta opinión difiere de la anterior, en que según tal hipótesis, hay en nosotros algo más que la materia, y después de la muerte algo queda. Pero es más o menos como si no quedara nada, puesto que no existiendo más la individualidad, no tendríamos ya conciencia de nosotros mismos.              
               Conforme a esa opinión, el Alma universal sería Dios, y cada ser constituiría una parcela de la Divinidad. Es ésta una variedad del panteísmo.
      Por último, según otros, el Alma es un ser moral distinto, independiente de la materia y que conserva su individualidad después de la muerte. Este concepto es a no dudarlo, el más general, porque bajo un nombre u otro  la idea de ese ser que sobrevive a su cuerpo, se encuentra en estado de creencia, instintiva e independiente de toda enseñanza, en la totalidad de los pueblos, sea cual fuere su grado de civilización. Esa doctrina, según la cual el Alma es la causa y no el efecto, es la de los espiritualistas.
               Sin discutir el valor de tales opiniones, y considerando tan sólo el lado lingüístico de la cuestión, diremos que esas tres aplicaciones de la palabra Alma, constituyen otras tantas ideas distintas, cada una de las cuales requeriría un término diferente. El vocablo Alma posee pues, tres acepciones, y a cada cual le asiste razón desde su punto de vista, en la definición que le da. La falla está en el idioma, al no tener más que una palabra para expresar tres ideas diversas. Para evitar todo equívoco habría que restringir el significado del término Alma a una sola de esas tres ideas: no interesa cuál de ellas se elija; la cuestión es entenderse, ya que se trata de una convención. Por nuestra parte, nos parece más lógico aplicarle la significación más común, de ahí que llamemos ALMA al Ser inmaterial e individual que existe en nosotros y que sobrevive a nuestro cuerpo. Aun cuando este Ser no existiera, siendo sólo un producto de la imaginación, se necesitaría un término para designarlo.
               A falta de una palabra especial para cada una de las otras dos ideas, llamaremos:
               Principio vital, el principio de la vida material y orgánica, sea cual fuere la fuente de que provenga, y que es común a todos los seres vivientes, desde las plantas hasta el hombre. Visto que la vida puede existir prescindiendo de la facultad de pensar, el principio vital es una cosa distinta e independiente. El vocablo vitalidad no daría la misma idea. Para unos el principio vital es una propiedad de la materia, un efecto que se da cuando la materia se halla en determinadas circunstancias. Según la opinión de otros, "y esta es la idea más común", aquél reside en un fluido especial, universalmente esparcido y del que cada ser absorbe y se asimila una parte durante su vida, así como vemos que los cuerpos inanimados absorben la luz. Esto sería entonces el fluido vital que con arreglo a ciertas opiniones, no sería otro que el fluido eléctrico “animalizado”, designado asimismo con los nombres de fluido magnético, fluido nervioso, etcétera.
               Sea lo que fuere, hay un hecho irrebatible, porque constituye un resultado de la observación, y es que los seres orgánicos poseen en sí una fuerza íntima que produce el fenómeno de la vida en tanto dicha fuerza existe; que la vida material es común a todos los seres orgánicos y es independiente de la inteligencia y el pensamiento; que inteligencia y pensamiento son las facultades propias de ciertas especies orgánicas; y por último, que entre las especies orgánicas dotadas de inteligencia y pensamiento hay una que está provista de un sentido moral especial, que le confiere una incontestable superioridad sobre las demás, y es la especie humana.
               Así pues, se comprende que, poseyendo varias acepciones, el Alma no excluya ni al materialismo ni al panteísmo. El espiritualismo mismo puede muy bien entender el Alma según una u otra de las dos primeras definiciones, sin perjuicio del ser inmaterial distinto, al que dará entonces, cualquier otro nombre. De modo que esta palabra no representa en modo alguno una opinión. Es un Proteo que cada cual adapta a su gusto. De ahí que surjan tantas interminables discusiones.
       Se evitaría también la confusión, "aun sirviéndonos de la palabra Alma en los tres casos" agregándole un adjetivo calificativo que especificara el punto de vista desde el cual se la considera, o la aplicación que se le da. Sería entonces un término genérico, que representara a la vez el principio de la vida material, de la inteligencia y del sentido moral, y que se distinguiría mediante un atributo, como se procede con los gases, a los cuales se distingue añadiéndoles las voces hidrógeno, oxígeno o nitrógeno. En consecuencia, podríamos decir (y sería quizá lo mejor) el Alma vital para designar el principio de la vida material, el Alma intelectual para el principio de la inteligencia, y el Alma Espírita para el principio de nuestra individualidad después de la muerte. Según se advertirá, todo esto es cuestión de palabras, pero importa mucho para que podamos entendernos. Así pues, el Alma vital sería común a todos los seres orgánicos: vegetales, animales y hombres. El Alma intelectual pertenecería a hombres y animales. Y el Alma Espírita correspondería al hombre únicamente.
               Hemos creído necesario insistir sobre estas explicaciones, tanto más cuanto que la Doctrina Espírita se basa naturalmente, sobre la existencia en nosotros de un Ser independiente de la materia, y que sobrevive al cuerpo. Puesto que la palabra Alma ha de aparecer con frecuencia en el transcurso de esta obra, importaba determinar con precisión el sentido que le damos, a fin de evitar todo posible equívoco.
               Vayamos ahora al objeto principal de esta instrucción preliminar.

                    3.- LA DOCTRINA Y SUS CONTRADICTORES

               Como todo lo nuevo, la Doctrina Espírita tiene sus adeptos y sus contradictores. Trataremos de responder a algunas de las objeciones que plantean estos últimos, examinando el valor de los argumentos sobre los cuales se apoyan, sin abrigar empero, la pretensión de persuadir a todo el mundo, porque hay personas que creen que la luz ha sido hecha para ellas solas. Nos dirigimos a las de buena fe, sin ideas preconcebidas o estereotipadas, sinceramente deseosas de instruirse, y les demostraremos que la mayoría de las objeciones que se oponen a la Doctrina provienen de una observación incompleta de los hechos y de un juicio formado con demasiada ligereza y precipitación.
               Para empezar, recordemos en pocas palabras la serie progresiva de los fenómenos que han dado nacimiento a esta Doctrina...

               El primer hecho que se observó fue el de objetos diversos que eran puestos en movimiento. Se le ha designado vulgarmente con los nombres de mesas giratorias o danza de las mesas. Este fenómeno, que parece haber sido observado inicialmente en América, o que más bien se ha reiterado en esa parte del mundo, por cuanto la historia prueba que el mismo se remonta a la más remota antigüedad, se produjo con el acompañamiento de circunstancias extrañas, tales como ruidos insólitos y golpes, que se escuchaban sin causa ostensible conocida. De allí se propagó con rapidez a Europa y al resto del mundo. Suscitó al comienzo mucha incredulidad, pero las múltiples experiencias llevadas a cabo hicieron que pronto dejara de ser permitido dudar de su realidad.
               Si dicho fenómeno se hubiera limitado al movimiento de los objetos materiales podría explicarse por una causa puramente física. Lejos estamos de conocer todos los agentes ocultos de la Naturaleza ni todas las propiedades de los que ya conocemos. La electricidad, por otra parte, multiplica cada día hasta el infinito los recursos que ofrece al hombre, y parece que ha de iluminar a la ciencia con una nueva luz. Por tanto no era imposible que la electricidad, modificada por ciertas circunstancias, o cualquier otro agente desconocido, fuera la causa de esos movimientos. La reunión de varias personas, que aumenta el poder de acción, parecía apoyar esta teoría, porque se podía considerar ese conjunto como una batería múltiple, cuya potencia se halla en relación con el número de elementos.
               El movimiento circular no tenía nada de extraordinario. Está en la Naturaleza. Todos los astros se mueven circularmente. En consecuencia, podríamos tener en pequeña escala un reflejo del movimiento general del Universo; o mejor dicho, una causa hasta entonces desconocida podría producir en forma accidental, con objetos pequeños y en determinadas circunstancias, una corriente análoga a la que arrastra a los mundos.
               Pero el movimiento observado no era siempre circular. Muchas veces era brusco y desordenado, el objeto se veía sacudido con violencia, dado vuelta o llevado en cualquier dirección, y contrariamente a todas las leyes de la estática, elevado del suelo y mantenido en el aire. A pesar de lo cual nada había aún en esos hechos que no pudiera explicarse por el poder de un agente físico invisible. ¿Acaso no vemos a la electricidad derruir edificios, arrancar árboles, lanzar a distancia los cuerpos más pesados, atraerlos o desplazarlos?
               En lo que toca a los ruidos insólitos y los golpes, suponiendo que no fuesen uno de los efectos ordinarios de la dilatación de la madera o de cualquier otra causa accidental, podían muy bien ser producidos por la acumulación del fluido oculto: ¿no produce la electricidad los más violentos ruidos?

               Como se ve, hasta aquí todo puede entrar en el dominio de los hechos puramente físicos y fisiológicos. Sin salir de este círculo de ideas, había en todo aquello materia para estudios serios, y dignos de fijar la atención de los sabios. ¿Por qué entonces, no ha sido así?
               Penoso es consignarlo, pero esto obedece a causas que prueban entre miles de hechos similares, la ligereza del espíritu humano. En primer término, la vulgaridad del objeto principal que ha servido de base a las primeras experimentaciones, tal vez no haya sido ajeno a ello. ¡Cuánta influencia no ha tenido una palabra sobre las cosas más serias! Sin tomar en cuenta que el movimiento podía ser comunicado a cualquier tipo de objeto, la idea de las mesas prevaleció, sin duda porque era el objeto más cómodo y porque nos sentamos con más naturalidad en torno de una mesa que de cualquier otro mueble. Ahora bien, los hombres superiores son a veces tan pueriles, que no sería imposible el que ciertos Espíritus selectos hayan creído deshonroso para ellos ocuparse de lo que se había dado en llamar la danza de las mesas. Incluso es probable, que si el fenómeno observado por Galvani, lo hubiese sido en cambio por hombres comunes, y designado con un nombre burlesco, estaría aún relegado al mismo plano que la varita mágica. En efecto, ¿qué sabio no se hubiera creído denigrado si se ocupaba de la danza de las ranas.
               Algunos sin embargo, lo bastante modestos para convenir en que la Naturaleza pudiera muy bien no haberles dicho su última palabra, han querido ver para descargo de conciencia. Pero sucedió que el fenómeno no siempre respondía a sus expectativas, y porque no se producía constantemente según su voluntad y modo de experimentación, han terminado negándolo. A despecho de la sentencia pronunciada por éstos, las mesas, –ya que mesas hay– continúan girando, y podemos decir con Galileo: Y sin embargo se mueven… Agregaremos más aún: los hechos se han multiplicado en tal forma que han adquirido hoy derecho de ciudadanía, y sólo se trata ya de encontrarles una explicación racional. ¿Podemos acaso concluir algo contra la realidad del fenómeno, basándonos en que éste no se produce de una manera siempre idéntica, conforme a la voluntad y las exigencias del observador? ¿Es que los fenómenos eléctricos y químicos no están subordinados a ciertas condiciones? ¿Tiene algo de extraño que el fenómeno del movimiento de objetos mediante el fluido humano posea también sus condiciones para realizarse, y cese de hacerlo cuando el observador, colocándose en su propio punto de vista, pretenda hacerlo marchar al son de su capricho, o sujetarlo a las leyes de los fenómenos conocidos, sin tomar en cuenta que para hechos nuevos puede y debe de haber nuevas leyes? Ahora bien, para conocer esas leyes hay que estudiar las circunstancias en que los hechos se producen, y tal estudio sólo puede ser fruto de una observación atenta y con frecuencia muy larga. Pero "objetan algunas personas", hay a menudo en ello evidentes supercherías. Para comenzar, les preguntaremos si están completamente seguras que existió fraude, y si no tomaron por tal, a efectos que no pudieron comprender, más o menos como le sucedía a aquel aldeano que confundía a un sabio profesor de física, quien se hallaba experimentando, con un diestro prestidigitador. Aun suponiendo que el fraude haya podido darse en ocasiones, ¿es esa una razón para negar el hecho? ¿Se ha de negar la física porque existan prestidigitadores que se arrogan el título de físicos? Además, es preciso tomar en cuenta el carácter de las personas y su interés que pudiera moverlas a engañar a sus semejantes. ¿Se trata, pues, de una broma?
               Es posible divertirse un momento, pero una broma prolongada en forma indefinida sería tan fastidiosa para el embaucador como para el embaucado. Por lo demás, en una superchería que se difunde de un extremo a otro del mundo, y entre las personas más serias, honorables y esclarecidas, habría algo al menos tan extraordinario como el fenómeno mismo.


                                       4.- MANIFESTACIONES INTELIGENTES

               Si los fenómenos que nos ocupan se hubieran limitado al movimiento de objetos, habrían permanecido, conforme dijimos, dentro del dominio de las ciencias físicas. Pero no es así en manera alguna. Ellos habían de ponernos en el camino de un orden de hechos extraños. Se creyó descubrir –no sabemos por iniciativa de quién.– que el impulso comunicado a los objetos no era sólo producto de una fuerza mecánica ciega, sino que había en ese movimiento la intervención de una causa inteligente. Una vez abierta esta senda, había un campo de observaciones completamente nuevo. Se levantaba el velo de muchos misterios. ¿Pero hay en realidad, un poder inteligente? Esa es la cuestión. Si ese poder existe, ¿cuál es, de qué naturaleza será y qué origen tiene? ¿Está por encima de la humanidad? Tales son las preguntas que derivan de la primera.
               Las primeras manifestaciones inteligentes tuvieron lugar por medio
de mesas que se elevaban, y daban con una de sus patas, un número determinado de golpes, respondiendo de este modo, sí o no, según lo convenido, a una pregunta planteada. Hasta allí nada de convincente había por cierto para los escépticos, por cuanto se podía creer en un efecto del azar. Después se obtuvieron respuestas más elaboradas, sirviéndose de las letras del alfabeto. El objeto móvil daba una cantidad de golpes que correspondía al número de orden de cada letra y se llegaba así a formar palabras y frases que contestaban a las preguntas planteadas.
               La exactitud de las respuestas y su correlación con las preguntas suscitaron el asombro. El misterioso ser que de esta manera respondía, interrogado acerca de su naturaleza declaró que era un Espíritu o Genio, se atribuyó un nombre y proporcionó diversas informaciones a su respecto.        
               Es esta una circunstancia muy importante, que hay que subrayar. Nadie imaginó a los Espíritus como un medio para explicar el fenómeno. Hubo de ser el fenómeno mismo el que revelara esa palabra. En las ciencias exactas se formulan muchas veces hipótesis para disponer de una base de razonamiento, pero aquí, este no fue el caso.
               Tal medio de comunicación resultaba tan largo como incómodo. El Espíritu, y es esta una circunstancia digna de recalcar, señaló otro. Uno de esos seres invisibles dio el consejo de adaptar un lápiz a una cesta, u otro objeto. Colocada esta cesta sobre una hoja de papel, es puesta en movimiento por el mismo poder oculto que mueve las mesas. Pero en vez de un simple movimiento regular, el lápiz traza por sí mismo caracteres que forman palabras, frases y discursos enteros, de varias páginas de extensión, tratando las más elevadas cuestiones de la filosofía, moral, metafísica, psicología, etcétera, y ello con tanta rapidez como si se escribiera con la mano.

               Este consejo se dio de forma simultánea en América, en Francia y en diversos lugares. He aquí los términos en que lo recibió en París, el 10 de junio de 1853, uno de los adeptos más fervientes de la Doctrina, que de varios años atrás –desde 1849.– venía ocupándose de la evocación de los Espíritus:

               “Ve a la habitación de al lado y toma la canastita. Sujétale un lápiz y colócala sobre el papel. 
                Apoya tus dedos en el borde”.

               Hecho esto, unos instantes más tarde la cesta se pone en movimiento  y el lápiz escribe muy 
               legiblemente esta frase:
               “Esto que os digo, os prohíbo expresamente que lo digáis a nadie.
                La próxima vez que escriba lo haré mejor”.

               Puesto que el objeto al que se adapta el lápiz no es sino el de un instrumento, su naturaleza y forma resultan del todo indiferentes. Se buscaba que su disposición fuese la más cómoda, de ahí que muchas personas utilicen una tablita.
               La canasta o la tablilla sólo puede ser puesta en movimiento con la influencia de ciertas personas dotadas, a este  respecto,  de   un  poder   especial,  y  a   quienes   se 
designa con el nombre de médiums, – esto es: “medio” o intermediarios entre los Espíritus y los hombres.
               Las condiciones que otorgan ese poder dependen a la vez de causas físicas y morales, imperfectamente conocidas todavía, porque encontramos médiums de toda edad y de uno y otro sexo, así como en todos los grados de desarrollo intelectual. Por lo demás, dicha facultad se perfecciona con el ejercicio. 

                                        5.- DESARROLLO DE LA PSICOGRAFÍA

               Más tarde se reconoció que la cesta y la tablilla sólo constituían, en realidad, un apéndice de la mano, y el médium, tomando directamente el lápiz, se puso a escribir por un impulso involuntario y casi febril. De esta manera las comunicaciones se hicieron más rápidas, más fáciles y más completas, y tal procedimiento es en la actualidad el más utilizado, tanto más cuanto que el número de personas dotadas de esa aptitud es considerable y a diario se multiplica. Por último, la experiencia permitió conocer otras muchas variedades de la facultad mediúmnica, y se supo que las comunicaciones podían igualmente realizarse por medio de la palabra, el oído, la vista, el tacto, etcétera, e incluso por la escritura directa de los Espíritus, vale decir, sin ayuda de la mano del médium ni del lápiz.
               Una vez verificado el hecho, restaba comprobar un punto esencial: el rol que desempeña el médium en las respuestas y la parte que puede tener en ellas, mecánica y moralmente. Dos circunstancias básicas, que no podrían escapar a un observador atento, pueden resolver la cuestión. La primera es el modo como la cesta se mueve bajo su influencia, por la sola imposición de los dedos en el borde de aquélla. El examen demuestra la imposibilidad del médium de imprimirle una dirección, sea cual fuere. Tal imposibilidad se torna evidente, sobre todo cuando dos o tres personas se colocan al mismo tiempo frente a la canasta. Tendría que haber entre ellas una sincronización de movimientos realmente extraordinaria. Se requeriría, además, concordancia de pensamientos para que pudieran ellas concertarse acerca de la respuesta a dar a la pregunta formulada. Otro hecho, no menos singular, viene todavía a acrecentar la dificultad, y es el cambio radical de escritura según el Espíritu que manifiesta, y cada vez que el mismo Espíritu regresa se reproduce su propia escritura. Se necesitaría, pues, que el médium se hubiera aplicado a la tarea de modificar su escritura de veinte maneras diferentes, y sobre todo que pudiera memorizar la que pertenecía a tal o cual Espíritu.
               La segunda circunstancia resulta de la índole misma de las respuestas, que están casi siempre, sobre todo cuando se trata de temas abstractos o científicos, notoriamente más allá de los conocimientos y a veces del alcance intelectual del médium, el cual, por otra parte, lo más comúnmente no tiene conciencia de lo que se está escribiendo por su intermedio, y en la mayoría de los casos no entiende o no comprende la pregunta planteada, puesto que ella puede serlo en una lengua que el es extraña, o incluso ser formulada mentalmente, y la respuesta podrá ser dada en ese mismo idioma. Suele suceder, por último, que la cesta escriba espontáneamente, sin que se le haya hecho una pregunta previa, acerca de cualquier tema, completamente inesperado.
               En ciertos casos, esas respuestas tienen un sello tal de sabiduría, profundidad y acierto, revelan pensamientos tan elevados y sublimes, que sólo pueden dimanar de una inteligencia superior, impregnada de la más pura moralidad. En otras ocasiones son tan superficiales y frívolas, incluso tan triviales, que la razón se rehúsa a creer que puedan provenir de la misma fuente. Tal diversidad de lenguaje no puede explicarse sino por la diversidad de las inteligencias que se manifiestan. Ahora bien, esas inteligencias, ¿están en la humanidad o fuera de ella? Tal es el punto que hay que esclarecer, y cuya explicación completa se encontrará en esta obra, tal como ha sido proporcionada por los Espíritus mismos.
               He aquí, pues, efectos evidentes que se producen fuera del círculo habitual de nuestras observaciones; que no ocurren de modo alguna en el misterio, sino a plena luz del día; que todo el mundo puede ver y comprobar; y que no constituyen el privilegio de un solo individuo, sino que millares de personas los están repitiendo a voluntad cada día. Tales efectos tienen necesariamente una causa, y puesto que denotan la acción de una inteligencia y de una voluntad, exceden el domino meramente físico.
               Varias teorías se han enunciado a su respecto. Las examinaremos en seguida y veremos si pueden ellas dar razón de todos los hechos que se producen. Admitamos, en el ínterin, la existencia de Seres distintos de la humanidad, ya que tal es la explicación provista por las Inteligencias que se revelan, y oigamos lo que éstas nos dicen al respecto.


                                               6.- RESUMEN DE LA DOCTRINA DE LOS ESPÍRITUS

               Los Seres que de este modo se comunican se designan a sí mismos, conforme acabamos de decirlo, con el nombre de Espíritus o Genios, y afirman haber pertenecido, (algunos al menos) a hombres que vivieron en la Tierra. Integran el Mundo Espiritual, así como nosotros durante nuestra existencia constituimos el mundo corporal.
               Resumiremos a continuación, en pocos párrafos, los puntos más sobresalientes de la Doctrina que ellos nos han transmitido, a fin de responder con más facilidad a ciertas objeciones:...

               – “Dios es eterno e inmutable, inmaterial y único, todopoderoso y            
                  soberanamente justo y bueno.

               – Él creó el Universo, que comprende a todos los seres animados e
                  inanimados, materiales e inmateriales.

               – Los seres materiales forman el mundo visible o corporal, y los
                  inmateriales, el Mundo Invisible o Espírita, esto es: de los Espíritus.

               – El Mundo Espírita es el normal y primitivo, eterno, preexistente y sobreviviente a todo.

               – El mundo corporal es sólo secundario. Podría dejar de existir, o no
                  haber existido jamás, sin alterar la esencia del Mundo Espírita.

               – Los Espíritus se revisten temporariamente de una envoltura material
                  perecedera, cuya destrucción mediante la muerte los devuelve a la
                  libertad.

               – Entre las diversas especies de seres corporales ha escogido Dios
                  a la raza humana para la encarnación de los Espíritus que han
                  llegado a cierto grado de desarrollo, y es esto lo que les confiere
                  superioridad moral e intelectual sobre las demás.

               – El Alma es un Espíritu encarnado cuyo cuerpo no constituye más
                  que la envoltura.

               Tres cosas hay en el hombre:...

               – Primera: el cuerpo o ser material, análogo al de los animales y
                  animado por el mismo principio vital.

               – Segunda: el Alma o ser inmaterial, Espíritu encarnado en el cuerpo.
              
               – Tercera: el vínculo que une el Alma con el cuerpo, principio
                  intermediario entre la materia y el Espíritu.
              
               Así pues, posee el hombre dos naturalezas:

               – Primera: Por su Cuerpo, participa de la naturaleza de los animales,
                  cuyos instintos tiene.

               – Segunda: Por su Alma, participa de la naturaleza de los Espíritus.

               – El vínculo o periespíritu que une a cuerpo y Espíritu es una especie
                  de envoltura semimaterial. La muerte acarrea la destrucción de la
                  envoltura más grosera: el cuerpo, pero el Espíritu sigue
                  conservando la segunda: el periespíritu, que constituye para él un
                  cuerpo etéreo, invisible para nosotros en su estado normal, pero
                  que puede tornarse accidentalmente visible e incluso tangible,
                  según ocurre en el fenómeno de las apariciones o
                  materializaciones.

               – De manera que el Espíritu no es en modo alguno un ser abstracto e
                  indefinido, que sólo la mente puede concebir. Es un Ser real y
                  circunscrito, que en ciertos casos se vuelve perceptible para los
                  sentidos de la vista, el oído y el tacto.

               – Los Espíritus pertenecen a diferentes clases y no son iguales ni en
                  poder ni en inteligencia, ni en saber ni en moralidad. Los de primer
                  orden son los Espíritus Superiores, que se distinguen de los demás
                  por su perfección, conocimientos y proximidad a Dios; por la pureza
                  de sus sentimientos y su amor al bien; son los Ángeles o Espíritus
                  Puros. Las otras clases se alejan cada vez más de dicha perfección:
                  los de los rangos inferiores son propensos a la mayoría de nuestras
                  pasiones: odio y envidia, celos y orgullo, etcétera. Éstos se
                  complacen en el mal. Entre ellos los hay asimismo que no son ni
                  muy buenos ni muy malos: más revoltosos y embrollones que
                  ruines; la malicia y las inconsecuencias parecen ser su dote. Son los
                  duendes, Espíritus traviesos o frívolos.

               – Los Espíritus no pertenecen perpetuamente a un mismo orden.              
                  Todos evolucionan al pasar por los diversos grados de la jerarquía
                  Espírita. Tal mejoramiento se opera mediante la encarnación, que
                  es impuesta a unos como expiación y a otros como misión. La vida
                  material constituye una prueba que deben sufrir repetidas veces,
                  hasta que hayan alcanzado la perfección absoluta. Es una especie
                  de tamiz o de depuratorio del que salen más o menos purificados.

               – Al dejar el cuerpo, el Alma reingresa al Mundo de los Espíritus, de
                  donde había salido, para retomar una nueva existencia material
                  después de un lapso más o menos prolongado, durante el cual ha
                  permanecido en estado de Espíritu errante. 

               – Nota de A. Kardec:  [ Entre esta doctrina de la reencarnación y la
                  de la metempsicosis, tal como la admiten algunas sectas, hay una
                  diferencia característica, que en el curso de la obra se explica.] 

               – Puesto que el Espíritu ha de pasar por diversas encarnaciones, de
                  ello resulta que todos hemos tenido diferentes existencias y que
                  tendremos todavía otras, más o menos perfeccionadas, ya sea en
                  esta Tierra o bien en otros Mundos.

               – La encarnación de los Espíritus ocurre siempre en la especie
                  humana. Sería erróneo creer que el Alma o Espíritu pueda encarnar
                  en el cuerpo de un animal.

               – Las diversas existencias corporales del Espíritu son siempre
                  progresivas y jamás retrógradas. Pero la rapidez de su progreso
                  depende de los esfuerzos que realice para alcanzar la perfección.

               – Las cualidades del Alma son las del Espíritu que se halla
                  encarnado. Así pues, el hombre de bien constituye la encarnación
                  de un Espíritu bueno, en tanto el hombre perverso es la de un
                  Espíritu impuro.

               – El Alma tenía su individualidad antes de haber encarnado, y la
                  conserva después de su separación del cuerpo.

               – A su retorno al Mundo de los Espíritus, el Alma encuentra ahí, a
                  cuantos conoció en la Tierra, y todas sus existencias anteriores se
                  reproducen en su memoria, con el recuerdo de todo el bien y todo el
                  mal que ha hecho.

               – El Espíritu encarnado se halla bajo la influencia de la materia. El
                  hombre que supera ese influjo mediante la elevación y la
                  depuración de su Alma se acerca a los buenos Espíritus con los
                  cuales estará algún día. En cambio, el que se deja dominar por las
                  pasiones viles y cifra todas sus alegrías en la satisfacción de los
                  apetitos groseros se acerca a los Espíritus impuros, al dar
                  preponderancia a la naturaleza animal.

               – Los Espíritus encarnados habitan los diferentes globos del Universo.

               – Los Espíritus desencarnados, o errantes, no ocupan en modo
                  alguno una región determinada o circunscrita. Están por doquiera en
                  el espacio y a nuestro lado mismo, viéndonos y codeándose con
                  nosotros sin cesar: es toda una población invisible que en torno de
                  nosotros se agita.

               – Los Espíritus ejercen sobre el mundo moral, -e incluso sobre el
                  físico.- una acción incesante: obran sobre la materia y el
                  pensamiento y constituyen una de las potencias de la Naturaleza,
                  causa eficiente de una multitud de fenómenos hasta hace poco
                  inexplicados o explicados mal, y que sólo en el Espiritismo
                  encuentran una solución racional.

               – Las relaciones de los Espíritus con los hombres son constantes. Los
                  Espíritus buenos nos incitan al bien sosteniéndonos en las pruebas
                  a que nos somete la vida, y nos ayudan a soportarlas con valor y
                  resignación. Por el contrario, los Espíritus malos nos empujan al
                  mal: se regocijan cuando nos ven sucumbir y parecernos a ellos.

               – Las comunicaciones de los Espíritus con los hombres son ocultas o
                  manifiestas. Las ocultas se llevan a efecto mediante la buena o mala
                  influencia que ejercen sobre nosotros sin que lo sepamos.
                  A nosotros mismos cábenos discernir las buenas o malas
                  inspiraciones. Las comunicaciones manifiestas tienen lugar por
                  medio de la escritura, la palabra, u otras manifestaciones materiales,
                  casi siempre con la intervención de médiums que les sirven de
                  instrumentos.

               – Los Espíritus se manifiestan en forma espontánea o por haber sido
                  evocados. Se puede evocar a cualquier Espíritu: tanto a los que
                  animaron a hombres oscuros como a los de los personajes más
                  ilustres, sea cual fuere la época en que hayan vivido en la Tierra, y
                  también los de nuestros parientes, amigos o enemigos, y obtener de
                  ellos, mediante comunicaciones escritas o verbales, consejos, datos
                  sobre su situación de ultratumba o lo que piensan a nuestro
                  respecto, así como las revelaciones que se les permita hacernos.

               – Los Espíritus son atraídos en virtud de su simpatía por la naturaleza
                  moral del ambiente en que se les evoca. Los Espíritus Superiores se
                  complacen en las reuniones serias, en que predominan el amor al
                  bien y el deseo sincero de instruirse y mejorar. Su presencia allí
                  aleja a los Espíritus inferiores, quienes por el contrario encuentran
                  libre acceso y pueden obrar con plena libertad entre las personas
                  frívolas o que son guiadas sólo por la curiosidad, y en cualquier
                  parte donde se encuentren malos instintos.
              
               – Lejos de obtener de ellos buenos consejos o informaciones útiles,
                  sólo se deben esperar de su parte futilezas, embustes, bromas de
                  mal gusto o supercherías, y a menudo toman nombres venerables
                  para inducir mejor a error.

               – Distinguir los buenos de los malos Espíritus es sobremanera fácil: el
                  lenguaje de los Espíritus Superiores es siempre digno y noble,
                  impregnado de la más alta moralidad, desprovisto de toda baja
                  pasión. Sus consejos resumen la más pura sabiduría, teniendo
                  siempre por objeto nuestro mejoramiento y el bien de la humanidad.
                  El lenguaje de los Espíritus inferiores, en cambio, es inconsecuente,
                  muchas veces trivial y hasta grosero. Si es cierto que en ocasiones
                  expresan cosas buenas y verdaderas, no lo es menos que en la
                  mayoría de los casos las dicen falsas y absurdas, por malicia o
                  ignorancia. Bromean con la credulidad y se divierten a expensas de
                  los que les interrogan, halagando su vanidad y fomentando sus
                  deseos con falaces esperanzas. En suma, las comunicaciones
                  serias, en la verdadera significación de la palabra, tienen lugar sólo
                  en los centros igualmente serios, en los cuales sus miembros se
                  hallan unidos por una comunión íntima de pensamientos con miras
                  al bien.

               – La moral de los Espíritus Superiores se resume, como la de Cristo,
                  en esta máxima evangélica: “Hagamos a los demás lo que
                  quisiéramos que los demás nos hiciesen a nosotros”. Esto es: hacer
                  el bien y no el mal. En este principio encuentra el hombre la regla
                  universal de conducta que puede guiarlo hasta en sus más
                  insignificantes acciones.

               – Los Espíritus Superiores nos enseñan que egoísmo, orgullo y
                  sensualidad son pasiones que nos acercan a la naturaleza animal,
                  ligándonos a la materia. Que el hombre que ya en la Tierra se
                  desligue de la materia por medio del desprecio hacia las futilezas
                  mundanas y el amor al prójimo se acerca a la naturaleza espiritual.
                  Que cada uno de nosotros debe hacerse útil según las facultades y
                  recursos que Dios ha puesto en sus manos para probarnos. Que el
                  fuerte y el poderoso deben su protección y apoyo al débil, porque
                  aquel que abusa de su fuerza y de su poder oprimiendo a sus
                  semejantes viola la ley de Dios. Nos enseñan, por último, que
                  puesto que en el Mundo de los Espíritus nada puede ser ocultado, el
                  hipócrita será desenmascarado y develadas todas sus torpezas.
                  Que la presencia inevitable y permanente de aquellos con quienes
                  hayamos procedido mal constituye uno de los castigos que nos
                  están reservados. Y que a los estados de inferioridad y de
                  superioridad de los Espíritus corresponden penas y goces,
                  respectivamente, que nos son desconocidos en la Tierra.

               – Pero también nos enseñan que no hay faltas irremisibles que no
                  puedan ser borradas mediante la expiación. El hombre encuentra
                  el medio de hacerlo en las diversas existencias, que le permiten
                  adelantar, conforme su deseo y sus esfuerzos, por la senda del
                  progreso y hacia la perfección, que es su meta final.”

               Este es el resumen de la Doctrina Espírita, tal como resulta de la enseñanza impartida por los Espíritus Superiores. Veamos ahora las objeciones que a ella se plantean.


                               7.- LA CIENCIA Y EL ESPIRITISMO

               Para muchas personas, la oposición que le hacen las Instituciones Científicas a la Doctrina Espírita es si no una prueba, al menos una fuerte presunción contra ella. Por nuestra parte, no somos de aquellos que levantan la voz contra los sabios, porque no queremos que se diga de nosotros que damos:  la coz del asno. 

               – Nota del traductor:   [ Se llama "coup de pied de l´âne"  (“coz del asno”) 
                al insulto que el débil o cobarde dirige a otro cuyo poder o fuerza ya no debe temer.]

               Muy por el contrario, los tenemos en gran estima y nos sentiríamos muy honrados si perteneciéramos a su clase. Pero su opinión no puede ser en todos los casos un juicio irrevocable.
               Tan pronto como la ciencia sale de la observación material de los hechos y trata de juzgarlos y explicarlos, queda abierto el campo para las conjeturas. Cada sabio trae su pequeño sistema, que quiere hacer prevalecer sobre los otros y que sostiene con vigor. ¿Acaso no estamos viendo a diario las opiniones más divergentes, que alternativamente se preconizan y se rechazan, ora negadas como errores absurdos, ora proclamadas como verdades incontestables? Por eso el verdadero criterio para nuestros juicios, el argumento sin réplica lo constituyen los hechos.
              
                   En ausencia de hechos, es de sabios dudar…

               Para las cosas bien conocidas la opinión de los sabios es a justo título digna de fe, porque saben más y mejor que el vulgo. Pero en lo que toca a principios nuevos, a cosas desconocidas, su manera de ver es siempre hipotética, porque no están más exentos de prejuicios que los demás. Diré incluso que el sabio tiene quizá más prejuicios que otras personas, pues una propensión natural le lleva a subordinarlo todo al punto de vista que él ha profundizado: el matemático sólo ve pruebas de una demostración algebraica, el químico relaciona todo con la acción de los elementos, y así por el estilo. Todo hombre que cultive una especialidad sujeta a ella todas sus ideas. Sacadlo de allí y con frecuencia dirá desatinos, porque quiere someter todo a su modo de ver: es esta una consecuencia de la humana debilidad. De buena gana y con toda confianza consultaré a un químico sobre una cuestión de análisis, a un físico acerca de la potencia eléctrica y a un mecánico respecto a una fuerza motriz. Pero tendrán que permitirme, y sin que ello signifique menoscabo a la estima que su saber especializado merece, que no tome en cuenta yo su opinión negativa en materia de Espiritismo, así como no consideraré el juicio de un arquitecto acerca de una cuestión de música.
               Las ciencias comunes se basan en las propiedades de la materia, que se puede experimentar y manipular a voluntad. Los fenómenos Espíritas se fundan sobre la acción de Inteligencias que poseen su propia voluntad
y nos prueban a cada instante que no están a disposición de nuestro capricho. Por tanto las observaciones no pueden realizarse de la misma manera, sino que requieren condiciones especiales y otro punto de partida.   
               Pretender someterlas a nuestros procedimientos de investigación convencionales equivale a establecer analogías inexistentes. En consecuencia, la ciencia propiamente dicha, como tal, es incompetente para pronunciarse sobre el Espiritismo. No ha de ocuparse de él, y su juicio, sea o no favorable, no pesaría en modo alguno. El Espiritismo es resultado de una convicción personal que los sabios pueden tener en cuanto individuos, prescindiendo de su calidad de científicos. Pero querer remitir el problema a la ciencia equivaldría a hacer que una asamblea de físicos o astrónomos decidiera acerca de la existencia del Alma. En efecto, el Espiritismo se basa por completo sobre la existencia del Alma y su estado después de la muerte. Ahora bien, es extraordinariamente ilógico pensar que un hombre deba ser un gran psicólogo porque es un gran matemático o anatomista. Al disecar el cuerpo humano el anatomista busca el Alma, y como resulta que no la encuentra bajo su escalpelo, del modo que halla un nervio, o no la ve desprenderse como una emanación de gas, saca en conclusión que aquélla no existe, porque se coloca él desde el punto de vista exclusivamente material. ¿Se deduce de ello que tenga razón contra la opinión universal? No. Ya veis entonces, que el Espiritismo no es materia de la ciencia.

               Cuando las Creencias Espíritas se hayan divulgado, siendo aceptadas por las masas, -y a juzgar por la rapidez con que se propagan, esa época no puede estar muy lejos.- sucederá con éstas lo que con todas las ideas nuevas que encontraron oposición: que los sabios se rendirán a la evidencia.

               Las aceptarán individualmente por la fuerza de las circunstancias. Hasta entonces, es inoportuno distraerlos de sus tareas específicas para obligarlos a ocuparse de una cosa que les es extraña, pues no está ni dentro de sus atribuciones ni en su programa. En el ínterin, aquellos que sin un estudio previo y profundizado del asunto se pronuncien por la negativa y se burlen de quienes no compartan su opinión, olvidan que lo mismo sucedió con la mayoría de los grandes descubrimientos que honran a la humanidad, y con su actitud se exponen a ver sus nombres aumentando la lista de los ilustres detractores de las ideas nuevas, inscritos al lado de los miembros de la docta asamblea que en 1752 recibió con una estruendosa carcajada la memoria de Franklin sobre el pararrayos, conceptuándola indigna de figurar en el número de las comunicaciones que se les dirigían, y la de aquella otra que hizo perder para Francia el beneficio de la iniciativa de la navegación a vapor, al declarar que el sistema de Fulton era un sueño impracticable, a pesar de que eran temas de su competencia… Así pues, si tales asambleas, que contaban en su seno a la flor y nata de los sabios del mundo, no tuvieron sino bromas y sarcásmos para ideas que no comprendían, -ideas que algunos años más tarde iban a revolucionar la ciencia, las costumbres y la industria.- ¿cómo esperar que un tema extraño a sus trabajos obtenga mejor acogida?
               Estos errores de algunos, deplorables para su memoria, no podrían arrebatarles los títulos que por otros conceptos han adquirido para nuestra estima, ¿pero acaso es necesario un diploma oficial para poseer sentido común, y no hay fuera de los sillones académicos más que tontos e imbéciles? Échese una ojeada a los adeptos de la Doctrina Espírita y se comprobará que no se encuentran entre ellos sólo ignorantes, y que el inmenso número de hombres de mérito que la han aceptado no permite que se la relegue a la categoría de las creencias de las personas sin ilustración. El carácter y el saber de esos hombres nos autorizan a decir: puesto que ellos así lo afirman, debe de existir algo de cierto al menos…
               Una vez más repetimos que si los hechos que nos ocupan se hubieran limitado a movimientos mecánicos de los cuerpos, la investigación de la causa física de tal fenómeno era del dominio de la ciencia, pero puesto que se trata en cambio, de una manifestación que excede las leyes de orden físico, está fuera de la competencia de la ciencia material, por cuanto no puede ser explicada ni con número ni por la potencia mecánica. Cuando surge un hecho nuevo que no corresponde a ninguna ciencia conocida, para estudiarlo debe el sabio prescindir de su ciencia y reconocer que es para él un nuevo estudio, que no puede emprender con ideas preconcebidas.
               El hombre que crea que su razón es infalible se halla muy cerca del error. Hasta los que profesan las ideas más falsas se apoyan en su razón, y a causa de ello rechazan todo lo que se les antoja imposible. Todos los que ayer negaban los admirables descubrimientos con que la humanidad se honra actualmente, apelaban a ese juez para rechazarlos. Lo que se denomina razón no suele ser otra cosa que orgullo disfrazado, y cualquiera que se considere infalible se pone en un pie de igualdad con Dios. Por consiguiente, nosotros nos dirigimos a aquellos que son lo bastante sabios para dudar de lo que no han visto y que juzgando el porvenir por el pasado, no creen que el hombre haya llegado a su apogeo, ni que la Naturaleza haya vuelto para él la última página de su libro.

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