miércoles, 3 de septiembre de 2014

001 02 - Audio y Texto


EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS
POR
ALLAN KARDEC

 

                                                                  VOLVER AL INDICE   

INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO 
DE LA DOCTRINA ESPÍRITA
(Segunda Parte)

8.- Perseverancia y Seriedad

          Agreguemos que el estudio de una doctrina tal como la Doctrina Espírita, que nos lanza de súbito a un orden de cosas tan nuevo y grande, sólo puede ser realizado con provecho por hombres serios y perseverantes, libres de preconceptos y animados por una firme y sincera voluntad de alcanzar un resultado. No podríamos aplicar esa calificación a quienes juzgan a priori, superficialmente y sin haberlo visto todo. Que no llevan a cabo sus estudios con la continuidad, regularidad y recogimiento necesarios. Menos aún podríamos calificar así a ciertos hombres que para no faltar a su reputación de ingeniosos, se esfuerzan por encontrar un lado burlesco a las cosas más verdaderas o juzgadas como tales por personas cuyo saber, carácter y convicciones las hacen acreedoras a la consideración de quienquiera se precie de saber vivir en sociedad.                      
          Absténganse, pues, quienes no crean que tales hechos son dignos de ellos y de ocupar su atención. Nadie piensa en violentar su creencia, pero sírvanse respetar la de los demás…
          Lo que caracteriza a un estudio serio es la continuidad con que se lo hace. ¿Nos extrañaremos de no obtener muchas veces ninguna respuesta sensata a preguntas serias de por sí, cuando se las formula al azar y a quemarropa, entremezcladas con una multitud de otras que son absurdas? Por otra parte, alguna pregunta suele ser compleja, y requiere para que se la aclare, otras preguntas adicionales, preliminares y complementarias.  
          Quienquiera desee aprender una ciencia, debe realizar un estudio metódico de ella, empezando por el principio y siguiendo el encadenamiento y el desarrollo de las ideas. El que por casualidad hace a un sabio una pregunta acerca de una ciencia cuyos rudimentos ni siquiera conoce, ¿qué puede sacar en limpio? ¿Podrá el sabio interrogado, aun con la mejor voluntad, darle una respuesta satisfactoria? Esa respuesta, aislada, ha de ser por fuerza incompleta, y por lo mismo contradictoria. Exactamente lo mismo ocurre en las relaciones que con los Espíritus establecemos: si queremos instruirnos en su escuela, deberemos seguir el curso con ellos. Pero como entre nosotros sucede, tenemos que escoger nuestros profesores y trabajar con asiduidad.
          Hemos dicho ya que los Espíritus superiores sólo acuden a las reuniones serias, sobre todo a aquellas entre cuyos miembros reina una perfecta comunión de pensamientos y sentimientos hacia el bien. La superficialidad y las preguntas ociosas los alejan, del mismo modo que entre los hombres tales preguntas hacen que se aparten las personas razonables. Entonces queda el campo libre para la turba de los Espíritus embusteros y frívolos, los cuales están siempre al acecho de la ocasión propicia para burlarse y divertirse a expensas de nosotros. En semejante reunión, ¿qué pasa con una pregunta seria? Será contestada, ¿pero por quién? Es como si en una reunión de personas frívolas empezarais a preguntar: ¿Qué es el alma?, ¿qué es la muerte?, y otras cuestiones del tenor de ésas. Si queréis respuestas serias, sed serios vosotros mismos, en la cabal significación de la palabra, y poneos en las condiciones requeridas. Sólo entonces obtendréis grandes cosas. Además, sed laboriosos y perseverantes en vuestros estudios. Sin esto los Espíritus superiores os desamparan, de la manera que lo hace un profesor con aquellos de sus alumnos que son negligentes.

9.- Monopolizadores del Buen Sentido

          El movimiento de objetos es un hecho comprobado. La cuestión reside en saber si en ese movimiento hay o no una manifestación inteligente, y en caso afirmativo, cuál es el origen de dicha manifestación.
          No nos referimos al movimiento inteligente de determinados objetos ni a las comunicaciones verbales, como tampoco a las que son escritas directamente por el médium. Este tipo de manifestaciones, evidentes para los que han asistido a ellas, y las han profundizado, no es en modo alguno a primera vista lo bastante independiente de la voluntad para cimentar la convicción del observador incrédulo. Sólo hablaremos, pues, de la escritura obtenida con ayuda de cualquier objeto provisto de un lápiz, tal como la cesta, la tablilla, etcétera. La manera en que los dedos del médium se posan sobre el objeto, desafía conforme dijimos, la destreza más consumada para poder participar, en el grado que fuere, en el trazado de los caracteres. Pero admitamos incluso que con la más prodigiosa habilidad, pudiera él engañar al ojo más escrutador: ¿cómo se explica la índole de las respuestas, cuando se encuentran éstas más allá de todas las ideas y conocimientos del médium? Y adviértase bien que no se trata de respuestas monosilábicas, sino que a menudo constan de varias páginas, que han sido escritas con la más asombrosa rapidez, ya sea de manera espontánea o bien sobre un tema determinado. Bajo la mano del médium más ignorante de la literatura nacen en ocasiones poesías de una sublimidad y pureza irreprochables, y que no desaprobarían los mejores poetas humanos. Lo que aumenta aún más lo extraño de estos hechos es que ellos se producen por dondequiera y que los médiums se multiplican hasta lo infinito. Tales hechos ¿son o no reales? A esta pregunta sólo podemos responder de una manera: mirad y observad. No os faltarán ocasiones para ello. Pero sobre todo observad con frecuencia, demoradamente y en las condiciones requeridas.
          ¿Qué responden a la evidencia los adversarios? “Vosotros, dicen ellos, sois víctimas del charlatanismo o juguetes de una ilusión”. Por nuestra parte, diremos para comenzar que hay que dejar a un lado la palabra “charlatanismo” en los casos en que no existe un beneficio a extraer, puesto que los charlatanes no ejercen gratis su oficio. En consecuencia, se trataría cuando más de una superchería. ¿Pero por qué extraña coincidencia tales embaucadores se habrían puesto de acuerdo, de un extremo a otro del mundo, para obrar en la misma forma, producir idénticos efectos y dar sobre los mismos temas y en idiomas diversos respuestas iguales, si no literalmente, al menos en lo que respecta al sentido? ¿Cómo es posible que personas graves y serias, honorables e instruidas, pudieran prestarse a semejantes maniobras, y con qué objeto procederían de este modo? ¿Cómo encontraríamos en los niños la paciencia y la habilidad necesarias para ello? Porque si los médiums no son instrumentos pasivos, necesitarían de una habilidad y unos conocimientos que son incompatibles con cierta edad y determinadas posiciones sociales.
          Entonces se afirma que si no hay superchería, puede que ambas partes sean víctimas de una ilusión. En buena lógica, la calidad de los testigos es de cierto peso. Ahora bien, en este caso preguntamos si la Doctrina Espírita, que en la actualidad cuenta hoy con millones de adeptos, los tiene solamente entre los ignorantes… Los fenómenos sobre los que se apoya son tan extraordinarios que es concebible la duda.
          Pero lo que no puede admitirse, es la pretensión de algunos incrédulos de monopolizar el buen sentido, y que sin respeto por las personas o por el valor moral de sus adversarios, tachan sin miramiento, de ineptos, a todos aquellos que no son de su misma opinión. A los ojos de todo individuo juicioso, el dictamen de las personas esclarecidas que durante mucho tiempo han visto, estudiado y meditado algo constituirá siempre, si no una prueba, al menos una presunción en su favor, puesto que el asunto ha podido llamar la atención de hombres serios, que no tienen ni interés en difundir un error ni tiempo que perder en futilezas.

10.- El lenguaje de los Espíritus y el Poder Diabólico

          Entre las objeciones las hay más capciosas, cuando menos en apariencia, por cuanto son extraídas de la observación y hechas por personas serias.
          Una de tales objeciones se basa en el lenguaje de ciertos Espíritus, el que no parece digno de la elevación que es de suponer a seres sobrenaturales. Si se tiene a bien remitirse al resumen de la Doctrina que hemos presentado en páginas anteriores, se verá que los Espíritus mismos nos enseñan que ellos no son iguales, ni en conocimientos ni en cualidades morales, y que no debemos tomar al pie de la letra todo lo que nos dicen.
          A las personas sensatas toca distinguir lo bueno de lo malo. Con seguridad los que de este hecho deduzcan la consecuencia de que siempre nos relacionamos con seres malvados, cuya única ocupación consiste en embaucarnos, no tienen conocimiento de las comunicaciones que se llevan a efecto en las reuniones en que sólo se presentan Espíritus Superiores. Con tal conocimiento no pensarían así. Es lamentable que el azar los haya servido tan mal como para no mostrarles más que el lado malo del Mundo Espírita, porque no queremos suponer que una tendencia simpática atraiga hacia ellos a los malos Espíritus más bien que a los buenos, a los Espíritus mentirosos o a aquellos cuyo lenguaje subleva la grosería. Cuando más, se podría concluir de ello que la solidez de sus principios no es lo bastante poderosa para apartar el mal, y que encontrando cierto placer en satisfacer su curiosidad a este respecto, los malos Espíritus aprovechan la ocasión para deslizarse entre ellos, en
tanto que los buenos se alejan.
          Juzgar la cuestión de los Espíritus sobre la base de tales hechos, sería tan carente de lógica como evaluar el carácter de un pueblo por lo que se diga y se haga en la reunión de algunos atolondrados o de gentes de mala fama, a la que no asistan ni los sabios ni las personas sensatas. Los que así juzgan se encuentran en la misma situación de un extranjero que entrando en una gran capital por el peor de sus arrabales, juzgara a todos los habitantes de aquélla sobre la base de las costumbres y el lenguaje de ese barrio de ínfima categoría. En el Mundo de los Espíritus hay también una buena y una mala sociedad. Sírvanse esas personas estudiar lo que sucede entre los Espíritus escogidos y se persuadirán de que la ciudad celeste incluye algo más que la escoria de la población.   “Pero preguntarán ellas, los Espíritus selectos ¿acuden a comunicarse con nosotros?” A éstas les responderemos: No permanezcáis en el arrabal. Mirad, observad, y juzgaréis. Allí están los hechos, para todo el mundo. A menos que no deban aplicarse a esas personas las palabras de Jesús: “Tienen ojos y no ven; oídos, y no escuchan”.
Una variante de esta opinión consiste en no ver en las comunicaciones Espíritas y en todos los hechos materiales a que ellas dan lugar, más que  la intervención de una potencia diabólica, nuevo Proteo que se revestiría de todas las formas para engañarnos mejor. No la creemos merecedora de un examen serio, de ahí que no nos demoremos en ella. Ha sido refutada por lo que acabamos de expresar. Sólo agregaremos que si así fuese, habría que convenir que el diablo es en ocasiones muy sabio y razonable, y sobre todo muy moral, o bien, en que también hay diablos buenos…
          En efecto, ¿cómo creer que Dios permita sólo al Espíritu del mal que se manifieste sin darnos por contrapeso los consejos de los Espíritus buenos? Si Él no puede hacerlo, sería impotencia. Si puede y no lo hace, esto es incompatible con su bondad. Las dos suposiciones constituirían blasfemias. Notad que admitir la comunicación de los Espíritus malos equivale a reconocer el principio de las manifestaciones. Ahora bien, puesto que ellas existen, no pueden acontecer sin el permiso de Dios. ¿Cómo creen entonces, sin ser impíos, que Él permita sólo el mal, con exclusión del bien? Semejante doctrina es contraria a las más elementales nociones del buen sentido y de la religión.



11.- Grandes y Pequeños

          Una cosa extraña, añaden, es que solamente se hable de los Espíritus de personajes conocidos, y uno se pregunta por qué son éstos los únicos que se manifiestan. Este es un error, que como otros muchos, proviene de una observación superficial.
          Entre los Espíritus que se manifiestan espontáneamente, mayor es el número de los desconocidos para nosotros que el de los ilustres que se dan a conocer, los cuales se designan con cualquier nombre, y a menudo con una denominación alegórica o característica. En cuanto a los que son evocados, a menos que no se trate del de un pariente o un amigo, es bastante natural dirigirse antes a los que conocemos, que a los que no conocemos. Los nombres de ilustres personajes llaman más la atención, de ahí que sean más notados.
          Incluso se encuentra raro que los Espíritus de hombres eminentes vengan familiarmente a nuestro llamado, y se ocupen en ocasiones, de cosas que son pequeñas en comparación con las que realizaban en vida.         
          Pero esto no ha de asombrar a quienes saben que el poder o la consideración de que gozaban esos hombres en la Tierra no les da ninguna supremacía en el Mundo Espírita. Los Espíritus confirman a este respecto las palabras del Evangelio: Los grandes serán humillados, y los pequeños, ensalzados. Lo cual debe entenderse que se refiere a la categoría que cada uno de nosotros ocupará entre ellos. Así, el que ha sido primero en la Tierra podrá encontrarse allá entre los últimos. Aquel delante de quien bajamos la cabeza en esta vida, podrá pues, acercarse hasta nosotros como el más humilde artesano, porque al dejar la existencia abandonó toda su grandeza, y el más poderoso monarca quizá esté allá por debajo del más insignificante de sus soldados.



12.- De la identificación de los Espíritus

          Un hecho que ha sido demostrado por la observación y confirmado por los Espíritus mismos es que los Espíritus inferiores adoptan con frecuencia nombres conocidos y reverenciados. En tal caso ¿quién puede pues, asegurarse que los que dicen haber sido por ejemplo, Sócrates o Julio César, Carlomagno o Fenelón, Napoleón o Washington, etc...  hayan realmente animado a esos personajes? Tal duda existe entre algunos adeptos muy fervientes de la Doctrina Espírita. Éstos admiten la intervención y manifestación de los Espíritus, pero se preguntan qué control se puede tener en lo que respecta a su identidad. Y en efecto, semejante control es bastante difícil de obtener. Pero si no puede lograrse de una manera tan auténtica como por medio de un acta de nacimiento, podemos al menos obtenerlo por presunción, conforme a ciertos indicios.
Cuando se manifiesta el Espíritu de alguien que nos es personalmente conocido, un pariente o un amigo, por ejemplo; sobre todo si ha muerto poco tiempo antes, sucede en general que su lenguaje está perfectamente relacionado con el carácter que le conocíamos en vida. Y este es ya un indicio de su identidad. Pero no es lícito dudar cuando el mismo Espíritu habla de cosas privadas, y recuerda circunstancias de familia que sólo su interlocutor conoce. Un hijo no se equivocará seguramente, respecto al lenguaje de su padre o de su madre, ni los padres pueden engañarse acerca del de su hijo. En estos tipos de evocaciones íntimas suelen acontecer cosas conmovedoras, capaces de convencer al más incrédulo.     
          El escéptico más endurecido queda muchas veces aterrado ante las revelaciones inesperadas que se le hacen.
          Otra circunstancia muy característica viene en apoyo de la identidad.
          Hemos dicho ya que la escritura del médium cambia, por lo general, según el Espíritu evocado, y que dicha escritura se produce con exacta igualdad cada vez que se hace presente el mismo Espíritu. En numerosas ocasiones se ha verificado, que sobre todo con personas fallecidas poco tiempo atrás, esa escritura tiene un parecido sorprendente con la de la persona en vida. Se han visto rúbricas de una exactitud perfecta. Pero por otra parte, estamos lejos de dar este hecho como una regla, y sobre todo, una regla constante. Lo mencionamos simplemente como un detalle digno de notarse.
          Los Espíritus llegados a cierto grado de purificación son los únicos exentos de toda influencia corporal. Pero cuando no están completamente desmaterializados (esta es la palabra que utilizan), conservan la mayoría de las ideas, inclinaciones y hasta manías que en la Tierra tenían, y este es incluso un medio de que disponemos para reconocer su identidad. Mas llegamos al reconocimiento, principalmente, por una gran cantidad de detalles que sólo una observación atenta y continuada puede revelar. Así pues, vemos a escritores que discuten sus propias obras o doctrinas, aprobando o condenando ciertas partes de ellas. Otros Espíritus rememoran circunstancias ignoradas o poco conocidas de su vida o su muerte, cosas todas, en suma, que constituyen por lo menos pruebas morales de identidad, las únicas que es posible invocar en tales cuestiones abstractas.
          De modo que si en ciertos casos la identidad del Espíritu evocado puede hasta cierto punto ser establecida, no existe razón para que no lo sea en otros, y si no tenemos en lo que respecta a personas cuya muerte está más lejos en el tiempo, los mismos medios de control de identidad, disponemos siempre del que nos proporcionan el lenguaje y el carácter.      Porque seguramente que el Espíritu de un hombre de bien no hablará del modo que lo hace el de un perverso o el de un libertino. Y en cuanto a los Espíritus que se adornan con nombres respetables, pronto se traicionan por su lenguaje y sus máximas. El que afirme ser Fenelón, por ejemplo, y lesione el buen sentido y la moral, aunque sólo sea accidentalmente, mostrará con ello la superchería. Por el contrario, si los pensamientos que expresa son siempre puros, sin contradicciones y en todo momento a la altura del carácter de Fenelón, entonces no habrá motivos para poner en duda su identidad. De otro modo, habría que suponer que un Espíritu que sólo predica el bien puede a sabiendas emplear la mentira, y ello sin utilidad. La experiencia nos enseña que los Espíritus de un mismo grado y carácter, y animados de idénticos sentimientos, se reúnen en grupos y en familias. Ahora bien, el número de Espíritus existentes es incalculable y estamos lejos de conocerlos a todos. Incluso la mayor parte de ellos no tienen nombres para nosotros. Un Espíritu de la categoría de Fenelón puede entonces, acudir en lugar de él, y a menudo vendrá enviado por él mismo como mandatario. En tal caso se presenta con el nombre de Fenelón, por cuanto es idéntico a él y puede sustituirlo, y también porque nosotros necesitamos un nombre para fijar nuestras ideas. ¿Pero qué importa a fin de cuentas, que un Espíritu sea realmente o no el de Fenelón? Puesto que dice cosas buenas y habla como lo hubiera hecho Fenelón mismo, es un buen Espíritu. El nombre con el cual se da a conocer resulta indiferente y muchas veces suele ser sólo un medio para fijar nuestras ideas. No podría ocurrir lo mismo en las evocaciones íntimas, pero en ellas según dijimos ya, se puede establecer la identidad mediante pruebas que en cierto modo son evidentes.
          Por otra parte, es cierto que la sustitución de los Espíritus puede dar lugar a una multitud de engaños, y es posible que resulten de ella errores y a menudo supercherías: se trata de una dificultad propia del Espiritismo práctico. Pero jamás hemos afirmado que esta ciencia sea cosa fácil, ni que se pueda aprenderla divirtiéndose, como tampoco es posible hacerlo así con ninguna otra ciencia. Nunca repetiremos demasiado que exige un estudio asiduo y con frecuencia muy largo. Como no podemos provocar los hechos, es preciso aguardar a que se presenten por sí mismos, y a menudo nos son traídos por las circunstancias que menos se esperan.
          Para el observador atento y paciente los hechos abundan, porque descubre miles de matices característicos que son para él rasgos de luz.       
          Lo mismo acontece en las ciencias comunes: mientras que el hombre superficial sólo ve en una flor una forma airosa, el sabio descubre en ella tesoros para el pensamiento.





13.- Las Divergencias de Lenguaje

          Las observaciones anteriores nos llevan a decir algunas palabras acerca de otra dificultad: la divergencia que existe en el lenguaje de los Espíritus.
          Puesto que los Espíritus son muy diferentes unos de otros, desde el punto de vista de los conocimientos y la moralidad, es evidente que una misma cuestión puede ser resuelta por unos en un sentido, y por otros en el sentido opuesto, según sea el rango que cada uno ocupe, exactamente como si fuese planteada entre los hombres a un sabio, a un ignorante, o a un gracioso de mal género. Ya hemos dicho que lo esencial es saber en cada caso a quién nos dirigimos.
          Pero se suele agregar, ¿cómo se explica que aquellos Espíritus reconocidos como Superiores no estén siempre de acuerdo? Para comenzar, responderemos que independientemente de la causa que acabamos de señalar, hay otras que pueden ejercer cierta influencia sobre la índole de las respuestas, prescindiendo de la calidad de los Espíritus.
          Es este un punto fundamental cuya explicación la dará el estudio. Por eso afirmamos que estos estudios requieren una atención continuada, una observación profunda y sobre todo, como acontece con todas las demás ciencias humanas, constancia, y perseverancia. Se necesitan años para formar un médico mediocre, y las tres cuartas partes de una vida para hacer un sabio, ¡y se pretende en unas pocas horas adquirir la ciencia de lo infinito! No nos engañemos, pues, "El Estudio del Espiritismo es Inmenso". Se relaciona con todos los problemas de la metafísica y del orden social. Es todo un mundo que se descubre ante nosotros. ¿Debemos entonces asombrarnos de que se necesite tiempo, y mucho  para comprenderlo?
          Además, la contradicción no es en todos los casos tan real como puede parecerlo. ¿Acaso no estamos viendo todos los días a hombres que profesan la misma ciencia y sin embargo difieren en la definición que dan de una cosa, ya sea porque empleen términos distintos, o bien por encararla desde otro punto de vista, aunque la idea fundamental sea siempre la misma? ¡Cuéntense, si es posible, la cantidad de definiciones que de la gramática se han dado! Agreguemos incluso, que la forma de la respuesta depende a menudo de la forma que adopta la pregunta. Sería pueril entonces, encontrar una contradicción allí donde sólo hay casi siempre una mera diferencia de palabras. Los Espíritus Superiores no se cuidan en modo alguno de la forma, sino que para ellos el fondo del pensamiento lo es todo.
          Tomemos como ejemplo la definición del Alma. Puesto que esta palabra no posee un significado fijo, los Espíritus pueden en consecuencia, así como nosotros también podemos, diferir en la definición que le den: uno podrá decir que es el principio de la vida; otro llamarla chispa anímica; un tercero, afirmar que es interior; un cuarto, que es externa, y así por el estilo, y todos ellos tendrán razón, desde sus respectivos puntos de vista. Hasta se podría creer que algunos de ellos profesen teorías materialistas, y sin embargo no es así. Lo propio acontece con la idea de Dios. Él será:
el principio de todas las cosas; el Creador del Universo; la soberana inteligencia; el Infinito; el Gran Espíritu, etc, y en definitiva seguirá siendo siempre Dios… Por último, mencionamos la clasificación de los Espíritus. Forman ellos una serie ininterrumpida desde el grado inferior hasta el superior, de modo que su clasificación es arbitraria: uno podrá dividirlos en tres clases; otro en cinco, diez o veinte, según su voluntad, sin por ello incurrir en error. Todas las ciencias humanas nos ofrecen ejemplo de esto, cada sabio posee su propio sistema. Y lo sistemas van cambiando, pero la ciencia no,… Ya sea que aprendamos botánica con el sistema de Linneo, el de Jussieu o el de Tournefort, no por eso la sabremos menos. Dejemos, pues, de dar a las cosas meramente convencionales más importancia de la que tienen y dediquémonos a lo que es de veras serio, y con frecuencia descubriremos, al reflexionar, que lo que parecía contradictorio poseía una similitud que se nos había pasado por alto en un primer examen.





14.- Las Cuestiones Ortográficas


          Pasaríamos con rapidez sobre esta objeción que plantean ciertos escépticos con respecto a las faltas de ortografía cometidas por algunos Espíritus, si no debiera ella dar lugar a una observación esencial. Hay que decirlo: su ortografía no siempre es irreprochable. Pero se precisa estar muy escaso de razones para hacer de esto el motivo de una crítica seria, manifestando que puesto que los Espíritus todo lo saben, también deben saber ortografía. Por nuestra parte, podríamos oponerles a tales críticos las numerosas faltas de este tipo, cometidas por más de un sabio de la Tierra, lo que no les resta nada de su mérito. Pero hay en este hecho una cuestión más seria. Para los Espíritus, y en modo especial para los Espíritus Superiores, la idea lo es todo, y la forma nada significa.  
          Despojados de la materia, su lenguaje entre ellos es veloz como el pensamiento, puesto que es el pensamiento mismo el que se comunica, sin intermediario alguno. En consecuencia, deben de encontrarse incómodos cuando son obligados, para comunicarse con nosotros, a servirse de las formas lentas y embarazosas del lenguaje humano, y sobre todo, por la insuficiencia e imperfección de dicho lenguaje para expresar todas las ideas. Ellos así lo dicen. Por eso resulta curioso ver los medios que emplean a menudo para atenuar ese inconveniente. Lo propio nos sucedería a nosotros si tuviéramos que expresarnos en un idioma de vocablos y giros más largos, así como más pobre en expresiones, que la lengua de que hacemos uso. Es el mismo embarazo que experimenta el hombre genial cuando se impacienta por la lentitud de su pluma, que siempre marcha detrás de su pensamiento. Según esto, es concebible que los Espíritus concedan poca importancia a la puerilidad de la ortografía, especialmente cuando se trata de una enseñanza grave y seria. Por otro lado, ¿no es ya maravilloso que se expresen indiferentemente en todas las lenguas y que las entiendan todas? No obstante, no hay que concluir de esto que la corrección convencional del lenguaje les sea desconocida, pues cuando resulta necesario la observan. Así pues, la poesía que ellos dictan podría desafiar con frecuencia a la crítica del más minucioso purista, y esto a pesar de la ignorancia del médium.

15.- La Locura y sus Causas

          Hay asimismo personas que ven peligro por doquier y en todo aquello que no conocen. Así pues, extraen una consecuencia desfavorable del hecho de que ciertos individuos, al dedicarse a esta clase de estudios, perdieron la razón. Ahora bien, ¿cómo pueden algunos hombres sensatos ver en este hecho una objeción seria? ¿Por ventura no sucede lo mismo con todas las actividades intelectuales cuando las realiza un cerebro débil? ¿Conocemos acaso la cantidad de locos y maniáticos producida por los estudios matemáticos, médicos, musicales, filosóficos y demás? ¿Habrá por eso que proscribir dichos estudios? ¿Y qué prueban tales hechos? Con las tareas físicas se deterioran los brazos y piernas, que son los instrumentos de la acción material desarrollada. Con los trabajos de la inteligencia se deteriora el cerebro, que es el instrumento del pensamiento. Pero si es muy cierto que el instrumento se ha roto, no lo es menos que el Espíritu no lo está por eso. Él se halla intacto. Y cuando se despoje de la materia no dejará de disfrutar del pleno goce de sus facultades. En su género, y como hombre, ha sido un mártir del trabajo.
          Toda gran preocupación intelectual puede acarrear la locura. Ciencias, artes, y hasta la religión, aportan a ella sus contingentes. La locura tiene por causa primera una predisposición orgánica del cerebro, que lo hace más o menos susceptible a ciertas impresiones. Existiendo una predisposición a la demencia, ésta tomará el aspecto de la preocupación principal del individuo, que se convierte entonces en una idea fija. Tal idea fija podrá ser la de los Espíritus, en quien de ellos se haya ocupado, como puede ser asimismo la de Dios, los ángeles, el diablo, la fortuna, el poder, un arte, una ciencia, la maternidad o un sistema político o social. Es probable que el demente religioso se transforme en un demente Espírita, si su preocupación dominante ha sido el Espiritismo, así como el demente Espírita lo hubiera sido por otro motivo, según las circunstancias.
          Afirmo pues, que el Espiritismo no disfruta de ningún privilegio a este respecto. Pero voy más lejos. Digo que bien entendido, el Espiritismo preserva de la locura.
          Entre las causas más numerosas de la sobreexcitación cerebral hay que incluir las desilusiones y desgracias, así como los afectos contrariados, que son al mismo tiempo las causas más frecuentes de suicidio. Ahora bien, el verdadero Espírita contempla las cosas del mundo desde un punto de vista tan elevado, ellas se le muestran tan pequeñas y mezquinas en comparación con el porvenir que le aguarda, la vida es para él tan corta y efímera que las tribulaciones no son a sus ojos, sino los incidentes desagradables de un viaje. Aquello que en otra persona produciría una emoción violenta, a él le afecta medianamente. Sabe además, que los pesares de la vida son pruebas que concurren a su adelanto si las sufre sin murmurar, por cuanto se le recompensará según sea el valor con que las soportó. Así pues, sus convicciones le dan una resignación que le preserva de la desesperación, y por consiguiente, de una de las causas más comunes de locura y suicidio. Conoce también, por la prueba que le ofrecen las comunicaciones con los Espíritus, la suerte que toca a aquellos que abrevian voluntariamente su vida, y el cuadro que se le presenta es adecuado para moverlo a reflexión. De ahí que sea considerable el número de personas que han sido detenidas en esa pendiente funesta. Es ese uno de los resultados del Espiritismo. Búrlense de esto cuanto quieran los incrédulos. Por mi parte, yo les deseo los consuelos que él proporciona a todos aquellos que se han tomado el trabajo de sondear sus misteriosas profundidades.
          En el número de las causas desencadenantes de la demencia hay todavía que incluir el pánico, y el terror al diablo que ha perturbado más de un cerebro. ¿Sabemos acaso la cantidad de víctimas que se han hecho al herir las imaginaciones débiles con ese cuadro que se ingenian por tornar más aterrador mediante detalles horribles? Se asegura que el diablo sólo espanta a los niños y que constituye un freno para obligarlos a comportarse bien. Sí, como el cuco y el lobo feróz, pero cuando les han perdido el miedo son peores que antes. Y por este bello resultado no se toma en cuenta la cantidad de epilepsias causadas por la conmoción de cerebros frágiles. Muy débil sería la religión si por la falta de temor pudiera verse comprometido su poder. Por suerte no es así: ella dispone de otros medios para obrar sobre las Almas. Y el Espiritismo se los provee, más eficaces y más serios si sabe ella aprovecharlos. Muestra aquél la realidad de las cosas y con eso neutraliza los efectos funestos de un temor exagerado.

16.- La Teoría Magnética y la del Ambiente

          Nos resta examinar dos objeciones, las únicas que merezcan de veras este nombre, porque se fundan en teorías racionales. Una y otra admiten la realidad de todos los fenómenos materiales y morales, pero excluyen de ellos la intervención de los Espíritus.
          Según la primera de tales teorías, todas las manifestaciones que se atribuyen a los Espíritus no serían otra cosa que efectos magnéticos. Los médiums se hallarían en un estado que se podría llamar de sonambulismo lúcido, fenómeno del que ha podido ser testigo toda persona que haya estudiado el magnetismo. En ese estado, las facultades adquieren un desarrollo anormal, y el círculo de las percepciones intuitivas excede los límites de nuestra percepción ordinaria. De esta manera, el médium extraería de sí mismo, y como consecuencia de su lucidez, cuanto expresa y todas las nociones que transmite, aun acerca de cosas que le son completamente desconocidas en su estado normal.
          No seremos nosotros quienes pongamos en tela de juicio el poder del sonambulismo, cuyos prodigios hemos visto y cuyas fases hemos estudiado a lo largo de más de treinta y cinco años. Estamos de acuerdo en que en efecto, muchas manifestaciones Espíritas pueden explicarse de esta manera, pero una observación continuada y atenta muestra una multitud de hechos en que la intervención del médium, de otro modo que no sea como instrumento pasivo, es materialmente imposible. A quienes comparten esa opinión les diremos, como ya dijimos a otros: “Mirad y observad, porque seguramente que no lo habéis visto todo”. Después les expondremos dos consideraciones extraídas de su propia teoría. ¿De dónde ha provenido la teoría Espírita? ¿Es acaso un sistema imaginado por algunos para explicar los hechos? De ningún modo. ¿Quién pues, la reveló? Precisamente esos mismos médiums cuya lucidez vosotros exaltáis. Si esa lucidez es tal como suponéis, ¿por qué habrían aquellos atribuido a los Espíritus lo que extraían de sí mismos? ¿Cómo habrían dado esas informaciones tan precisas y lógicas, tan sublimes, acerca de la naturaleza de esas Inteligencias extrahumanas? Una de dos cosas: o son lúcidos o no lo son.
          Si son lúcidos, y si se confía en su veracidad, no se podría admitir sin contradecirse que no están ellos en lo cierto. En segundo lugar, si todos los fenómenos se originaran en el médium serían idénticos en un mismo individuo y no veríamos a la misma persona hablar lenguajes diferentes ni expresar alternativamente las cosas más contradictorias. Esta falta de unidad en las manifestaciones obtenidas por el médium prueba la diversidad de las fuentes. Así que si no es posible atribuirlas todas al médium, hay que buscarlas fuera de él.
          Conforme a otra opinión, continúa siendo el médium la fuente de las manifestaciones, pero en vez de extraerlas de sí mismo, como lo pretenden los partidarios de la teoría sonambúlica, las extrae del ambiente.    
          El médium constituiría así, una especie de espejo que refleja todas las ideas, pensamientos y conocimientos de las personas que le rodean. No dirá nada que no sea conocido cuando menos por alguno de los presentes. Ahora bien, no podríamos negar, y es este inclusive, un principio de la Doctrina, la influencia que ejercen los asistentes sobre la índole de las manifestaciones. Pero ese influjo es muy distinto del que se supone que sea, y de ahí a que el médium constituya un eco de los pensamientos de los demás hay mucha distancia, por cuanto millares de hechos establecen perentoriamente lo contrario. Hay en ello, entonces un grave error, que prueba una vez más el peligro de las conclusiones apresuradas. Puesto que esas personas no pueden negar la existencia de un fenómeno del cual no puede dar explicación la ciencia común, y como no quieren en él la intervención de los Espíritus, lo explican a su modo. Su teoría será irrefutable si pudiera abarcar la totalidad de los hechos, mas no ocurre así. Cuando se les demuestra hasta la evidencia que ciertas comunicaciones del médium son por completo ajenas a los pensamientos, conocimientos y opiniones de todos los asistentes, y que tales comunicaciones suelen ser espontáneas y contradicen toda idea preconcebida, aquellas personas no se detienen por tan poca cosa. La irradiación, afirman se extiende mucho más allá del círculo inmediato que lo circunda. El médium es el reflejo de la humanidad entera, de manera que si no saca sus inspiraciones de una fuente circundante a él, va a buscarlas fuera, a la ciudad, al país o al mundo entero, e inclusive a otras esferas.
          No pienso que en esta teoría se encuentre una explicación más sencilla y probable que la que el Espiritismo provee, puesto que supone una causa mucho más maravillosa. La idea de que Seres que pueblan el espacio y que se hallan en permanente contacto con nosotros nos comuniquen sus pensamientos, no tiene nada que choque más a la razón, que esa otra hipótesis de la irradiación universal, que procedente de todos los rincones del Universo, viene a concentrarse en el cerebro de un individuo.
          Una vez más diremos, porque es este un punto esencial sobre el que nunca se insistirá demasiado, que la teoría sonambúlica y esa otra que pudiéramos llamar reflectiva han sido concebidas por algunos hombres.
Se trata de opiniones individuales creadas con el propósito de explicar un hecho, en tanto que la Doctrina de los Espíritus no es en modo alguno de concepción humana, sino que ha sido dictada por las Inteligencias mismas que se manifiestan cuando nadie pensaba en ella, e inclusive la opinión general la rechazaba. Nos preguntamos pues, ¿adónde los médiums pueden haber ido a buscar una doctrina que no existía en el pensamiento de persona alguna en la Tierra? Quisiéramos saber, además ¿por qué extraña coincidencia millares de médiums diseminados por todos los rincones el mundo, que no se han visto jamás personalmente, se hallan de acuerdo para afirmar lo mismo? Si el primer médium que surgió en Francia estaba experimentando la influencia de opiniones que se sustentaban ya en América, ¿por qué extraña razón iría él a buscar tales ideas a dos mil leguas allende los mares, en un pueblo de costumbres e idioma distintos, en vez de recogerlas de su propio medio?
          Pero otra circunstancia hay en la que no se ha pensado suficientemente. Las primeras manifestaciones, así en Francia como en América, no se llevaron a cabo ni por la escritura ni mediante la palabra, sino por medio de golpes, que según su número, concordaban con las letras del alfabeto, formando de esta manera palabras y frases. Y por este conducto las Inteligencias que se revelaban manifestaron ser Espíritus.
          De manera que si se puede suponer la intervención del pensamiento de los médiums en las comunicaciones verbales o escritas, no podría acontecer lo propio en lo que respecta al sistema de golpes, cuyo significado no era posible de antemano.
          Podríamos citar una cantidad de hechos que demuestran en la Inteligencia que se manifiesta por vía mediúmnica, una individualidad evidente y una absoluta independencia de voluntad. Recomendamos pues, a los que disienten, a una observación más atenta, y si quieren estudiar sin prejuicios y abstenerse de extraer conclusiones antes de haberlo visto todo, reconocerán que su teoría es impotente para explicar la totalidad de los hechos. Por nuestra parte, nos limitaremos a formular las siguientes preguntas: ¿Por qué la Inteligencia que se manifiesta, sea ella cual fuere, rehúsa contestar a ciertas preguntas acerca de temas perfectamente conocidos como por ejemplo, el nombre o la edad del interrogador, lo que éste tiene en la mano, qué ha hecho la víspera, sus proyectos para el día siguiente, etc.? Si el médium es el espejo del pensamiento de los asistentes, nada le resultaría más fácil que responder a tales cuestiones.
          Los adversarios vuelven en contra de nosotros el argumento, preguntándonos a su vez por qué los Espíritus, que deben de saberlo todo no pueden decir cosas tan simples como las mencionadas al final del párrafo anterior, ya que quien puede lo más, podrá lo menos, según lo expresa el axioma. De donde concluyen que se trata de Espíritus. Si un ignorante o un bromista de mal género, presentándose ante una docta asamblea preguntara, por ejemplo, por qué hay luz en pleno mediodía, ¿se cree acaso que los asambleístas se tomarían la molestia de responder, y sería lógico deducir el porqué de su silencio, o de la burla con que recibirían al interrogador que pensase de los miembros de la asamblea que son unos ignorantes? Pues bien, precisamente porque son Superiores los Espíritus es por lo que no responden a preguntas ociosas y ridículas y no quieren ser sentados en el banquillo. De ahí que opten por guardar silencio o manifiesten estar ocupándose en cosas de mayor importancia.
          Para terminar, preguntaremos: ¿por qué los Espíritus vienen, y se van en determinado momento, y por qué cuando ese instante ha pasado, de nada valen las oraciones ni súplicas para hacerlos volver? Si el médium obrara sólo por el impulso mental que le comunican los asistentes, salta a la vista que en tales circunstancias, el concurso de todas las voluntades aunadas debería estimular su clarividencia. Si no cede al deseo de los presentes a la reunión, corroborado por su propia voluntad, es porque obedece a una influencia extraña a él y a quienes lo rodean, y tal influencia denota con ello su independencia y su individualidad.

17.- Llenando los Vacíos del Espacio

          El escepticismo en lo que toca a la Doctrina Espírita, cuando no es el resultado de una oposición interesada, se origina casi siempre en un conocimiento incompleto de los hechos, lo cual no impide a ciertas personas resolver tajantemente la cuestión, como si la conocieran de manera perfecta. Se puede poseer mucho ingenio, e inclusive instrucción, pero carecer al mismo tiempo de buen juicio. Ahora bien, la primera muestra de un juicio deficiente consiste en creer que el propio juicio es infalible. Asimismo, muchas personas sólo ven en las manifestaciones Espíritas un objeto de curiosidad. Confiamos en que mediante la lectura de este libro, encontrarán en esos fenómenos extraños algo más que un mero pasatiempo.
          Dos partes comprende la Ciencia Espírita: una experimental, que trata de las manifestaciones en general; y la otra filosófica, que se ocupa de las manifestaciones inteligentes. El que sólo haya observado la primera de ellas se encuentra en la situación de quien no conoce la física más que por los juegos de salón, sin haber penetrado en el fondo de esa ciencia.
          La verdadera Doctrina Espírita reside en la enseñanza que los Espíritus imparten, y los conocimientos que tal enseñanza incluye son demasiado importantes para poder ser adquiridos de otro modo que no sea por medio de un estudio serio y continuado, que se lleve a cabo en el silencio y el recogimiento. Porque sólo en esas condiciones es posible observar un número infinito de hechos que escapan al observador superficial y que permiten fundar una opinión valedera. Si este libro sólo tuviera por resultado mostrar el lado serio de la cuestión y provocar estudios en tal sentido, ya sería mucho y nos aplaudiríamos por haber sido escogidos para realizar una obra que no pretendemos por otra parte, que signifique para nosotros ningún mérito personal, puesto que los principios que contiene no son de nuestra creación. Todo su mérito se debe a los Espíritus que la dictaron. Además, confiamos en que se obtendrá otro resultado: el de guiar a los hombres serios y deseosos de instruirse, mostrándoles en estos estudios una meta grande y sublime: la del progreso individual y social, y señalándoles la senda que hay que seguir para alcanzar dicha meta.
          Terminemos con una última consideración. Al sondear los espacios han encontrado los astrónomos, en la distribución de los cuerpos planetarios, ciertas lagunas o vacíos que no se justificaban y que se hallaban en desacuerdo con las leyes del conjunto. Sospecharon entonces que tales lagunas debían ser llenadas por mundos que se sustraían a sus ojos. Por otra parte, observaban determinados efectos cuya causa les era desconocida, y se decían: “Allí tiene que haber un planeta, por cuanto ese vacío no puede existir, y los efectos que observamos han de tener una causa”. Juzgando entonces la causa por el efecto, han podido calcular los elementos, y más tarde los hechos vinieron a justificar sus previsiones. Ahora bien, apliquemos este mismo razonamiento a otro orden de ideas.
Si observamos la serie de los seres, se advierte que forman ellos una cadena sin solución de continuidad, desde la materia inerte hasta el más inteligente de los hombres. Pero ¡cuán inmensa laguna hay entre Dios y el hombre, que son el alfa y omega de todo lo creado! ¿Es razonable pensar que en éste terminan los eslabones de esa cadena? ¿Que sin transición sea franqueada la distancia que separa al hombre de lo infinito? La razón nos dice que entre el hombre y Dios tiene que haber otros eslabones, así como dijo a los astrónomos que entre los mundos conocidos debían existir mundos desconocidos. Pues bien, ¿cuál es la filosofía que ha llenado ese vacío? El Espiritismo nos muestra tal laguna ocupada por Seres de todas las categorías del Mundo Invisible, y dichos Seres no son otros que los Espíritus de los hombres llegados a diferentes niveles que conducen a la perfección. De esta suerte, todo se correlaciona y se encadena, desde el alfa hasta el omega. Vosotros, los que negáis la existencia de los Espíritus, ¡llenad pues, el vacío que ellos ocupan! Y vosotros, los que de ellos reís, ¡atreveros entonces a reír de las obras de Dios y de su omnipotencia!

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