domingo, 29 de septiembre de 2013

002 06 - Texto

QUE ES EL ESPIRITISMO
ALLAN KARDEC

S. –Supongamos que ciertos puntos de la doctrina católica sean negados por los espíritus que usted considera superiores; supongo que esos pueden ser erróneos; aquel que con razón o sin ella los crea artículos de fe y que obra en consecuencia, ¿Se verá perjudicado en su salvación, según los espíritus, por semejante creencia?

A. K. –No ciertamente, si ella no le impide el hacer el bien y al contrario si a él le impele; mientras que la creencia más fundada le perjudicará si es para él ocasión de hacer el mal, de no ser caritativo con su prójimo, si le hace duro y egoísta, porque no obra entonces según la ley de Dios, y Dios mira antes el pensamiento que los actos. ¿Quién se atreverá a sostener lo contrario?
¿Cree usted, por ejemplo, que sería provechoso la fe a un hombre que creyese perfectamente en Dios, y que en nombre de Dios cometiese actos inhumanos o contrarios a la caridad? ¿No es acaso mucho más culpable, porque tiene más medios de estar ilustrado?

S. –Así, el católico ferviente que cumple escrupulosamente los deberes de su culto, ¿No es censurado por los espíritus?

A. K. –No, si esto es para él cuestión de conciencia y si lo hace con sinceridad; sí, mil veces, si es hipócrita y si su piedad es aparente.
Los espíritus superiores, los que tienen por misión el progreso de la humanidad, se levantan contra todos los abusos que puedan retardar el progreso, cualquiera que sea la naturaleza de aquéllos, y los individuos y las clases de la sociedad que de ellos se aprovechan. Y usted no negará que la religión no siempre se ha visto exenta de los mismos. Si entre sus ministros los hay que cumplen su misión con abnegación cristiana, que la hacen grande, bella y respetable, no puede usted dejar de convenir que notados han comprendido la santidad de su ministerio. Los espíritus combaten el mal dondequiera que se encuentre; señalar los abusos de la religión, ¿Equivale a atacarla? No, pues tiene mayores enemigos que los difunden; porque estos abusos son los que hacen nacer la idea de que con algo mejor puede sustituírsela. Si algún peligro corriese la religión, sería preciso atribuirlo a los que dan de ella una idea falsa, haciendo de la misma arma de pasiones humanas, y que la explotan en provecho de su ambición.

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S. –Usted dice que el Espiritismo no discute los dogmas, y sin embargo admite ciertos puntos combatidos por la Iglesia, tales, por ejemplo, la reencarnación, la presencia del hombre en la Tierra antes de Adán, y niega la eternidad de las penas, la existencia de los demonios, el purgatorio y el fuego del infierno.

A. K. –Esos puntos se han discutido desde hace mucho tiempo, y no es el Espiritismo quien los ha puesto en tela de juicio; opiniones son esas de las cuales son algunas controvertidas por la misma teología y que juzgará el porvenir. A todas las domina un principio: la práctica del bien, que es la ley superior, la condición sine qua non de nuestro porvenir, como lo prueba el estado de los espíritus que con nosotros se comunican. En tanto que se haga para usted la luz sobre estas cuestiones, crea, si lo quiere, en las llamas y en los tormentos materiales si esto le puede alejar del mal: la creencia de usted no los hará más reales si es que no existen. Crea usted, si le place, que no tenemos más que una existencia corporal; esto no le impedirá renacer aquí o en otra parte, a pesar de usted, si así debe ser. Crea usted que el mundo entero y verdadero fue hecho en seis veces veinticuatro horas, si tal es su opinión: esto no impedirá que la Tierra tenga escritas en sus capas geológicas las pruebas de lo contrario. Crea usted, si así lo quiere, que Josué detuvo el Sol: esto no impedirá que la Tierra gire. Crea usted que sólo seis mil años hace que el hombre está en la Tierra; esto no impedirá que los hechos demuestren la imposibilidad de esa creencia. ¿Y que diría usted si el día menos pensado la inexorable geología viniese a demostrar, con patentes vestigios, la anterioridad del hombre, como ha demostrado tantas otras cosas? Crea usted lo que quiera, hasta en el diablo, si esta creencia puede hacerle bueno, humano y caritativo para con sus semejantes. El Espiritismo, como doctrina moral, sólo impone una cosa: la necesidad de hacer el bien y de no practicar el mal. Es una ciencia de observación, con que, vuelvo a repetirlo, tiene consecuencias morales, y éstas son la confirmación y la prueba de los grandes principios de la religión. En cuanto a los puntos secundarios, los deja a la conciencia de cada uno.
Pero note usted, caballero, que el Espiritismo no niega, en principio, algunos de los puntos divergentes de que usted acaba de hablar. Si hubiese usted leído todo lo que yo he escrito sobre este particular, hubiera visto que se limita a darles una interpretación más lógica y más racional que la vulgarmente admitida, así es que no niego el purgatorio, por ejemplo; demuestra por el contrario su necesidad y su justicia; pero hace más aún, lo define, el infierno ha sido descrito como una hoguera inmensa; ¿Pero es así como lo entiende la alta teología? No, evidentemente: dice que es una figura, que el fuego en que se abrasan los condenados es un fuego moral, símbolo de lo más grandes dolores.
En cuanto a la eternidad de las penas, si fuese posible pedirles su parecer para conocerles su opinión íntima, a todos los hombres en disposición de razonar y comprender, aun los más religiosos, se vería de qué parte está la mayoría, porque la idea de la eternidad, de los suplicios, es la negación de la infinita misericordia de Dios.
Por lo demás, he aquí lo que dice la doctrina espiritista sobre este particular: la duración del castigo está subordinada al mejoramiento del Espíritu culpable. Ninguna condenación se ha pronunciado contra él por un tiempo determinado. Lo que Dios le exige para poner un término a sus sufrimientos es el arrepentimiento, la expiación y la reparación; en una palabra, un mejoramiento serio, efectivo, y una vuelta sincera al bien. El Espíritu es así el árbitro de su propia suerte; puede prolongar sus sufrimientos por su persistencia en el mal, y aplacarlos o abreviarlos con sus esfuerzos para hacer el bien.
Estando la duración del castigo subordinada al arrepentimiento, resulta que el Espíritu culpable que no se arrepiente ni mejorase nunca, sufriría siempre, siendo para 

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él eterna la pena. La eternidad de las penas, pues, debe entenderse en sentido relativo, y no en sentido absoluto.
Una condición inherente a la inferioridad de los espíritus es la de no ver el término de su situación y creer que sufrirán siempre; esto es para ellos un castigo. Pero en cuanto se abre en su alma el arrepentimiento, Dios le hace entrever un rayo de esperanza.
Esta doctrina está evidentemente más conforme con la justicia de Dios, quien castiga mientras persistimos en el mal, y que perdona cuando entramos en el buen camino. ¿Quién la ha imaginado? ¿Nosotros? No; son los espíritus que la enseñan y prueban, por los ejemplos que diariamente nos ofrecen.
Los espíritus no niegan, pues, las penas futuras, puesto que describen sus propios sufrimientos, y este cuadro nos conmueve más que el de las llamas eternas, porque es perfectamente lógico. Se comprende que esto es posible, que debe ser así, que esa situación es consecuencia natural de las cosas. Puede ser aceptada por el pensamiento del filósofo, porque nada de ello repugna a la razón. He aquí por qué las creencias espiritistas han conducido al bien a una multitud de personas, materialistas algunas, a quienes no había detenido el temor del infierno tal como se nos describe.

S. –Sin dejar de admitir su razonamiento, ¿No creer usted que el vulgo necesita más imágenes plásticas que una filosofía que no puede comprender?

A. K. –Este es un error que ha producido más de un materialista; o por lo menos separado de la religión a más de un hombre. Viene un momento en que estas imágenes no impresionan, y entonces las personas que no profundizan, con la parte rechazan el todo, porque se dicen: si se me ha enseñado como verdad incontestable un punto falso, si se me ha dado una imagen, una figura en vez de la realidad, ¿Quién me asegura que el resto es más verdadero? La fe se fortifica, por el contrario, si desarrollándole la razón, nada rechaza. La religión ganará siempre siguiendo el progreso de las ideas, y si hubiese de peligrar algún día, sería porque, habiendo adelantado los hombres, permaneciese ella estacionaria. Es equivocar la época creer que hoy puede conducirse a los hombres por el temor al demonio y a los sufrimientos eternos.

S. –La iglesia reconoce hoy, efectivamente, que el infierno material es una figura; pero esto no excluye la existencia de los demonios. Sin ellos, ¿Cómo explicar la influencia del mal que no puede venir de Dios?

A. K. –El Espiritismo no admite los demonios, en el sentido vulgar de la palabra, pero admite los malos espíritus, que no valen mucho más y que causan tanto mal como ellos sugiriendo malos pensamientos. Únicamente dice que no son seres excepcionales, creados para el mal y perpetuamente destinados a él, especie de parias de la Creación y verdugos del género humano. Son seres atrasados, imperfectos aún, pero a los cuales reserva Dios el porvenir. Esté en esto conforme con la iglesia católica griega que admite la conversión de Satanás, alusión al mejoramiento de los malos espíritus. Note usted también, que la palabra demonio sólo implica la idea de Espíritu malo en la acepción moderna que se le ha dado, porque la palabra griega daimon significa genio, inteligencia. Como quiera que sea, hoy sólo se le admite a mala parte. Admitir la comunicación de los malos espíritus es reconocer en principio la realidad de las manifestaciones. La cuestión está en saber si sólo son ellos los que se comunican, según afirma la Iglesia, para motivar la prohibición de comunicar con los espíritus. Aquí invocamos el razonamiento y los hechos. Si algunos espíritus, cualesquiera que sean, se comunican, sólo es con permiso de Dios; ¿Y por qué comprenderse que sólo a los malos se les permite? ¿Cómo daría a éstos amplia libertad para venir a engañar a los hombres, y prohibiría a los buenos el venir a hacerles la oposición, a neutralizar sus perniciosas doctrinas? Creer que es así, ¿No sería

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poner en duda su poder y su bondad y hacer de Satanás un rival de la Divinidad? La Biblia, el Evangelio, los Padres de la Iglesia reconocen perfectamente la posibilidad de comunicar con el mundo invisible, del cual no están excluidos los buenos. ¿Por qué, pues, habrían de estarlo hoy? Por otra parte, al admitir la Iglesia la autenticidad de ciertas apariciones y comunicaciones de los santos, rechaza por lo mismo la idea de que sólo tengamos que habérnoslas con malos espíritus.
Ciertamente, cuando sólo buenas cosas encierran las comunicaciones, cuando sólo en ellas se predica la más pura y sublime moral evangélica, la abnegación, el desinterés y el amor al prójimo, cuando en ellos se censura el mal, cualquiera de sea el traje en que se disfrace, ¿Es racional creer que el Espíritu maligno venga de tal manera a hacer su propia acusación?

S. –El evangelio nos enseña que el ángel de las tinieblas, o Satanás, se transforma en ángel de luz para seducir a los hombres.

A. K. –Satanás, según el Espiritismo y la opinión de muchos filósofos cristianos, no es un ser real, sino la personificación del mal, como en otro tiempo lo era Saturno del tiempo. La Iglesia interpreta literalmente esta figura alegórica; asunto de opinión es éste que no discutiré. Admitamos por un instante que Satanás sea un ser real; la Iglesia, a fuerza de exagerar su poder con intención de atemorizar, llega a un resultado diametralmente opuesto, es decir, a la destrucción no ya de todo temor, sino de toda creencia en su persona, por el proverbio de que quien quiere probar mucho nada prueba. Se representa como eminentemente sagaz, mañoso y astuto, y en la cuestión del Espiritismo le hace desempeñar el papel de un tonto o de un torpe.
Puesto que el objeto de Satanás es alimentar el infierno con sus víctimas y robar almas a Dios, se comprende que se dirija a los que están en el bien para inducirles al mal, y que para ellos se transforme, según la bella alegoría, en ángel de luz, es decir, que simule hipócritamente la virtud. Pero lo que no se comprende es que deje escapar a los que tiene ya entre sus garras. Los que no creen en Dios ni en el alma, los que desprecian la oración y están sumidos en el vicio son, tanto como pueden serlo, del diablo, y nada hay ya que hacer para hundirlos más en el lodazal. Luego, incitarlos a volver a Dios, a rogarle, a someterse a su voluntad, animarlos a renunciar al mal, pintándolos la felicidad de los elegidos y la triste suerte que espera a los malvados, sería propio de un negado más estúpido que si se diese libertad a un pájaro prisionero con la idea de volverlo a coger enseguida.
Hay, pues, en la doctrina de la comunicación exclusiva de los demonios una contradicción que puede apreciar todo hombre sensato, y por esto no se persuadirá nunca de que los espíritus que vuelven a Dios a los que le negaban, al bien a los que hacían el mal, que consuelan a los afligidos, que dan fuerza y a ánimo a los débiles, que por la sublimidad de su enseñanza elevan el alma por encima de la vida material, son emisarios de Satanás, y que por este motivo debe prescindirse de toda revelación con el mundo invisible.

S. –Si la Iglesia prohíbe las comunicaciones con los espíritus de los muertos, es porque son contrarias a la religión y por estar formalmente condenadas por el Evangelio y por Moisés. Al pronunciar este último la pena de muerte contra semejantes prácticas, prueba lo reprensibles que son a los ojos de Dios.

A. K. –Dispense usted, esa prohibición no se encuentra en parte alguna del Evangelio; sólo se halla en la ley mosaica. Se trata, pues, de saber si la Iglesia pone la ley mosaica por encima de la evangélica, o de otro modo, de si es más Judía que cristiana: es digno de notarse que, de todas las religiones, la que menos oposición ha hecho al

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Espiritismo es la judaica, y que no ha invocado contra las evocaciones la ley de Moisés en que se apoya las sectas cristianas. Si las prescripciones bíblicas son el código de la fe cristiana, ¿Por qué se prohíbe la lectura de la Biblia? ¿Qué se diría si se prohibiese a un ciudadano estudiar el código de las leyes de su país?
La prohibición dictada por Moisés tenía su razón de ser, porque el legislador hebreo quería que su pueblo rompiese con todas las costumbres tomadas de los egipcios, y porque la de que tratamos era objeto de abusos. No se evocaba a los muertos por respeto y afecto hacia ellos, ni por sentimiento de piedad, sino que era aquel un medio de adivinación, objeto de un tráfico vergonzoso explotado por el charlatanismo y la superstición. Moisés tuvo, pues, razón en prohibirlo. Si pronunció contra semejante abuso una penalidad severa, fue porque se necesitaba medios rigurosos para gobernar aquel pueblo indisciplinado, motivo por el cual la pena de muerte se prodiga en su legislación. Sin razón, pues, se acude a la severidad del castigo para probar el grado de culpabilidad que hay en la evocación de los muertos.
Sin la prohibición de evocar a los muertos procede del mismo Dios, como pretende la Iglesia, debe haber sido Dios quien ha dictado la pena de muerte contra los delincuentes.
La pena, pues, tiene un origen tan sagrado como la prohibición; ¿Por qué no se la ha conservado? Todas las leyes de Moisés son promulgadas en nombre de Dios y por su orden. Si se cree que Dios es el autor de ella, ¿Por qué no están ya en observación? Si la ley de Moisés es para la Iglesia artículo de fe sobre un punto, ¿Por qué no lo es sobre todo? ¿Por qué recurrir a ella cuando se la necesita y rechazarla cuando no conviene? ¿Por qué no seguir todas sus prescripciones, la circuncisión entre ellas, que sufrió Jesús y no abolió?
Dos partes había en la ley mosaica: 1o La ley de Dios, es divina, y Cristo no hizo más que desarrollarla; 2o La ley civil o disciplinaria, apropiada a las costumbres de la época y que Jesús abolió.
Hoy las circunstancias no son las mismas, y la prohibición de Moisés carece de motivo. Por otra parte, si la Iglesia prohíbe llamar a los espíritus, ¿Puede prohibirles a ellos que vengan sin que se les llame? ¿No se ve todos los días que tienen manifestaciones de todos géneros personas que nunca se han ocupado del Espiritismo, y no las había que las tenían mucho antes de que se tratase de él?
Otra contradicción. Cuando Moisés prohibió evocar los espíritus de los muertos es porque podían venir, pues de otro modo su prohibición hubiera sido inútil. Si podían venir en su época, lo pueden también hoy, y si son los espíritus de los muertos, no son, pues, exclusivamente los demonios. Ante todo es preciso ser lógico.

S. –La Iglesia no niega que puedan comunicarse los buenos espíritus, pues reconoce que los santos han tenido manifestaciones, pero nunca puede considerar como buenos a los que contradicen sus principios inmutables. Cierto es que los espíritus enseñan las penas y recompensas futuras, pero no como ella, y por esto únicamente ella puede juzgar sus enseñanzas y discernir los buenos de los malos.

A. K. –He aquí la gran cuestión. Galileo fue acusado de hereje y de recibir inspiraciones del demonio, porque venía a revelar una ley de la Naturaleza, probando el error de una creencia que se miraba como inatacable, por lo cual fue condenado y excomulgado. Si sobre todos los puntos hubiesen abundado los espíritus en el sentido exclusivo de la Iglesia, si no hubiesen proclamado la libertad de conciencia y combatido ciertos abusos, hubieran sido bienvenidos y no se les hubiese calificado de demonios. Tal es la razón por la que todas las religiones, lo mismo los musulmanes que los católicos,

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creyéndose en posesión exclusiva de la verdad absoluta, miran como obra del demonio cualquier doctrina que no sea enteramente ortodoxa desde su punto de vista. Los espíritus no vienen a derribar la religión, sino a revelar, como Galileo, nuevas leyes de la Naturaleza. Si algunos puntos de fe se sienten lastimados, es porque están en contradicción con dichas leyes, lo mismo que la creencia en el movimiento del Sol. La cuestión está en saber si un artículo de fe puede anular una ley de la Naturaleza que es obra de Dios; y reconocida esta ley, ¿No es más prudente interpretar el dogma en el sentido de aquella que atribuirla al demonio?

S. –Pasemos por alto la cuestión de los demonios; sé que es diversamente interpretada por los teólogos, pero me parece más difícil de conciliar con los dogmas el sistema de la reencarnación, porque no es otra cosa que la renovación de la metempsicosis de Pitágoras.

A. K. –No es éste el momento de discutir una cuestión que exigiría amplio desarrollo; la encontrará expuesta en El Libro de los Espíritus y en El Evangelio según el Espiritismo: sólo diré, pues, dos palabras.
La metempsicosis de los antiguos consistía en la transmigración del alma humana a los animales, lo que implicaba una degradación. Por lo demás, esta doctrina no era lo que vulgarmente se cree. La transmigración de los animales no era considerada como una condición inherente a la naturaleza del alma humana, sino como un castigo temporal. Así, las almas de los asesinos pasaban al cuerpo de las fieras para recibir en él su castigo, la de los impúdicos a los cerdos y jabalíes, la de los inconscientes y aturdidos a las aves, la de los perezosos e ignorantes a los animales acuáticos; después de algunos miles de años, más o menos según la culpabilidad, de esta especie de prisión, volvía el alma a entrar en la Humanidad. La encarnación animal no era, pues, una condición absoluta, y se ligaba, como se ve, a la reencarnación humana, y es prueba de esto el que el castigo de los hombres tímidos consistía en pasar al cuerpo de las mujeres expuestas al desprecio y a las injurias. 4 -
Era una especie de espantajo para los cándidos, más bien que un artículo de fe para los filósofos. De la misma manera que se dice a los niños: “Si sois malos, se os comerá el lobo”, los antiguos decían a los criminales: “Os convertiréis en lobos”. En la actualidad se les dice: “El diablo os cogerá y os llevará al infierno”.
La pluralidad de existencias, según el Espiritismo, difiere esencialmente de la metempsicosis, porque no admite la encarnación del alma en los animales, ni siquiera como castigo. Los espíritus enseñan que el alma no retrocede nunca, sino que progresa siempre. Sus diferentes existencias corporales se realizan en la Humanidad, y cada existencia es para ellos un paso hacia delante en la senda del progreso moral e intelectual, lo que es muy diferente. No pudiendo adquirir un desarrollo completo en una sola existencia, abreviada frecuentemente por causas accidentales, Dios le permite continuar, en una nueva encarnación, la tarea que no pudo concluir o volver a empezar la que desempeñó mal. La expiación en la vida corporal consiste en las tribulaciones que durante ella sufrimos.
Para saber si la pluralidad de existencias es o no contraria a ciertos dogmas de la Iglesia, me limito a decir lo siguiente:
Una de dos, o la encarnación existe o no existe. Si ocurre lo primero, es prueba que está en las leyes de la Naturaleza. Para probar que no existe, sería preciso probar que es contraria, no a los dogmas, sino a aquellas leyes, y que se pudiese encontrar otra que explicara más clara y lógicamente las cuestiones que sólo ella puede resolver.

4 - véase la Pluralidad del alma, por Pezzani.

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Por lo demás, es fácil demostrar que ciertos dogmas encuentran en la reencarnación una sensación racional que los hace aceptables a los que los rechazaban porque no los comprendían. No se trata, pues, de destruir, sino de interpretar lo cual tendrá lugar más tarde por la fuerza de las cosas. Los que no quieran aceptar la interpretación será libres de hacerlo, como todavía lo son hoy de creer que es el Sol el que gira. La idea de la pluralidad de existencias se vulgariza con una rapidez maravillosa, en razón de su extrema lógica y de su conformidad con la justicia de Dios. Cuando sea reconocida como verdad natural y aceptada por todo el mundo, ¿Qué hará la Iglesia?
En resumen, la reencarnación no es un sistema imaginado para el sostenimiento de una causa ni una opinión personal. ¿Es o no es un hecho? Si está demostrado que ciertas cosas que existen son materialmente imposibles sin la reencarnación, es preciso admitir que son consecuencias de la reencarnación; y si está en la Naturaleza, no podrá ser anulada por una opinión contraria.

S. -¿Los que no creen en los espíritus y en sus manifestaciones llevan, al decir de los espíritus, la peor parte en la vida futura?

A. K. –Si esta creencia fuera indispensable para la salvación de los hombres, ¿Qué sería de los que, desde que el mundo existe, no estaban en condiciones de poseerla y de los que, por mucho tiempo aún, morirán sin tenerla? ¿Puede Dios cerrarles las puertas del porvenir? No, los espíritus que nos instruyen son más lógicos, y nos dicen: Dios es soberanamente justo y bueno, y no hace depender la suerte futura del hombre de condiciones independientes de su voluntad. No dicen: Fuera del Espiritismo no hay salvación, sino como Cristo: Fuera de la caridad no hay salvación posible.

S. –Permítame entonces que le diga que, desde el momento que los espíritus no enseñan otros principios que los de la moral que encontramos en el Evangelio, no comprendo la utilidad del Espiritismo, puesto que podíamos conseguir nuestra salvación antes de él y puesto que sin él podemos conseguirla aún. No sucedería lo mismo si los espíritus viniesen a enseñar algunas grandes y nuevas verdades, alguno de esos principios que cambian la faz del mundo, como hizo Cristo. Este por lo menos era solo, su doctrina única, mientras que hay millares de espíritus que se contradicen, diciendo blanco los unos y los otros negro, de donde se ha seguido que, desde un principio, sus partidarios forman ya muchas sectas. ¿No sería mejor dejar tranquilos a los espíritus y atenernos a lo que poseemos?

A. K. –Usted incurre, caballero, en el error de no salir de su punto de vista, y de tomar siempre a la Iglesia como único criterio de los conocimientos humanos. Si Cristo dijo la verdad, no podía decir otra cosa distinta el Espiritismo, y en vez de rechazarlo, se le debería acoger como un poderoso auxiliar que viene a confirmar, por las voces de ultratumba, las verdades fundamentales de la religión minadas por la incredulidad. Que le combata el materialismo, se comprende; pero que la Iglesia se alíe contra él con el materialismo, es menos concebible. Lo que también es tan inconsecuente como lo dicho, es que la Iglesia califica de demoníaca una enseñanza que se apoya en la misma autoridad, y que proclama la misión divina del fundador del cristianismo.
¿Pero Cristo lo dijo todo? ¿Podía revelarlo todo? No, porque Él dijo: “Muchas cosas tengo aún que deciros, pero no las comprenderíais, por eso os hablo en parábolas”. El Espiritismo viene hoy que el hombre está más adelantado para comprenderlo, a completar y explicar lo que Cristo intencionalmente esbozó tan sólo, o dijo bajo forma alegórica. Indudablemente dirá usted que esta explicación pertenecía a la Iglesia. ¿Pero a cual? ¿A la romana, a la griega, a la protestante? Puesto que no están acordes, cada una hubiese dado la explicación a su modo y reivindicado el privilegio de darla. ¿Cuál hubiese

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sido la que hubiera armonizado todos los puntos disidentes? Dios, que es prudente, previendo que a tal explicación mezclarían los hombres sus pasiones y sus preocupaciones, no han querido confiarles esta nueva revelación, y ha encargado a sus semejantes los espíritus que la proclamen en todos los puntos del globo, sin miramiento a ningún culto particular, a fin de que pudiese aplicarse a todos y que ninguna la emplee en provecho propio.
Por otra parte, ¿Los diversos cultos cristianos no se han separado en nada de la vía trazada por Cristo? ¿Sus preceptos de moral son escrupulosos observados? ¿No se han torturado sus palabras para apoyar en ellas la ambición y las pasiones humanas, siendo así que son la condenación de las mismas? El Espiritismo, pues, por la voz de los espíritus enviados por Dios, viene a traer a la estricta observación de sus preceptos a los que de ellos se ha separado. ¿No será especialmente este último motivo el que le trae el calificativo de obra satánica?
Sin razón llama usted sectas a algunas divergencias de opiniones respecto de los fenómenos espiritistas. No es de extrañar que al principio de una ciencia, cuando para muchos las observaciones eran incompletas teorías contradictorias. Pero estas teorías estriban en puntos de desarrollo y no en los principios fundamentales. Pueden constituir escuelas que explican ciertos hechos a su manera, pero no sectas, como no lo son los diferentes sistemas que dividen a nuestros sabios sobre las ciencias exactas, la medicina, la física, etc. Suprima usted la palabra secta, que es impropia en el caso presente. Y por otra parte, ¿El mismo cristianismo no ocasionó, desde su origen, una multitud de sectas? ¿Por qué no ha sido la palabra de Cristo bastante poderosa para poner silencio a todas las controversias? ¿Por qué es susceptible de interpretaciones que, aun en nuestros días, dividen a los cristianos en diferentes Iglesias que pretenden todas tener exclusivamente la verdad necesaria a la salvación, detestándose cordialmente y anatematizándose en nombre de su Maestro, que el amor y caridad predicó únicamente? La debilidad de los hombres, contestará usted: sea en buena hora; ¿Y por qué quiere usted que el Espiritismo triunfe súbitamente de esa debilidad y transforme a la humanidad como por encanto?
Vamos a la cuestión de utilidad. Dice usted que el Espiritismo nada nuevo nos enseña. Esto es un error, pues enseña, por el contrario, mucho a los que no se detienen en la superficie. Aunque no hubiese hecho más que sustituir con la máxima: Fuera de la caridad no hay salvación posible, que une a los hombres, a la de: Fuera de la Iglesia no hay salvación posible, que los separa, hubiese señalado una nueva era de la humanidad.
Dice usted que podíamos pasar sin él, conformes; como pudiéramos pasar sin una multitud de descubrimientos científicos. Seguramente los hombres se encontraban tan bien antes como después del descubrimiento de todos los nuevos planetas, del cálculo de los eclipses, del conocimiento del mundo microscópico y de otras cien cosas. El labrador, para vivir y cultivar el trigo, no necesita saber lo que es un cometa, y nadie niega, sin embargo, que todas esas cosas dilatan el círculo de las ideas y nos hacen penetrar más y más las leyes de la naturaleza. El mundo de los espíritus, es pues, una de esas leyes que nos hacen conocer el Espiritismo, enseñándonos la influencia que ejerce en el mundo corporal. Aun suponiendo que a esto se limitase su utilidad, ¿No sería mucho ya la revelación de semejante poder?
Vamos ahora su influencia moral. Admitamos que no enseña nada nuevo sobre este particular, ¿Cuál es el mayor enemigo de la religión? El materialismo, porque el materialismo nada cree, y el Espiritismo es la negación del materialismo, que no tiene ya razón de ser. No ya por el razonamiento, no por la fe ciega se dice al materialismo que todo no acaba con el cuerpo, sino por los hechos: se le demuestra, se le hace tocar con el

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dedo y ver con el ojo. ¿Es acaso pequeño este servicio que hace a la Humanidad y a la religión? Pero no es esto todo; la certeza de la vida futura, el cuadro viviente de los que ella nos han precedido demuestran la necesidad del bien y las consecuencias inevitables del mal. He aquí por qué, sin ser una religión, conduce esencialmente a las ideas religiosas, desarrollándolas en los que no las tienen y fortificándolas en aquellos en quienes son vacilantes. La religión encuentra, pues, en él un apoyo, no para esas personas miopes de inteligencia que ven toda la religión en la doctrina del fuego eterno, en la letra más que en el Espíritu, sino para los que la contemplan con arreglo a la grandeza y majestad de Dios.
En una palabra, el Espiritismo dilata y eleva las ideas; combate los abusos engendrados por el egoísmo, la codicia y la ambición; ¿Quién se atreverá a defenderlos y a declararse campeón suyo? Si no es indispensable para la salvación, la facilita fortificándonos en el camino del bien. ¿Cuál será, por otra parte, el hombre sensato que se atreve a sentar que la falta de ortodoxia es más reprensible a los ojos de Dios que el ateísmo y el materialismo? Propongo claramente las siguientes preguntas a todos los que combaten el Espiritismo bajo el aspecto de sus consecuencias religiosas:

1ª- Entre el que nada cree, o el que creyendo en las verdades generales no admite ciertas partes del dogma, ¿Quién tendrá la peor parte en la vida futura?

2ª- ¿El protestante y el cismático están confundidos en la misma reprobación que el ateo y el materialista?

3ª- El que no es ortodoxo, en el rigor de la palabra, pero que hace todo el bien que puede, que es bueno e indulgente para con su prójimo y leal en sus relaciones sociales, ¿Está menos seguro de la salvación que el creyendo en todo es duro, egoísta y falto de caridad?

4ª- ¿Qué es preferible a los ojos de Dios, la práctica de las virtudes cristianas sin la de los deberes de la ortodoxia, a la práctica de estos últimos sin la de la moral?

He respondido, señor sacerdote, a las preguntas y objeciones que me ha dirigido usted, pero como le dije al empezar, sin intención preconcebida de atraerle a nuestras ideas y de cambiar sus convicciones, limitándome a hacerle considerar al Espiritismo bajo su verdadero punto de vista. Si no hubiese usted venido, no hubiera yo ido a buscarle. No quiere esto decir que despreciemos su adhesión a nuestros principios, si ella hubiese de tener lugar, muy lejos de eso. Seremos felices muy felices, por el contrario, como con todas las adquisiciones que hacemos, y que son para nosotros tanto más valiosas en cuento son libres y voluntarias. No sólo no tenemos derecho alguno para ejercer coacción sobre cualquiera que sea, sino que sería para nosotros un escrúpulo el turbar la conciencia de los que, teniendo creencias que les satisfacen, no vienen espontáneamente.
Hemos dicho que el mejor medio de ilustrarse sobre el Espiritismo era el de estudiar la teoría; los hechos vendrán después naturalmente y se les comprenderá, cualquiera que sea el orden en que los traigan las circunstancias. Nuestras publicaciones han sido hechas con objeto de favorecer este estudio. He aquí el orden que aconsejamos.
Lo primero que debe leerse es este resumen, que ofrece el conjunto y los puntos cardinales de la ciencia; con él puede ya formarse una idea y convencerse de que en el fondo del Espiritismo hay algo serio. En esta rápida exposición nos hemos propuesto indicar los puntos que debe fijar particularmente la atención del observador. La ignorancia de los principios fundamentales es causa de las falsas apreciaciones de la mayor parte de los que juzgan lo que no comprenden, o que lo hacen con arreglo a ideas preconcebidas. Si esta primera ojeada despierta el deseo de aprender más, se leerá el Libro de los Espíritus, donde están completamente desarrollados los principios de la doctrina,

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después El Libro de los Médiums para la parte experimental, destinado a servir de guía a los que por sí mismo quieren operar, como a los que deseen darse cuenta de los fenómenos. Inmediatamente siguen las obras donde están desarrolladas las aplicaciones y consecuencias de la doctrina, tales como: El Evangelio según el Espiritismo, El cielo y el Infierno, El Génesis, los milagros y las predicciones, etc.

La Revista espiritista es en cierto modo un curso de aplicaciones, por los numerosos ejemplos e instrucciones que contiene, sobre la parte teórica experimental. A las personas serias, que han estudiado anticipadamente, les damos, verbalmente y con mucho gusto, las explicaciones que necesitan sobre los puntos que no hayan comprendido suficientemente.

002 05 - Texto

Locura, suicidio, obsesión

V. –Ciertas personas consideran las ideas espiritistas como capaces de turbar las facultades mentales, y por este motivo encuentran prudente detenerlas en su curso.

A. K. –Ya sabe usted conocer el proverbio: achaques quiere la muerte. No es, pues, de sorprender que los enemigos del Espiritismo procuren apoyarse en todos los pretextos. El indicado les ha parecido a propósito para despertar temores y susceptibilidades, y se han apoderado de él con solicitud. Pero desaparece ante el más ligero examen. Oiga usted, pues, sobre esta locura, el razonamiento de un loco.
Todas las grandes preocupaciones del Espíritu pueden ocasionar la locura; las ciencias, las artes, la misma religión, ofrecen su contingente. La locura tiene por principio un estado patológico del cerebro, instrumento del pensamiento: desorganizado el cerebro queda alterado el pensamiento. La locura es, pues, un efecto consecutivo, cuya causa primera es una predisposición orgánica que hace al cerebro más o menos accesible a ciertas impresiones, y esto es tan cierto que verá usted personas que piensan muchísimo sin volverse locos, y otros que pierden el juicio bajo la influencia de la más pequeña sobreexcitación. Dada la predisposición a la locura, ésta tomará el carácter de la preocupación principal, que se convertirá entonces en una idea fija. Ésta podrá ser la de los espíritus en quien de ellos se haya ocupado, como pudiera ser la de Dios, de los ángeles, del diablo, de la fortuna, del poder, de un arte, de una ciencia, de la maternidad, de un sistema político o social.
Es problema que el loco religioso lo hubiera sido espiritista, si el Espiritismo hubiese sido su preocupación dominante. Cierto es que un periódico ha dicho que en una sola localidad de América, cuyo nombre no recordamos, se contaban cuatro mil casos de locura espiritista. Pero ya sabemos que en nuestros adversarios es una idea fija el creerse dotados exclusivamente de razón, lo cual no deja de ser una manía como otra cualquiera.
Para ellos, todos nosotros somos dignos de un manicomio, y por consiguiente, los cuatro mil espiritistas de la localidad en cuestión deben ser otros tantos locos. Bajo este concepto, los Estados Unidos cuentan con centenares de miles, y un mayor número aún todos los países del mundo. Esta broma pesada comienza a caer en desuso desde que la indicada locura se hace paso en las más elevadas esferas de la sociedad. Mucho ruido se hace con un ejemplo conocido, el de Víctor Hennequín; pero se echa al olvido que, antes de ocuparse de los espíritus, había dado ya pruebas de excentricidad en las ideas. Si las mesas giratorias no hubiesen aparecido –las cuales, según un ingenioso juego de palabras de nuestros adversarios, le hicieron perder el juicio,- su locura hubiera tomado otro carácter.
Digo, pues, que el Espiritismo no goza de ningún privilegio en este punto, y aún más, bien comprendido, preserva de la locura y del suicidio.
Entre las más numerosas causas de sobreexcitación cerebral, deben contarse las decepciones, las desgracias, los afectos contrarios, causas que son también las más frecuentes de suicidio. Pues bien, el verdadero espiritista ve las cosas de este mundo desde un punto de vista tan elevado, que las tribulaciones no son para él más que incidentes desagradables. Lo que en otros produciría una violenta emoción, le afecta medianamente. Sabe por otra parte que los pesares de la vida son pruebas que conspiran a su adelanto si los sufre sin murmurar, porque será recompensado según el valor con que las haya soportado. Estas convicciones le dan, pues, una resignación que le preserva de la desesperación, y por consiguiente, de una causa incesante de locura y de suicidio. Sabe,

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además, por el espectáculo que le dan las comunicaciones de los espíritus, la deplorable suerte de los que voluntariamente abrevian sus días, y este cuadro es bastante para hacerle reflexionar, por lo cual es considerable el número de los que por él han sido detenidos en la funesta pendiente. Este es uno de los resultados del Espiritismo.
En el número de las causas de locura, debe colocarse también el miedo, y el que se tiene al diablo ha descompuesto a más de un cerebro. ¿Se sabe por ventura el número de víctimas producidas al impresionar las imaginaciones débiles con este cuadro que se procura hacer más horroroso por medio de horribles pormenores? Se dice que el diablo no espanta más que a los chiquillos, que es un freno para hacerles prudentes; sí, como la bruja y el coco, pero cuando no les tienen ya miedo, son peores que antes. Y por este magnífico resultado, se olvida el número de epilepsias acusadas a un cerebro delicado.
No debe confundirse la locura patológica, con la obsesión. Ésta no procede de ninguna lesión cerebral, sino de la subyugación ejercida por los espíritus maléficos sobre ciertos individuos, y tiene, a veces, las apariencias de la locura propiamente dicha. Esta afección, que es muy frecuente, es independiente de la creencia en el Espiritismo y ha existido en todos los tiempos. En este caso, la medicina general es impotente y hasta nociva. El Espiritismo, haciendo conocer esta nueva causa de turbación en el estado del ser, ofrece, al mismo tiempo, el medio de curarla obrando no en el enfermo, sino en el Espíritu obsesor. Es el remedio y no la causa de la enfermedad.

Olvido del pasado

V. –No me explico cómo puede aprovecharse el hombre de la experiencia adquirida en las anteriores existencias si no conserva el recuerdo de las mismas; porque, desde el momento que no las recuerda, cada existencia viene a ser como la primera, lo cual equivale a empezar siempre. Supongamos que al despertarnos cada día perdiésemos la memoria de lo que habíamos hecho en el anterior. Es indudable que no estaríamos más adelantados a los sesenta que a los diez años, mientras que recordando nuestras faltas, nuestras fragilidades y los castigos recibidos, procuraríamos no volver a incurrir en ellas. Sirviéndome de la comparación hecha por usted del hombre en la Tierra con el alumno de un colegio, no comprendería que este último pudiese aprovechar las lecciones del quinto año, por ejemplo, si no recordase las aprendidas en el cuarto. Estas soluciones de continuidad en la vida del Espíritu interrumpen todas las relaciones, haciendo de él un ser nuevo hasta cierto punto, de donde puede concluirse que nuestros pensamientos mueren en cada existencia, para renacer sin conciencia de lo que hemos sido. Esto es una especie de anonadamiento.

A. K. –De cuestión en cuestión me conducirá a usted a hacer un curso completo de Espiritismo. Todas las objeciones que usted hace son naturales en el que nada sabe en este asunto, y que encontraría, en un estudio profundo, una solución mucho más explícita que la que puedo dar en una explicación sumaria, que por sí misma debe provocar incesantemente nuevas cuestiones. Todo se encadena en el Espiritismo, y cuando se estudia el conjunto, se ve que los principios se desprenden los unos de los otros apoyándose mutuamente, y lo que parecía entonces una anomalía contraria a la justicia de Dios, parece completamente natural y viene en confirmación de esa sabiduría y de esta justicia de Dios, parece completamente natural y viene en confirmación de esa sabiduría y de esa justicia.
Tal es el problema del olvido del pasado que se relaciona con cuestiones de igual importancia, por lo cual no haré más que desbrozarle.

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Si a cada nueva existencia se corre un velo sobre el pasado, nada pierde el Espíritu de lo que ha adquirido en aquél; olvida únicamente la manera como lo ha adquirido. Sirviéndome de la comparación del alumno, poco le importa recordar dónde, cómo y con qué profesores cursó el cuarto año, al entrar en que quinto, sabe lo que se aprende en el cuarto. ¿Qué le importa saber que fue castigado por su pereza o por su insubordinación, si tales castigos le han hecho estudioso y dócil? De este modo, el hombre, al reencarnarse, trae instintivamente y como ideas innatas lo que ha adquirido en ciencia y en moralidad. Digo en moralidad, porque si durante una existencia se ha mejorado, si ha aprovechado las lecciones de la experiencia, cuando se reencarne será instintivamente mejor; su Espíritu, robustecido en la escuela del sufrimiento y del trabajo, tendrá más solidez; lejos de tener que empezar, posee un abundante fondo, en el que se apoya para adquirir más y más.
La segunda parte de su objeción, respecto del anonadamiento del pensamiento, no es menos infundada, porque semejante olvido sólo tiene lugar durante la vida corporal. Al dejarla, el Espíritu recobra el recuerdo del pasado: puede entonces juzgar del camino recorrido y del que aún le falta recorrer; de modo que no hay solución de continuidad en la vida espiritual, que es la normal del Espíritu.
El olvido temporal es un beneficio de la providencia, ya que la experiencia se adquiere a menudo por las rudas pruebas y expiaciones terribles, cuyo recuerdo sería muy penoso, viniendo a juntarse a las angustias de las tribulaciones de la vida presente. Si parecen largos los sufrimientos de la vida, ¿Qué no parecerían si se aumentase su duración con el recuerdo de los sufrimientos del pasado? Usted, por ejemplo, caballero, es hoy un hombre honrado, pero acaso lo debe a los rudos castigos sufridos por faltas que hoy repugnarían a su conciencia; ¿Le gustaría a usted recordar el haber sido ahorcado alguna vez? ¿No le perseguiría constantemente la vergüenza, pensando que el mundo sabe el mal por usted cometido? ¿Qué le importa a usted lo que haya podido hacer y lo que haya sufrido para expiarlo, si es usted actualmente un hombre apreciable? A los ojos del mundo, es usted un nuevo hombre. A los de Dios, un Espíritu rehabilitado. Libre del recuerdo de un pasado importuno, obra con más libertad; la vida actual es un nuevo punto de partida; las deudas anteriores de usted están satisfechas, le corresponde ahora no encontrar otras nuevas.
¡Cuántos hombres quisieran poder, durante su vida, correr un velo sobre sus primeros años! ¡Cuántos se han dicho al fin de su existencia!: “Si volviese a empezar, no haría lo que he hecho”. “Pues bien, lo que no pueden deshacer en esta vida, lo desharán en otra; en una nueva existencia, su Espíritu traerá consigo, en estado de intuición, las buenas resoluciones tomadas. Así se realiza gradualmente el progreso de la Humanidad.
Supongamos aún, lo que es muy ordinario, que entre sus relaciones, en su misma familia, se encuentre un individuo del cual está usted quejoso, que quizá le ha arruinado o deshonrado en otra existencia, y que viene arrepentido a encarnarse junto a usted, a unírsele por lazos de familia para reparar los agravios por medio de su interés y afecto, ¿No se encontrarían ustedes mutuamente en la posición más falsa, si ambos recordaran sus enemistades? En lugar de apaciguarse éstas, se eternizarían los odios.
Deduzca usted de todo esto que el recuerdo del pasado perturbaría las relaciones sociales y sería una traba al progreso. ¿Quiere usted una prueba de actualidad? Si un hombre condenado a presidio tomase la firme resolución de ser honrado, ¿Qué sucedería a su salida? Sería rechazado por la sociedad y esta repulsión casi siempre volvería a arrastrarle hacia el vicio. Si suponemos, por el contrario, que todo el mundo ignora sus

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antecedentes, sería bien recibido, y si él mismo pudiese olvidarlo, no sería menos honrado y podría caminar alta la frente, en vez de bajarla a la vergüenza del recuerdo.
Esto concuerda perfectamente con la doctrina de los espíritus acerca de los mundos superiores al nuestro. En ellos, donde sólo el bien reina, el recuerdo del pasado no es nada penoso, y por eso sus habitantes recuerdan la existencia precedente como nosotros lo que hemos hecho el día anterior. En cuanto a lo que ha podido hacerse en los mundos inferiores, viene a ser como un sueño pasado.

Elementos de convicción

V. –Convengo, caballero, en que desde el punto de vista filosófico la doctrina espiritista es perfectamente racional, pero queda siempre la cuestión de las manifestaciones que sólo los hechos pueden resolver, y la realidad de semejantes hechos es la que niegan muchas personas, por lo cual no debe usted extrañar el deseo que se experimenta de presenciarlos.

A. K. –Lo encuentro natural, pero como busco el provecho que puedan dar, explico las condiciones en que conviene colocarse para observarlos mejor, y sobre todo para comprenderlos. El que a ello no quiere someterse indica que no tiene serios deseos de ilustrarse, y entonces es inútil perder el tiempo con él.
También convendrá usted, caballero, en que sería extraño que una filosofía racional hubiese salido de hechos ilusorios y falsos. En buena lógica, la realidad del efecto implica la realidad de la causa; si es verdadero el uno, no puede ser falsa la otra, porque no habiendo árbol, no se pueden cosechar frutos.
Cierto es que todo el mundo no ha podido evidenciar los hechos, porque no todos se han puesto en las condiciones requeridas para observarlos, ni han tenido en ellos la paciencia y perseverancia necesarias. Pero esto sucede como en todas las ciencias: lo que no hacen unos lo hacen otros, y todos los días se admite el resultado de cálculos astronómicos por aquellos que no los han hechos.
Como quiera que sea, si usted encuentra buena la filosofía, puede aceptarla como otra cualquiera, reservándose su opinión sobre los senderos y medios que a ella han conducido, o como máximo admitiéndolos a título de hipótesis hasta que tenga más amplia demostración.
Los elementos de convicción no son los mismos para todos; lo que convence a los unos no causa impresión ninguna a los otros, y de aquí que sea necesario un poco de todo. Pero es un error creer que los experimentos físicos son el único medio de convencimiento. He visto algunos a quienes los más notables fenómenos no han podido convencer y de quienes ha triunfado una simple respuesta por escrito. Cuando se ve un hecho que no se comprende, parece más sospechoso cuanto más extraordinario es, y el pensamiento le busca siempre una causa vulgar; si nos damos cuenta de él, lo admitimos mucho más fácilmente, porque tiene una razón de ser: lo maravilloso y lo sobrenatural desaparecen entonces. Es indudable que las explicaciones que acabo de dar a usted en este diálogo están lejos de ser completas, pero estoy persuadido de que, sumarias como son, le darán que pensar, y si las circunstancias le hacen a usted testigo de algunas manifestaciones, las verá con menos prevención, porque podrá fundar su razonamiento sobre una base. Hay dos cosas en el Espiritismo: la parte experimental de las manifestaciones y la doctrina filosófica; y todos los días me visitan personas que nada han visto y que creen tan firmemente como yo, únicamente por el estudio que han hecho de la parte filosófica. Para ellas el fenómeno de las manifestaciones es lo accesorio; el fondo,

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la doctrina, la ciencia, la encuentran tan grande y tan racional, que hallan en la misma todo lo que puede satisfacer sus aspiraciones interiores, haciendo abstracción del hecho de las manifestaciones, y concluyen, de aquí, que aun suponiendo que éstas no existen, no deja de ser la doctrina que mejor resuelve una multitud de problemas creídos insolubles. ¡Cuántos son los que me han dicho que estas ideas habían germinado en su cerebro, aunque de una manera confusa! El Espiritismo ha venido a formularla o darles un cuerpo, siendo para ellos un rayo de luz. Esto explica el número de adeptos que ha hecho la sola lectura de El Libro de los Espíritus. ¿Cree usted que hubiese sucedido esto si nos hubiéramos concretado a las mesas giratorias y parlantes?

V. –Tiene usted razón en decir, caballero, que de las mesas giratorias ha salido una doctrina filosófica, y lejos estaba yo desospechar las consecuencias que podían surgir de un hecho que se miraba como un simple objeto de curiosidad. Ahora veo cuán vasto es el campo abierto por su sistema.

A. K. –Dispense usted, caballero; usted me honra mucho atribuyéndome ese sistema, pero no me pertenece. Todo él está deducido de la enseñanza de los espíritus. Yo he visto, observado, coordinado, y procurado hacer comprender a los otros lo que yo comprendo; he aquí toda la parte que me toca. Entre el Espiritismo y los otros sistemas filosóficos hay esta diferencia capital, que los últimos son obra de hombres más o menos esclarecidos, mientras que en el que usted me atribuye no tengo el mérito de haber inventado un solo principio. Se dice: la filosofía de Platón, de Leibnitez; pero no se dirá: la doctrina de Allan Kardec, y esto es lógico; porque, ¿Qué peso ha de tener un hombre en cuestión tan seria? El Espiritismo tiene auxiliares mucho más preponderantes y a cuyo lado somos átomos.

Sociedad espiritista de París

V. –Sé que dirige usted una sociedad que se ocupa en estos estudios; ¿Me sería posible ingresar en ella?

A. K. –Por ahora ciertamente que no: porque si para ingresar en la misma no se necesita ser doctor en Espiritismo, es preciso por lo menos tener sobre este particular ideas más fijas que las de usted. Como no quiere ser turbada en sus estudios, no puede admitir a los que le harían perder el tiempo en cuestiones elementales, ni a los que, no simpatizando con sus principios y convicciones, introducirían el desorden con discusiones intempestivas o por Espíritus de contradicción. Ella es una sociedad científica, como otras muchas, que se ocupa en profundizar los diferentes puntos de la ciencia espiritista, procurando esclarecerlos. Es el centro donde convergen las enseñanzas de todas las partes del mundo, y donde se elaboran y coordinan las cuestiones que se refieren al progreso de la ciencia, pero no una escuela, ni una enseñanza elemental, más tarde, cuando las convicciones de usted están formadas por el estudio, se verá si hay lugar a admitirle. En el ínterin, podrá usted como máximo asistir una o dos veces como oyente, con la condición de no hacer reflexión alguna que pueda ofender a nadie, pues de lo contrario, yo, que le abría presentado a usted, sufriría los reproches de mis colegas, y a usted se le cerraría la puerta para siempre. Verá usted una reunión de hombres serios y de buen trato, cuya mayor parte se recomienda por la superioridad de su saber y de su posición social, y que no permitirían que aquellos a quienes admite la sociedad se separasen lo más mínimo de los buenos modales; porque no se figura usted que ella invite al público, y que llame a sus sesiones al primer transeúnte. Como no hace demostraciones para satisfacer la curiosidad, huye cuidadosamente de los curiosos. Los que creyesen,

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pues, encontrar en ella una distracción o un espectáculo, se llevarían chasco y harían muy bien en no presentarse a la misma. He aquí por qué no admite, ni siquiera como simples oyentes, a los que no conocen o a aquellos cuyas disposiciones hostiles son notorias.

Prohibición del Espiritismo

V. –Una pregunta final, se lo suplico a usted. El Espiritismo tiene poderosos enemigos; ¿No podrían éstos prohibir el ejercicio de aquél y las sociedades espiritistas, deteniendo de este modo su propagación?

A. K. –Medio sería éste de perder la partida más pronto porque la violencia es el argumento de los que no tienen razones que oponer. Si el Espiritismo es una quimera caerá por sí mismo sin que nadie se tome el trabajo de destruirlo. Si le persiguen es porque se le teme, y sólo lo grave infunde temor. Si es una realidad, está, según tengo dicho, en la Naturaleza, y no se revocan de un plumazo las leyes de la Naturaleza.
Si las manifestaciones espiritistas fuesen privilegio de un solo hombre, no hay duda que, deshaciéndose de él, se pondría fin a las manifestaciones. Desgraciadamente para sus adversarios, no son un misterio para nadie; nada hay secreto en ellas, nada oculto, todo se realiza a la luz del día; están a la disposición de todo el mundo y se les emplea en el palacio y en la cabaña. Puede prohibirse el ejercicio público, pero ya sabemos que no es precisamente en público donde mejor se producen, sino en la intimidad, y pudiendo cada uno ser médium, ¿Quién impedirá, a una familia en el interior de su casa, a un individuo en el silencio de su gabinete, al prisionero entre sus cadenas, tener comunicaciones con los espíritus, a pesar y a las barbas de sus esbirros? Admitamos, sin embargo, que un gobierno fuese bastante fuerte para impedirlas en su estado, ¿Las impediría en los Estados vecinos, en el mundo entero, ya que no hay un solo país en ambos continentes donde no se encuentran médiums?
El Espiritismo, por otra parte, no tiene su germen en los hombres. Es obra de los espíritus, que no pueden ser quemados, ni encarcelados. Consiste en la creencia individual y no en las sociedades, que en manera alguna son necesarias. Si se llega a destruir todos los libros espiritistas (y eso que existen ya algunos miles), los espíritus los dictarían de nuevo.

Diálogo tercero. El sacerdote

El sacerdote. -¿Me permitiría usted, caballero, que a mi vez le dirija algunas preguntas?

A. K. –Con mucho gusto. Pero, antes de responderlas, creo útil manifestarle el terreno en que espero colocarme para responderle.
Debo manifestarle que de ningún modo pretenderé convertirlo a nuestras ideas. Si desea conocerlas detalladamente, las encontrará en los libros donde están expuestas; allí las podrá usted estudiar detenidamente, y libre será de rechazarlas o aceptarlas.
El Espiritismo tiene por objeto combatir la incredulidad y sus funestas consecuencias, dando pruebas patentes de la existencia del alma y de la vida futura. Se dirige, pues, a los que no creen en nada o que dudan, y usted lo sabe, el número de ellos es grande. Los que tienen una fe religiosa, y a los que basta esa fe, no tiene necesidad de él. Al que dice: “Yo creo en la autoridad de la Iglesia y me atengo a lo que enseña sin buscar nada más”, el Espiritismo responde que no se impone a nadie ni viene a forzar convicción alguna.

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La libertad de conciencia es una consecuencia de la libertad de pensar, que es uno de los atributos del hombre, y el Espiritismo se pondría en contradicción con sus principios de caridad y de tolerancia si no las respetase. A sus ojos, toda creencia, cuando es sincera y no induce a dañar al prójimo, es respetable aunque fuese errónea. Si alguien se empeña en creer, por ejemplo, que es el Sol el que da vueltas y no la Tierra, le diríamos: Créalo usted, si le place; porque eso no impedirá que la Tierra dé vueltas; pero del mismo modo que nosotros no procuramos violentar su conciencia, no procure usted violentar la de otros. Si convierte usted en instrumento de persecución una creencia inocente en sí misma, se trueca en nociva y puede ser combatida.
Tal es, señor sacerdote, la línea de conducta que he observado con los ministros de diversos cultos que a mí se han dirigido. Cuando me han interrogado sobre puntos de la doctrina, les he dado las explicaciones necesarias, absteniéndome empero de discutir ciertos dogmas, de que no debe ocuparse el Espiritismo, ya que cada uno es libre de apreciarlos. Pero jamás he ido en busca de ellos con el intento de destruir su fe por medio de la coacción. El que a nosotros viene como hermano, como hermano lo recibimos. Al que nos rechaza le dejamos en paz. Este es el consejo que no ceso de dar a los espiritistas, porque jamás he elogiado a los que se atribuyen la misión de convertir al clero. Siempre les he dicho: Sembrad en el campo de los incrédulos, que en él hay abundante mies que recoger.
El Espiritismo no se impone, porque, como he dicho, respeta la libertad de conciencia. Sabe, por otra parte, que toda creencia impuesta es superficial y sólo da las apariencias de fe, pero no la fe sincera. A la vista de todos expone sus principios, de modo que pueda cada uno formar opinión con conocimiento de causa. Los que los aceptan, laicos o sacerdotes, lo hacen libremente y porque los encuentran racionales; pero de ninguna manera abrigamos mala voluntad respecto de los que son de nuestro parecer. Si hay lucha entre la Iglesia y el Espiritismo, estamos convencidos de que no la hemos provocado nosotros.

S. –Si la Iglesia, al ver surgir una nueva doctrina, encuentra en ella principios que, a su modo de ver, debe condenar, ¿Le negará usted el derecho de discutirlo y combatirlos, de prevenir a los fieles contra los que considera errores?

A. K. –De ningún modo negamos un derecho que reclamamos para nosotros. Si la iglesia se hubiese encerrado en los límites de la discusión, nada mejor podíamos pedir. Pero lea usted la mayor parte de los escritos emanados de sus miembros o publicados en nombre de la religión, y los sermones que han sido predicados, y verá usted la injuria y la calumnia rebosando en todas partes, y los principios de la doctrina indigna y maliciosamente desfigurados. ¿No se ha oído calificar desde lo alto del púlpito de enemigos de la sociedad y del orden público a los espiritistas? ¿No han visto anatematizados y arrojados de la iglesia, a los que el Espiritismo ha atraído a la fe, dando por razón que más vale ser incrédulo que creer en Dios y en el alma por medio del Espiritismo? ¿No se han echado de menos para ellos las hogueras de la inquisición? En ciertas localidades, ¿No se les ha señalado a la animadversión de sus conciudadanos, hasta hacer que se les persiguiese e injuriase en las calles? ¿No se ha conjurado a todos los fieles a que se huyese de ellos, como a los apestados, e inducido a los criados a que no entrasen a su servicio? ¿No se ha solicitado de las mujeres que se separasen de sus maridos, y de los maridos que se separasen de sus mujeres por causa del Espiritismo? ¿No se ha hecho perder su plaza a los empleados, retirar a los obreros el pan del trabajo, y el de la caridad a los desgraciados porque eran espiritistas? Hasta los mismos ciegos han sido echados de los hospitales, porque no quisieron abjurar de su creencia. Y dígame usted, señor sacerdote,

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¿Es ésta una discusión leal? ¿Acaso han vuelto injuria por injuria, y mal por mal los espiritistas? No. A todo han opuesto la calma y la moderación. La conciencia, pues, les ha hecho ya la justicia de decir que no han sido ellos los agresores.

S. –Todo hombre sensato deplora tales excesos, pero la Iglesia no puede ser responsable de abusos cometidos por algunos de sus miembros poco ilustrados.

A. K. –Convengo en ello, ¿Pero son miembros poco ilustrados los príncipes de la Iglesia? Vea usted la pastoral del obispo de Argel y de algunos otros. ¿Y no fue un obispo el que decretó el auto de fe de Barcelona? La autoridad superior eclesiástica, ¿No tiene poder omnímodo sobre sus subordinados? Si, pues, tolera sermones indignos de la cátedra evangélica, si favorece la publicación de escritos injuriosos y difamatorios para una clase de ciudadanos, si no se opone a la persecución ejercidas en nombre de la religión, es porque aprueba todo eso.
En resumen, rechazando sistemáticamente la Iglesia a los espiritistas que a ella volvían, les ha obligado a replegarse sobre sí mismos, y por la naturaleza y violencia de sus ataques ha ensanchado la discusión trayéndola a otro terreno. El Espiritismo no era más que una simple doctrina filosófica; la Iglesia es quien lo ha engrandecido, presentándolo como un enemigo terrible, quien, en fin, la ha proclamado una nueva religión. Esta era una falta de destreza, pero la pasión no reflexiona.

Un librepensador. –Hace un momento proclamó usted la libertad de pensamiento y de conciencia, y declaró que toda creencia sincera es respetable. El materialismo es una creencia como otra cualquiera, ¿Por qué no ha de gozar de la libertad que concede usted a las otras?

A. K. –Seguramente cada uno es libre de creer lo que le plazca o de no creer en nada, y no legitimamos una persecución contra el que cree en la nada después de la muerte, y como tampoco la dirigida contra un cismático de una religión cualquiera. Combatiendo el materialismo, atacamos no a los individuos, sino a una doctrina que, si bien es inofensiva para la sociedad cuando se cierra en el foro interno de la conciencia de las personas ilustradas, es una llaga social si se generaliza. La creencia de que todo acaba para el hombre después de la muerte, de que toda solidaridad cesa con la vida, le conduce a considerar el sacrificio del bienestar presente en provecho de otro como una tontería, y de aquí la máxima: Cada uno para sí, durante la vida, puesto que nada hay después de ésta. La caridad, la fraternidad, la moral, en una palabra, no tienen ninguna base, ninguna razón de ser. ¿Por qué molestarse, reprimirse, privarse hoy, cuando acaso mañana no existiremos? La negación del porvenir, la simple duda sobre la vida futura, son los mayores estímulos del egoísmo, manantial de la mayor parte de los males de la humanidad. Se necesita gran virtud para ser retenido en la pendiente del vicio y del crimen, sin otro freno que la fuerza de su voluntad. El respeto humano puede detener al hombre de mundo, pero no aquel para quien el temor de la opinión es nulo.
La creencia de la vida futura, demostrando la perpetuidad de las relaciones entre los hombres, establece entre ellos una solidaridad que no se detiene en la tumba, cambiando así el curso de las ideas. Si esta creencia no fuera más que un vano espantajo, sólo en una época hubiese existido. Pero como su realidad es un hecho de experiencia, es un deber propagarla y combatir la creencia contraria en interés del orden social. Esto es lo que hace el Espiritismo, lo hace con éxito, porque da pruebas, y porque en definitiva el hombre percibe la certeza de vivir dichoso en un mundo mejor, en compensación de las miserias terrestres, que creer que se muere para siempre. El pensamiento de verse anonadado perpetuamente, de creer a los hijos y a los seres que nos son queridos perdidos sin esperanza, sonríe, créalo usted, a un número de personas muy reducido. Y de

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aquí depende que los ataques dirigidos contra el Espiritismo en nombre de la incredulidad tengan tan poco éxito, y no lo han hecho vacilar un instante.

S. –La religión enseña todo eso; hasta el presente ha sido ella suficiente, ¿Hay por ventura necesidad de una nueva doctrina?

A. K. –Si basta la religión, ¿Por qué hay tantos incrédulos, religiosamente hablando? La religión nos lo enseña, es cierto, nos dice que creamos en ello, ¡Pero hay tantas personas que no creen si no se les prueba lo que se les dice! El Espiritismo prueba y hace ver lo que la religión enseña teóricamente. ¿Y de dónde proceden semejantes pruebas? De la manifestación de los espíritus. Es probable, pues, que sólo con permiso de Dios se manifiesten, y si Dios en su misericordia envía tal recurso a los hombres, para sacarlos de la incredulidad, es una impiedad rechazarlo.

S. –No me negará usted, sin embargo, que el Espiritismo no está conforme en todos sus puntos con la religión.

A. K. –Por Dios, señor sacerdote, todas las religiones pueden decir lo mismo: los protestantes, los judíos, los musulmanes, lo mismo que los católicos.
Si el Espiritismo negase la existencia de Dios, del alma, su individualidad y su inmortalidad, las penas y las recompensas futuras, el libre albedrío del hombre. Si enseñase que cada uno vive en la Tierra y que sólo en sí debe pensar, sería contrario no sólo a la religión católica, sino a todas las religiones del mundo; sería la negación de todas las leyes morales, base de las sociedades humanas, lejos de esto, los espíritus proclaman un Dios único, soberanamente justo y bueno; dicen que el hombre es libre y responsable de sus actos, remunerando y castigado según el bien o el mal que haya hecho; ponen por encima de todas las virtudes la caridad evangélica, y esta regla sublime enseñada por Cristo: Hacer a los otros lo que quisiéramos que nos hicieran a nosotros. ¿No son esto los fundamentos de la religión? Hacen más aún: Nos inician en los misterios de la vida futura, que no es ya para nosotros una abstracción, sino una realidad, porque los mismos a quienes conocíamos son los que nos vienen a reflejarnos su situación o decirnos cómo y por qué sufren o son dichosos. ¿Qué hay en esto de antirreligioso? Esta certeza en el porvenir de encontrar a los que hemos amado, ¿No es un consuelo? La grandiosidad de la vida espiritual, que es su esencia, comparada con las mezquinas preocupaciones de la vida terrestre, ¿No es a propósito para elevar nuestra alma y para estimular al bien?

S. –Convengo en que respecto de las cuestiones generales el Espiritismo está conforme con las grandes verdades del cristianismo, ¿Pero sucede lo mismo en cuanto a los dogmas? ¿Acaso no contradice ciertos principios que nos enseña la Iglesia?

A. K. –El Espiritismo es ante todo una ciencia y no se ocupa en cuestiones dogmáticas. Esta ciencia, como todas las filosóficas, tiene consecuencias morales, ¿Son buenas o malas? Puede juzgarse de ellas por los principios generales que acabo de recordar. Algunas personas se han equivocado sobre el verdadero carácter del Espiritismo, y esta cuestión es bastante seria, para que nos merezca algún desarrollo.
Citemos ante todo una comparación: estando en la Naturaleza la electricidad, ha existido en todos los tiempo, produciendo los efectos que conocemos y muchos otros que no conocemos aún. Los hombres, ignorando la verdadera causa, han explicado aquellos efectos de una manera más o menos extravagante. El descubrimiento de la electricidad y de sus propiedades vino a destruir una multitud de absurdas teorías iluminando más de un misterio de la Naturaleza. Lo que la electricidad y las ciencias físicas en general han hecho en ciertos fenómenos, lo hace el Espiritismo en fenómenos de otro orden.

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El Espiritismo está fundado en la existencia de un mundo invisible formado de seres incorpóreos que pueblan el espacio, y que no son otros que las almas de los que han vivido en la Tierra o en otros globos, donde han dejado su envoltura material. Estos son los seres que designamos con el nombre de Espíritu; nos rodean sin cesar y ejercen en los hombres, a pesar de éstos, una gran influencia; desempeñan un papel muy activo en el mundo moral, y hasta cierto punto en el físico. El Espiritismo está, pues, en la Naturaleza, y se puede decir que, en un cierto orden de ideas, es una fuerza, como lo es la electricidad y la gravitación bajo otro punto de vista. Los fenómenos cuyo origen está en el mundo invisible, han debido producirse y se han producido, en efecto, en todos los tiempos. He aquí por qué la historia de todos los pueblos hace mención de ellos. Únicamente en su ignorancia, como para la electricidad, los hombres han atribuido esos fenómenos a causas más o menos racionales, dando, bajo este concepto, libre curso a su imaginación. El Espiritismo, mejor observado después de que se ha vulgarizado, ilumina una multitud de cuestiones hasta hoy irrecusables o mal comprendidas, su verdadero carácter es, pues, el de una ciencia y no de una religión; y la prueba está en que cuenta entre sus adeptos hombres de todas las creencias, sin que por esto hayan renunciado a sus convicciones; católicos fervientes, que no dejan de practicar todos los deberes de su culto, cuando no son rechazados por la Iglesia, protestantes de todas sectas, israelitas, musulmanes y hasta budistas y brahmanistas. Está basado, pues, en principios independientes de toda cuestión dogmática. Sus consecuencias morales están implícitamente en el Cristianismo, porque de todas las doctrinas el Cristianismo es la más digna y la más pura, y por esto, de todas las sectas religiosas del mundo, los cristianos son los más aptos para comprenderlo en toda su verdadera esencia. ¿Puede reprochársele por esto? Sin duda puede cada uno hacerse una religión de sus opiniones, interpretar a su gusto las religiones conocidas, pero de aquí a la constitución de una nueva Iglesia hay gran distancia.

S. ¿No hace usted, sin embargo, las evocaciones según una fórmula religiosa?

A. K. –Seguramente nos anima un sentimiento religioso en las evocaciones y en nuestras reuniones, pero no existe una fórmula sacramental; para los espíritus el pensamiento lo es todo, y nada la forma. Los llamamos en nombre de Dios porque creemos en Dios y sabemos que nada se cumple en este mundo sin su permiso, y porque si Dios no les permitiese venir no vendrían. En nuestros trabajos procedemos con calma y recogimiento, porque es una condición necesaria para las observaciones, y en segundo lugar porque conocemos el respeto que se debe a los que ya no viven en la Tierra, cualquiera que sea su condición feliz o desgraciada en el mundo de los espíritus. Hacemos un llamamiento a los buenos espíritus, porque sabiendo que los hay buenos y malos, procuramos que estos últimos no vengan a mezclarse fraudulentamente en las comunicaciones que recibimos. ¿Qué prueba todo esto? Que no somos ateos, pero esto no implica de ningún modo que seamos religionarios.

S. -Pues bien, ¿Qué dicen los espíritus superiores en lo tocante a la religión? Los buenos deben aconsejarnos y guiarnos. Supongamos que yo no tengo ninguna religión, y quiero escoger una. Si les pregunto: me aconsejáis que me haga católico, protestante, anglicano, cuákero, judío, mahometano o mormón, ¿Qué responderán?

A. K. –En todas las religiones hay que considerar dos puntos: los principios generales, comunes a todas, y los peculiares de cada una. Los primeros son los que acabamos de mencionar, y éstos los proclaman todos los espíritus, cualquiera que sea su rango. En cuanto a los segundo, los espíritus vulgares, sin ser malos, pueden tener preferencias, opiniones. Pueden preconizar tal o cual forma. Pueden, pues, inducir a ciertas prácticas, ya por convicción personal, ya porque conservan las ideas de la vida

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terrestre, ya por prudencia a fin de no lastimar las conciencias timoratas. ¿Cree usted, por ejemplo, que un espíritu ilustrado, aunque fuese el mismo Fenelón, dirigiéndose a un musulmán, le diría con poco tacto que Mahoma es un impostor, y que se condenará si no se hace cristiano? Se guardará muy bien, porque sería rechazado.

Los espíritus superiores, en general, cuando no son solicitados por ninguna consideración especial, no se ocupan de pormenores, y se limitan a decir: “Dios es bueno y justo, sólo quiere el bien; la mejor, pues, de todas las religiones es la que sólo enseña lo que está conforme con la bondad y la justicia de Dios; la que da de Él la idea más grande, más sublime y no lo rebaja atribuyéndole las pequeñeces y pasiones de la humanidad, la que hace a los hombres buenos y virtuosos y les enseña a amarse todos como hermanos; la que condena todo mal hecho al prójimo; la que bajo ninguna forma ni pretexto autoriza la justicia; la que no prescribe nada contrario a las leyes inmutables de la naturaleza, porque Dios no puede contrariarse; aquella cuyos ministros dan el mejor ejemplo de bondad, caridad y moralidad; la que más tiende a combatir el egoísmo y menos contemporice con el orgullo y vanidad de los hombres; aquella, en fin, en cuyo nombre menos mal se comete, porque una buena religión no puede ser pretexto de mal alguno: no debe dejar ninguna puerta abierta ni directamente, ni por interpretación. “Ved, juzgad y escoged”.

002 04 - Texto

Medios de comunicación

V. –Me ha hablado usted de medios de comunicación; ¿Podría darme una idea de ellos, puesto que es difícil comprender cómo esos seres invisibles pueden conversar con nosotros?

A. K. –Con mucho gusto. Seré, sin embargo, breve, porque este punto exigiría largas digresiones que encontrará usted especialmente en El Libro de los Médiums. Pero lo poco que le diré bastará para indicarle el mecanismo, y, sobre todo, para hacerle comprender mejor algunos experimentos a que podría asistir, mientras espera su completa iniciación.
La existencia de esa envoltura semimaterial, el periespíritu, es ya una clave que explica muchas cosas y demuestra la posibilidad de ciertos fenómenos. En cuanto a los medios, son muy variados, y dependen, ya de la naturaleza más o menos pura del Espíritu, ya de las disposiciones particulares de las personas que le sirven de intermediarios. El más vulgar, el que puede llamarse universal, consiste en la intuición, es decir, en las ideas y pensamientos que nos sugieren; pero este medio es muy poco apreciable en la generalidad de los casos, y hay otros más materiales. Ciertos espíritus se comunican por medio de

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golpes, respondiendo por sí o por no, o designando las letras que deben formar las palabras. Los golpes pueden obtenerse por el movimiento bascular de un objeto, una mesa, por ejemplo, que golpea con uno de sus pies. A menudo se producen en la sustancia misma de los cuerpos, sin movimiento de éstos. Este modo primitivo es prolongado y se presta con dificultad a los desenvolvimientos de cierta extensión: le ha reemplazado la escritura, que se obtiene de diferentes maneras. Al principio se empleó, y a veces se emplea aún, un objeto móvil, como una planchita, una caja, a la cual se adapta un lápiz cuya punta corre por el papel. La naturaleza y la sustancia del objeto son indiferentes. El médium pone la mano sobre aquél, al cual transmite la influencia que recibe del Espíritu, y el lápiz traza los caracteres. Pero este objeto, propiamente hablando, no es más que una especie de apéndice de la mano, como un lapicero. Más tarde se reconoció la utilidad de semejante intermediario, que no es más que una complicación del mecanismo, cuyo único mérito es el de evidenciar de una manera más material la independencia del médium, que puede escribir tomando él mismo el lápiz. Los espíritus se manifiestan también y pueden transmitir sus pensamientos por sonidos articulados que retumban bien en el espacio, bien en el oído; por la voz del médium, por la vista, por el dibujo, por la música y por otros medios que un completo estudio hace conocer. Los médiums tienen para esto diferentes aptitudes especiales procedentes de su organización. Así pues tenemos médiums para efectos físicos, es decir, aptos para producir fenómenos materiales, como golpes, movimientos de cuerpos, etcétera; médiums auditivos, parlantes, dibujantes, músicos, escribientes. Esta última facultad es la más común, la que mejor se desarrolla con el ejercicio, y también es la más preciosa, porque permite comunicaciones más seguidas y más rápidas.
El médium escribiente presenta numerosas variedades, de las cuales dos son muy notables. Para comprenderlas, es preciso darse cuenta del modo como se opera el fenómeno. A veces el Espíritu obra sobre la mano del médium, a la cual da un impulso completamente independiente de la voluntad, y sin que éste tenga conciencia de lo que escribe: este es el médium escribiente mecánico. Otras veces, obra sobre el cerebro; su pensamiento penetra el del médium, quien, aunque escribiendo involuntariamente, tiene conciencia más o menos clara de lo que obtiene: este es el médium intuitivo; su papel es exactamente el de un intérprete que transmite un pensamiento que no es el suyo, pensamiento que, sin embargo, debe comprender. Aunque, en este caso, el pensamiento del Espíritu y el del médium se confunden a veces, la experiencia enseña a distinguirlos fácilmente. Por ambos géneros de mediumnidad se obtiene buenas comunicaciones. La ventaja de los mecánicos es para las personas que no están aún convencidas. Por lo demás, la cualidad esencial de un médium está en la naturaleza de los espíritus que le asisten y las comunicaciones que recibe, más que en los medios de ejecución.

V. –El procedimiento me parece de los más sencillos. ¿Me será posible experimentarlo?

A. K. –Sin ningún inconveniente, y añado que si usted estuviese dotado de la facultad medianímica, sería éste el mejor medio para convencerse, porque no podría usted sospechar de su propia buena fe. Tan sólo le recomiendo vivamente que no se entregue a ninguna prueba antes de haber estudiado con detención. Las comunicaciones de ultratumba están rodeadas de más dificultades de las que generalmente se cree. No están exentas de inconvenientes ni de peligros para los que no tienen la experiencia necesaria. Sucede a éste lo que al que quisiera hacer manipulaciones químicas sin saber química: correría riegos de quemarse los dedos.

V. -¿Puede conocerse esta aptitud por alguna señal?

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A. K. –Hasta el presente ningún diagnóstico se conoce para la mediumnidad. Todos los que se habían considerado como tales carecen de valor. Por lo demás, los médium son muy numerosos, y es muy raro que, si no lo es uno mismo, no se encuentre alguno entre su familia o conocidos. El sexo, la edad y el temperamento son indiferentes: se encuentran médiums entre hombres y mujeres, niños y ancianos, sanos y enfermos.
Si la mediumnidad se tradujese por una señal exterior cualquiera, implicaría esto la permanencia de la facultad, mientras que ésta es esencialmente móvil y fugitiva. Su causa física está en la asimilación, más o menos fácil, de los fluidos periespirituales del encarnado y del Espíritu desencarnado. Su causa moral es la voluntad del Espíritu en comunicarse cuando le place y no a nuestro antojo, de donde resulta: 1o Que todos los espíritus no pueden comunicarse indiferentemente; y 2o Que todo médium puede perder, o tener suspendida, la facultad cuando menos la espera. Estas palabras bastan para demostrar a usted que este punto es un vasto campo de estudio, para poderse dar cuenta de las variaciones que presentan el fenómeno.
Sería, pues, erróneo el creer que todo espíritu puede venir al llamamiento que se le hace, y comunicarse con el primer médium que se presente. Para que un Espíritu se comunique, es preciso, ante todo, que le convenga hacerlo; en segundo lugar, que su posición a sus ocupaciones se lo permita; y tercero, que encuentre en el médium un instrumento propicio, apropiado a su naturaleza.
El principio, se puede comunicar con los espíritus de todos los órdenes, con sus parientes y amigos, tanto con los espíritus más vulgares como los más elevados. Pero independientemente de las condiciones individuales de posibilidad, vienen más o menos voluntariamente según las circunstancias, y sobre todo en razón de sus simpatías hacia las personas que les llaman, y no al llamamiento del primer antojadizo que tuviese al capricho de evocarlos por un sentimiento de curiosidad. En semejante caso, no se hubiese molestado durante la vida, y tampoco lo hace después de la muerte.
Los espíritus serios sólo concurren a las reuniones formales, donde son llamados con recogimiento y por motivos formales. No se prestan a ninguna pregunta de curiosidad, de prueba fútil, ni ningún experimento.
Los espíritus ligeros se encuentran en todas partes, pero en las reuniones formales guardan silencio y se mantienen ocultos para oír, como lo haría un estudiante en una asamblea ilustrada. En las reuniones frívolas toman la revancha, se divierten con todos, se burlan con frecuencia de los concurrentes y responden a todo sin cuidarse de la verdad.
Los espíritus que se llaman golpeadores, y por regla general todos los que producen manifestaciones físicas, son de orden inferior, sin que por ello sean esencialmente malos: tienen en cierta manera una aptitud especial para los efectos materiales. Los espíritus superiores no se ocupan de semejantes asuntos, como nuestros sabios no se ocupan de sutilezas: si tienen necesidad de aquellos efectos, emplean esta clase de espíritus, como nosotros nos servimos del jornalero para la parte material de la obra.

Médiums interesados

V. –Antes de consagrarse a un largo estudio, ciertas personas quisieran tener la certeza de no perder el tiempo, certeza obtenida por un hecho concluyente, y que comprarían a peso de oro.

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A. K. –El que no quiere tomarse el trabajo de estudiar, tiene más curiosidad que deseo real de instruirse, y los espíritus no aprecian más que yo a los curiosos. Por otra parte, la codicia les es esencialmente antipática, y no se prestan a nada que puede satisfacerla. Sería preciso sería formarse de ellos una idea muy falsa para creer que espíritus superiores, como Fenelón, Bossuet, Pascal y San Agustín, por ejemplo, se ponga a las órdenes de un advenedizo, a tanto por hora. No caballero, las comunicaciones de ultratumba son muy serias y requieren mucho respeto para ser puesta en exhibición.
Sabemos, por otra parte, que los fenómenos espiritistas no marchan como las ruedas de un mecanismo, puesto que dependen de la voluntad de los espíritus. Aun admitiendo la aptitud medianímica, nadie puede responder de obtenerlos en un momento determinado. Si los incrédulos son dados a sospechar de la buena de los médiums en general, peor sería si se notase en ellos el estímulo del interés. Y con razón podría sospecharse que el médium retribuido simularía el fenómeno cuando no lo produjese el Espíritu, porque ante todo le sería preciso ganar su dinero. Puesto que el desinterés más absoluto es la mejor garantía de sinceridad, repugnaría a la razón el hacer venir por interés a las personas que nos son queridas, suponiendo que consintiesen en ello, lo cual es más que dudoso: en todo caso, sólo se prestarían a este cálculo espíritus de baja ralea, poco escrupuloso acerca de los medios e indignos de confianza, y aun éstos se gozan en el censurable placer de burla las combinaciones y los cálculos de sus panegiristas.
La naturaleza de la facultad medianímica se opone, pues, a que se la convierta en una profesión, porque depende de una voluntad extraña al médium que podría faltarle en el momento en que más la necesitase, a menos que no se la suplicase por la astucia. Pero aun admitiendo una completa buena fe, desde el momento en que los fenómenos no se obtienen a voluntad, sería efecto de la casualidad el que, en la sesión retribuida, se produjese precisamente el hecho deseado para el convencimiento. Bien puede usted dar cien mil francos a un médium, seguro de que no obtendrá de los espíritus lo que éstos no quieran hacer. Este cebo, que desnaturalizaría la intención, transformándola en un violento deseo de lucro, sería, por el contrario, un motivo de que no lo obtuviese. Si se está bien persuadido de la verdad de que el afecto y la simpatía son los más poderosos móviles de atracción para los espíritus, se comprenderá que no pueden ser solicitados por el pensamiento de emplearlos en el lucro.
Aquel, pues, que tenga necesidad de hechos para convencerse, debe probar a los espíritus su buena voluntad con una observación seria y paciente, si quiere ser secundado por ellos. Pero si es verdad que la fe no se impone, no lo es menos que tampoco se compra.

V. –Comprendo este razonamiento desde el punto de vista moral; ¿Pero no es justo que el que emplea su tiempo en interés de la causa sea indemnizado, impidiéndole aquel empleo el trabajo para vivir?

A. K. –Ante todo, ¿Lo hace precisamente en interés de la causa o en interés propia? Si ha dejado su estado, es porque no estaba satisfecho de él y porque esperaba ganar más con el nuevo oficio o trabajar menos. Ningún mérito tiene emplear el tiempo cuando se hace para lograr provecho. Esto es absolutamente como decir que el panadero fabrica el pan en provecho de la humanidad. La mediumnidad no es el único recurso, y de no existir ella, los médiums interesados se verían obligados a ganarse la vida de otro modo. Los médiums verdaderamente formales y desinteresados buscan los medios de vivir en el trabajo cotidiano, y no abandonan sus ocupaciones cuando necesitan de éstas para subsistir: sólo consagran a la mediumnidad el tiempo que sin perjuicio puedan ocuparle;

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si se dedican a ella en sus ratos de ocio y de reposo, existe entonces verdadero desinterés, por el cual se les ve agraciados y son objeto de aprecio y respeto.
Por otra parte, la multiplicidad de médiums en las familias hace inútiles los de profesión, aun suponiendo que estos últimos ofreciesen todas las garantías apetecibles, lo cual es muy raro. Sin el descrédito en que ha caído esta clase de explotación, y yo me felicito de haber contribuido grandemente a ello, hubieránse visto pulular los médums mercenarios, y abundar sus reclamaciones en los periódicos, y por uno que hubiese podido ser leal hubiéranse encontrado cien charlatanes que, abusando de una facultad real o simulada, hubiesen perjudicado enormemente al Espiritismo. Es, pues, un principio, que todos los que ven en el Espiritismo algo más que una exhibición de fenómenos curiosos, que comprenden y aprecian la dignidad, la consideración y los verdaderos intereses de la doctrina, reprueban toda especie de especulación bajo cualquier forma o disfraz con que se presente. Los médiums serios y sinceros, y doy este nombre a los que comprenden la santidad del mandato que Dios les ha confiado, evitan hasta las apariencias de lo que pudiera hacer recaer sobre ellos la menor sospecha de codicia: la acusación de obtener un provecho cualquiera de su facultad sería considerada por tales médiums como una injuria. Convenga usted, caballero, por incrédulo que sea, en que un médium en semejantes condiciones le impresionaría de muy distinto modo que si hubiese pagado su localidad para verle trabajar o, aunque hubiese obtenido una entrada gratis, si supiese que detrás de todo ello había una cuestión de interés. Convenga usted en que viendo el primero animado de un verdadero sentimiento religioso, únicamente estimulado por la fe y no por el cebo de la ganancia, involuntariamente le impondría respeto, aunque fuese el más humilde proletario, inspirándole también más confianza, porque no tendría motivos para sospechar de su lealtad. Pues bien, caballero, como el médium indicado encontrará usted mil por uno, y ésta es una de las causas que han contribuido más poderosamente al crédito y propagación de la doctrina, mientras que si no hubiese tenido más que intérpretes interesados, no contaría ni con la cuarta parte de los adeptos con que hoy cuenta.
Esto se ha comprendido también, que los médiums profesionales son excesivamente raros, en Francia por lo menos, y desconocidos en la mayor parte de los centros espiritistas de provincia, donde la reputación de mercenarios bastaría para excluirlos de todos los grupos serios, en los cuales no les sería lucrativo el oficio, a consecuencia del crédito que sobre ellos recaería y de la competencia de los médiums desinteresados, que se encuentran en todas partes.
Para suplir, ya la facultad que les falta, ya la insuficiencia de la clientela, existen médiums sedicentes, que la obtienen con el juego de cartas, la bola de cristal, etcétera, a fin de satisfacer todos los gustos, esperando por este medio atraer, a falta de espiritistas, a los que creen aún en esas estupideces. Si no se perjudicasen más que a sí mimos, el mal sería poca cosa: pero hay personas que sin profundizar más confunden el abuso con la realidad, aparte de los mal intencionados que de ello se aprovechan para decir que en eso consiste el Espiritismo. Ya ve usted, caballero, que conduciendo la explotación de la mediumnidad a abusos perjudiciales para la doctrina, el Espiritismo serio tiene razón de rechazarla y repudiarlas como auxiliar.

V. –Convengo en que todo esto es muy lógico, pero los médiums desinteresados no están a la disposición de todos, y no puede uno permitirse incomodarlos, mientras que no se tiene reparo en los retribuidos, porque de sabe que no se les hace peder el tiempo. La existencia de médiums públicos sería una ventaja para las personas que quisieran convencerse.

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A. K. –Pero si los médiums públicos, como usted los llama, no ofrecen las garantías apetecidas, ¿Qué utilidad pueden prestar para el convencimiento? El inconveniente que usted señala no destruye los otros más serios que yo he presentado. Se recurriría a ellos más por diversión o por conocer la buenaventura que para instruirse. El que verdaderamente desea convencerse, tarde o temprano encuentra medios si tiene en ello perseverancia y buena voluntad; pero si no está preparado, no se convencerá con asistir a una sesión. Si a ella acude con impresión desfavorable, con peor impresión saldrá, y quizá se sentirá disgustado de proseguir un estudio en el que nada formal habrá visto, hecho probado ya por la existencia.
Pero al lado de las condiciones morales, los progresos de la ciencia espiritista nos patentizan hoy una dificultad material en la que no se pensaba al principio, haciéndonos conocer mejor las condiciones en que se producen las manifestaciones. Esta dificultad se refiere a las afinidades fluídicas que deben existir entre el Espíritu evocado y el médium.
Paso por alto los pensamientos de fraude y superchería, suponiendo la más completa lealtad. Para que un médium de profesión pudiese ofrecer perfecta seguridad a las personas que fuesen a consultarle, sería preciso que apoyase una facultad permanente y universal, es decir, que pudiese comunicarse fácilmente con cualquier Espíritu y en cualquier momento, para estar así constantemente a disposición del público, como un médico, y satisfacer a todas las evocaciones que se pidieran. Y esto no sucede con ningún médium, tanto en los interesados como en los otros, por acusas independientes de la voluntad del Espíritu, causas que no puedo desarrollar en este momento, porque no estoy dando a usted un curso de Espiritismo. Me limitaré a decirle que las afinidades fluídicas, que son el principio de las facultades medianímicas, son individuales y no generales, que pueden existir en un médium para con tal Espíritu y no para con tal otro; que sin esas afinidades, cuyos matices son muy variados, las comunicaciones son incompletas, falsas o imposibles; que, con mucha frecuencia, la asimilación fluídica entre el Espíritu y el médium no se establece más que con el tiempo, y que sólo una de cada diez veces se establece completamente desde el primer momento. La mediumnidad, como usted ve, caballero, está subordinada a las leyes, hasta cierto punto, orgánicas, a las cuales obedece todo médium, y no puede negarse que no sea esto un escollo para la mediumnidad profesional, ya que la posibilidad y exactitud de las comunicaciones se relacionan con causas independientes del médium y del Espíritu. (Véase más, cap. II, De los Médiums.)
Si rechazamos, pues, la explotación de la mediumnidad, no es por capricho ni por sistema, sino porque los mismos principios que rigen las relaciones con el mundo invisibles se componen a la regularidad y a la precisión necesarias al que se pone a la disposición del público, y porque el deseo de satisfacer a una clientela que paga, conduce al abuso. No deduzco de aquí que todos los médiums sean charlatanes, pero digo que el cebo de la ganancia conduce al charlatanismo y autoriza, si no justifica, la sospecha de fraude. El que quiere convencerse debe buscar ante todo elementos de sinceridad.

Los médiums y los hechiceros

V. –Desde el momento en que la mediumnidad consiste en establecer relaciones con los poderes ocultos, me parece que las palabras médiums y hechiceros son poco menos que sinónimas.

A. K. –En todas las épocas ha habido médiums naturales o inconscientes que, por el hecho de que producían fenómenos insólitos y no comprendidos, eran calificados

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de hechiceros y de tener pacto con el diablo, lo cual ha sucedido también con la mayor parte de los sabios que poseían conocimientos superiores a los del vulgo. La ignorancia ha exagerado su poder y ellos mismos han abusado con frecuencia de la credulidad pública explotándola, y de aquí la justa reprobación de que han sido objeto. Basta comparar el poder atribuido a los hechiceros con la facultad de los verdaderos médiums para establecer la diferencia pero la mayor parte de los críticos no se toman este trabajo. El Espiritismo, lejos de resucitar la hechicería, la destruye para siempre, despojándola de su pretendido poder sobrenatural, de sus pretendidas fórmulas, hechizos, amuletos y talismanes, reduciendo los fenómenos posibles a su justo valor, sin salir de las leyes naturales.
La asimilación que ciertas personas pretenden establecer, procede del error en que se encuentran de que los espíritus están a disposición de los médiums. Repugna a su razón que pueda depender del primer antojadizo el hacer venir a su gusto y en el momento determinado, al Espíritu de tal o cual persona, más o menos ilustre. En esto creen la verdad, y si, antes de censurar el Espiritismo, se hubiesen molestado en informarse, hubieran sabido que dice terminantemente que los espíritus no están sujetos a los caprichos de nadie, y que nadie puede hacerles venir a su antojo y a pesar de ellos, de donde se deduce que los médiums no son hechiceros.

V. –Según esto, todos los efectos que ciertos médiums acreditados obtienen por su voluntad y en público son para usted sofisticaciones.

A. K. – No lo digo de un modo absoluto. Ciertos fenómenos no son imposibles, porque hay espíritus de grado inferior que pueden prestarse a ellos, y que con ellos se divierten, habiendo quizá hecho ya, durante su vida, el oficio de charlatanes, y habiendo también médiums especialmente propios para este género de manifestación. Pero el sentido común más vulgar rechaza la idea de que los espíritus elevados, por poco que lo estén, vengan a participar en la comedia y a hacer alardes de fuerza para divertir a los curiosos.
La obtención de estos fenómenos al antojo del que los obtiene, y sobre todo en público, es siempre sospechosa; en semejante caso, la mediumnidad y la prestidigitación andan tan cerca, que con frecuencia es muy difícil distinguirlas. Antes de ver en aquéllos la acción de los espíritus, se requieren minuciosas observaciones y tener en cuenta, bien el carácter y antecedentes del médium, bien una multitud de circunstancias que sólo un profundo estudio de la teoría de los fenómenos espiritistas puede hacer apreciar. Es de notar que este género de mediumnidad, si es en efecto mediumnidad, está limitada a la producción del mismo fenómeno, con ligeras variaciones, lo que no es muy a propósito para disipar las dudas. Un absoluto desinterés sería la mejor garantía de sinceridad.
Cualquiera que sea la realidad de dichos fenómenos, como efectos medianímicos, producen un buen resultado, cuales el de poner en boga la idea espiritista. La controversia que sobre este particular se establece induce a muchas personas un estudio más profundo. No es, ciertamente, a esos lugares donde debe irse en busca de instrucciones serias acerca del Espiritismo, ni de la filosofía de la doctrina, pero es un medio de llamar la atención a los indiferentes y obligar a que hablen de él a los más recalcitrantes.

Diversidad de los espíritus

V. –Usted habla de espíritus buenos o malos, serios o ligeros, y le confieso que no me explico esta diferencia. Me parece que, al dejar su envoltura corporal, deben

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despojarse de las imperfecciones inherentes a la materia; que debe para ellos hacerse la luz sobre todas las verdades que nos están ocultas, y que deben verse libres de las preocupaciones terrestres.

A. K. –Sin duda alguna se encuentran libres de las imperfecciones físicas, es decir, de las enfermedades y flaquezas del cuerpo, pero las imperfecciones morales se refieren al Espíritu y no al cuerpo. Entre ellos los hay que están más o menos adelantados intelectual y moralmente. Sería erróneo creer que los espíritus, al dejar su cuerpo material reciben súbitamente la luz de la verdad. ¿Cree usted, por ejemplo que cuando muera no habrá ninguna diferencia entre el Espíritu de usted y el de un salvaje o el de un malhechor? Si así fuera, ¿De qué le serviría haber trabajado para instruirse y mejorarse, puesto que un cualquiera sería tanto como usted después de la muerte? Sólo gradual, y algunas veces muy lentamente, se verifica el progreso de los espíritus. Entre ellos, dependiendo esto de su purificación, los hay que ven las cosas bajo un punto de vista más exacto que durante su vida. Otros, por el contrario, tienen aún las mismas pasiones, las mismas preocupaciones y los mismos errores, hasta que el tiempo y nuevas pruebas les hayan permitido perfeccionarse.
Note usted bien que lo dicho es el resultado de la experiencia, porque del modo indicado se nos presenta en sus comunicaciones. Es, pues, un principio elemental de Espiritismo que entre los espíritus los hay de todos los grados de inteligencia y moralidad.

V. –Pero entonces, ¿Por qué no son perfectos todos los espíritus? ¿Dios, pues, los crea de todas categorías?

A. K. –Eso vale tanto como preguntar, porque todos los discípulos de un colegio no cursan filosofía. Todos los espíritus tienen el mismo origen y el mismo destino. Las diferencias que entre ellos existen no constituyen diferentes especies, sino grados diversos de adelanto.
Los espíritus no son perfectos, porque son las almas de los hombres, y los hombres no son perfectos, porque son la encarnación de espíritus más o menos adelantados. El mundo corporal y el mundo espiritual alternan incesantemente; por la muerte del cuerpo, el mundo corporal ofrece su contingente al mundo espiritual; por el nacimiento, el espiritual alimenta a la humanidad. En cada nueva existencia, el Espíritu realiza un progreso más o menos grande, y cuando ha adquirido en la Tierra la suma de conocimientos y de elevación moral de que es susceptible nuestro globo, lo deja para pasar a otro mundo más elevado, donde aprende cosas nuevas.
Los espíritus que forman la población invisible de la Tierra son hasta cierto punto reflejo del mundo corporal. Se encuentran en ellos los mismos vicios y las mismas virtudes; los hay sabios, ignorantes, falsos sabios, prudentes y atolondrados; filósofos, razonadores y sistemáticos; no habiéndose desprendido todos de sus preocupaciones, todas las opiniones políticas y religiosas tienen entre ellos sus representantes; cada uno habla según sus ideas, y a menudo lo que dicen no es más que su opinión personal, y he aquí por qué no se debe dar ciegamente crédito a todo lo que dicen los espíritus.

V. –Si esto es así, descubro una inmensa dificultad, pues en semejante conflicto de opiniones diversas, ¿Cómo distinguir el error de la verdad? No comprendo que nos sirvan de mucho los espíritus ni lo que ganamos con sus conversaciones.

A. K. –Aunque sólo sirviesen los espíritus para enseñarnos que los hay que son las almas de los hombres, ¿No sería ya esto muy importante para los que dudan de si la tienen, y que ignoran lo que será de ellos después de la muerte?
Como todas las ciencias filosóficas, la espiritista requiere largos estudios y minuciosas observaciones. Así es como se aprende a distinguir la verdad de la impostura,

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y como se obtienen los medios de alejar a los espíritus mentirosos. Por encima de la turba de baja ralea, están los espíritus superiores, que no tienen otra mira que el bien, y cuya misión es conducir a los hombres por el buen sendero. Nos corresponde a nosotros saber apreciarlos y comprenderlos. Éstos nos enseñan magníficas cosas; pero no crea usted que el estudio de los otros sea inútil, dado que para conocer un pueblo es preciso estudiarlo bajo todas sus fases.
Usted mismo es prueba de esta verdad: creía usted que bastaba a los espíritus el dejar su envoltura corporal para despojarse de sus imperfecciones, y las comunicaciones con ellos nos han enseñado lo contrario, haciéndonos conocer el verdadero estado del mundo espiritual, que a todos nos interesa en extremo, ya que a él debemos ir todos. En cuanto a los errores que pueden nacer de la divergencia de opinión entre los espíritus, desaparecen por sí mismos a medida que aprendemos a distinguir los buenos de los malos, los sabios de los ignorantes, los sinceros de los hipócritas, ni más ni menos que entre nosotros. Entonces el sentido común hace justicia a las falsas doctrinas.

V. –Mi observación subsiste siempre respecto de las cuestiones científicas y de otras que pueden someterse a los espíritus. La divergencia de sus opiniones sobre las teorías que separan a los sabios nos deja en la incertidumbre. Comprendo que, no estando todos en el mismo grado de instrucción, no pueden saberlo todo; pero entonces, ¿De qué peso puede ser para nosotros la opinión de los que saben, si no podemos evidenciar quién tiene razón y quién no? Tanto vale, pues, dirigirse a los hombres como a los espíritus.

A. K. –También esta reflexión es una consecuencia de la ignorancia del verdadero carácter del Espiritismo. El que crea encontrar en él un medio fácil de saberlo y descubrirlo todo, está en un grave error. Los espíritus no están encargados de traernos la ciencia perfecta; esto sería en efecto muy cómodo, no tener más que pedir para ser servidos, evitándonos así el trabajo de las investigaciones. Dios quiere que trabajemos, que nuestro pensamiento se ejercite: sólo a este precio adquirimos la ciencia. Los espíritus no vienen a librarnos de esa necesidad: son lo que son: el Espiritismo tiene por objeto el estudio, a fin de saber, por analogía, lo que seremos algún día, y no de hacernos conocer lo que nos debe estar oculto, o revelarnos las cosas antes de tiempo.
Tampoco son los espíritus los anunciadores de la buenaventura, y cualquiera que se haga la ilusión de obtener de ellos ciertos secretos, se prepara extrañas decepciones de parte de los espíritus burlones; en una palabra, el Espiritismo es una ciencia de observación y no una ciencia de adivinación o de especulación. La estudiamos para conocer el estado de las individualidades del mundo invisible, las relaciones que entre ellos y nosotros existen, su acción oculta sobre el mundo visible, y no por la utilidad material que de ella podemos obtener. Bajo este punto de vista, no hay Espíritu cuyo estudio no sea útil. Con todos aprendemos algo; sus imperfecciones, sus defectos, su insuficiencia, su misma ignorancia son otros tantos asuntos de observación que nos inician en la naturaleza íntima de ese mundo, y cuando no son ellos los que nos instruyen con sus enseñanzas, somos nosotros los que nos instruimos estudiándolos, como sucede cuando observamos las costumbres de un pueblo que no conocemos.
Respecto de los espíritus ilustrados, nos enseñan mucho, pero en los límites de las cosas posibles, y no debe preguntárseles lo que no pueden o no deben revelar; hemos de contentarnos con lo que nos dicen; querer ir más allá es exponerse a las mistificaciones de los espíritus ligeros, dispuestos siempre a responder a todo. La experiencia nos enseña a juzgar el grado de confianza que podemos concederles.

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Utilidad práctica de las manifestaciones

V. –Supongamos que este punto sea ya evidente y que el Espiritismo haya sido reconocido por una realidad; ¿Cuál puede ser su utilidad práctica? Hasta ahora hemos pasado sin él, y me parece que podríamos continuar del mismo modo viviendo muy tranquilamente.

A. K. –Otro tanto pudiera decirse de los ferrocarriles y del vapor, sin los cuales se vivía muy bien.
Si por la utilidad práctica entiende usted los medios de vivir bien, de hacer fortuna, de conocer el porvenir, de descubrir minas de carbón o tesoros ocultos, de recobrar herencias y de esquivar el trabajo de las investigaciones, para nada sirve el Espiritismo, que no puede hacer alzar o bajar la Bolsa, ni ser reducido a acciones, ni siquiera ofrecer inventos perfectos, a punto de ser explotados. Bajo este punto de vista, ¡Cuántas ciencias serían inútiles! Cuántas hay que nos ofrecerían ventaja alguna, comercialmente hablando. Los hombres se encontraban perfectamente antes del descubrimiento de todos los planetas; antes de que se supiera que es la Tierra, y no el Sol, la que gira; antes de que se hubiesen calculado los eclipses; antes de que se conociese el mundo microscópico y antes de otras mil cosas. Para hacer crecer el trigo, no tiene necesidad el labrador de saber lo que es un cometa; ¿Por qué, pues, los sabios se entregan a estas investigaciones, y quién se atreverá a decir que pierden el tiempo en ellas?
Todo lo que sirve para levantar una punta del velo contribuye al desarrollo de la inteligencia, ensancha el círculo de las ideas, haciéndonos penetrar en las leyes de la Naturaleza. En virtud de una de ellas, existe el mundo de los espíritus. El Espiritismo hace que la conozcamos; nos enseña la influencia que el mundo invisible ejerce en el visible y las relaciones que entre ambos existen, como la astronomía nos enseña las relaciones de los astros con la Tierra; nos lo presenta como una de las fuerzas que gobiernan al Universo y contribuyen al mantenimiento de la armonía general. Su pongamos que se limite a esto su utilidad, ¿No sería ya mucho la revelación de semejante poder, haciendo abstracción de toda doctrina moral? ¿No es nada la revelación de todo un mundo nuevo, sobre todo si el conocimiento del mismo nos lleva a la resolución de una multitud de problemas insolubles hasta ahora; si nos inicia en los misterios de ultratumba, que algo nos interesan, puesto que todos cuantos somos debemos tarde o temprano dar el paso fatal? Pero otra utilidad más positiva tiene el Espiritismo, que es la influencia que ejerce por la fuerza misma de las cosas. El Espiritismo es la prueba patente de la existencia del alma, de su individualidad después de la muerte, de su inmortalidad y de su suerte verdadera. Es, pues, la destrucción del materialismo, no con razonamiento, sino con hechos.

No debe pedirse al Espiritismo más de lo que puede dar, ni buscar en él otro fin que el providencial. Antes de los progresos formales de la astronomía se creía en la astrología. ¿Sería razonable asegurar que para nada sirve la astronomía porque ya no puede descubrirse en la influencia de los astros el pronóstico del destino? Del mismo modo que la astronomía destronó a los astrólogos, el Espiritismo destrona a los adivinos, a los hechiceros y a los anunciadores de la buenaventura. Es a la magia lo que la astronomía a la astrología, y la química a la alquimia.