Colección de Oraciones Espíritas
por Allan Kardec
Estudio y conocimiento de la Ciencia de los Espiritus ¡ Que somos...... de dónde venimos y adonde vamos ?.... El Espiritismo es la Ciencia que estudia la naturaleza de los Espíritus. Respeta todas las creencias sin imponer a ninguna persona sus convicciones... "SERÁ ESTE CONOCIMIENTO QUIEN TRAIGA EL RESPETO ENTRE LOS SERES HUMANOS, LA UNIDAD EN LA POLÍTICA Y LA EQUIDAD EN LAS CASTAS SOCIALES".....
domingo, 28 de diciembre de 2014
miércoles, 3 de septiembre de 2014
001 02 - Audio y Texto
EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS
POR
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO
DE LA DOCTRINA ESPÍRITA
(Segunda Parte)
8.- Perseverancia y Seriedad
Agreguemos que el estudio de una doctrina tal como la
Doctrina Espírita, que nos lanza de súbito a un orden de cosas tan nuevo y
grande, sólo puede ser realizado con provecho por hombres serios y
perseverantes, libres de preconceptos y animados por una firme y sincera
voluntad de alcanzar un resultado. No podríamos aplicar esa calificación a
quienes juzgan a priori, superficialmente y sin haberlo visto todo. Que no
llevan a cabo sus estudios con la continuidad, regularidad y recogimiento necesarios. Menos aún
podríamos calificar así a ciertos hombres que para no faltar a su reputación de
ingeniosos, se esfuerzan por encontrar un lado burlesco a las cosas más
verdaderas o juzgadas como tales por personas cuyo saber, carácter y
convicciones las hacen acreedoras a la consideración de quienquiera se precie
de saber vivir en sociedad.
Absténganse, pues, quienes no crean que tales hechos son
dignos de ellos y de ocupar su atención. Nadie piensa en violentar su creencia,
pero sírvanse respetar la de los demás…
Lo que caracteriza a un estudio serio es la continuidad con
que se lo hace. ¿Nos extrañaremos de no obtener muchas veces ninguna respuesta
sensata a preguntas serias de por sí, cuando se las formula al azar y a
quemarropa, entremezcladas con una multitud de otras que son absurdas? Por otra
parte, alguna pregunta suele ser compleja, y requiere para que se la aclare,
otras preguntas adicionales, preliminares y complementarias.
Quienquiera desee aprender una ciencia, debe realizar un
estudio metódico de ella, empezando por el principio y siguiendo el
encadenamiento y el desarrollo de las ideas. El que por casualidad hace a un
sabio una pregunta acerca de una ciencia cuyos rudimentos ni siquiera conoce,
¿qué puede sacar en limpio? ¿Podrá el sabio interrogado, aun con la mejor
voluntad, darle una respuesta satisfactoria? Esa respuesta, aislada, ha de ser
por fuerza incompleta, y por lo mismo contradictoria. Exactamente lo mismo
ocurre en las relaciones que con los Espíritus establecemos: si queremos
instruirnos en su escuela, deberemos seguir el curso con ellos. Pero como entre
nosotros sucede, tenemos que escoger nuestros profesores y trabajar con
asiduidad.
Hemos dicho ya que los Espíritus superiores sólo acuden a
las reuniones serias, sobre todo a aquellas entre cuyos miembros reina una
perfecta comunión de pensamientos y sentimientos hacia el bien. La
superficialidad y las preguntas ociosas los alejan, del mismo modo que entre
los hombres tales preguntas hacen que se aparten las personas razonables.
Entonces queda el campo libre para la turba de los Espíritus embusteros y
frívolos, los cuales están siempre al acecho de la ocasión propicia para
burlarse y divertirse a expensas de nosotros. En semejante reunión, ¿qué pasa
con una pregunta seria? Será contestada, ¿pero por quién? Es como si en una
reunión de personas frívolas empezarais a preguntar: ¿Qué es el alma?, ¿qué es
la muerte?, y otras cuestiones del tenor de ésas. Si queréis respuestas serias,
sed serios vosotros mismos, en la cabal significación de la palabra, y poneos
en las condiciones requeridas. Sólo entonces obtendréis grandes cosas. Además,
sed laboriosos y perseverantes en vuestros estudios. Sin esto los Espíritus
superiores os desamparan, de la manera que lo hace un profesor con aquellos de
sus alumnos que son negligentes.
9.- Monopolizadores del Buen Sentido
El movimiento de
objetos es un hecho comprobado. La cuestión reside en saber si en ese
movimiento hay o no una manifestación inteligente, y en caso afirmativo, cuál
es el origen de dicha manifestación.
No nos referimos al
movimiento inteligente de determinados objetos ni a las comunicaciones
verbales, como tampoco a las que son escritas directamente por el médium. Este
tipo de manifestaciones, evidentes para los que han asistido a ellas, y las han
profundizado, no es en modo alguno a primera vista lo bastante independiente de la voluntad para cimentar
la convicción del observador incrédulo. Sólo hablaremos, pues, de la escritura
obtenida con ayuda de cualquier objeto provisto de un lápiz, tal como la cesta,
la tablilla, etcétera. La manera en que los dedos del médium se posan sobre el
objeto, desafía conforme dijimos, la destreza más consumada para poder
participar, en el grado que fuere, en el trazado de los caracteres. Pero
admitamos incluso que con la más prodigiosa habilidad, pudiera él engañar al
ojo más escrutador: ¿cómo se explica la índole de las respuestas, cuando se
encuentran éstas más allá de todas las ideas y conocimientos del médium? Y
adviértase bien que no se trata de respuestas monosilábicas, sino que a menudo
constan de varias páginas, que han sido escritas con la más asombrosa rapidez,
ya sea de manera espontánea o bien sobre un tema determinado. Bajo la mano del
médium más ignorante de la literatura nacen en ocasiones poesías de una
sublimidad y pureza irreprochables, y que no desaprobarían los mejores poetas
humanos. Lo que aumenta aún más lo extraño de estos hechos es que ellos se
producen por dondequiera y que los médiums se multiplican hasta lo infinito.
Tales hechos ¿son o no reales? A esta pregunta sólo podemos responder de una
manera: mirad y observad. No os faltarán ocasiones para ello. Pero sobre todo
observad con frecuencia, demoradamente y en las condiciones requeridas.
¿Qué responden a la
evidencia los adversarios? “Vosotros, dicen ellos, sois víctimas del
charlatanismo o juguetes de una ilusión”. Por nuestra parte, diremos para
comenzar que hay que dejar a un lado la palabra “charlatanismo” en los casos en
que no existe un beneficio a extraer, puesto que los charlatanes no ejercen
gratis su oficio. En consecuencia, se trataría cuando más de una superchería.
¿Pero por qué extraña coincidencia tales embaucadores se habrían puesto de
acuerdo, de un extremo a otro del mundo, para obrar en la misma forma, producir idénticos efectos y dar sobre los mismos temas y en idiomas diversos
respuestas iguales, si no literalmente, al menos en lo que respecta al sentido?
¿Cómo es posible que personas graves y serias, honorables e instruidas,
pudieran prestarse a semejantes maniobras, y con qué objeto procederían de este
modo? ¿Cómo encontraríamos en los niños la paciencia y la habilidad necesarias
para ello? Porque si los médiums no son instrumentos pasivos, necesitarían de
una habilidad y unos conocimientos que son incompatibles con cierta edad y
determinadas posiciones sociales.
Entonces se afirma que
si no hay superchería, puede que ambas partes sean víctimas de una ilusión. En
buena lógica, la calidad de los testigos es de cierto peso. Ahora bien, en este
caso preguntamos si la Doctrina Espírita, que en la actualidad cuenta hoy con
millones de adeptos, los tiene solamente entre los ignorantes… Los fenómenos
sobre los que se apoya son tan extraordinarios que es concebible la duda.
Pero lo que no puede
admitirse, es la pretensión de algunos incrédulos de monopolizar el buen
sentido, y que sin respeto por las personas o por el valor moral de sus
adversarios, tachan sin miramiento, de ineptos, a todos aquellos que no son de
su misma opinión. A los ojos de todo individuo juicioso, el dictamen de las personas esclarecidas
que durante mucho tiempo han visto, estudiado y meditado algo constituirá
siempre, si no una prueba, al menos una presunción en su favor, puesto que el
asunto ha podido llamar la atención de hombres serios, que no tienen ni interés
en difundir un error ni tiempo que perder en futilezas.
10.-
El lenguaje de los Espíritus y el Poder Diabólico
Entre las objeciones
las hay más capciosas, cuando menos en apariencia, por cuanto son extraídas de
la observación y hechas por personas serias.
Una de tales objeciones
se basa en el lenguaje de ciertos Espíritus, el que no parece digno de la elevación que es de suponer a seres
sobrenaturales. Si se tiene a bien remitirse al resumen de la Doctrina que
hemos presentado en páginas anteriores, se verá que los Espíritus mismos nos
enseñan que ellos no son iguales, ni en conocimientos ni en cualidades morales,
y que no debemos tomar al pie de la letra todo lo que nos dicen.
A las personas sensatas
toca distinguir lo bueno de lo malo. Con seguridad los que de este hecho
deduzcan la consecuencia de que siempre nos relacionamos con seres malvados,
cuya única ocupación consiste en embaucarnos, no tienen conocimiento de las
comunicaciones que se llevan a efecto en las reuniones en que sólo se presentan
Espíritus Superiores. Con tal conocimiento no pensarían así. Es lamentable que
el azar los haya servido tan mal como para no mostrarles más que el lado malo
del Mundo Espírita, porque no queremos suponer que una tendencia simpática
atraiga hacia ellos a los malos Espíritus más bien que a los buenos, a los
Espíritus mentirosos o a aquellos cuyo lenguaje subleva la grosería. Cuando
más, se podría concluir de ello que la solidez de sus principios no es lo
bastante poderosa para apartar el mal, y que encontrando cierto placer en
satisfacer su curiosidad a este respecto, los malos Espíritus aprovechan la
ocasión para deslizarse entre ellos, en
tanto que los buenos se alejan.
Juzgar la cuestión de
los Espíritus sobre la base de tales hechos, sería tan carente de lógica como
evaluar el carácter de un pueblo por lo que se diga y se haga en la reunión de
algunos atolondrados o de gentes de mala fama, a la que no asistan ni los
sabios ni las personas sensatas. Los que así juzgan se encuentran en la misma
situación de un extranjero que entrando en una gran capital por el peor de sus
arrabales, juzgara a todos los habitantes de aquélla sobre la base de las
costumbres y el lenguaje de ese barrio de ínfima categoría. En el Mundo de los
Espíritus hay también una buena y una mala sociedad. Sírvanse esas personas
estudiar lo que sucede entre los Espíritus escogidos y se persuadirán de que la
ciudad celeste incluye algo más que la escoria de la población. “Pero preguntarán ellas, los Espíritus
selectos ¿acuden a comunicarse con nosotros?” A éstas les responderemos: No
permanezcáis en el arrabal. Mirad, observad, y juzgaréis. Allí están los
hechos, para todo el mundo. A menos que no deban aplicarse a esas personas las
palabras de Jesús: “Tienen ojos y no ven; oídos, y no escuchan”.
Una variante de esta opinión consiste en no ver en las comunicaciones
Espíritas y en todos los hechos materiales a que ellas dan lugar, más que la intervención de una potencia diabólica,
nuevo Proteo que se revestiría de todas las formas para engañarnos mejor. No la
creemos merecedora de un examen serio, de ahí que no nos demoremos en ella. Ha
sido refutada por lo que acabamos de expresar. Sólo agregaremos que si así
fuese, habría que convenir que el diablo es en ocasiones muy sabio y razonable,
y sobre todo muy moral, o bien, en que también hay diablos buenos…
En efecto, ¿cómo creer
que Dios permita sólo al Espíritu del mal que se manifieste sin darnos por
contrapeso los consejos de los Espíritus buenos? Si Él no puede hacerlo, sería
impotencia. Si puede y no lo hace, esto es incompatible con su bondad. Las dos
suposiciones constituirían blasfemias. Notad que admitir la comunicación de los
Espíritus malos equivale a reconocer el principio de las manifestaciones. Ahora
bien, puesto que ellas existen, no pueden acontecer sin el permiso de Dios.
¿Cómo creen entonces, sin ser impíos, que Él permita sólo el mal, con exclusión
del bien? Semejante doctrina es contraria a las más elementales nociones del
buen sentido y de la religión.
11.- Grandes y Pequeños
Una cosa extraña,
añaden, es que solamente se hable de los Espíritus de personajes conocidos, y
uno se pregunta por qué son éstos los únicos que se manifiestan. Este es un
error, que como otros muchos, proviene de una observación superficial.
Entre los Espíritus que
se manifiestan espontáneamente, mayor es el número de los desconocidos para
nosotros que el de los ilustres que se dan a conocer, los cuales se designan
con cualquier nombre, y a menudo con una denominación alegórica o
característica. En cuanto a los que son evocados, a menos que no se trate del
de un pariente o un amigo, es bastante natural dirigirse antes a los que
conocemos, que a los que no conocemos. Los nombres de ilustres personajes
llaman más la atención, de ahí que sean más notados.
Incluso se encuentra
raro que los Espíritus de hombres eminentes vengan familiarmente a nuestro
llamado, y se ocupen en ocasiones, de cosas que son pequeñas en comparación con
las que realizaban en vida.
Pero esto no ha de
asombrar a quienes saben que el poder o la consideración de que gozaban esos
hombres en la Tierra no les da ninguna supremacía en el Mundo Espírita. Los
Espíritus confirman a este respecto las palabras del Evangelio: Los grandes
serán humillados, y los pequeños, ensalzados. Lo cual debe entenderse que se
refiere a la categoría que cada uno de nosotros ocupará entre ellos. Así, el
que ha sido primero en la Tierra podrá encontrarse allá entre los últimos.
Aquel delante de quien bajamos la cabeza en esta vida, podrá pues, acercarse
hasta nosotros como el más humilde artesano, porque al dejar la existencia
abandonó toda su grandeza, y el más poderoso monarca quizá esté allá por debajo
del más insignificante de sus soldados.
12.- De la identificación de los Espíritus
Un hecho que ha sido
demostrado por la observación y confirmado por los Espíritus mismos es que los
Espíritus inferiores adoptan con frecuencia nombres conocidos y reverenciados.
En tal caso ¿quién puede pues, asegurarse que los que dicen haber sido por
ejemplo, Sócrates o Julio César, Carlomagno o Fenelón, Napoleón o Washington,
etc... hayan realmente animado a esos
personajes? Tal duda existe entre algunos adeptos muy fervientes de la Doctrina
Espírita. Éstos admiten la intervención y manifestación de los Espíritus, pero
se preguntan qué control se puede tener en lo que respecta a su identidad. Y en
efecto, semejante control es bastante difícil de obtener. Pero si no puede
lograrse de una manera tan auténtica como por medio de un acta de nacimiento,
podemos al menos obtenerlo por presunción, conforme a ciertos indicios.
Cuando se manifiesta el Espíritu de alguien que nos es personalmente
conocido, un pariente o un amigo, por ejemplo; sobre todo si ha muerto poco
tiempo antes, sucede en general que su lenguaje está perfectamente relacionado
con el carácter que le conocíamos en vida. Y este es ya un indicio de su
identidad. Pero no es lícito dudar cuando el mismo Espíritu habla de cosas
privadas, y recuerda circunstancias de familia que sólo su interlocutor conoce.
Un hijo no se equivocará seguramente, respecto al lenguaje de su padre o de su
madre, ni los padres pueden engañarse acerca del de su hijo. En estos tipos de
evocaciones íntimas suelen acontecer cosas conmovedoras, capaces de convencer
al más incrédulo.
El escéptico más
endurecido queda muchas veces aterrado ante las revelaciones inesperadas que se
le hacen.
Otra circunstancia muy
característica viene en apoyo de la identidad.
Hemos dicho ya que la
escritura del médium cambia, por lo general, según el Espíritu evocado, y que
dicha escritura se produce con exacta igualdad cada vez que se hace presente el
mismo Espíritu. En numerosas ocasiones se ha verificado, que sobre todo con
personas fallecidas poco tiempo atrás, esa escritura tiene un parecido
sorprendente con la de la persona en vida. Se han visto rúbricas de una
exactitud perfecta. Pero por otra parte, estamos lejos de dar este hecho como
una regla, y sobre todo, una regla constante. Lo mencionamos simplemente como
un detalle digno de notarse.
Los Espíritus llegados
a cierto grado de purificación son los únicos exentos de toda influencia
corporal. Pero cuando no están completamente desmaterializados (esta es la
palabra que utilizan), conservan la mayoría de las ideas, inclinaciones y hasta
manías que en la Tierra tenían, y este es incluso un medio de que disponemos
para reconocer su identidad. Mas llegamos al reconocimiento, principalmente, por una gran cantidad de
detalles que sólo una observación atenta y continuada puede revelar. Así pues,
vemos a escritores que discuten sus propias obras o doctrinas, aprobando o
condenando ciertas partes de ellas. Otros Espíritus rememoran circunstancias
ignoradas o poco conocidas de su vida o su muerte, cosas todas, en suma, que
constituyen por lo menos pruebas morales de identidad, las únicas que es
posible invocar en tales cuestiones abstractas.
De modo que si en
ciertos casos la identidad del Espíritu evocado puede hasta cierto punto ser
establecida, no existe razón para que no lo sea en otros, y si no tenemos en lo
que respecta a personas cuya muerte está más lejos en el tiempo, los mismos
medios de control de identidad, disponemos siempre del que nos proporcionan el
lenguaje y el carácter. Porque
seguramente que el Espíritu de un hombre de bien no hablará del modo que lo
hace el de un perverso o el de un libertino. Y en cuanto a los Espíritus que se
adornan con nombres respetables, pronto se traicionan por su lenguaje y sus
máximas. El que afirme ser Fenelón, por ejemplo, y lesione el buen sentido y la
moral, aunque sólo sea accidentalmente, mostrará con ello la superchería. Por
el contrario, si los pensamientos que expresa son siempre puros, sin
contradicciones y en todo momento a la altura del carácter de Fenelón, entonces
no habrá motivos para poner en duda su identidad. De otro modo, habría que
suponer que un Espíritu que sólo predica el bien puede a sabiendas emplear la
mentira, y ello sin utilidad. La experiencia nos enseña que los Espíritus de un
mismo grado y carácter, y animados de idénticos sentimientos, se reúnen en
grupos y en familias. Ahora bien, el número de Espíritus existentes es
incalculable y estamos lejos de conocerlos a todos. Incluso la mayor parte de
ellos no tienen nombres para nosotros. Un Espíritu de la categoría de Fenelón
puede entonces, acudir en lugar de él, y a menudo vendrá enviado por él mismo
como mandatario. En tal caso se presenta con el nombre de Fenelón, por cuanto
es idéntico a él y puede sustituirlo, y también porque nosotros necesitamos un
nombre para fijar nuestras ideas. ¿Pero qué importa a fin de cuentas, que un
Espíritu sea realmente o no el de Fenelón? Puesto que dice cosas buenas y habla
como lo hubiera hecho Fenelón mismo, es un buen Espíritu. El nombre con el cual
se da a conocer resulta indiferente y muchas veces suele ser sólo un medio para
fijar nuestras ideas. No podría ocurrir lo mismo en las evocaciones íntimas,
pero en ellas según dijimos ya, se puede establecer la identidad mediante
pruebas que en cierto modo son evidentes.
Por otra parte, es
cierto que la sustitución de los Espíritus puede dar lugar a una multitud de
engaños, y es posible que resulten de ella errores y a menudo supercherías: se
trata de una dificultad propia del Espiritismo práctico. Pero jamás hemos afirmado que esta ciencia sea cosa fácil,
ni que se pueda aprenderla divirtiéndose, como tampoco es posible hacerlo así
con ninguna otra ciencia. Nunca repetiremos demasiado que exige un estudio
asiduo y con frecuencia muy largo. Como no podemos provocar los hechos, es
preciso aguardar a que se presenten por sí mismos, y a menudo nos son traídos
por las circunstancias que menos se esperan.
Para el observador
atento y paciente los hechos abundan, porque descubre miles de matices
característicos que son para él rasgos de luz.
Lo mismo acontece en
las ciencias comunes: mientras que el hombre superficial sólo ve en una flor
una forma airosa, el sabio descubre en ella tesoros para el pensamiento.
13.- Las Divergencias de Lenguaje
Las observaciones
anteriores nos llevan a decir algunas palabras acerca de otra dificultad: la
divergencia que existe en el lenguaje de los Espíritus.
Puesto que los
Espíritus son muy diferentes unos de otros, desde el punto de vista de los
conocimientos y la moralidad, es evidente que una misma cuestión puede ser
resuelta por unos en un sentido, y por otros en el sentido opuesto, según sea
el rango que cada uno ocupe, exactamente como si fuese planteada entre los
hombres a un sabio, a un ignorante, o a un gracioso de mal género. Ya hemos
dicho que lo esencial es saber en cada caso a quién nos dirigimos.
Pero se suele agregar,
¿cómo se explica que aquellos Espíritus reconocidos como Superiores no estén
siempre de acuerdo? Para comenzar, responderemos que independientemente de la
causa que acabamos de señalar, hay otras que pueden ejercer cierta influencia
sobre la índole de las respuestas, prescindiendo de la calidad de los
Espíritus.
Es este un punto
fundamental cuya explicación la dará el estudio. Por eso afirmamos que estos
estudios requieren una atención continuada, una observación profunda y sobre
todo, como acontece con todas las demás ciencias humanas, constancia, y
perseverancia. Se necesitan años para formar un médico mediocre, y las tres
cuartas partes de una vida para hacer un sabio, ¡y se pretende en unas pocas
horas adquirir la ciencia de lo infinito! No nos engañemos, pues, "El
Estudio del Espiritismo es Inmenso". Se relaciona con todos los problemas
de la metafísica y del orden social. Es todo un mundo que se descubre ante
nosotros. ¿Debemos entonces asombrarnos de que se necesite tiempo, y mucho para comprenderlo?
Además, la
contradicción no es en todos los casos tan real como puede parecerlo. ¿Acaso no
estamos viendo todos los días a hombres que profesan la misma ciencia y sin
embargo difieren en la definición que dan de una cosa, ya sea porque empleen
términos distintos, o bien por encararla desde otro punto de vista, aunque la
idea fundamental sea siempre la misma? ¡Cuéntense, si es posible, la cantidad
de definiciones que de la gramática se han dado! Agreguemos incluso, que la
forma de la respuesta depende a menudo de la forma que adopta la pregunta.
Sería pueril entonces, encontrar una contradicción allí donde sólo hay casi
siempre una mera diferencia de palabras. Los Espíritus Superiores no se cuidan
en modo alguno de la forma, sino que para ellos el fondo del pensamiento lo es
todo.
Tomemos como ejemplo la
definición del Alma. Puesto que esta palabra no posee un significado fijo, los
Espíritus pueden en consecuencia, así como nosotros también podemos, diferir en
la definición que le den: uno podrá decir que es el principio de la vida; otro
llamarla chispa anímica; un tercero, afirmar que es interior; un cuarto, que es
externa, y así por el estilo, y todos ellos tendrán razón, desde sus
respectivos puntos de vista. Hasta se podría creer que algunos de ellos
profesen teorías materialistas, y sin embargo no es así. Lo propio acontece con
la idea de Dios. Él será:
el principio de todas las cosas; el Creador del Universo; la soberana
inteligencia; el Infinito; el Gran Espíritu, etc, y en definitiva seguirá
siendo siempre Dios… Por último, mencionamos la clasificación de los Espíritus.
Forman ellos una serie ininterrumpida desde el grado inferior hasta el
superior, de modo que su clasificación es arbitraria: uno podrá dividirlos en
tres clases; otro en cinco, diez o veinte, según su voluntad, sin por ello
incurrir en error. Todas las ciencias humanas nos ofrecen ejemplo de esto, cada
sabio posee su propio sistema. Y lo sistemas van cambiando, pero la ciencia
no,… Ya sea que aprendamos botánica con el sistema de Linneo, el de Jussieu o
el de Tournefort, no por eso la sabremos menos. Dejemos, pues, de dar a las
cosas meramente convencionales más importancia de la que tienen y dediquémonos
a lo que es de veras serio, y con frecuencia descubriremos, al reflexionar, que
lo que parecía contradictorio poseía una similitud que se nos había pasado por
alto en un primer examen.
14.- Las Cuestiones Ortográficas
Pasaríamos con rapidez
sobre esta objeción que plantean ciertos escépticos con respecto a las faltas
de ortografía cometidas por algunos Espíritus, si no debiera ella dar lugar a
una observación esencial. Hay que decirlo: su ortografía no siempre es
irreprochable. Pero se precisa estar muy escaso de razones para hacer de esto el motivo de una crítica
seria, manifestando que puesto que los Espíritus todo lo saben, también deben
saber ortografía. Por nuestra parte, podríamos oponerles a tales críticos las
numerosas faltas de este tipo, cometidas por más de un sabio de la Tierra, lo
que no les resta nada de su mérito. Pero hay en este hecho una cuestión más
seria. Para los Espíritus, y en modo especial para los Espíritus Superiores, la
idea lo es todo, y la forma nada significa.
Despojados de la
materia, su lenguaje entre ellos es veloz como el pensamiento, puesto que es el
pensamiento mismo el que se comunica, sin intermediario alguno. En
consecuencia, deben de encontrarse incómodos cuando son obligados, para
comunicarse con nosotros, a servirse de las formas lentas y embarazosas del
lenguaje humano, y sobre todo, por la insuficiencia e imperfección de dicho
lenguaje para expresar todas las ideas. Ellos así lo dicen. Por eso resulta
curioso ver los medios que emplean a menudo para atenuar ese inconveniente. Lo
propio nos sucedería a nosotros si tuviéramos que expresarnos en un idioma de
vocablos y giros más largos, así como más pobre en expresiones, que la lengua
de que hacemos uso. Es el mismo embarazo que experimenta el hombre genial
cuando se impacienta por la lentitud de su pluma, que siempre marcha detrás de
su pensamiento. Según esto, es concebible que los Espíritus concedan poca
importancia a la puerilidad de la ortografía, especialmente cuando se trata de
una enseñanza grave y seria. Por otro lado, ¿no es ya maravilloso que se
expresen indiferentemente en todas las lenguas y que las entiendan todas? No
obstante, no hay que concluir de esto que la corrección convencional del
lenguaje les sea desconocida, pues cuando resulta necesario la observan. Así
pues, la poesía que ellos dictan podría desafiar con frecuencia a la crítica
del más minucioso purista, y esto a pesar de la ignorancia del médium.
15.- La Locura y sus Causas
Hay asimismo personas
que ven peligro por doquier y en todo aquello que no conocen. Así pues, extraen
una consecuencia desfavorable del hecho de que ciertos individuos, al dedicarse
a esta clase de estudios, perdieron la razón. Ahora bien, ¿cómo pueden algunos
hombres sensatos ver en este hecho una objeción seria? ¿Por ventura no sucede
lo mismo con todas las actividades intelectuales cuando las realiza un cerebro
débil? ¿Conocemos acaso la cantidad de locos y maniáticos producida por los
estudios matemáticos, médicos, musicales, filosóficos y demás? ¿Habrá por eso
que proscribir dichos estudios? ¿Y qué prueban tales hechos? Con las tareas
físicas se deterioran los brazos y piernas, que son los instrumentos de la
acción material desarrollada. Con los trabajos de la inteligencia se deteriora
el cerebro, que es el instrumento del pensamiento. Pero si es muy cierto que el
instrumento se ha roto, no lo es menos que el Espíritu no lo está por eso. Él
se halla intacto. Y cuando se despoje de la materia no dejará de disfrutar del
pleno goce de sus facultades. En su género, y como hombre, ha sido un mártir
del trabajo.
Toda gran preocupación
intelectual puede acarrear la locura. Ciencias, artes, y hasta la religión,
aportan a ella sus contingentes. La locura tiene por causa primera una
predisposición orgánica del cerebro, que lo hace más o menos susceptible a
ciertas impresiones. Existiendo una predisposición a la demencia, ésta tomará
el aspecto de la preocupación principal del individuo, que se convierte
entonces en una idea fija. Tal idea fija podrá ser la de los Espíritus, en
quien de ellos se haya ocupado, como puede ser asimismo la de Dios, los
ángeles, el diablo, la fortuna, el poder, un arte, una ciencia, la maternidad o
un sistema político o social. Es probable que el demente religioso se
transforme en un demente Espírita, si su preocupación dominante ha sido el
Espiritismo, así como el demente Espírita lo hubiera sido por otro motivo,
según las circunstancias.
Afirmo pues, que el
Espiritismo no disfruta de ningún privilegio a este respecto. Pero voy más
lejos. Digo que bien entendido, el Espiritismo preserva de la locura.
Entre las causas más
numerosas de la sobreexcitación cerebral hay que incluir las desilusiones y
desgracias, así como los afectos contrariados, que son al mismo tiempo las
causas más frecuentes de suicidio. Ahora bien, el verdadero Espírita contempla
las cosas del mundo desde un punto de vista tan elevado, ellas se le muestran
tan pequeñas y mezquinas en comparación con el porvenir que le aguarda, la vida
es para él tan corta y efímera que las tribulaciones no son a sus ojos, sino
los incidentes desagradables de un viaje. Aquello que en otra persona
produciría una emoción violenta, a él le afecta medianamente. Sabe además, que
los pesares de la vida son pruebas que concurren a su adelanto si las sufre sin
murmurar, por cuanto se le recompensará según sea el valor con que las soportó.
Así pues, sus convicciones le dan una resignación que le preserva de la
desesperación, y por consiguiente, de una de las causas más comunes de locura y
suicidio. Conoce también, por la prueba que le ofrecen las comunicaciones con
los Espíritus, la suerte que toca a aquellos que abrevian voluntariamente su
vida, y el cuadro que se le presenta es adecuado para moverlo a reflexión. De
ahí que sea considerable el número de personas que han sido detenidas en esa
pendiente funesta. Es ese uno de los resultados del Espiritismo. Búrlense de
esto cuanto quieran los incrédulos. Por mi parte, yo les deseo los consuelos
que él proporciona a todos aquellos que se han tomado el trabajo de sondear sus
misteriosas profundidades.
En el número de las
causas desencadenantes de la demencia hay todavía que incluir el pánico, y el
terror al diablo que ha perturbado más de un cerebro. ¿Sabemos acaso la
cantidad de víctimas que se han hecho al herir las imaginaciones débiles con
ese cuadro que se ingenian por tornar más aterrador mediante detalles
horribles? Se asegura que el diablo sólo espanta a los niños y que constituye
un freno para obligarlos a comportarse bien. Sí, como el cuco y el lobo feróz,
pero cuando les han perdido el miedo son peores que antes. Y por este bello
resultado no se toma en cuenta la cantidad de epilepsias causadas por la
conmoción de cerebros frágiles. Muy débil sería la religión si por la falta de
temor pudiera verse comprometido su poder. Por suerte no es así: ella dispone
de otros medios para obrar sobre las Almas. Y el Espiritismo se los provee, más
eficaces y más serios si sabe ella aprovecharlos. Muestra aquél la realidad de
las cosas y con eso neutraliza los efectos funestos de un temor exagerado.
16.- La Teoría Magnética y la del Ambiente
Nos resta examinar dos
objeciones, las únicas que merezcan de veras este nombre, porque se fundan en
teorías racionales. Una y otra admiten la realidad de todos los fenómenos
materiales y morales, pero excluyen de ellos la intervención de los Espíritus.
Según la primera de
tales teorías, todas las manifestaciones que se atribuyen a los Espíritus no
serían otra cosa que efectos magnéticos. Los médiums se hallarían en un estado
que se podría llamar de sonambulismo lúcido, fenómeno del que ha podido ser
testigo toda persona que haya estudiado el magnetismo. En ese estado, las
facultades adquieren un desarrollo anormal, y el círculo de las percepciones intuitivas excede
los límites de nuestra percepción ordinaria. De esta manera, el médium extraería
de sí mismo, y como consecuencia de su lucidez, cuanto expresa y todas las
nociones que transmite, aun acerca de cosas que le son completamente
desconocidas en su estado normal.
No seremos nosotros
quienes pongamos en tela de juicio el poder del sonambulismo, cuyos prodigios
hemos visto y cuyas fases hemos estudiado a lo largo de más de treinta y cinco
años. Estamos de acuerdo en que en efecto, muchas manifestaciones Espíritas
pueden explicarse de esta manera, pero una observación continuada y atenta
muestra una multitud de hechos en que la intervención del médium, de otro modo
que no sea como instrumento pasivo, es materialmente imposible. A quienes
comparten esa opinión les diremos, como ya dijimos a otros: “Mirad y observad,
porque seguramente que no lo habéis visto todo”. Después les expondremos dos
consideraciones extraídas de su propia teoría. ¿De dónde ha provenido la teoría
Espírita? ¿Es acaso un sistema imaginado por algunos para explicar los hechos?
De ningún modo. ¿Quién pues, la reveló? Precisamente esos mismos médiums cuya
lucidez vosotros exaltáis. Si esa lucidez es tal como suponéis, ¿por qué
habrían aquellos atribuido a los Espíritus lo que extraían de sí mismos? ¿Cómo
habrían dado esas informaciones tan precisas y lógicas, tan sublimes, acerca de
la naturaleza de esas Inteligencias extrahumanas? Una de dos cosas: o son
lúcidos o no lo son.
Si son lúcidos, y si se
confía en su veracidad, no se podría admitir sin contradecirse que no están
ellos en lo cierto. En segundo lugar, si todos los fenómenos se originaran en
el médium serían idénticos en un mismo individuo y no veríamos a la misma
persona hablar lenguajes diferentes ni expresar alternativamente las cosas más
contradictorias. Esta falta de unidad en las manifestaciones obtenidas por el
médium prueba la diversidad de las fuentes. Así que si no es posible
atribuirlas todas al médium, hay que buscarlas fuera de él.
Conforme a otra
opinión, continúa siendo el médium la fuente de las manifestaciones, pero en
vez de extraerlas de sí mismo, como lo pretenden los partidarios de la teoría
sonambúlica, las extrae del ambiente.
El médium constituiría
así, una especie de espejo que refleja todas las ideas, pensamientos y
conocimientos de las personas que le rodean. No dirá nada que no sea conocido
cuando menos por alguno de los presentes. Ahora bien, no podríamos negar, y es
este inclusive, un principio de la Doctrina, la influencia que ejercen los
asistentes sobre la índole de las manifestaciones. Pero ese influjo es muy
distinto del que se supone que sea, y de ahí a que el médium constituya un eco
de los pensamientos de los demás hay mucha distancia, por cuanto millares de
hechos establecen perentoriamente lo contrario. Hay en ello, entonces un grave
error, que prueba una vez más el peligro de las conclusiones apresuradas.
Puesto que esas personas no pueden negar la existencia de un fenómeno del cual
no puede dar explicación la ciencia común, y como no quieren en él la
intervención de los Espíritus, lo explican a su modo. Su teoría será irrefutable
si pudiera abarcar la totalidad de los hechos, mas no ocurre así. Cuando se les
demuestra hasta la evidencia que ciertas comunicaciones del médium son por
completo ajenas a los pensamientos, conocimientos y opiniones de todos los
asistentes, y que tales comunicaciones suelen ser espontáneas y contradicen
toda idea preconcebida, aquellas personas no se detienen por tan poca cosa. La
irradiación, afirman se extiende mucho más allá del círculo inmediato que lo
circunda. El médium es el reflejo de la humanidad entera, de manera que si no
saca sus inspiraciones de una fuente circundante a él, va a buscarlas fuera, a
la ciudad, al país o al mundo entero, e inclusive a otras esferas.
No pienso que en esta
teoría se encuentre una explicación más sencilla y probable que la que el
Espiritismo provee, puesto que supone una causa mucho más maravillosa. La idea
de que Seres que pueblan el espacio y que se hallan en permanente contacto con
nosotros nos comuniquen sus pensamientos, no tiene nada que choque más a la razón,
que esa otra hipótesis de la irradiación universal, que procedente de todos los
rincones del Universo, viene a concentrarse en el cerebro de un individuo.
Una vez más diremos,
porque es este un punto esencial sobre el que nunca se insistirá demasiado, que
la teoría sonambúlica y esa otra que pudiéramos llamar reflectiva han sido
concebidas por algunos hombres.
Se trata de opiniones individuales creadas con el propósito de
explicar un hecho, en tanto que la Doctrina de los Espíritus no es en modo alguno
de concepción humana, sino que ha sido dictada por las Inteligencias mismas que
se manifiestan cuando nadie pensaba en ella, e inclusive la opinión general la
rechazaba. Nos preguntamos pues, ¿adónde los médiums pueden haber ido a buscar
una doctrina que no existía en el pensamiento de persona alguna en la Tierra?
Quisiéramos saber, además ¿por qué extraña coincidencia millares de médiums
diseminados por todos los rincones el mundo, que no se han visto jamás
personalmente, se hallan de acuerdo para afirmar lo mismo? Si el primer médium
que surgió en Francia estaba experimentando la influencia de opiniones que se
sustentaban ya en América, ¿por qué extraña razón iría él a buscar tales ideas
a dos mil leguas allende los mares, en un pueblo de costumbres e idioma
distintos, en vez de recogerlas de su propio medio?
Pero otra circunstancia
hay en la que no se ha pensado suficientemente. Las primeras manifestaciones,
así en Francia como en América, no se llevaron a cabo ni por la escritura ni
mediante la palabra, sino por medio de golpes, que según su número, concordaban
con las letras del alfabeto, formando de esta manera palabras y frases. Y por
este conducto las Inteligencias que se revelaban manifestaron ser Espíritus.
De manera que si se
puede suponer la intervención del pensamiento de los médiums en las
comunicaciones verbales o escritas, no podría acontecer lo propio en lo que
respecta al sistema de golpes, cuyo significado no era posible de antemano.
Podríamos citar una
cantidad de hechos que demuestran en la Inteligencia que se manifiesta por vía
mediúmnica, una individualidad evidente y una absoluta independencia de
voluntad. Recomendamos pues, a los que disienten, a una observación más atenta,
y si quieren estudiar sin prejuicios y abstenerse de extraer conclusiones antes
de haberlo visto todo, reconocerán que su teoría es impotente para explicar la
totalidad de los hechos. Por nuestra parte, nos limitaremos a formular las
siguientes preguntas: ¿Por qué la Inteligencia que se manifiesta, sea ella cual
fuere, rehúsa contestar a ciertas preguntas acerca de temas perfectamente
conocidos como por ejemplo, el nombre o la edad del interrogador, lo que éste
tiene en la mano, qué ha hecho la víspera, sus proyectos para el día siguiente,
etc.? Si el médium es el espejo del pensamiento de los asistentes, nada le
resultaría más fácil que responder a tales cuestiones.
Los adversarios vuelven
en contra de nosotros el argumento, preguntándonos a su vez por qué los
Espíritus, que deben de saberlo todo no pueden decir cosas tan simples como las
mencionadas al final del párrafo anterior, ya que quien puede lo más, podrá lo
menos, según lo expresa el axioma. De donde concluyen que se trata de
Espíritus. Si un ignorante o un bromista de mal género, presentándose ante una
docta asamblea preguntara, por ejemplo, por qué hay luz en pleno mediodía, ¿se cree acaso que los asambleístas se tomarían la molestia de
responder, y sería lógico deducir el porqué de su silencio, o de la burla con que recibirían al interrogador que pensase de los miembros de la
asamblea que son unos ignorantes? Pues bien, precisamente porque son Superiores
los Espíritus es por lo que no responden a preguntas ociosas y ridículas y no
quieren ser sentados en el banquillo. De ahí que opten por guardar silencio o
manifiesten estar ocupándose en cosas de mayor importancia.
Para terminar,
preguntaremos: ¿por qué los Espíritus vienen, y se van en determinado momento,
y por qué cuando ese instante ha pasado, de nada valen las oraciones ni
súplicas para hacerlos volver? Si el médium obrara sólo por el impulso mental
que le comunican los asistentes, salta a la vista que en tales circunstancias,
el concurso de todas las voluntades aunadas debería estimular su clarividencia.
Si no cede al deseo de los presentes a la reunión, corroborado por su propia
voluntad, es porque obedece a una influencia extraña a él y a quienes lo
rodean, y tal influencia denota con ello su independencia y su individualidad.
17.- Llenando los Vacíos del Espacio
El escepticismo en lo que toca a la Doctrina Espírita,
cuando no es el resultado de una oposición interesada, se origina casi siempre
en un conocimiento incompleto de los hechos, lo cual no impide a ciertas
personas resolver tajantemente la cuestión, como si la conocieran de manera
perfecta. Se puede poseer mucho ingenio, e inclusive instrucción, pero carecer
al mismo tiempo de buen juicio. Ahora bien, la primera muestra de un juicio
deficiente consiste en creer que el propio juicio es infalible. Asimismo,
muchas personas sólo ven en las manifestaciones Espíritas un objeto de
curiosidad. Confiamos en que mediante la lectura de este libro, encontrarán en
esos fenómenos extraños algo más que un mero pasatiempo.
Dos partes comprende la Ciencia Espírita: una experimental,
que trata de las manifestaciones en general; y la otra filosófica, que se ocupa
de las manifestaciones inteligentes. El que sólo haya observado la primera de ellas se encuentra en
la situación de quien no conoce la física más que por los juegos de salón, sin
haber penetrado en el fondo de esa ciencia.
La verdadera Doctrina Espírita reside en la enseñanza que
los Espíritus imparten, y los conocimientos que tal enseñanza incluye son
demasiado importantes para poder ser adquiridos de otro modo que no sea por
medio de un estudio serio y continuado, que se lleve a cabo en el silencio y el
recogimiento. Porque sólo en esas condiciones es posible observar un número
infinito de hechos que escapan al observador superficial y que permiten fundar
una opinión valedera. Si este libro sólo tuviera por resultado mostrar el lado
serio de la cuestión y provocar estudios en tal sentido, ya sería mucho y nos
aplaudiríamos por haber sido escogidos para realizar una obra que no
pretendemos por otra parte, que signifique para nosotros ningún mérito
personal, puesto que los principios que contiene no son de nuestra creación.
Todo su mérito se debe a los Espíritus que la dictaron. Además, confiamos en
que se obtendrá otro resultado: el de guiar a los hombres serios y deseosos de
instruirse, mostrándoles en estos estudios una meta grande y sublime: la del
progreso individual y social, y señalándoles la senda que hay que seguir para
alcanzar dicha meta.
Terminemos con una última consideración. Al sondear los
espacios han encontrado los astrónomos, en la distribución de los cuerpos
planetarios, ciertas lagunas o vacíos que no se justificaban y que se hallaban
en desacuerdo con las leyes del conjunto. Sospecharon entonces que tales
lagunas debían ser llenadas por mundos que se sustraían a sus ojos. Por otra
parte, observaban determinados efectos cuya causa les era desconocida, y se
decían: “Allí tiene que haber un planeta, por cuanto ese vacío no puede
existir, y los efectos que observamos han de tener una causa”. Juzgando
entonces la causa por el efecto, han podido calcular los elementos, y más tarde
los hechos vinieron a justificar sus previsiones. Ahora bien, apliquemos este
mismo razonamiento a otro orden de ideas.
Si observamos la serie
de los seres, se advierte que forman ellos una cadena sin solución de
continuidad, desde la materia inerte hasta el más inteligente de los hombres.
Pero ¡cuán inmensa laguna hay entre Dios y el hombre, que son el alfa y omega
de todo lo creado! ¿Es razonable pensar que en éste terminan los eslabones de
esa cadena? ¿Que sin transición sea franqueada la distancia que separa al
hombre de lo infinito? La razón nos dice que entre el hombre y Dios tiene que
haber otros eslabones, así como dijo a los astrónomos que entre los mundos
conocidos debían existir mundos desconocidos. Pues bien, ¿cuál es la filosofía
que ha llenado ese vacío? El Espiritismo nos muestra tal laguna ocupada por
Seres de todas las categorías del Mundo Invisible, y dichos Seres no son otros
que los Espíritus de los hombres llegados a diferentes niveles que conducen a
la perfección. De esta suerte, todo se correlaciona y se encadena, desde el
alfa hasta el omega. Vosotros, los que negáis la existencia de los Espíritus,
¡llenad pues, el vacío que ellos ocupan! Y vosotros, los que de ellos reís,
¡atreveros entonces a reír de las obras de Dios y de su omnipotencia!
. ALLAN KARDEC
domingo, 24 de agosto de 2014
001 01 - Audio y Texto
EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS
POR
ALLAN KARDEC
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO
DE LA DOCTRINA ESPÍRITA
(Primera Parte)
Para las
cosas nuevas se necesitan nuevas palabras. Así lo quiere la claridad del lenguaje, para evitar la confusión
inseparable del sentido múltiple dado a los mismos términos. Las voces
espiritual, espiritualista y espiritualismo, poseen un significado bien
definido, y darle uno nuevo para aplicarlo a la doctrina de los Espíritus
equivaldría a multiplicar las causas de
anfibología. En efecto, el espiritualismo es el término opuesto al
materialismo. Todo el que crea tener en
sí algo más que la materia, es un espiritualista, pero no se sigue de ello que crea en la
existencia de los Espíritus, o en sus comunicaciones con el mundo visible.
En lugar
de las palabras: espiritualista y espiritualismo empleamos para designar a esta
última creencia, las de Espiritista y Espiritismo, cuya forma recuerda su
origen y su significación radical, y que por eso mismo presentan la ventaja de
ser perfectamente inteligibles, y reservamos para la palabra espiritualismo la
significación que le es propia. Por tanto diremos que la doctrina Espiritista o
el Espiritismo tiene como principio las relaciones del mundo material con los
Espíritus o Seres del Mundo Invisible. Los adeptos del Espiritismo serán los
Espíritas, o si así se prefiere, los Espiritistas.
EL LIBRO
DE LOS ESPÍRITUS contiene como especialidad, la Doctrina Espírita. Y como
generalidad, se asocia a la doctrina espiritualista, ofreciendo una de sus formas.
Por esta
razón se ve en la cabecera de su título la frase...
FILOSOFÍA ESPIRITUALISTA.
Hay otro
vocablo acerca del cual interesa asimismo entenderse porque es una de las bases
de toda doctrina moral y ha motivado numerosas controversias, por falta de una
significación bien precisa: es la palabra Alma. La divergencia de opiniones
acerca de la naturaleza del Alma proviene de la aplicación particular que cada
cual hace de esta palabra. Una lengua perfecta, en la que cada idea estuviera
representada por un término específico, evitaría muchas discusiones. Con una
palabra para cada cosa todos nos entenderíamos.
Según
unos, el Alma es el principio de la vida material orgánica. No tiene en modo
alguno existencia propia y cesa al terminar la vida. Este concepto es
materialismo puro. En tal sentido, y por comparación, dicen de un instrumento
desafinado, "que ya no da sonido", que “no tiene alma”.
de acuerdo con esta opinión, el Alma sería un efecto y no
una causa.
Otros
piensan que el Alma es el principio de la inteligencia, agente universal del
que cada ser absorbe una porción. Según ellos, no habría en el Universo entero
más que una sola Alma, que distribuye chispas entre los diversos seres
inteligentes durante la vida de éstos. Después de su muerte, cada chispa
retorna a la fuente común, donde se confunde con el todo, de la manera que los
arroyos y ríos vuelven al mar de donde habían partido. Esta opinión difiere de
la anterior, en que según tal hipótesis, hay en nosotros algo más que la
materia, y después de la muerte algo queda. Pero es más o menos como si no
quedara nada, puesto que no existiendo más la individualidad, no tendríamos ya
conciencia de nosotros mismos.
Conforme
a esa opinión, el Alma universal sería Dios, y cada ser constituiría una
parcela de la Divinidad. Es ésta una variedad del panteísmo.
Por último,
según otros, el Alma es un ser moral distinto, independiente de la materia y
que conserva su individualidad después de la muerte. Este concepto es a no
dudarlo, el más general, porque bajo un nombre u otro la idea de ese ser que sobrevive a su cuerpo,
se encuentra en estado de creencia, instintiva e independiente de toda
enseñanza, en la totalidad de los pueblos, sea cual fuere su grado de
civilización. Esa doctrina, según la cual el Alma es la causa y no el efecto,
es la de los espiritualistas.
Sin
discutir el valor de tales opiniones, y considerando tan sólo el lado
lingüístico de la cuestión, diremos que esas tres aplicaciones de la palabra
Alma, constituyen otras tantas ideas distintas, cada una de las cuales
requeriría un término diferente. El vocablo Alma posee pues, tres acepciones, y
a cada cual le asiste razón desde su punto de vista, en la definición que le
da. La falla está en el idioma, al no tener más que una palabra para expresar
tres ideas diversas. Para evitar todo equívoco habría que restringir el
significado del término Alma a una sola de esas tres ideas: no interesa cuál de
ellas se elija; la cuestión es entenderse, ya que se trata de una convención.
Por nuestra parte, nos parece más lógico aplicarle la significación más común,
de ahí que llamemos ALMA al Ser inmaterial e individual que existe en nosotros
y que sobrevive a nuestro cuerpo. Aun cuando este Ser no existiera, siendo sólo
un producto de la imaginación, se necesitaría un término para designarlo.
A falta
de una palabra especial para cada una de las otras dos ideas, llamaremos:
Principio
vital, el principio de la vida material y orgánica, sea cual fuere la fuente de
que provenga, y que es común a todos los seres vivientes, desde las plantas
hasta el hombre. Visto que la vida puede existir prescindiendo de la facultad
de pensar, el principio vital es una cosa distinta e independiente. El vocablo
vitalidad no daría la misma idea. Para unos el principio vital es una propiedad
de la materia, un efecto que se da cuando la materia se halla en determinadas
circunstancias. Según la opinión de otros, "y esta es la idea más
común", aquél reside en un fluido especial, universalmente esparcido y del
que cada ser absorbe y se asimila una parte durante su vida, así como vemos que
los cuerpos inanimados absorben la luz. Esto sería entonces el fluido vital que
con arreglo a ciertas opiniones, no sería otro que el fluido eléctrico
“animalizado”, designado asimismo con los nombres de fluido magnético, fluido
nervioso, etcétera.
Sea lo
que fuere, hay un hecho irrebatible, porque constituye un resultado de la
observación, y es que los seres orgánicos poseen en sí una fuerza íntima que
produce el fenómeno de la vida en tanto dicha fuerza existe; que la vida
material es común a todos los seres orgánicos y es independiente de la
inteligencia y el pensamiento; que inteligencia y pensamiento son las facultades
propias de ciertas especies orgánicas; y por último, que entre las especies
orgánicas dotadas de inteligencia y pensamiento hay una que está provista de un
sentido moral especial, que le confiere una incontestable superioridad sobre
las demás, y es la especie humana.
Así
pues, se comprende que, poseyendo varias acepciones, el Alma no excluya ni al
materialismo ni al panteísmo. El espiritualismo mismo puede muy bien entender
el Alma según una u otra de las dos primeras definiciones, sin perjuicio del ser
inmaterial distinto, al que dará entonces, cualquier otro nombre. De modo que
esta palabra no representa en modo alguno una opinión. Es un Proteo que cada
cual adapta a su gusto. De ahí que surjan tantas interminables discusiones.
Se evitaría también
la confusión, "aun sirviéndonos de la palabra Alma en los tres casos"
agregándole un adjetivo calificativo que especificara el punto de vista desde
el cual se la considera, o la aplicación que se le da. Sería entonces un
término genérico, que representara a la vez el principio de la vida material,
de la inteligencia y del sentido moral, y que se distinguiría mediante un
atributo, como se procede con los gases, a los cuales se distingue añadiéndoles
las voces hidrógeno, oxígeno o nitrógeno. En consecuencia, podríamos decir (y
sería quizá lo mejor) el Alma vital para designar el principio de la vida
material, el Alma intelectual para el principio de la inteligencia, y el Alma
Espírita para el principio de nuestra individualidad después de la muerte. Según
se advertirá, todo esto es cuestión de palabras, pero importa mucho para que
podamos entendernos. Así pues, el Alma vital sería común a todos los seres
orgánicos: vegetales, animales y hombres. El Alma intelectual pertenecería a
hombres y animales. Y el Alma Espírita correspondería al hombre únicamente.
Hemos
creído necesario insistir sobre estas explicaciones, tanto más cuanto que la
Doctrina Espírita se basa naturalmente, sobre la existencia en nosotros de un
Ser independiente de la materia, y que sobrevive al cuerpo. Puesto que la
palabra Alma ha de aparecer con frecuencia en el transcurso de esta obra,
importaba determinar con precisión el sentido que le damos, a fin de evitar
todo posible equívoco.
Vayamos
ahora al objeto principal de esta instrucción preliminar.
Como
todo lo nuevo, la Doctrina Espírita tiene sus adeptos y sus contradictores.
Trataremos de responder a algunas de las objeciones que plantean estos últimos,
examinando el valor de los argumentos sobre los cuales se apoyan, sin abrigar
empero, la pretensión de persuadir a todo el mundo, porque hay personas que
creen que la luz ha sido hecha para ellas solas. Nos dirigimos a las de buena
fe, sin ideas preconcebidas o estereotipadas, sinceramente deseosas de
instruirse, y les demostraremos que la mayoría de las objeciones que se oponen
a la Doctrina provienen de una observación incompleta de los hechos y de un
juicio formado con demasiada ligereza y precipitación.
Para
empezar, recordemos en pocas palabras la serie progresiva de los fenómenos que
han dado nacimiento a esta Doctrina...
El
primer hecho que se observó fue el de objetos diversos que eran puestos en
movimiento. Se le ha designado vulgarmente con los nombres de mesas giratorias
o danza de las mesas. Este fenómeno, que parece haber sido observado
inicialmente en América, o que más bien se ha reiterado en esa parte del mundo,
por cuanto la historia prueba que el mismo se remonta a la más remota
antigüedad, se produjo con el acompañamiento de circunstancias extrañas, tales
como ruidos insólitos y golpes, que se escuchaban sin causa ostensible
conocida. De allí se propagó con rapidez a Europa y al resto del mundo. Suscitó
al comienzo mucha incredulidad, pero las múltiples experiencias llevadas a cabo
hicieron que pronto dejara de ser permitido dudar de su realidad.
Si dicho
fenómeno se hubiera limitado al movimiento de los objetos materiales podría
explicarse por una causa puramente física. Lejos estamos de conocer todos los
agentes ocultos de la Naturaleza ni todas las propiedades de los que ya
conocemos. La electricidad, por otra parte, multiplica cada día hasta el
infinito los recursos que ofrece al hombre, y parece que ha de iluminar a la
ciencia con una nueva luz. Por tanto no era imposible que la electricidad,
modificada por ciertas circunstancias, o cualquier otro agente desconocido,
fuera la causa de esos movimientos. La reunión de varias personas, que aumenta
el poder de acción, parecía apoyar esta teoría, porque se podía considerar ese
conjunto como una batería múltiple, cuya potencia se halla en relación con el
número de elementos.
El
movimiento circular no tenía nada de extraordinario. Está en la Naturaleza.
Todos los astros se mueven circularmente. En consecuencia, podríamos tener en
pequeña escala un reflejo del movimiento general del Universo; o mejor dicho,
una causa hasta entonces desconocida podría producir en forma accidental, con
objetos pequeños y en determinadas circunstancias, una corriente análoga a la
que arrastra a los mundos.
Pero el
movimiento observado no era siempre circular. Muchas veces era brusco y
desordenado, el objeto se veía sacudido con violencia, dado vuelta o llevado en
cualquier dirección, y contrariamente a todas las leyes de la estática, elevado
del suelo y mantenido en el aire. A pesar de lo cual nada había aún en esos
hechos que no pudiera explicarse por el poder de un agente físico invisible.
¿Acaso no vemos a la electricidad derruir edificios, arrancar árboles, lanzar a
distancia los cuerpos más pesados, atraerlos o desplazarlos?
En lo
que toca a los ruidos insólitos y los golpes, suponiendo que no fuesen uno de
los efectos ordinarios de la dilatación de la madera o de cualquier otra causa
accidental, podían muy bien ser producidos por la acumulación del fluido
oculto: ¿no produce la electricidad los más violentos ruidos?
Como se
ve, hasta aquí todo puede entrar en el dominio de los hechos puramente físicos
y fisiológicos. Sin salir de este círculo de ideas, había en todo aquello
materia para estudios serios, y dignos de fijar la atención de los sabios. ¿Por
qué entonces, no ha sido así?
Penoso
es consignarlo, pero esto obedece a causas que prueban entre miles de hechos
similares, la ligereza del espíritu humano. En primer término, la vulgaridad
del objeto principal que ha servido de base a las primeras experimentaciones,
tal vez no haya sido ajeno a ello. ¡Cuánta influencia no ha tenido una palabra
sobre las cosas más serias! Sin tomar en cuenta que el movimiento podía ser
comunicado a cualquier tipo de objeto, la idea de las mesas prevaleció, sin
duda porque era el objeto más cómodo y porque nos sentamos con más naturalidad
en torno de una mesa que de cualquier otro mueble. Ahora bien, los hombres
superiores son a veces tan pueriles, que no sería imposible el que ciertos
Espíritus selectos hayan creído deshonroso para ellos ocuparse de lo que se
había dado en llamar la danza de las mesas. Incluso es probable, que si el
fenómeno observado por Galvani, lo hubiese sido en cambio por hombres comunes,
y designado con un nombre burlesco, estaría aún relegado al mismo plano que la
varita mágica. En efecto, ¿qué sabio no se hubiera creído denigrado si se
ocupaba de la danza de las ranas.
Algunos
sin embargo, lo bastante modestos para convenir en que la Naturaleza pudiera
muy bien no haberles dicho su última palabra, han querido ver para descargo de
conciencia. Pero sucedió que el fenómeno no siempre respondía a sus
expectativas, y porque no se producía constantemente según su voluntad y modo
de experimentación, han terminado negándolo. A despecho de la sentencia
pronunciada por éstos, las mesas, –ya que mesas hay– continúan girando, y
podemos decir con Galileo: Y sin embargo se mueven… Agregaremos más aún: los
hechos se han multiplicado en tal forma que han adquirido hoy derecho de
ciudadanía, y sólo se trata ya de encontrarles una explicación racional.
¿Podemos acaso concluir algo contra la realidad del fenómeno, basándonos en que
éste no se produce de una manera siempre idéntica, conforme a la voluntad y las
exigencias del observador? ¿Es que los fenómenos eléctricos y químicos no están
subordinados a ciertas condiciones? ¿Tiene algo de extraño que el fenómeno del
movimiento de objetos mediante el fluido humano posea también sus condiciones
para realizarse, y cese de hacerlo cuando el observador, colocándose en su
propio punto de vista, pretenda hacerlo marchar al son de su capricho, o
sujetarlo a las leyes de los fenómenos conocidos, sin tomar en cuenta que para
hechos nuevos puede y debe de haber nuevas leyes? Ahora bien, para conocer esas
leyes hay que estudiar las circunstancias en que los hechos se producen, y tal
estudio sólo puede ser fruto de una observación atenta y con frecuencia muy
larga. Pero "objetan algunas personas", hay a menudo en ello
evidentes supercherías. Para comenzar, les preguntaremos si están completamente
seguras que existió fraude, y si no tomaron por tal, a efectos que no pudieron
comprender, más o menos como le sucedía a aquel aldeano que confundía a un
sabio profesor de física, quien se hallaba experimentando, con un diestro
prestidigitador. Aun suponiendo que el fraude haya podido darse en ocasiones,
¿es esa una razón para negar el hecho? ¿Se ha de negar la física porque existan
prestidigitadores que se arrogan el título de físicos? Además, es preciso tomar
en cuenta el carácter de las personas y su interés que pudiera moverlas a
engañar a sus semejantes. ¿Se trata, pues, de una broma?
Es
posible divertirse un momento, pero una broma prolongada en forma indefinida
sería tan fastidiosa para el embaucador como para el embaucado. Por lo demás,
en una superchería que se difunde de un extremo a otro del mundo, y entre las personas
más serias, honorables y esclarecidas, habría algo al menos tan extraordinario
como el fenómeno mismo.
Si los
fenómenos que nos ocupan se hubieran limitado al movimiento de objetos, habrían
permanecido, conforme dijimos, dentro del dominio de las ciencias físicas. Pero
no es así en manera alguna. Ellos habían de ponernos en el camino de un orden
de hechos extraños. Se creyó descubrir –no sabemos por iniciativa de quién.–
que el impulso comunicado a los objetos no era sólo producto de una fuerza
mecánica ciega, sino que había en ese movimiento la intervención de una causa
inteligente. Una vez abierta esta senda, había un campo de observaciones
completamente nuevo. Se levantaba el velo de muchos misterios. ¿Pero hay en
realidad, un poder inteligente? Esa es la cuestión. Si ese poder existe, ¿cuál
es, de qué naturaleza será y qué origen tiene? ¿Está por encima de la
humanidad? Tales son las preguntas que derivan de la primera.
Las
primeras manifestaciones inteligentes tuvieron lugar por medio
de mesas que se elevaban, y daban con una de sus patas, un
número determinado de golpes, respondiendo de este modo, sí o no, según lo
convenido, a una pregunta planteada. Hasta allí nada de convincente había por
cierto para los escépticos, por cuanto se podía creer en un efecto del azar.
Después se obtuvieron respuestas más elaboradas, sirviéndose de las letras del
alfabeto. El objeto móvil daba una cantidad de golpes que correspondía al
número de orden de cada letra y se llegaba así a formar palabras y frases que
contestaban a las preguntas planteadas.
La
exactitud de las respuestas y su correlación con las preguntas suscitaron el
asombro. El misterioso ser que de esta manera respondía, interrogado acerca de
su naturaleza declaró que era un Espíritu o Genio, se atribuyó un nombre y
proporcionó diversas informaciones a su respecto.
Es esta
una circunstancia muy importante, que hay que subrayar. Nadie imaginó a los
Espíritus como un medio para explicar el fenómeno. Hubo de ser el fenómeno
mismo el que revelara esa palabra. En las ciencias exactas se formulan muchas
veces hipótesis para disponer de una base de razonamiento, pero aquí, este no
fue el caso.
Tal
medio de comunicación resultaba tan largo como incómodo. El Espíritu, y es esta
una circunstancia digna de recalcar, señaló otro. Uno de esos seres invisibles
dio el consejo de adaptar un lápiz a una cesta, u otro objeto. Colocada esta
cesta sobre una hoja de papel, es puesta en movimiento por el mismo poder
oculto que mueve las mesas. Pero en vez de un simple movimiento regular, el
lápiz traza por sí mismo caracteres que forman palabras, frases y discursos
enteros, de varias páginas de extensión, tratando las más elevadas cuestiones
de la filosofía, moral, metafísica, psicología, etcétera, y ello con tanta
rapidez como si se escribiera con la mano.
Este
consejo se dio de forma simultánea en América, en Francia y en diversos
lugares. He aquí los términos en que lo recibió en París, el 10 de junio de
1853, uno de los adeptos más fervientes de la Doctrina, que de varios años
atrás –desde 1849.– venía ocupándose de la evocación de los Espíritus:
“Ve a la
habitación de al lado y toma la canastita. Sujétale un lápiz y colócala
sobre el papel.
Apoya tus dedos en el borde”.
Hecho
esto, unos instantes más tarde la cesta se pone en movimiento y el
lápiz escribe muy
legiblemente esta frase:
“Esto
que os digo, os prohíbo expresamente que lo digáis a nadie.
La
próxima vez que escriba lo haré mejor”.
Puesto
que el objeto al que se adapta el lápiz no es sino el de un instrumento, su
naturaleza y forma resultan del todo indiferentes. Se buscaba que su
disposición fuese la más cómoda, de ahí que muchas personas utilicen una
tablita.
La
canasta o la tablilla sólo puede ser puesta en movimiento con la influencia de
ciertas personas dotadas, a este respecto, de un poder especial, y a quienes se
designa con el nombre de médiums, – esto es: “medio” o intermediarios entre los Espíritus y los
hombres.
Las
condiciones que otorgan ese poder dependen a la vez de causas físicas y
morales, imperfectamente conocidas todavía, porque encontramos médiums de toda
edad y de uno y otro sexo, así como en todos los grados de desarrollo
intelectual. Por lo demás, dicha facultad se perfecciona con el ejercicio.
Más
tarde se reconoció que la cesta y la tablilla sólo constituían, en realidad, un
apéndice de la mano, y el médium, tomando directamente el lápiz, se puso a
escribir por un impulso involuntario y casi febril. De esta manera las
comunicaciones se hicieron más rápidas, más fáciles y más completas, y tal
procedimiento es en la actualidad el más utilizado, tanto más cuanto que el
número de personas dotadas de esa aptitud es considerable y a diario se
multiplica. Por último, la experiencia permitió conocer otras muchas variedades
de la facultad mediúmnica, y se supo que las comunicaciones podían igualmente
realizarse por medio de la palabra, el oído, la vista, el tacto, etcétera, e
incluso por la escritura directa de los Espíritus, vale decir, sin ayuda de la
mano del médium ni del lápiz.
Una vez
verificado el hecho, restaba comprobar un punto esencial: el rol que desempeña
el médium en las respuestas y la parte que puede tener en ellas, mecánica y
moralmente. Dos circunstancias básicas, que no podrían escapar a un observador
atento, pueden resolver la cuestión. La primera es el modo como la cesta se
mueve bajo su influencia, por la sola imposición de los dedos en el borde de
aquélla. El examen demuestra la imposibilidad del médium de imprimirle una
dirección, sea cual fuere. Tal imposibilidad se torna evidente, sobre todo
cuando dos o tres personas se colocan al mismo tiempo frente a la canasta.
Tendría que haber entre ellas una sincronización de movimientos realmente
extraordinaria. Se requeriría, además, concordancia de pensamientos para que
pudieran ellas concertarse acerca de la respuesta a dar a la pregunta
formulada. Otro hecho, no menos singular, viene todavía a acrecentar la
dificultad, y es el cambio radical de escritura según el Espíritu que
manifiesta, y cada vez que el mismo Espíritu regresa se reproduce su propia
escritura. Se necesitaría, pues, que el médium se hubiera aplicado a la tarea
de modificar su escritura de veinte maneras diferentes, y sobre todo que
pudiera memorizar la que pertenecía a tal o cual Espíritu.
La
segunda circunstancia resulta de la índole misma de las respuestas, que están
casi siempre, sobre todo cuando se trata de temas abstractos o científicos,
notoriamente más allá de los conocimientos y a veces del alcance intelectual
del médium, el cual, por otra parte, lo más comúnmente no tiene conciencia de
lo que se está escribiendo por su intermedio, y en la mayoría de los casos no
entiende o no comprende la pregunta planteada, puesto que ella puede serlo en
una lengua que el es extraña, o incluso ser formulada mentalmente, y la
respuesta podrá ser dada en ese mismo idioma. Suele suceder, por último, que la
cesta escriba espontáneamente, sin que se le haya hecho una pregunta previa,
acerca de cualquier tema, completamente inesperado.
En
ciertos casos, esas respuestas tienen un sello tal de sabiduría, profundidad y
acierto, revelan pensamientos tan elevados y sublimes, que sólo pueden dimanar
de una inteligencia superior, impregnada de la más pura moralidad. En otras
ocasiones son tan superficiales y frívolas, incluso tan triviales, que la razón
se rehúsa a creer que puedan provenir de la misma fuente. Tal diversidad de
lenguaje no puede explicarse sino por la diversidad de las inteligencias que se
manifiestan. Ahora bien, esas inteligencias, ¿están en la humanidad o fuera de
ella? Tal es el punto que hay que esclarecer, y cuya explicación completa se
encontrará en esta obra, tal como ha sido proporcionada por los Espíritus
mismos.
He aquí,
pues, efectos evidentes que se producen fuera del círculo habitual de nuestras
observaciones; que no ocurren de modo alguna en el misterio, sino a plena luz
del día; que todo el mundo puede ver y comprobar; y que no constituyen el
privilegio de un solo individuo, sino que millares de personas los están
repitiendo a voluntad cada día. Tales efectos tienen necesariamente una causa,
y puesto que denotan la acción de una inteligencia y de una voluntad, exceden
el domino meramente físico.
Varias
teorías se han enunciado a su respecto. Las examinaremos en seguida y veremos
si pueden ellas dar razón de todos los hechos que se producen. Admitamos, en el
ínterin, la existencia de Seres distintos de la humanidad, ya que tal es la
explicación provista por las Inteligencias que se revelan, y oigamos lo que
éstas nos dicen al respecto.
Los
Seres que de este modo se comunican se designan a sí mismos, conforme acabamos
de decirlo, con el nombre de Espíritus o Genios, y afirman haber pertenecido,
(algunos al menos) a hombres que vivieron en la Tierra. Integran el Mundo
Espiritual, así como nosotros durante nuestra existencia constituimos el mundo
corporal.
Resumiremos
a continuación, en pocos párrafos, los puntos más sobresalientes de la Doctrina
que ellos nos han transmitido, a fin de responder con más facilidad a ciertas
objeciones:...
– “Dios
es eterno e inmutable, inmaterial y único, todopoderoso y
soberanamente justo y bueno.
– Él
creó el Universo, que comprende a todos los seres animados e
inanimados, materiales e inmateriales.
– Los
seres materiales forman el mundo visible o corporal, y los
inmateriales, el Mundo Invisible o Espírita,
esto es: de los Espíritus.
– El
Mundo Espírita es el normal y primitivo, eterno, preexistente y sobreviviente a todo.
– El
mundo corporal es sólo secundario. Podría dejar de existir, o no
haber existido jamás, sin alterar la esencia
del Mundo Espírita.
– Los
Espíritus se revisten temporariamente de una envoltura material
perecedera, cuya destrucción mediante la
muerte los devuelve a la
libertad.
– Entre
las diversas especies de seres corporales ha escogido Dios
a la raza humana para la encarnación de los
Espíritus que han
llegado a cierto grado de desarrollo, y es
esto lo que les confiere
superioridad moral e intelectual sobre las
demás.
– El
Alma es un Espíritu encarnado cuyo cuerpo no constituye más
que la envoltura.
Tres
cosas hay en el hombre:...
–
Primera: el cuerpo o ser material, análogo al de los animales y
animado por el mismo principio vital.
–
Segunda: el Alma o ser inmaterial, Espíritu encarnado en el cuerpo.
–
Tercera: el vínculo que une el Alma con el cuerpo, principio
intermediario entre la materia y el
Espíritu.
Así
pues, posee el hombre dos naturalezas:
–
Primera: Por su Cuerpo, participa de la naturaleza de los animales,
cuyos instintos tiene.
–
Segunda: Por su Alma, participa de la naturaleza de los Espíritus.
– El
vínculo o periespíritu que une a cuerpo y Espíritu es una especie
de envoltura semimaterial. La muerte acarrea
la destrucción de la
envoltura más grosera: el cuerpo, pero el
Espíritu sigue
conservando la segunda: el periespíritu, que
constituye para él un
cuerpo etéreo, invisible para nosotros en su
estado normal, pero
que puede tornarse accidentalmente visible e
incluso tangible,
según ocurre en el fenómeno de las apariciones
o
materializaciones.
– De
manera que el Espíritu no es en modo alguno un ser abstracto e
indefinido, que sólo la mente puede
concebir. Es un Ser real y
circunscrito, que en ciertos casos se vuelve
perceptible para los
sentidos de la vista, el oído y el tacto.
– Los
Espíritus pertenecen a diferentes clases y no son iguales ni en
poder ni en inteligencia, ni en saber ni en
moralidad. Los de primer
orden son los Espíritus Superiores, que se
distinguen de los demás
por su
perfección, conocimientos y proximidad a Dios; por la pureza
de sus sentimientos y su amor al bien; son
los Ángeles o Espíritus
Puros. Las otras clases se alejan cada vez
más de dicha perfección:
los de los rangos inferiores son propensos a
la mayoría de nuestras
pasiones: odio y envidia, celos y orgullo,
etcétera. Éstos se
complacen en el mal. Entre ellos los hay
asimismo que no son ni
muy buenos ni muy malos: más revoltosos y
embrollones que
ruines; la malicia y las inconsecuencias
parecen ser su dote. Son los
duendes, Espíritus traviesos o frívolos.
– Los
Espíritus no pertenecen perpetuamente a un mismo orden.
Todos evolucionan al pasar por los diversos
grados de la jerarquía
Espírita. Tal mejoramiento se opera mediante
la encarnación, que
es impuesta a unos como expiación y a otros
como misión. La vida
material constituye una prueba que deben
sufrir repetidas veces,
hasta que hayan alcanzado la perfección
absoluta. Es una especie
de tamiz o de depuratorio del que salen más
o menos purificados.
– Al
dejar el cuerpo, el Alma reingresa al Mundo de los Espíritus, de
donde había salido, para retomar una nueva
existencia material
después de un lapso más o menos prolongado,
durante el cual ha
permanecido en estado de Espíritu errante.
– Nota
de A. Kardec: [ Entre esta
doctrina de la reencarnación y la
de la metempsicosis, tal como la admiten
algunas sectas, hay una
diferencia característica, que en el curso
de la obra se explica.]
– Puesto
que el Espíritu ha de pasar por diversas encarnaciones, de
ello resulta que todos hemos tenido
diferentes existencias y que
tendremos todavía otras, más o menos
perfeccionadas, ya sea en
esta Tierra o bien en otros Mundos.
– La
encarnación de los Espíritus ocurre siempre en la especie
humana. Sería erróneo creer que el Alma o
Espíritu pueda encarnar
en el cuerpo de un animal.
– Las
diversas existencias corporales del Espíritu son siempre
progresivas y jamás retrógradas. Pero la
rapidez de su progreso
depende de los esfuerzos que realice para
alcanzar la perfección.
– Las
cualidades del Alma son las del Espíritu que se halla
encarnado. Así pues, el hombre de bien
constituye la encarnación
de un Espíritu bueno, en tanto el hombre perverso
es la de un
Espíritu impuro.
– El
Alma tenía su individualidad antes de haber encarnado, y la
conserva después de su separación del
cuerpo.
– A su
retorno al Mundo de los Espíritus, el Alma encuentra ahí, a
cuantos conoció en la Tierra, y todas sus
existencias anteriores se
reproducen en su memoria, con el recuerdo de
todo el bien y todo el
mal que ha hecho.
– El
Espíritu encarnado se halla bajo la influencia de la materia. El
hombre que supera ese influjo mediante la
elevación y la
depuración de su Alma se acerca a los buenos
Espíritus con los
cuales estará algún día. En cambio, el que
se deja dominar por las
pasiones viles y cifra todas sus alegrías en
la satisfacción de los
apetitos groseros se acerca a los Espíritus
impuros, al dar
preponderancia a la naturaleza animal.
– Los
Espíritus encarnados habitan los diferentes globos del Universo.
– Los
Espíritus desencarnados, o errantes, no ocupan en modo
alguno una región determinada o
circunscrita. Están por doquiera en
el espacio y a nuestro lado mismo, viéndonos
y codeándose con
nosotros sin cesar: es toda una población
invisible que en torno de
nosotros se agita.
– Los
Espíritus ejercen sobre el mundo moral, -e incluso sobre el
físico.- una acción incesante: obran sobre
la materia y el
pensamiento y constituyen una de las
potencias de la Naturaleza,
causa eficiente de una multitud de fenómenos
hasta hace poco
inexplicados o explicados mal, y que sólo en
el Espiritismo
encuentran una solución racional.
– Las
relaciones de los Espíritus con los hombres son constantes. Los
Espíritus buenos nos incitan al bien
sosteniéndonos en las pruebas
a que nos somete la vida, y nos ayudan a
soportarlas con valor y
resignación. Por el contrario, los Espíritus
malos nos empujan al
mal: se regocijan cuando nos ven sucumbir y
parecernos a ellos.
– Las
comunicaciones de los Espíritus con los hombres son ocultas o
manifiestas. Las ocultas se llevan a efecto
mediante la buena o mala
influencia que ejercen sobre nosotros sin
que lo sepamos.
A nosotros mismos cábenos discernir las
buenas o malas
inspiraciones. Las comunicaciones
manifiestas tienen lugar por
medio de la escritura, la palabra, u otras
manifestaciones materiales,
casi siempre con la intervención de médiums
que les sirven de
instrumentos.
– Los
Espíritus se manifiestan en forma espontánea o por haber sido
evocados. Se puede evocar a cualquier
Espíritu: tanto a los que
animaron a hombres oscuros como a los de los
personajes más
ilustres, sea cual fuere la época en que
hayan vivido en la Tierra, y
también los de nuestros parientes, amigos o
enemigos, y obtener de
ellos, mediante comunicaciones escritas o
verbales, consejos, datos
sobre su situación de ultratumba o lo que
piensan a nuestro
respecto, así como las revelaciones que se
les permita hacernos.
– Los
Espíritus son atraídos en virtud de su simpatía por la naturaleza
moral del ambiente en que se les evoca. Los
Espíritus Superiores se
complacen en las reuniones serias, en que
predominan el amor al
bien y el deseo sincero de instruirse y
mejorar. Su presencia allí
aleja a los Espíritus inferiores, quienes
por el contrario encuentran
libre acceso y pueden obrar con plena
libertad entre las personas
frívolas o que son guiadas sólo por la
curiosidad, y en cualquier
parte donde se encuentren malos instintos.
– Lejos
de obtener de ellos buenos consejos o informaciones útiles,
sólo se deben esperar de su parte futilezas,
embustes, bromas de
mal gusto o supercherías, y a menudo toman
nombres venerables
para inducir mejor a error.
–
Distinguir los buenos de los malos Espíritus es sobremanera fácil: el
lenguaje de los Espíritus Superiores es
siempre digno y noble,
impregnado de la más alta moralidad,
desprovisto de toda baja
pasión. Sus consejos resumen la más pura
sabiduría, teniendo
siempre por objeto nuestro mejoramiento y el
bien de la humanidad.
El lenguaje de los Espíritus inferiores, en
cambio, es inconsecuente,
muchas veces trivial y hasta grosero. Si es
cierto que en ocasiones
expresan cosas buenas y verdaderas, no lo es
menos que en la
mayoría de los casos las dicen falsas y
absurdas, por malicia o
ignorancia. Bromean con la credulidad y se
divierten a expensas de
los que les interrogan, halagando su vanidad
y fomentando sus
deseos con falaces esperanzas. En suma, las
comunicaciones
serias, en la verdadera significación de la
palabra, tienen lugar sólo
en los centros igualmente serios, en los
cuales sus miembros se
hallan unidos por una comunión íntima de
pensamientos con miras
al bien.
– La
moral de los Espíritus Superiores se resume, como la de Cristo,
en esta máxima evangélica: “Hagamos a los
demás lo que
quisiéramos que los demás nos hiciesen a
nosotros”. Esto es: hacer
el bien y no el mal. En este principio
encuentra el hombre la regla
universal de conducta que puede guiarlo
hasta en sus más
insignificantes acciones.
– Los
Espíritus Superiores nos enseñan que egoísmo, orgullo y
sensualidad son pasiones que nos acercan a
la naturaleza animal,
ligándonos a la materia. Que el hombre que
ya en la Tierra se
desligue de la materia por medio del
desprecio hacia las futilezas
mundanas y el amor al prójimo se acerca a la
naturaleza espiritual.
Que cada uno de nosotros debe hacerse útil
según las facultades y
recursos que Dios ha puesto en sus manos
para probarnos. Que el
fuerte y el poderoso deben su protección y
apoyo al débil, porque
aquel que abusa de su fuerza y de su poder
oprimiendo a sus
semejantes viola la ley de Dios. Nos
enseñan, por último, que
puesto que en el Mundo de los Espíritus nada
puede ser ocultado, el
hipócrita será desenmascarado y develadas
todas sus torpezas.
Que la presencia inevitable y permanente de
aquellos con quienes
hayamos procedido mal constituye uno de los
castigos que nos
están reservados. Y que a los estados de
inferioridad y de
superioridad de los Espíritus corresponden
penas y goces,
respectivamente, que nos son desconocidos en
la Tierra.
– Pero
también nos enseñan que no hay faltas irremisibles que no
puedan ser borradas mediante la expiación.
El hombre encuentra
el medio de hacerlo en las diversas
existencias, que le permiten
adelantar, conforme su deseo y sus
esfuerzos, por la senda del
progreso y hacia la perfección, que es su
meta final.”
Este es
el resumen de la Doctrina Espírita, tal como resulta de la enseñanza impartida
por los Espíritus Superiores. Veamos ahora las objeciones que a ella se
plantean.
Para
muchas personas, la oposición que le hacen las Instituciones Científicas a la
Doctrina Espírita es si no una prueba, al menos una fuerte presunción contra
ella. Por nuestra parte, no somos de aquellos que levantan la voz contra los
sabios, porque no queremos que se diga de nosotros que damos: la coz del asno.
– Nota
del traductor: [ Se llama "coup de pied de l´âne" (“coz del asno”)
al insulto que el débil o
cobarde dirige a otro cuyo poder o fuerza ya no debe
temer.]
Muy por el contrario, los tenemos
en gran estima y nos sentiríamos muy honrados si perteneciéramos a su clase.
Pero su opinión no puede ser en todos los casos un juicio irrevocable.
Tan
pronto como la ciencia sale de la observación material de los hechos y trata de
juzgarlos y explicarlos, queda abierto el campo para las conjeturas. Cada sabio
trae su pequeño sistema, que quiere hacer prevalecer sobre los otros y que
sostiene con vigor. ¿Acaso no estamos viendo a diario las opiniones más
divergentes, que alternativamente se preconizan y se rechazan, ora negadas como
errores absurdos, ora proclamadas como verdades incontestables? Por eso el
verdadero criterio para nuestros juicios, el argumento sin réplica lo
constituyen los hechos.
En
ausencia de hechos, es de sabios dudar…
Para las
cosas bien conocidas la opinión de los sabios es a justo título digna de fe,
porque saben más y mejor que el vulgo. Pero en lo que toca a principios nuevos,
a cosas desconocidas, su manera de ver es siempre hipotética, porque no están
más exentos de prejuicios que los demás. Diré incluso que el sabio tiene quizá
más prejuicios que otras personas, pues una propensión natural le lleva a
subordinarlo todo al punto de vista que él ha profundizado: el matemático sólo
ve pruebas de una demostración algebraica, el químico relaciona todo con la
acción de los elementos, y así por el estilo. Todo hombre que cultive una
especialidad sujeta a ella todas sus ideas. Sacadlo de allí y con frecuencia
dirá desatinos, porque quiere someter todo a su modo de ver: es esta una
consecuencia de la humana debilidad. De buena gana y con toda confianza
consultaré a un químico sobre una cuestión de análisis, a un físico acerca de
la potencia eléctrica y a un mecánico respecto a una fuerza motriz. Pero
tendrán que permitirme, y sin que ello signifique menoscabo a la estima que su
saber especializado merece, que no tome en cuenta yo su opinión negativa en
materia de Espiritismo, así como no consideraré el juicio de un arquitecto
acerca de una cuestión de música.
Las
ciencias comunes se basan en las propiedades de la materia, que se puede
experimentar y manipular a voluntad. Los fenómenos Espíritas se fundan sobre la
acción de Inteligencias que poseen su propia voluntad
y nos prueban a cada instante que no están a disposición de
nuestro capricho. Por tanto las observaciones no pueden realizarse de la misma
manera, sino que requieren condiciones especiales y otro punto de partida.
Pretender
someterlas a nuestros procedimientos de investigación convencionales equivale a
establecer analogías inexistentes. En consecuencia, la ciencia propiamente
dicha, como tal, es incompetente para pronunciarse sobre el Espiritismo. No ha
de ocuparse de él, y su juicio, sea o no favorable, no pesaría en modo alguno.
El Espiritismo es resultado de una convicción personal que los sabios pueden
tener en cuanto individuos, prescindiendo de su calidad de científicos. Pero
querer remitir el problema a la ciencia equivaldría a hacer que una asamblea de
físicos o astrónomos decidiera acerca de la existencia del Alma. En efecto, el
Espiritismo se basa por completo sobre la existencia del Alma y su estado
después de la muerte. Ahora bien, es extraordinariamente ilógico pensar que un
hombre deba ser un gran psicólogo porque es un gran matemático o anatomista. Al
disecar el cuerpo humano el anatomista busca el Alma, y como resulta que no la
encuentra bajo su escalpelo, del modo que halla un nervio, o no la ve
desprenderse como una emanación de gas, saca en conclusión que aquélla no
existe, porque se coloca él desde el punto de vista exclusivamente material.
¿Se deduce de ello que tenga razón contra la opinión universal? No. Ya veis
entonces, que el Espiritismo no es materia de la ciencia.
Cuando
las Creencias Espíritas se hayan divulgado, siendo aceptadas por las masas, -y
a juzgar por la rapidez con que se propagan, esa época no puede estar muy
lejos.- sucederá con éstas lo que con todas las ideas nuevas que encontraron
oposición: que los sabios se rendirán a la evidencia.
Las
aceptarán individualmente por la fuerza de las circunstancias. Hasta entonces,
es inoportuno distraerlos de sus tareas específicas para obligarlos a ocuparse
de una cosa que les es extraña, pues no está ni dentro de sus atribuciones ni
en su programa. En el ínterin, aquellos que sin un estudio previo y
profundizado del asunto se pronuncien por la negativa y se burlen de quienes no
compartan su opinión, olvidan que lo mismo sucedió con la mayoría de los
grandes descubrimientos que honran a la humanidad, y con su actitud se exponen
a ver sus nombres aumentando la lista de los ilustres detractores de las ideas
nuevas, inscritos al lado de los miembros de la docta asamblea que en 1752
recibió con una estruendosa carcajada la memoria de Franklin sobre el
pararrayos, conceptuándola indigna de figurar en el número de las
comunicaciones que se les dirigían, y la de aquella otra que hizo perder para
Francia el beneficio de la iniciativa de la navegación a vapor, al declarar que
el sistema de Fulton era un sueño impracticable, a pesar de que eran temas de
su competencia… Así pues, si tales asambleas, que contaban en su seno a la flor
y nata de los sabios del mundo, no tuvieron sino bromas y sarcásmos para ideas
que no comprendían, -ideas que algunos años más tarde iban a revolucionar la
ciencia, las costumbres y la industria.- ¿cómo esperar que un tema extraño a
sus trabajos obtenga mejor acogida?
Estos
errores de algunos, deplorables para su memoria, no podrían arrebatarles los
títulos que por otros conceptos han adquirido para nuestra estima, ¿pero acaso
es necesario un diploma oficial para poseer sentido común, y no hay fuera de
los sillones académicos más que tontos e imbéciles? Échese una ojeada a los
adeptos de la Doctrina Espírita y se comprobará que no se encuentran entre
ellos sólo ignorantes, y que el inmenso número de hombres de mérito que la han
aceptado no permite que se la relegue a la categoría de las creencias de las
personas sin ilustración. El carácter y el saber de esos hombres nos autorizan
a decir: puesto que ellos así lo afirman, debe de existir algo de cierto al
menos…
Una vez
más repetimos que si los hechos que nos ocupan se hubieran limitado a
movimientos mecánicos de los cuerpos, la investigación de la causa física de
tal fenómeno era del dominio de la ciencia, pero puesto que se trata en cambio,
de una manifestación que excede las leyes de orden físico, está fuera de la
competencia de la ciencia material, por cuanto no puede ser explicada ni con
número ni por la potencia mecánica. Cuando surge un hecho nuevo que no
corresponde a ninguna ciencia conocida, para estudiarlo debe el sabio
prescindir de su ciencia y reconocer que es para él un nuevo estudio, que no
puede emprender con ideas preconcebidas.
El
hombre que crea que su razón es infalible se halla muy cerca del error. Hasta
los que profesan las ideas más falsas se apoyan en su razón, y a causa de ello
rechazan todo lo que se les antoja imposible. Todos los que ayer negaban los
admirables descubrimientos con que la humanidad se honra actualmente, apelaban
a ese juez para rechazarlos. Lo que se denomina razón no suele ser otra cosa
que orgullo disfrazado, y cualquiera que se considere infalible se pone en un
pie de igualdad con Dios. Por consiguiente, nosotros nos dirigimos a aquellos
que son lo bastante sabios para dudar de lo que no han visto y que juzgando el
porvenir por el pasado, no creen que el hombre haya llegado a su apogeo, ni que
la Naturaleza haya vuelto para él la última página de su libro.
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