domingo, 29 de septiembre de 2013

002 04 - Texto

Medios de comunicación

V. –Me ha hablado usted de medios de comunicación; ¿Podría darme una idea de ellos, puesto que es difícil comprender cómo esos seres invisibles pueden conversar con nosotros?

A. K. –Con mucho gusto. Seré, sin embargo, breve, porque este punto exigiría largas digresiones que encontrará usted especialmente en El Libro de los Médiums. Pero lo poco que le diré bastará para indicarle el mecanismo, y, sobre todo, para hacerle comprender mejor algunos experimentos a que podría asistir, mientras espera su completa iniciación.
La existencia de esa envoltura semimaterial, el periespíritu, es ya una clave que explica muchas cosas y demuestra la posibilidad de ciertos fenómenos. En cuanto a los medios, son muy variados, y dependen, ya de la naturaleza más o menos pura del Espíritu, ya de las disposiciones particulares de las personas que le sirven de intermediarios. El más vulgar, el que puede llamarse universal, consiste en la intuición, es decir, en las ideas y pensamientos que nos sugieren; pero este medio es muy poco apreciable en la generalidad de los casos, y hay otros más materiales. Ciertos espíritus se comunican por medio de

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golpes, respondiendo por sí o por no, o designando las letras que deben formar las palabras. Los golpes pueden obtenerse por el movimiento bascular de un objeto, una mesa, por ejemplo, que golpea con uno de sus pies. A menudo se producen en la sustancia misma de los cuerpos, sin movimiento de éstos. Este modo primitivo es prolongado y se presta con dificultad a los desenvolvimientos de cierta extensión: le ha reemplazado la escritura, que se obtiene de diferentes maneras. Al principio se empleó, y a veces se emplea aún, un objeto móvil, como una planchita, una caja, a la cual se adapta un lápiz cuya punta corre por el papel. La naturaleza y la sustancia del objeto son indiferentes. El médium pone la mano sobre aquél, al cual transmite la influencia que recibe del Espíritu, y el lápiz traza los caracteres. Pero este objeto, propiamente hablando, no es más que una especie de apéndice de la mano, como un lapicero. Más tarde se reconoció la utilidad de semejante intermediario, que no es más que una complicación del mecanismo, cuyo único mérito es el de evidenciar de una manera más material la independencia del médium, que puede escribir tomando él mismo el lápiz. Los espíritus se manifiestan también y pueden transmitir sus pensamientos por sonidos articulados que retumban bien en el espacio, bien en el oído; por la voz del médium, por la vista, por el dibujo, por la música y por otros medios que un completo estudio hace conocer. Los médiums tienen para esto diferentes aptitudes especiales procedentes de su organización. Así pues tenemos médiums para efectos físicos, es decir, aptos para producir fenómenos materiales, como golpes, movimientos de cuerpos, etcétera; médiums auditivos, parlantes, dibujantes, músicos, escribientes. Esta última facultad es la más común, la que mejor se desarrolla con el ejercicio, y también es la más preciosa, porque permite comunicaciones más seguidas y más rápidas.
El médium escribiente presenta numerosas variedades, de las cuales dos son muy notables. Para comprenderlas, es preciso darse cuenta del modo como se opera el fenómeno. A veces el Espíritu obra sobre la mano del médium, a la cual da un impulso completamente independiente de la voluntad, y sin que éste tenga conciencia de lo que escribe: este es el médium escribiente mecánico. Otras veces, obra sobre el cerebro; su pensamiento penetra el del médium, quien, aunque escribiendo involuntariamente, tiene conciencia más o menos clara de lo que obtiene: este es el médium intuitivo; su papel es exactamente el de un intérprete que transmite un pensamiento que no es el suyo, pensamiento que, sin embargo, debe comprender. Aunque, en este caso, el pensamiento del Espíritu y el del médium se confunden a veces, la experiencia enseña a distinguirlos fácilmente. Por ambos géneros de mediumnidad se obtiene buenas comunicaciones. La ventaja de los mecánicos es para las personas que no están aún convencidas. Por lo demás, la cualidad esencial de un médium está en la naturaleza de los espíritus que le asisten y las comunicaciones que recibe, más que en los medios de ejecución.

V. –El procedimiento me parece de los más sencillos. ¿Me será posible experimentarlo?

A. K. –Sin ningún inconveniente, y añado que si usted estuviese dotado de la facultad medianímica, sería éste el mejor medio para convencerse, porque no podría usted sospechar de su propia buena fe. Tan sólo le recomiendo vivamente que no se entregue a ninguna prueba antes de haber estudiado con detención. Las comunicaciones de ultratumba están rodeadas de más dificultades de las que generalmente se cree. No están exentas de inconvenientes ni de peligros para los que no tienen la experiencia necesaria. Sucede a éste lo que al que quisiera hacer manipulaciones químicas sin saber química: correría riegos de quemarse los dedos.

V. -¿Puede conocerse esta aptitud por alguna señal?

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A. K. –Hasta el presente ningún diagnóstico se conoce para la mediumnidad. Todos los que se habían considerado como tales carecen de valor. Por lo demás, los médium son muy numerosos, y es muy raro que, si no lo es uno mismo, no se encuentre alguno entre su familia o conocidos. El sexo, la edad y el temperamento son indiferentes: se encuentran médiums entre hombres y mujeres, niños y ancianos, sanos y enfermos.
Si la mediumnidad se tradujese por una señal exterior cualquiera, implicaría esto la permanencia de la facultad, mientras que ésta es esencialmente móvil y fugitiva. Su causa física está en la asimilación, más o menos fácil, de los fluidos periespirituales del encarnado y del Espíritu desencarnado. Su causa moral es la voluntad del Espíritu en comunicarse cuando le place y no a nuestro antojo, de donde resulta: 1o Que todos los espíritus no pueden comunicarse indiferentemente; y 2o Que todo médium puede perder, o tener suspendida, la facultad cuando menos la espera. Estas palabras bastan para demostrar a usted que este punto es un vasto campo de estudio, para poderse dar cuenta de las variaciones que presentan el fenómeno.
Sería, pues, erróneo el creer que todo espíritu puede venir al llamamiento que se le hace, y comunicarse con el primer médium que se presente. Para que un Espíritu se comunique, es preciso, ante todo, que le convenga hacerlo; en segundo lugar, que su posición a sus ocupaciones se lo permita; y tercero, que encuentre en el médium un instrumento propicio, apropiado a su naturaleza.
El principio, se puede comunicar con los espíritus de todos los órdenes, con sus parientes y amigos, tanto con los espíritus más vulgares como los más elevados. Pero independientemente de las condiciones individuales de posibilidad, vienen más o menos voluntariamente según las circunstancias, y sobre todo en razón de sus simpatías hacia las personas que les llaman, y no al llamamiento del primer antojadizo que tuviese al capricho de evocarlos por un sentimiento de curiosidad. En semejante caso, no se hubiese molestado durante la vida, y tampoco lo hace después de la muerte.
Los espíritus serios sólo concurren a las reuniones formales, donde son llamados con recogimiento y por motivos formales. No se prestan a ninguna pregunta de curiosidad, de prueba fútil, ni ningún experimento.
Los espíritus ligeros se encuentran en todas partes, pero en las reuniones formales guardan silencio y se mantienen ocultos para oír, como lo haría un estudiante en una asamblea ilustrada. En las reuniones frívolas toman la revancha, se divierten con todos, se burlan con frecuencia de los concurrentes y responden a todo sin cuidarse de la verdad.
Los espíritus que se llaman golpeadores, y por regla general todos los que producen manifestaciones físicas, son de orden inferior, sin que por ello sean esencialmente malos: tienen en cierta manera una aptitud especial para los efectos materiales. Los espíritus superiores no se ocupan de semejantes asuntos, como nuestros sabios no se ocupan de sutilezas: si tienen necesidad de aquellos efectos, emplean esta clase de espíritus, como nosotros nos servimos del jornalero para la parte material de la obra.

Médiums interesados

V. –Antes de consagrarse a un largo estudio, ciertas personas quisieran tener la certeza de no perder el tiempo, certeza obtenida por un hecho concluyente, y que comprarían a peso de oro.

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A. K. –El que no quiere tomarse el trabajo de estudiar, tiene más curiosidad que deseo real de instruirse, y los espíritus no aprecian más que yo a los curiosos. Por otra parte, la codicia les es esencialmente antipática, y no se prestan a nada que puede satisfacerla. Sería preciso sería formarse de ellos una idea muy falsa para creer que espíritus superiores, como Fenelón, Bossuet, Pascal y San Agustín, por ejemplo, se ponga a las órdenes de un advenedizo, a tanto por hora. No caballero, las comunicaciones de ultratumba son muy serias y requieren mucho respeto para ser puesta en exhibición.
Sabemos, por otra parte, que los fenómenos espiritistas no marchan como las ruedas de un mecanismo, puesto que dependen de la voluntad de los espíritus. Aun admitiendo la aptitud medianímica, nadie puede responder de obtenerlos en un momento determinado. Si los incrédulos son dados a sospechar de la buena de los médiums en general, peor sería si se notase en ellos el estímulo del interés. Y con razón podría sospecharse que el médium retribuido simularía el fenómeno cuando no lo produjese el Espíritu, porque ante todo le sería preciso ganar su dinero. Puesto que el desinterés más absoluto es la mejor garantía de sinceridad, repugnaría a la razón el hacer venir por interés a las personas que nos son queridas, suponiendo que consintiesen en ello, lo cual es más que dudoso: en todo caso, sólo se prestarían a este cálculo espíritus de baja ralea, poco escrupuloso acerca de los medios e indignos de confianza, y aun éstos se gozan en el censurable placer de burla las combinaciones y los cálculos de sus panegiristas.
La naturaleza de la facultad medianímica se opone, pues, a que se la convierta en una profesión, porque depende de una voluntad extraña al médium que podría faltarle en el momento en que más la necesitase, a menos que no se la suplicase por la astucia. Pero aun admitiendo una completa buena fe, desde el momento en que los fenómenos no se obtienen a voluntad, sería efecto de la casualidad el que, en la sesión retribuida, se produjese precisamente el hecho deseado para el convencimiento. Bien puede usted dar cien mil francos a un médium, seguro de que no obtendrá de los espíritus lo que éstos no quieran hacer. Este cebo, que desnaturalizaría la intención, transformándola en un violento deseo de lucro, sería, por el contrario, un motivo de que no lo obtuviese. Si se está bien persuadido de la verdad de que el afecto y la simpatía son los más poderosos móviles de atracción para los espíritus, se comprenderá que no pueden ser solicitados por el pensamiento de emplearlos en el lucro.
Aquel, pues, que tenga necesidad de hechos para convencerse, debe probar a los espíritus su buena voluntad con una observación seria y paciente, si quiere ser secundado por ellos. Pero si es verdad que la fe no se impone, no lo es menos que tampoco se compra.

V. –Comprendo este razonamiento desde el punto de vista moral; ¿Pero no es justo que el que emplea su tiempo en interés de la causa sea indemnizado, impidiéndole aquel empleo el trabajo para vivir?

A. K. –Ante todo, ¿Lo hace precisamente en interés de la causa o en interés propia? Si ha dejado su estado, es porque no estaba satisfecho de él y porque esperaba ganar más con el nuevo oficio o trabajar menos. Ningún mérito tiene emplear el tiempo cuando se hace para lograr provecho. Esto es absolutamente como decir que el panadero fabrica el pan en provecho de la humanidad. La mediumnidad no es el único recurso, y de no existir ella, los médiums interesados se verían obligados a ganarse la vida de otro modo. Los médiums verdaderamente formales y desinteresados buscan los medios de vivir en el trabajo cotidiano, y no abandonan sus ocupaciones cuando necesitan de éstas para subsistir: sólo consagran a la mediumnidad el tiempo que sin perjuicio puedan ocuparle;

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si se dedican a ella en sus ratos de ocio y de reposo, existe entonces verdadero desinterés, por el cual se les ve agraciados y son objeto de aprecio y respeto.
Por otra parte, la multiplicidad de médiums en las familias hace inútiles los de profesión, aun suponiendo que estos últimos ofreciesen todas las garantías apetecibles, lo cual es muy raro. Sin el descrédito en que ha caído esta clase de explotación, y yo me felicito de haber contribuido grandemente a ello, hubieránse visto pulular los médums mercenarios, y abundar sus reclamaciones en los periódicos, y por uno que hubiese podido ser leal hubiéranse encontrado cien charlatanes que, abusando de una facultad real o simulada, hubiesen perjudicado enormemente al Espiritismo. Es, pues, un principio, que todos los que ven en el Espiritismo algo más que una exhibición de fenómenos curiosos, que comprenden y aprecian la dignidad, la consideración y los verdaderos intereses de la doctrina, reprueban toda especie de especulación bajo cualquier forma o disfraz con que se presente. Los médiums serios y sinceros, y doy este nombre a los que comprenden la santidad del mandato que Dios les ha confiado, evitan hasta las apariencias de lo que pudiera hacer recaer sobre ellos la menor sospecha de codicia: la acusación de obtener un provecho cualquiera de su facultad sería considerada por tales médiums como una injuria. Convenga usted, caballero, por incrédulo que sea, en que un médium en semejantes condiciones le impresionaría de muy distinto modo que si hubiese pagado su localidad para verle trabajar o, aunque hubiese obtenido una entrada gratis, si supiese que detrás de todo ello había una cuestión de interés. Convenga usted en que viendo el primero animado de un verdadero sentimiento religioso, únicamente estimulado por la fe y no por el cebo de la ganancia, involuntariamente le impondría respeto, aunque fuese el más humilde proletario, inspirándole también más confianza, porque no tendría motivos para sospechar de su lealtad. Pues bien, caballero, como el médium indicado encontrará usted mil por uno, y ésta es una de las causas que han contribuido más poderosamente al crédito y propagación de la doctrina, mientras que si no hubiese tenido más que intérpretes interesados, no contaría ni con la cuarta parte de los adeptos con que hoy cuenta.
Esto se ha comprendido también, que los médiums profesionales son excesivamente raros, en Francia por lo menos, y desconocidos en la mayor parte de los centros espiritistas de provincia, donde la reputación de mercenarios bastaría para excluirlos de todos los grupos serios, en los cuales no les sería lucrativo el oficio, a consecuencia del crédito que sobre ellos recaería y de la competencia de los médiums desinteresados, que se encuentran en todas partes.
Para suplir, ya la facultad que les falta, ya la insuficiencia de la clientela, existen médiums sedicentes, que la obtienen con el juego de cartas, la bola de cristal, etcétera, a fin de satisfacer todos los gustos, esperando por este medio atraer, a falta de espiritistas, a los que creen aún en esas estupideces. Si no se perjudicasen más que a sí mimos, el mal sería poca cosa: pero hay personas que sin profundizar más confunden el abuso con la realidad, aparte de los mal intencionados que de ello se aprovechan para decir que en eso consiste el Espiritismo. Ya ve usted, caballero, que conduciendo la explotación de la mediumnidad a abusos perjudiciales para la doctrina, el Espiritismo serio tiene razón de rechazarla y repudiarlas como auxiliar.

V. –Convengo en que todo esto es muy lógico, pero los médiums desinteresados no están a la disposición de todos, y no puede uno permitirse incomodarlos, mientras que no se tiene reparo en los retribuidos, porque de sabe que no se les hace peder el tiempo. La existencia de médiums públicos sería una ventaja para las personas que quisieran convencerse.

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A. K. –Pero si los médiums públicos, como usted los llama, no ofrecen las garantías apetecidas, ¿Qué utilidad pueden prestar para el convencimiento? El inconveniente que usted señala no destruye los otros más serios que yo he presentado. Se recurriría a ellos más por diversión o por conocer la buenaventura que para instruirse. El que verdaderamente desea convencerse, tarde o temprano encuentra medios si tiene en ello perseverancia y buena voluntad; pero si no está preparado, no se convencerá con asistir a una sesión. Si a ella acude con impresión desfavorable, con peor impresión saldrá, y quizá se sentirá disgustado de proseguir un estudio en el que nada formal habrá visto, hecho probado ya por la existencia.
Pero al lado de las condiciones morales, los progresos de la ciencia espiritista nos patentizan hoy una dificultad material en la que no se pensaba al principio, haciéndonos conocer mejor las condiciones en que se producen las manifestaciones. Esta dificultad se refiere a las afinidades fluídicas que deben existir entre el Espíritu evocado y el médium.
Paso por alto los pensamientos de fraude y superchería, suponiendo la más completa lealtad. Para que un médium de profesión pudiese ofrecer perfecta seguridad a las personas que fuesen a consultarle, sería preciso que apoyase una facultad permanente y universal, es decir, que pudiese comunicarse fácilmente con cualquier Espíritu y en cualquier momento, para estar así constantemente a disposición del público, como un médico, y satisfacer a todas las evocaciones que se pidieran. Y esto no sucede con ningún médium, tanto en los interesados como en los otros, por acusas independientes de la voluntad del Espíritu, causas que no puedo desarrollar en este momento, porque no estoy dando a usted un curso de Espiritismo. Me limitaré a decirle que las afinidades fluídicas, que son el principio de las facultades medianímicas, son individuales y no generales, que pueden existir en un médium para con tal Espíritu y no para con tal otro; que sin esas afinidades, cuyos matices son muy variados, las comunicaciones son incompletas, falsas o imposibles; que, con mucha frecuencia, la asimilación fluídica entre el Espíritu y el médium no se establece más que con el tiempo, y que sólo una de cada diez veces se establece completamente desde el primer momento. La mediumnidad, como usted ve, caballero, está subordinada a las leyes, hasta cierto punto, orgánicas, a las cuales obedece todo médium, y no puede negarse que no sea esto un escollo para la mediumnidad profesional, ya que la posibilidad y exactitud de las comunicaciones se relacionan con causas independientes del médium y del Espíritu. (Véase más, cap. II, De los Médiums.)
Si rechazamos, pues, la explotación de la mediumnidad, no es por capricho ni por sistema, sino porque los mismos principios que rigen las relaciones con el mundo invisibles se componen a la regularidad y a la precisión necesarias al que se pone a la disposición del público, y porque el deseo de satisfacer a una clientela que paga, conduce al abuso. No deduzco de aquí que todos los médiums sean charlatanes, pero digo que el cebo de la ganancia conduce al charlatanismo y autoriza, si no justifica, la sospecha de fraude. El que quiere convencerse debe buscar ante todo elementos de sinceridad.

Los médiums y los hechiceros

V. –Desde el momento en que la mediumnidad consiste en establecer relaciones con los poderes ocultos, me parece que las palabras médiums y hechiceros son poco menos que sinónimas.

A. K. –En todas las épocas ha habido médiums naturales o inconscientes que, por el hecho de que producían fenómenos insólitos y no comprendidos, eran calificados

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de hechiceros y de tener pacto con el diablo, lo cual ha sucedido también con la mayor parte de los sabios que poseían conocimientos superiores a los del vulgo. La ignorancia ha exagerado su poder y ellos mismos han abusado con frecuencia de la credulidad pública explotándola, y de aquí la justa reprobación de que han sido objeto. Basta comparar el poder atribuido a los hechiceros con la facultad de los verdaderos médiums para establecer la diferencia pero la mayor parte de los críticos no se toman este trabajo. El Espiritismo, lejos de resucitar la hechicería, la destruye para siempre, despojándola de su pretendido poder sobrenatural, de sus pretendidas fórmulas, hechizos, amuletos y talismanes, reduciendo los fenómenos posibles a su justo valor, sin salir de las leyes naturales.
La asimilación que ciertas personas pretenden establecer, procede del error en que se encuentran de que los espíritus están a disposición de los médiums. Repugna a su razón que pueda depender del primer antojadizo el hacer venir a su gusto y en el momento determinado, al Espíritu de tal o cual persona, más o menos ilustre. En esto creen la verdad, y si, antes de censurar el Espiritismo, se hubiesen molestado en informarse, hubieran sabido que dice terminantemente que los espíritus no están sujetos a los caprichos de nadie, y que nadie puede hacerles venir a su antojo y a pesar de ellos, de donde se deduce que los médiums no son hechiceros.

V. –Según esto, todos los efectos que ciertos médiums acreditados obtienen por su voluntad y en público son para usted sofisticaciones.

A. K. – No lo digo de un modo absoluto. Ciertos fenómenos no son imposibles, porque hay espíritus de grado inferior que pueden prestarse a ellos, y que con ellos se divierten, habiendo quizá hecho ya, durante su vida, el oficio de charlatanes, y habiendo también médiums especialmente propios para este género de manifestación. Pero el sentido común más vulgar rechaza la idea de que los espíritus elevados, por poco que lo estén, vengan a participar en la comedia y a hacer alardes de fuerza para divertir a los curiosos.
La obtención de estos fenómenos al antojo del que los obtiene, y sobre todo en público, es siempre sospechosa; en semejante caso, la mediumnidad y la prestidigitación andan tan cerca, que con frecuencia es muy difícil distinguirlas. Antes de ver en aquéllos la acción de los espíritus, se requieren minuciosas observaciones y tener en cuenta, bien el carácter y antecedentes del médium, bien una multitud de circunstancias que sólo un profundo estudio de la teoría de los fenómenos espiritistas puede hacer apreciar. Es de notar que este género de mediumnidad, si es en efecto mediumnidad, está limitada a la producción del mismo fenómeno, con ligeras variaciones, lo que no es muy a propósito para disipar las dudas. Un absoluto desinterés sería la mejor garantía de sinceridad.
Cualquiera que sea la realidad de dichos fenómenos, como efectos medianímicos, producen un buen resultado, cuales el de poner en boga la idea espiritista. La controversia que sobre este particular se establece induce a muchas personas un estudio más profundo. No es, ciertamente, a esos lugares donde debe irse en busca de instrucciones serias acerca del Espiritismo, ni de la filosofía de la doctrina, pero es un medio de llamar la atención a los indiferentes y obligar a que hablen de él a los más recalcitrantes.

Diversidad de los espíritus

V. –Usted habla de espíritus buenos o malos, serios o ligeros, y le confieso que no me explico esta diferencia. Me parece que, al dejar su envoltura corporal, deben

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despojarse de las imperfecciones inherentes a la materia; que debe para ellos hacerse la luz sobre todas las verdades que nos están ocultas, y que deben verse libres de las preocupaciones terrestres.

A. K. –Sin duda alguna se encuentran libres de las imperfecciones físicas, es decir, de las enfermedades y flaquezas del cuerpo, pero las imperfecciones morales se refieren al Espíritu y no al cuerpo. Entre ellos los hay que están más o menos adelantados intelectual y moralmente. Sería erróneo creer que los espíritus, al dejar su cuerpo material reciben súbitamente la luz de la verdad. ¿Cree usted, por ejemplo que cuando muera no habrá ninguna diferencia entre el Espíritu de usted y el de un salvaje o el de un malhechor? Si así fuera, ¿De qué le serviría haber trabajado para instruirse y mejorarse, puesto que un cualquiera sería tanto como usted después de la muerte? Sólo gradual, y algunas veces muy lentamente, se verifica el progreso de los espíritus. Entre ellos, dependiendo esto de su purificación, los hay que ven las cosas bajo un punto de vista más exacto que durante su vida. Otros, por el contrario, tienen aún las mismas pasiones, las mismas preocupaciones y los mismos errores, hasta que el tiempo y nuevas pruebas les hayan permitido perfeccionarse.
Note usted bien que lo dicho es el resultado de la experiencia, porque del modo indicado se nos presenta en sus comunicaciones. Es, pues, un principio elemental de Espiritismo que entre los espíritus los hay de todos los grados de inteligencia y moralidad.

V. –Pero entonces, ¿Por qué no son perfectos todos los espíritus? ¿Dios, pues, los crea de todas categorías?

A. K. –Eso vale tanto como preguntar, porque todos los discípulos de un colegio no cursan filosofía. Todos los espíritus tienen el mismo origen y el mismo destino. Las diferencias que entre ellos existen no constituyen diferentes especies, sino grados diversos de adelanto.
Los espíritus no son perfectos, porque son las almas de los hombres, y los hombres no son perfectos, porque son la encarnación de espíritus más o menos adelantados. El mundo corporal y el mundo espiritual alternan incesantemente; por la muerte del cuerpo, el mundo corporal ofrece su contingente al mundo espiritual; por el nacimiento, el espiritual alimenta a la humanidad. En cada nueva existencia, el Espíritu realiza un progreso más o menos grande, y cuando ha adquirido en la Tierra la suma de conocimientos y de elevación moral de que es susceptible nuestro globo, lo deja para pasar a otro mundo más elevado, donde aprende cosas nuevas.
Los espíritus que forman la población invisible de la Tierra son hasta cierto punto reflejo del mundo corporal. Se encuentran en ellos los mismos vicios y las mismas virtudes; los hay sabios, ignorantes, falsos sabios, prudentes y atolondrados; filósofos, razonadores y sistemáticos; no habiéndose desprendido todos de sus preocupaciones, todas las opiniones políticas y religiosas tienen entre ellos sus representantes; cada uno habla según sus ideas, y a menudo lo que dicen no es más que su opinión personal, y he aquí por qué no se debe dar ciegamente crédito a todo lo que dicen los espíritus.

V. –Si esto es así, descubro una inmensa dificultad, pues en semejante conflicto de opiniones diversas, ¿Cómo distinguir el error de la verdad? No comprendo que nos sirvan de mucho los espíritus ni lo que ganamos con sus conversaciones.

A. K. –Aunque sólo sirviesen los espíritus para enseñarnos que los hay que son las almas de los hombres, ¿No sería ya esto muy importante para los que dudan de si la tienen, y que ignoran lo que será de ellos después de la muerte?
Como todas las ciencias filosóficas, la espiritista requiere largos estudios y minuciosas observaciones. Así es como se aprende a distinguir la verdad de la impostura,

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y como se obtienen los medios de alejar a los espíritus mentirosos. Por encima de la turba de baja ralea, están los espíritus superiores, que no tienen otra mira que el bien, y cuya misión es conducir a los hombres por el buen sendero. Nos corresponde a nosotros saber apreciarlos y comprenderlos. Éstos nos enseñan magníficas cosas; pero no crea usted que el estudio de los otros sea inútil, dado que para conocer un pueblo es preciso estudiarlo bajo todas sus fases.
Usted mismo es prueba de esta verdad: creía usted que bastaba a los espíritus el dejar su envoltura corporal para despojarse de sus imperfecciones, y las comunicaciones con ellos nos han enseñado lo contrario, haciéndonos conocer el verdadero estado del mundo espiritual, que a todos nos interesa en extremo, ya que a él debemos ir todos. En cuanto a los errores que pueden nacer de la divergencia de opinión entre los espíritus, desaparecen por sí mismos a medida que aprendemos a distinguir los buenos de los malos, los sabios de los ignorantes, los sinceros de los hipócritas, ni más ni menos que entre nosotros. Entonces el sentido común hace justicia a las falsas doctrinas.

V. –Mi observación subsiste siempre respecto de las cuestiones científicas y de otras que pueden someterse a los espíritus. La divergencia de sus opiniones sobre las teorías que separan a los sabios nos deja en la incertidumbre. Comprendo que, no estando todos en el mismo grado de instrucción, no pueden saberlo todo; pero entonces, ¿De qué peso puede ser para nosotros la opinión de los que saben, si no podemos evidenciar quién tiene razón y quién no? Tanto vale, pues, dirigirse a los hombres como a los espíritus.

A. K. –También esta reflexión es una consecuencia de la ignorancia del verdadero carácter del Espiritismo. El que crea encontrar en él un medio fácil de saberlo y descubrirlo todo, está en un grave error. Los espíritus no están encargados de traernos la ciencia perfecta; esto sería en efecto muy cómodo, no tener más que pedir para ser servidos, evitándonos así el trabajo de las investigaciones. Dios quiere que trabajemos, que nuestro pensamiento se ejercite: sólo a este precio adquirimos la ciencia. Los espíritus no vienen a librarnos de esa necesidad: son lo que son: el Espiritismo tiene por objeto el estudio, a fin de saber, por analogía, lo que seremos algún día, y no de hacernos conocer lo que nos debe estar oculto, o revelarnos las cosas antes de tiempo.
Tampoco son los espíritus los anunciadores de la buenaventura, y cualquiera que se haga la ilusión de obtener de ellos ciertos secretos, se prepara extrañas decepciones de parte de los espíritus burlones; en una palabra, el Espiritismo es una ciencia de observación y no una ciencia de adivinación o de especulación. La estudiamos para conocer el estado de las individualidades del mundo invisible, las relaciones que entre ellos y nosotros existen, su acción oculta sobre el mundo visible, y no por la utilidad material que de ella podemos obtener. Bajo este punto de vista, no hay Espíritu cuyo estudio no sea útil. Con todos aprendemos algo; sus imperfecciones, sus defectos, su insuficiencia, su misma ignorancia son otros tantos asuntos de observación que nos inician en la naturaleza íntima de ese mundo, y cuando no son ellos los que nos instruyen con sus enseñanzas, somos nosotros los que nos instruimos estudiándolos, como sucede cuando observamos las costumbres de un pueblo que no conocemos.
Respecto de los espíritus ilustrados, nos enseñan mucho, pero en los límites de las cosas posibles, y no debe preguntárseles lo que no pueden o no deben revelar; hemos de contentarnos con lo que nos dicen; querer ir más allá es exponerse a las mistificaciones de los espíritus ligeros, dispuestos siempre a responder a todo. La experiencia nos enseña a juzgar el grado de confianza que podemos concederles.

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Utilidad práctica de las manifestaciones

V. –Supongamos que este punto sea ya evidente y que el Espiritismo haya sido reconocido por una realidad; ¿Cuál puede ser su utilidad práctica? Hasta ahora hemos pasado sin él, y me parece que podríamos continuar del mismo modo viviendo muy tranquilamente.

A. K. –Otro tanto pudiera decirse de los ferrocarriles y del vapor, sin los cuales se vivía muy bien.
Si por la utilidad práctica entiende usted los medios de vivir bien, de hacer fortuna, de conocer el porvenir, de descubrir minas de carbón o tesoros ocultos, de recobrar herencias y de esquivar el trabajo de las investigaciones, para nada sirve el Espiritismo, que no puede hacer alzar o bajar la Bolsa, ni ser reducido a acciones, ni siquiera ofrecer inventos perfectos, a punto de ser explotados. Bajo este punto de vista, ¡Cuántas ciencias serían inútiles! Cuántas hay que nos ofrecerían ventaja alguna, comercialmente hablando. Los hombres se encontraban perfectamente antes del descubrimiento de todos los planetas; antes de que se supiera que es la Tierra, y no el Sol, la que gira; antes de que se hubiesen calculado los eclipses; antes de que se conociese el mundo microscópico y antes de otras mil cosas. Para hacer crecer el trigo, no tiene necesidad el labrador de saber lo que es un cometa; ¿Por qué, pues, los sabios se entregan a estas investigaciones, y quién se atreverá a decir que pierden el tiempo en ellas?
Todo lo que sirve para levantar una punta del velo contribuye al desarrollo de la inteligencia, ensancha el círculo de las ideas, haciéndonos penetrar en las leyes de la Naturaleza. En virtud de una de ellas, existe el mundo de los espíritus. El Espiritismo hace que la conozcamos; nos enseña la influencia que el mundo invisible ejerce en el visible y las relaciones que entre ambos existen, como la astronomía nos enseña las relaciones de los astros con la Tierra; nos lo presenta como una de las fuerzas que gobiernan al Universo y contribuyen al mantenimiento de la armonía general. Su pongamos que se limite a esto su utilidad, ¿No sería ya mucho la revelación de semejante poder, haciendo abstracción de toda doctrina moral? ¿No es nada la revelación de todo un mundo nuevo, sobre todo si el conocimiento del mismo nos lleva a la resolución de una multitud de problemas insolubles hasta ahora; si nos inicia en los misterios de ultratumba, que algo nos interesan, puesto que todos cuantos somos debemos tarde o temprano dar el paso fatal? Pero otra utilidad más positiva tiene el Espiritismo, que es la influencia que ejerce por la fuerza misma de las cosas. El Espiritismo es la prueba patente de la existencia del alma, de su individualidad después de la muerte, de su inmortalidad y de su suerte verdadera. Es, pues, la destrucción del materialismo, no con razonamiento, sino con hechos.

No debe pedirse al Espiritismo más de lo que puede dar, ni buscar en él otro fin que el providencial. Antes de los progresos formales de la astronomía se creía en la astrología. ¿Sería razonable asegurar que para nada sirve la astronomía porque ya no puede descubrirse en la influencia de los astros el pronóstico del destino? Del mismo modo que la astronomía destronó a los astrólogos, el Espiritismo destrona a los adivinos, a los hechiceros y a los anunciadores de la buenaventura. Es a la magia lo que la astronomía a la astrología, y la química a la alquimia.