QUE ES EL ESPIRITISMO
POR ALLAN KARDEC
Introducción al conocimiento del Mundo Invisible mediante las
manifestaciones de los Espíritus.
Conteniendo el resumen de los principios de la Doctrina Espírita,
y la respuesta a las principales objeciones.
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PRÓLOGO
Las personas que sólo
tienen del Espiritismo un conocimiento superficial, se ven naturalmente
impulsadas a hacer ciertas preguntas, cuya resolución hallaría con un estudio
profundo. Pero les falta tiempo, y a menudo voluntad para entregarse a
continuadas observaciones. Se quisiera, antes de empezar semejante tarea, saber
por lo menos de qué se trata, y si vale la pena que nos ocupemos de ello. Nos
ha parecido, pues, útil ofrecer en resumen la respuesta que debe darse a las
preguntas fundamentales que nos dirigen diariamente. Esto será, para el lector,
una primera iniciación, y ahorro de tiempo para nosotros, dispensándonos de
repetir constantemente lo mismo.
En la introducción damos
una rápida ojeada sobre la historia del Espiritismo en la antigüedad,
exponiendo a la vez su aparición más marcada, en estos últimos tiempos, en
América y Europa, y especialmente en ésta, donde ha podido reunirse mayor
número de elementos para constituir un cuerpo de doctrina.
El primer capítulo
contiene, en forma de diálogo, las respuestas a las objeciones más comunes que
hacen los que ignoran los primeros fundamentos de la doctrina, así como también
la refutación de los principales argumentos de sus adversarios. Esta forma nos
ha parecido la más conveniente, porque no tiene la aridez de la dogmática.
Segundo capítulo está
dedicado a la expansión somera de las partes de la ciencia práctica y
experimental, en las cuales, a falta de una perfecta instrucción, debe fijarse
el observador novicio para juzgar con conocimiento de causa. Es en cierto modo
el resumen del El Libro de los Médiums. Las objeciones nacen frecuentemente de
las ideas falsas que a priori nos formamos de lo que no conocemos; rectificar
éstas es salir al encuentro de aquéllas. Tal es el objeto de este escrito.
El tercer capítulo puede
considerarse como el resumen de El Libro de los Espíritus. Es la resolución,
por medio de la doctrina espiritista, de un cierto número de problemas de sumo
interés, pertenecientes al orden psicológico, moral y filosófico, que
diariamente nos proponemos, y a los cuales ninguna filosofía ha dado hasta hoy
solución satisfactoria. Pruébese de resolverlos por cualquier otra teoría, sin
la clave que proporciona el Espiritismo, y se verá qué repuestas son más
lógicas y cuáles satisfacen más la razón.
Éste punto de vista es útil
no solamente a los novicios, quienes podrán desde él conocer en poco tiempo y
con poco trabajo las nociones más esenciales, sino también, y mucho, a los
adeptos a quienes proporcionará medios de contestar a las primeras objeciones,
que nunca dejan de hacérselas, y además, porque encontrarán reunidos, en un
estrecho espacio y a la primera ojeada, los principios que nunca deben olvidar.
Respondiendo desde ahora y
sumariamente a la pregunta formulada en el título de este libro, diremos lo
siguiente:
El Espiritismo es a la vez
una ciencia de observación y una doctrina filosófica. Como ciencia práctica,
consiste en las relaciones que pueden establecer con los espíritus; como
doctrina filosófica, comprende todas las consecuencias morales que se
desprenden de semejantes relaciones.
Podemos definirlo así: El
Espiritismo es la ciencia que trata de la naturaleza, origen y destino de los
espíritus, y de sus relaciones con el mundo corporal.
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INTRODUCCIÓN
En el año 1848, llamaron la
atención en los Estados Unidos de América diversos fenómenos extraños, que
consistirían en ruidos, golpes y movimientos de objetos sin causa conocida.
Estos fenómenos, con frecuencia, tenían lugar espontáneamente con una
intensidad y persistencia singulares; pero se notó también que se producían,
más particularmente, bajo la influencia de ciertas personas que se designaron
con el nombre de médiums, quienes podían, hasta cierto punto, provocarlos a su
voluntad, lo que permitió repetir los experimentos. Con preferencia se servían
de mesas, no porque este objeto fuese más a propósito que otro, sino únicamente
porque es movible, más cómodo y porque podemos más fácil y naturalmente
sentarnos justo a una mesa que junto a cualquier otro mueble. Se obtuvo de este
modo la rotación de la mesa, después movimientos en todas direcciones, saltos,
caídas, elevaciones, golpes violentos, etc. Este fenómeno fue designado, en un
principio, con el nombre de mesas giratorias o danza de las mesas.
Hasta aquí el fenómeno
podía explicarse perfectamente por una corriente eléctrica o magnética, o por
la acción de un fluido desconocido, y ésta fue la primera opinión que se formó.
No tardó en reconocerse, en estos fenómenos, efectos inteligentes de manera que
los movimientos obedecían a la voluntad; la mesa se dirigía a la derecha o a la
izquierda de una persona determinada, se levantaba, cuando se le mandaba, sobre
uno o dos pies, daba los golpes que se le pedían, marcaba el compás, etc. Quedó
probado desde entonces, con evidencia, que la causa no era puramente física, y
según el axioma de que si todo efecto tiene una causa, todo efecto inteligente
debe tener una causa inteligente, se dedujo que la causa de este fenómeno debía
ser una inteligencia.
¿Cuál era su naturaleza?
Esta era la cuestión. El primer pensamiento fue que podía ser un reflejo de la
inteligencia del médium o de los asistentes, pero la experiencia demostró muy
pronto la imposibilidad de que así fuese, porque se obtuvieron cosas
completamente ajenas al pensamiento y conocimiento de las personas presentes, y
hasta en contradicción con sus ideas, su voluntad y sus deseos; no podía
proceder sino de un ser invisible. El medio de cerciorarse de esto era muy
sencillo: se trató de entrar en conversación con aquel ser, lo que se hizo por
medio de un convenido número de golpes que significaban sí o no o designaban
las letras del alfabeto, y se obtuvieron de este modo respuestas a las
diferentes preguntas que se le hacían. Este fue el fenómeno que se designó con
el nombre de mesas parlantes. Preguntados todos los seres que se comunicaban de
este modo sobre su naturaleza, declararon ser espíritus y pertenecer al mundo
invisible. Habiéndose producido los mismos efectos en un gran número de
localidades, por medio de diferentes personas, y siendo observados, además, por
hombres muy respetables y muy ilustrados, no era posible que fuesen juguete de
una ilusión.
Este fenómeno, desde América,
pasó a Francia y al resto de Europa, y durante algunos años, las mesas
giratorias o parlantes estuvieron de moda, llegando a ser diversión de salones.
Luego, el fenómeno presentó
un nuevo aspecto que le hizo salir del círculo de simple curiosidad.
Las comunicaciones por
golpes eran lentas e incompletas; se notó que adaptando un lápiz a un objeto
movible, como una cestita tablita u otra cosa sobre la cual se apoyaban los
dedos, se ponía el objeto en movimiento y trazaba caracteres. Más tarde, se
reconoció que aun estos objetos no eran más que accesorios, de los cuales se
podía
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prescindir. La experiencia
demostró que el Espíritu, obrando sobre un cuerpo inerte para dirigirlo a su
voluntad, podía tener acción del mismo modo sobre el brazo o la mano para
conducir el lápiz. Entonces se obtuvieron médiums escribientes, esto es,
personas que escribían de una manera involuntaria a impulso de los espíritus,
las cuales venían a ser de este modo instrumentos e intérpretes de los
espíritus.
Desde este momento, las
comunicaciones no tuvieron límites y el cambio de pensamientos pudo hacerse con
tanta rapidez y extensión como entre los vivos. Era, pues, un vasto campo
abierto a la exploración, un descubrimiento de un nuevo mundo: el mundo de los
invisibles, como el microscopio había hecho descubrir el mundo de los
infinitamente pequeños. ¿Qué espíritus son éstos? ¿Qué destino tienen en el
Universo? ¿Con qué fin se comunican con los mortales? Tales fueron las primeras
preguntas que se trataron de resolver. Se supo muy pronto, por ellos mismos,
que no son seres excepcionales en la Creación, sino las mismas almas de
aquellos que han vivido en la Tierra o en otros mundos; que estas almas,
después de haberse despojado de la envoltura corporal, pueblan y recorren el
espacio.
No fue ya lícito ponerlo en
duda cuando entre ellos se reconocieron parientes y amigos, con los cuales se
pudo entablar conversación, al venir a dar pruebas de su existencia, a
demostrar que sólo muere el cuerpo, que el alma o Espíritu vive siempre; y nos
hicieron comprender que están aquí a nuestro lado, como durante su vida,
viéndonos, observándonos, rodeando solícitos a aquellos a quienes han amado y
cuyo recuerdo es para ellos una dulce satisfacción.
Los golpes y los
movimientos son, para los espíritus, un medio de atestiguar su presencia y
llamar sobre ellos la atención, de la misma manera que lo haría una persona
para avisar que alguien llama. Los hay que no se limitan a ruidos moderados,
sino que producen un alboroto semejante al de la vajilla cuando se rompe, al de
las puertas cuando se abren y cierran o al de los muebles cuando son
arrastrados por el suelo.
Por medio de estos golpes y
movimientos convencionales han podido expresar sus pensamientos: pero la
escritura ha puesto a su alcance un medio más completo, más rápido y más
cómodo, y por esto la prefieren a todos los otros.
Por la misma razón que
pueden formar caracteres, pueden guiar la mano para hacer trazar dibujos,
escribir música; en una palabra, en defecto de su propio cuerpo, que no tienen
ya, se sirven del cuerpo del médium para manifestarse a los hombres de una
manera palpable.
Los espíritus pueden
también manifestarse de muchas maneras, entre otras por la visión y por la
audición. Ciertas personas llamadas médiums auditivos tienen la facultad de
oírles, y pueden así conversar con ellos; otros los ven: éstos son médiums
videntes. Los espíritus que se manifiestan a la vista se presentan generalmente
bajo una forma análoga a la que habían tenido durante su vida, pero vaporosa:
otras veces esta forma tiene todas las apariencias de un ser viviente, hasta el
extremo de producir completa ilusión y de que a veces se les haya tomado por
personas de carne y hueso, con las cuales se ha podido hablar y cambiar
apretones de manos, sin saber que se trataba con los espíritus más que por su
desaparición instantánea.
La vista general y
permanente de los espíritus es muy rara, pero las apariciones individuales son
muy frecuentes, sobre todo en el momento de la muerte. El Espíritu, desprendido
del cuerpo, parece que se da prisa en ir a ver a sus parientes y amigos, como
para advertirles que acaba de dejar la Tierra y manifestarles que vive aún.
Evoque cada uno sus recuerdos, y entonces verá cuántos hechos auténticos de
este género, de los cuales
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no se ha hecho caso, han
tenido lugar, no solamente por la noche durante el sueño, sino en pleno día y
en el estado más competo de vigilia.
En otro tiempo se miraban
estos hechos como sobrenaturales y maravillosos, y se atribuían a la magia y a
la brujería; hoy los incrédulos los achacan a la imaginación; pero desde que la
ciencia espiritista ha dado la clave de ellos, se sabe cómo se producen y que
no salen del orden de los fenómenos naturales.
El Espiritismo, sin
embargo, no es un descubrimiento moderno; los hechos y los principios en que
descansa se pierden en la oscuridad de los tiempos, porque se encuentran sus
huellas en las creencias de los pueblos, en todas las religiones, en la mayor
parte de los escritos sagrados y profanos, sólo que los hechos incompletamente
observados han sido interpretados con frecuencia con arreglo a las ideas
supersticiosas de la ignorancia, y sin haber deducido de ellos todas las
consecuencias.
En efecto, el Espiritismo
está fundado en la existencia de los espíritus, pero no siendo estos más que
las almas de los hombres, desde que hay hombres hay espíritus. El Espiritismo,
pues, ni los ha descubierto ni inventado. Si las almas o espíritus se
manifiestan a los vivos, es porque esto es natural, y desde luego han debido
hacerlo en todas las épocas. Así es que de todas ellas y en todas partes se
hallan pruebas de sus manifestaciones, las cuales abundan, mayormente, en los
relatos bíblicos. Lo moderno es la explicación lógica de los hechos, el
conocimiento más completo de la naturaleza de los espíritus, de su misión y de
su modo de obrar, la revelación de nuestro estado futuro, y en fin, su
constitución en cuerpo científico y doctrinario y sus diversas aplicaciones.
Los antiguos conocían el principio, los modernos conocen los detalles. En la
antigüedad, el estudio de esos fenómenos era privilegio de ciertas clases, que
no los revelaban más que a los iniciados en sus misterios. En la Edad Media,
aquellos que se ocupaban de ellos ostensiblemente eran mirados como hechiceros
y se les quemaba. Pero hoy no hay misterio para nadie, a nadie se quema, todo
se hace a la luz del día, y todo el mundo está dispuesto a ilustrarse y a
practicar, porque en todas partes se encuentran médiums y cada uno puede serlo,
más o menos.
La doctrina que enseñan hoy
los espíritus no tiene nada de nuevo; se encuentran fragmentos de ella en la
mayor parte de los filósofos de la India, de Egipto y de Grecia, y completa en
la enseñanza de Cristo. ¿A qué viene, pues, el Espiritismo? A confirmar con
nuevos testimonios, a demostrar con hechos, verdades desconocidas o mal
comprendidas, y a restablecer en su verdadero sentido aquellas que han sido mal
interpretadas o voluntariamente alteradas.
Cierto es que el
Espiritismo no enseña nada nuevo: ¿Pero es poco probar de una manera patente e
irrecusable la existencia del alma, la supervivencia al cuerpo, su
individualidad después de la muerte, su inmortalidad, las penas y las
recompensas futuras?
Desde el punto de vista
religioso, el Espiritismo tiene por base las verdades fundamentales de todas
las religiones: Dios, el alma, la inmortalidad, las penas y las recompensas
futuras, pero es independiente de todo culto particular. Su fin es probar la
existencia del alma a los que la nieguen o dudan de ella; que sobrevive al
cuerpo, y que sufre después de la muerte las consecuencias del bien o del mal
que ha hecho durante la vida corporal, lo cual pertenece a todas las
religiones.
Como creencia en los
espíritus, pertenece a todas las religiones y forma parte de todos los pueblos,
puesto que donde hay hombres hay almas o espíritus, y puesto que las
manifestaciones han tenido lugar siempre, y su relato se encuentra en todas las
religiones sin excepción. Se puede ser, pues, griego o romano, protestante,
judío o musulmán, y
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creer en las
manifestaciones de los espíritus, y por consiguiente, ser espiritista; la
prueba está en que el Espiritismo tiene adeptos en todas las sectas.
Como moral, es
esencialmente cristiano, porque la que enseña no es más que el desarrollo y la
aplicación de la de Cristo, la más pura de todas y cuya superioridad no es
negada por nadie; prueba evidente de que es la ley de Dios, y que la moral está
a disposición de todo el mundo.
Siendo independiente el
Espiritismo de toda forma de culto, no prescribiendo ninguno, y no ocupándose
de dogmas particulares, no es una religión especial, porque no tiene sacerdotes
ni templos. A los que le preguntan si hacen bien o mal en seguir tal o cual
práctica, responde: Si creéis vuestra conciencia obligada a hacerlo, hacedlo:
Dios tiene siempre en cuenta la intención. En una palabra, no impone a nadie;
no se dirige a los que, teniendo fe, están satisfechos de ella, sino a la
numerosa categoría de los vacilantes e incrédulos. No los arrebata a la
iglesia, puesto que moralmente se han separado de ella total o parcialmente;
les hace recorrer las tres cuartas partes del camino para volver a aquélla, a
la cual toca hacer lo demás.
Es verdad que el
Espiritismo combate ciertas creencias, tales como las penas eternas, el fuego
material del infierno, la personalidad del diablo, etc., ¿Pero no es verdad que
estas creencias, impuestas como absolutas, han hecho en todas las etapas de la
humanidad incrédulos y los hacen aún hoy en nuestros días? Y si el Espiritismo,
dando a estos y a otros dogmas una interpretación racional, conduce a la fe a
aquellos que la abandonan, ¿No presta un servicio a la religión? Así es que un
venerable eclesiástico decía con respecto a este asunto: “El Espiritismo hace
creer algo, y vale más creer algo que no creer nada.”
No siendo los espíritus más que las almas, no
pueden negarse aquéllos sin negar éstas. Admitiendo las almas o espíritus, la
cuestión, reducida a su más simple expresión, es ésta: ¿Las almas de aquellos
que han muerto pueden comunicarse con nosotros? El Espiritismo prueba la
afirmación con hechos materiales: ¿Qué prueba puede darse de que no sea
posible? Si lo es, todas las negaciones del mundo no impedirán que lo sea,
porque esto no es ni un sistema, ni una teoría, sino una ley de la Naturaleza,
y contra las leyes de la Naturaleza es impotente la voluntad del hombre. Es,
pues, preciso aceptar de buen o de mal grado las consecuencias y conformar a
ellas sus creencias y sus costumbres.