domingo, 29 de septiembre de 2013

002 01 - Texto

       QUE ES EL ESPIRITISMO

POR ALLAN KARDEC
Introducción al conocimiento del Mundo Invisible mediante las manifestaciones de los Espíritus.
Conteniendo el resumen de los principios de la Doctrina Espírita, y la respuesta a las principales objeciones.

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PRÓLOGO
Las personas que sólo tienen del Espiritismo un conocimiento superficial, se ven naturalmente impulsadas a hacer ciertas preguntas, cuya resolución hallaría con un estudio profundo. Pero les falta tiempo, y a menudo voluntad para entregarse a continuadas observaciones. Se quisiera, antes de empezar semejante tarea, saber por lo menos de qué se trata, y si vale la pena que nos ocupemos de ello. Nos ha parecido, pues, útil ofrecer en resumen la respuesta que debe darse a las preguntas fundamentales que nos dirigen diariamente. Esto será, para el lector, una primera iniciación, y ahorro de tiempo para nosotros, dispensándonos de repetir constantemente lo mismo.
En la introducción damos una rápida ojeada sobre la historia del Espiritismo en la antigüedad, exponiendo a la vez su aparición más marcada, en estos últimos tiempos, en América y Europa, y especialmente en ésta, donde ha podido reunirse mayor número de elementos para constituir un cuerpo de doctrina.
El primer capítulo contiene, en forma de diálogo, las respuestas a las objeciones más comunes que hacen los que ignoran los primeros fundamentos de la doctrina, así como también la refutación de los principales argumentos de sus adversarios. Esta forma nos ha parecido la más conveniente, porque no tiene la aridez de la dogmática.
Segundo capítulo está dedicado a la expansión somera de las partes de la ciencia práctica y experimental, en las cuales, a falta de una perfecta instrucción, debe fijarse el observador novicio para juzgar con conocimiento de causa. Es en cierto modo el resumen del El Libro de los Médiums. Las objeciones nacen frecuentemente de las ideas falsas que a priori nos formamos de lo que no conocemos; rectificar éstas es salir al encuentro de aquéllas. Tal es el objeto de este escrito.
El tercer capítulo puede considerarse como el resumen de El Libro de los Espíritus. Es la resolución, por medio de la doctrina espiritista, de un cierto número de problemas de sumo interés, pertenecientes al orden psicológico, moral y filosófico, que diariamente nos proponemos, y a los cuales ninguna filosofía ha dado hasta hoy solución satisfactoria. Pruébese de resolverlos por cualquier otra teoría, sin la clave que proporciona el Espiritismo, y se verá qué repuestas son más lógicas y cuáles satisfacen más la razón.
Éste punto de vista es útil no solamente a los novicios, quienes podrán desde él conocer en poco tiempo y con poco trabajo las nociones más esenciales, sino también, y mucho, a los adeptos a quienes proporcionará medios de contestar a las primeras objeciones, que nunca dejan de hacérselas, y además, porque encontrarán reunidos, en un estrecho espacio y a la primera ojeada, los principios que nunca deben olvidar.
Respondiendo desde ahora y sumariamente a la pregunta formulada en el título de este libro, diremos lo siguiente:
El Espiritismo es a la vez una ciencia de observación y una doctrina filosófica. Como ciencia práctica, consiste en las relaciones que pueden establecer con los espíritus; como doctrina filosófica, comprende todas las consecuencias morales que se desprenden de semejantes relaciones.
Podemos definirlo así: El Espiritismo es la ciencia que trata de la naturaleza, origen y destino de los espíritus, y de sus relaciones con el mundo corporal.

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INTRODUCCIÓN
En el año 1848, llamaron la atención en los Estados Unidos de América diversos fenómenos extraños, que consistirían en ruidos, golpes y movimientos de objetos sin causa conocida. Estos fenómenos, con frecuencia, tenían lugar espontáneamente con una intensidad y persistencia singulares; pero se notó también que se producían, más particularmente, bajo la influencia de ciertas personas que se designaron con el nombre de médiums, quienes podían, hasta cierto punto, provocarlos a su voluntad, lo que permitió repetir los experimentos. Con preferencia se servían de mesas, no porque este objeto fuese más a propósito que otro, sino únicamente porque es movible, más cómodo y porque podemos más fácil y naturalmente sentarnos justo a una mesa que junto a cualquier otro mueble. Se obtuvo de este modo la rotación de la mesa, después movimientos en todas direcciones, saltos, caídas, elevaciones, golpes violentos, etc. Este fenómeno fue designado, en un principio, con el nombre de mesas giratorias o danza de las mesas.
Hasta aquí el fenómeno podía explicarse perfectamente por una corriente eléctrica o magnética, o por la acción de un fluido desconocido, y ésta fue la primera opinión que se formó. No tardó en reconocerse, en estos fenómenos, efectos inteligentes de manera que los movimientos obedecían a la voluntad; la mesa se dirigía a la derecha o a la izquierda de una persona determinada, se levantaba, cuando se le mandaba, sobre uno o dos pies, daba los golpes que se le pedían, marcaba el compás, etc. Quedó probado desde entonces, con evidencia, que la causa no era puramente física, y según el axioma de que si todo efecto tiene una causa, todo efecto inteligente debe tener una causa inteligente, se dedujo que la causa de este fenómeno debía ser una inteligencia.
¿Cuál era su naturaleza? Esta era la cuestión. El primer pensamiento fue que podía ser un reflejo de la inteligencia del médium o de los asistentes, pero la experiencia demostró muy pronto la imposibilidad de que así fuese, porque se obtuvieron cosas completamente ajenas al pensamiento y conocimiento de las personas presentes, y hasta en contradicción con sus ideas, su voluntad y sus deseos; no podía proceder sino de un ser invisible. El medio de cerciorarse de esto era muy sencillo: se trató de entrar en conversación con aquel ser, lo que se hizo por medio de un convenido número de golpes que significaban sí o no o designaban las letras del alfabeto, y se obtuvieron de este modo respuestas a las diferentes preguntas que se le hacían. Este fue el fenómeno que se designó con el nombre de mesas parlantes. Preguntados todos los seres que se comunicaban de este modo sobre su naturaleza, declararon ser espíritus y pertenecer al mundo invisible. Habiéndose producido los mismos efectos en un gran número de localidades, por medio de diferentes personas, y siendo observados, además, por hombres muy respetables y muy ilustrados, no era posible que fuesen juguete de una ilusión.
Este fenómeno, desde América, pasó a Francia y al resto de Europa, y durante algunos años, las mesas giratorias o parlantes estuvieron de moda, llegando a ser diversión de salones.
Luego, el fenómeno presentó un nuevo aspecto que le hizo salir del círculo de simple curiosidad.
Las comunicaciones por golpes eran lentas e incompletas; se notó que adaptando un lápiz a un objeto movible, como una cestita tablita u otra cosa sobre la cual se apoyaban los dedos, se ponía el objeto en movimiento y trazaba caracteres. Más tarde, se reconoció que aun estos objetos no eran más que accesorios, de los cuales se podía

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prescindir. La experiencia demostró que el Espíritu, obrando sobre un cuerpo inerte para dirigirlo a su voluntad, podía tener acción del mismo modo sobre el brazo o la mano para conducir el lápiz. Entonces se obtuvieron médiums escribientes, esto es, personas que escribían de una manera involuntaria a impulso de los espíritus, las cuales venían a ser de este modo instrumentos e intérpretes de los espíritus.
Desde este momento, las comunicaciones no tuvieron límites y el cambio de pensamientos pudo hacerse con tanta rapidez y extensión como entre los vivos. Era, pues, un vasto campo abierto a la exploración, un descubrimiento de un nuevo mundo: el mundo de los invisibles, como el microscopio había hecho descubrir el mundo de los infinitamente pequeños. ¿Qué espíritus son éstos? ¿Qué destino tienen en el Universo? ¿Con qué fin se comunican con los mortales? Tales fueron las primeras preguntas que se trataron de resolver. Se supo muy pronto, por ellos mismos, que no son seres excepcionales en la Creación, sino las mismas almas de aquellos que han vivido en la Tierra o en otros mundos; que estas almas, después de haberse despojado de la envoltura corporal, pueblan y recorren el espacio.
No fue ya lícito ponerlo en duda cuando entre ellos se reconocieron parientes y amigos, con los cuales se pudo entablar conversación, al venir a dar pruebas de su existencia, a demostrar que sólo muere el cuerpo, que el alma o Espíritu vive siempre; y nos hicieron comprender que están aquí a nuestro lado, como durante su vida, viéndonos, observándonos, rodeando solícitos a aquellos a quienes han amado y cuyo recuerdo es para ellos una dulce satisfacción.
Los golpes y los movimientos son, para los espíritus, un medio de atestiguar su presencia y llamar sobre ellos la atención, de la misma manera que lo haría una persona para avisar que alguien llama. Los hay que no se limitan a ruidos moderados, sino que producen un alboroto semejante al de la vajilla cuando se rompe, al de las puertas cuando se abren y cierran o al de los muebles cuando son arrastrados por el suelo.
Por medio de estos golpes y movimientos convencionales han podido expresar sus pensamientos: pero la escritura ha puesto a su alcance un medio más completo, más rápido y más cómodo, y por esto la prefieren a todos los otros.
Por la misma razón que pueden formar caracteres, pueden guiar la mano para hacer trazar dibujos, escribir música; en una palabra, en defecto de su propio cuerpo, que no tienen ya, se sirven del cuerpo del médium para manifestarse a los hombres de una manera palpable.
Los espíritus pueden también manifestarse de muchas maneras, entre otras por la visión y por la audición. Ciertas personas llamadas médiums auditivos tienen la facultad de oírles, y pueden así conversar con ellos; otros los ven: éstos son médiums videntes. Los espíritus que se manifiestan a la vista se presentan generalmente bajo una forma análoga a la que habían tenido durante su vida, pero vaporosa: otras veces esta forma tiene todas las apariencias de un ser viviente, hasta el extremo de producir completa ilusión y de que a veces se les haya tomado por personas de carne y hueso, con las cuales se ha podido hablar y cambiar apretones de manos, sin saber que se trataba con los espíritus más que por su desaparición instantánea.
La vista general y permanente de los espíritus es muy rara, pero las apariciones individuales son muy frecuentes, sobre todo en el momento de la muerte. El Espíritu, desprendido del cuerpo, parece que se da prisa en ir a ver a sus parientes y amigos, como para advertirles que acaba de dejar la Tierra y manifestarles que vive aún. Evoque cada uno sus recuerdos, y entonces verá cuántos hechos auténticos de este género, de los cuales

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no se ha hecho caso, han tenido lugar, no solamente por la noche durante el sueño, sino en pleno día y en el estado más competo de vigilia.
En otro tiempo se miraban estos hechos como sobrenaturales y maravillosos, y se atribuían a la magia y a la brujería; hoy los incrédulos los achacan a la imaginación; pero desde que la ciencia espiritista ha dado la clave de ellos, se sabe cómo se producen y que no salen del orden de los fenómenos naturales.
El Espiritismo, sin embargo, no es un descubrimiento moderno; los hechos y los principios en que descansa se pierden en la oscuridad de los tiempos, porque se encuentran sus huellas en las creencias de los pueblos, en todas las religiones, en la mayor parte de los escritos sagrados y profanos, sólo que los hechos incompletamente observados han sido interpretados con frecuencia con arreglo a las ideas supersticiosas de la ignorancia, y sin haber deducido de ellos todas las consecuencias.
En efecto, el Espiritismo está fundado en la existencia de los espíritus, pero no siendo estos más que las almas de los hombres, desde que hay hombres hay espíritus. El Espiritismo, pues, ni los ha descubierto ni inventado. Si las almas o espíritus se manifiestan a los vivos, es porque esto es natural, y desde luego han debido hacerlo en todas las épocas. Así es que de todas ellas y en todas partes se hallan pruebas de sus manifestaciones, las cuales abundan, mayormente, en los relatos bíblicos. Lo moderno es la explicación lógica de los hechos, el conocimiento más completo de la naturaleza de los espíritus, de su misión y de su modo de obrar, la revelación de nuestro estado futuro, y en fin, su constitución en cuerpo científico y doctrinario y sus diversas aplicaciones. Los antiguos conocían el principio, los modernos conocen los detalles. En la antigüedad, el estudio de esos fenómenos era privilegio de ciertas clases, que no los revelaban más que a los iniciados en sus misterios. En la Edad Media, aquellos que se ocupaban de ellos ostensiblemente eran mirados como hechiceros y se les quemaba. Pero hoy no hay misterio para nadie, a nadie se quema, todo se hace a la luz del día, y todo el mundo está dispuesto a ilustrarse y a practicar, porque en todas partes se encuentran médiums y cada uno puede serlo, más o menos.
La doctrina que enseñan hoy los espíritus no tiene nada de nuevo; se encuentran fragmentos de ella en la mayor parte de los filósofos de la India, de Egipto y de Grecia, y completa en la enseñanza de Cristo. ¿A qué viene, pues, el Espiritismo? A confirmar con nuevos testimonios, a demostrar con hechos, verdades desconocidas o mal comprendidas, y a restablecer en su verdadero sentido aquellas que han sido mal interpretadas o voluntariamente alteradas.
Cierto es que el Espiritismo no enseña nada nuevo: ¿Pero es poco probar de una manera patente e irrecusable la existencia del alma, la supervivencia al cuerpo, su individualidad después de la muerte, su inmortalidad, las penas y las recompensas futuras?
Desde el punto de vista religioso, el Espiritismo tiene por base las verdades fundamentales de todas las religiones: Dios, el alma, la inmortalidad, las penas y las recompensas futuras, pero es independiente de todo culto particular. Su fin es probar la existencia del alma a los que la nieguen o dudan de ella; que sobrevive al cuerpo, y que sufre después de la muerte las consecuencias del bien o del mal que ha hecho durante la vida corporal, lo cual pertenece a todas las religiones.
Como creencia en los espíritus, pertenece a todas las religiones y forma parte de todos los pueblos, puesto que donde hay hombres hay almas o espíritus, y puesto que las manifestaciones han tenido lugar siempre, y su relato se encuentra en todas las religiones sin excepción. Se puede ser, pues, griego o romano, protestante, judío o musulmán, y

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creer en las manifestaciones de los espíritus, y por consiguiente, ser espiritista; la prueba está en que el Espiritismo tiene adeptos en todas las sectas.
Como moral, es esencialmente cristiano, porque la que enseña no es más que el desarrollo y la aplicación de la de Cristo, la más pura de todas y cuya superioridad no es negada por nadie; prueba evidente de que es la ley de Dios, y que la moral está a disposición de todo el mundo.
Siendo independiente el Espiritismo de toda forma de culto, no prescribiendo ninguno, y no ocupándose de dogmas particulares, no es una religión especial, porque no tiene sacerdotes ni templos. A los que le preguntan si hacen bien o mal en seguir tal o cual práctica, responde: Si creéis vuestra conciencia obligada a hacerlo, hacedlo: Dios tiene siempre en cuenta la intención. En una palabra, no impone a nadie; no se dirige a los que, teniendo fe, están satisfechos de ella, sino a la numerosa categoría de los vacilantes e incrédulos. No los arrebata a la iglesia, puesto que moralmente se han separado de ella total o parcialmente; les hace recorrer las tres cuartas partes del camino para volver a aquélla, a la cual toca hacer lo demás.
Es verdad que el Espiritismo combate ciertas creencias, tales como las penas eternas, el fuego material del infierno, la personalidad del diablo, etc., ¿Pero no es verdad que estas creencias, impuestas como absolutas, han hecho en todas las etapas de la humanidad incrédulos y los hacen aún hoy en nuestros días? Y si el Espiritismo, dando a estos y a otros dogmas una interpretación racional, conduce a la fe a aquellos que la abandonan, ¿No presta un servicio a la religión? Así es que un venerable eclesiástico decía con respecto a este asunto: “El Espiritismo hace creer algo, y vale más creer algo que no creer nada.”

No siendo los espíritus más que las almas, no pueden negarse aquéllos sin negar éstas. Admitiendo las almas o espíritus, la cuestión, reducida a su más simple expresión, es ésta: ¿Las almas de aquellos que han muerto pueden comunicarse con nosotros? El Espiritismo prueba la afirmación con hechos materiales: ¿Qué prueba puede darse de que no sea posible? Si lo es, todas las negaciones del mundo no impedirán que lo sea, porque esto no es ni un sistema, ni una teoría, sino una ley de la Naturaleza, y contra las leyes de la Naturaleza es impotente la voluntad del hombre. Es, pues, preciso aceptar de buen o de mal grado las consecuencias y conformar a ellas sus creencias y sus costumbres.