miércoles, 30 de enero de 2013

03 - Estudio de la Doctrina Espírita 2


X.- El lenguaje de los Espíritus y el poder diabólico

Entre las objeciones las hay más capciosas, cuando menos en apariencia, por cuanto son extraídas de la observación y hechas por personas serias.
Una de tales objeciones se basa en el lenguaje de ciertos Espíritus, el que no parece digno de la elevación que es de suponer a seres sobrenaturales. Si se tiene a bien remitirse al resumen de la Doctrina que hemos presentado en páginas anteriores se verá que los Espíritus mismos nos enseñan que ellos no son iguales, ni en conocimientos ni en cualidades morales, y que no debemos tomar al pie de la letra todo lo que nos dicen.

15 - Esto se refiere a la fecha de publicación de la obra. Hoy en día, a más de un siglo de entonces, las cifras ascienden a millones. [N. del T. al cast.] * Este estudio introductorio forma parte de la 2a y definitiva edición de la obra, fechada en 1860. [N. del copista.]

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Cabe a las personas sensatas separar lo bueno de lo malo. Con seguridad que los que extraen de este hecho la consecuencia de que nos relacionamos sólo con seres malvados, cuya única ocupación consiste en embaucarnos, no tienen conocimiento de las comunicaciones que se llevan a efecto en las reuniones en que no se manifiestan sino Espíritus superiores. Con tal conocimiento no pensarían así. Es enojoso que el azar los haya servido tan mal como para no mostrarles más que el lado malo del Mundo Espírita, porque no queremos suponer que una tendencia simpática atraiga hacia ellos a los malos Espíritus más bien que a los buenos, a los Espíritus mentirosos o a aquellos cuyo lenguaje subleva la grosería. Cuando más, se podría concluir de ello que la solidez de sus principios no es lo bastante poderosa para apartar el mal y que, encontrando cierto placer en satisfacer su curiosidad a este respecto, los malos Espíritus aprovechan la ocasión para deslizarse entre ellos, en tanto que los buenos se alejan.
Juzgar la cuestión de los Espíritus sobre la base de tales hechos, sería tan carente de lógica como evaluar el carácter de un pueblo por lo que se diga y se haga en la reunión de algunos atolondrados o de gentes de mala fama, a la que no asistan ni los sabios ni las personas sensatas. Los que así juzgan se encuentran en la misma situación de un extranjero que, entrando en una gran capital por el peor de sus arrabales, juzgara a todos los habitantes de aquélla sobre la base de las costumbres y el lenguaje de ese barrio de ínfima categoría. En el Mundo de los Espíritus hay también una buena y una mala sociedad. Sírvanse esas personas estudiar lo que sucede entre los Espíritus escogidos y se persuadirán de que la ciudad celeste incluye algo más que la escoria de la población. “Pero –preguntaran ellas- los Espíritus selectos ¿acuden a comunicarse con nosotros?” A éstas les responderemos: No permanezcáis en el arrabal. Mirad, observad, y juzgaréis. Allí están los hechos, para todo el mundo. A menos que no deban aplicarse a esas personas las palabras de Jesús: “Tienen ojos y no ven; oídos, y no escuchan”.
Una variante de esa opinión consiste en no ver, en las comunicaciones espíritas y en todos los hechos materiales a que ellas dan lugar, sino la intervención de una potencia diabólica, nuevo Proteo que se revestiría de todas las formas para engañarnos mejor. No la creemos merecedora de un examen serio, de ahí que no nos demoremos en ella. Ha sido refutada por lo que acabamos de expresar. Sólo agregaremos que, si así fuese, habría que convenir que el diablo es en ocasiones muy sabio y razonable y, sobre todo, muy moral, o si no, que hay también diablos buenos..

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En efecto, ¿cómo creer que Dios permita sólo al Espíritu del mal que se manifieste sin darnos por contrapeso los consejos de los Espíritus buenos? Si Él no puede hacerlo, sería impotencia. Si puede y no lo hace, esto es incompatible con su bondad. Las dos suposiciones constituirían blasfemias. Notad que admitir la comunicación de los Espíritus malos equivale a reconocer el principio de las manifestaciones. Ahora bien, puesto que ellas existen, no pueden acontecer sin el permiso de Dios. ¿Cómo creen entonces, sin ser impíos, que Él permita sólo el mal, con exclusión del bien? Semejante doctrina es contraria a las más elementales nociones de buen sentido y de la religión.

XI.- Grandes y pequeños

Una cosa extraña –añaden- es que solamente se hable de los Espíritus de personajes conocidos, y uno se pregunta por qué son éstos los únicos en manifestarse. Es ese un error que proviene, como otros muchos, de una observación superficial. Entre los Espíritus que acuden espontáneamente hay más desconocidos para nosotros que ilustres, los cuales se designan con cualquier nombre, y a menudo con una denominación alegórica o característica. En cuanto a los que son evocados, a menos que no se trate del de un pariente o amigo, es bastante natural dirigirse a los que se conoce más bien que a aquellos otros a quienes no se conoce. Los nombres de ilustres personajes llaman más la atención, de ahí que sean más notados.
Incluso se encuentra raro que los Espíritus de hombres eminentes vengan familiarmente a nuestro llamado y se ocupen, en ocasiones, de cosas que son pequeñas en comparación con las que realizaban en vida. Pero esto no ha de asombrar a quienes saben que el poder o la consi- deración de que gozaban esos hombres en la Tierra no les da ninguna supremacía en el Mundo Espírita. Los Espíritus confirman a este respecto las palabras del Evangelio: Los grandes serán humillados, y los pequeños, exaltados. Lo cual debe entenderse que se refiere a la categoría que cada uno de nosotros ocupará entre ellos. Así, el que ha sido primero en la Tierra podrá encontrarse allá entre los últimos. Aquel delante de quien bajamos la cabeza en esta vida podrá, pues, llegarse hasta nosotros como el más humilde artesano, porque al dejar la existencia abandonó toda su grandeza, y el más poderoso monarca quizá esté allá por debajo del más insignificante de sus soldados.

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XII.- De la identificación de los Espíritus

Un hecho que ha sido demostrado por la observación y confirmado por los Espíritus mismos es que los Espíritus inferiores adoptan con frecuencia nombres conocidos y reverenciados. En tal caso, pues, ¿quién puede asegurarse que los que dicen haber sido –por ejemplo- Sócrates o Julio César, Carlomagno o Fenelón, Napoleón o Washington, etcétera, hayan realmente animado a esos personajes? Tal duda existe entre algunos adeptos muy fervientes de la Doctrina Espírita. Éstos admiten la intervención y manifestación de los Espíritus, pero se preguntan qué control se puede tener en lo que respecta a su identidad. Y, en efecto, semejante control es bastante difícil de obtener. Pero si no puede lograrse de una manera tan auténtica como por medio de un acta de nacimientos, podemos al menos obtenerlo por presunción, conforme a ciertos indicios.
Cuando se manifiesta el Espíritu de alguien que nos es personalmente conocido –un pariente o un amigo, por ejemplo-, sobre todo si ha muerto poco tiempo antes, sucede en general que su lenguaje está perfectamente relacionado con el carácter que le conocíamos en vida. Y este es ya un indicio de su identidad. Pero la duda deja casi de ser permitida cuando este Espíritu habla de cosas privadas, recuerda circunstancias de familia que sólo su interlocutor conoce. Un hijo no se equivocaría, seguramente, respecto al lenguaje de su padre o madre, ni los padres pueden engañarse acerca del de su hijo. En estos tipos de evocaciones íntimas suelen acontecer cosas conmovedoras, capaces de convencer al más incrédulo. El escéptico más endurecido queda muchas veces aterrado ante las revelaciones inesperadas que se le hacen.
Otra circunstancia muy característica viene en apoyo de la identidad. Hemos dicho ya que la escritura del médium cambia, por lo general, según el Espíritu evocado, y que dicha escritura se produce con exacta igualdad cada vez que se hace presente el mismo Espíritu. En numerosas ocasiones se ha verificado que, sobre todo con personas fallecidas poco tiempo atrás, esa escritura tiene un parecido sorprendente con la de la persona en vida. Se han visto rúbricas de una exactitud perfecta. Pero, por otra parte, estamos lejos de dar este hecho como una regla y, sobre todo, una regla constante. Los consignamos simplemente como un detalle digno de nota.
Los Espíritus llegados a cierto grado de purificación son los únicos exentos de toda influencia corporal. Pero, cuando no están completamente desmaterializados (esta es la palabra que utilizan), conservan la mayoría de las ideas, inclinaciones y hasta manías que en la Tierra tenían, y este es incluso un medio de que disponemos para reconocer su identidad. Mas

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llegamos al reconocimiento, principalmente, por una gran cantidad de detalles que sólo una observación atenta y continuada puede revelar. Así pues, vemos a escritores que discuten sus propias obras o doctrinas, aprobando o condenando ciertas partes de ellas. Otros Espíritus rememoran circunstancias ignoradas o poco conocidas de su vida o su muerte, cosas todas, en suma, que constituyen por lo menos pruebas morales de identidad, las únicas que es posible invocar en tales cuestiones abstractas.
De modo que, si en ciertos casos la identidad del Espíritu evocado puede hasta cierto punto se establecida, no existe razón para que no lo sea en otros, y si no tenemos, en lo que respecta a personas cuya muerte está más lejos en el tiempo, los mismo medios de control de identidad, disponemos siempre del que nos proporcionan el lenguaje y el carácter. Porque seguramente que el Espíritu de un hombre de bien no hablará del modo que lo hace el de un perverso o el de un libertino. Y en cuanto a los Espíritus que se exornan con nombres respetables, pronto se traicionan por su lenguaje y sus máximas. El que afirme ser Fenelón, por ejemplo, y lesione el buen sentido y la moral, aunque sólo sea accidentalmente, mostrará con ello la superchería. Por el contrario, si los pensamientos que expresa son siempre puros, sin contradicciones y en todo momento a la altura del carácter de Fenelón, entonces no habrá motivos para poner en duda su identidad. De otro modo, habría que suponer que un Espíritu que sólo predica el bien puede a sabiendas emplear la mentira, y ello sin utilidad. La experiencia nos enseña que los Espíritus de un mismo grado y carácter, y animados de idénticos sentimientos, se reúnen en grupos y en familias. Ahora bien, el número de Espíritus existentes es incalculable y estamos lejos de conocerlos a todos. Incluso los más de ellos no tienen nombres para nosotros. Un Espíritu de la categoría de Fenelón puede, entonces, acudir en lugar de él, y a menudo vendrá enviado por él mismo como mandatario. En tal caso se presenta con el nombre de Fenelón, por cuanto es idéntico a él y puede sustituirlo, y también porque nosotros necesitamos un nombre para fijar nuestras ideas. Pero ¿qué importa, a fin de cuentas, que un Espíritu sea realmente o no el de Fenelón? Puesto que dice cosas buenas y habla como lo hubiera hecho Fenelón mismo, es un buen Espíritu. El nombre con el cual se da a conocer resulta indiferente y muchas veces suele ser sólo un medio para fijar nuestras ideas. No podría ocurrir lo mismo en las evocaciones íntimas, pero en ellas –según dijimos ya- se puede establecer la identidad mediante pruebas que en cierto modo son evidentes.
Por otra parte, es cierto que la sustitución de los Espíritus puede dar lugar a una multitud de engaños, y es posible que resulten de ella errores y a menudo supercherías: se trata de una dificultad propia del Espiritismo

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práctico. Pero jamás hemos afirmado que esta ciencia sea cosa fácil, ni que se pueda aprenderla divirtiéndose, como tampoco es posible hacerlo así con ninguna otra ciencia. Nunca repetiremos demasiado que exige un estudio asiduo y con frecuencia muy largo. Como no podemos provocar los hechos, es preciso aguardar a que se presenten por sí mismos, y a menudo nos son traídos por las circunstancias que menos imaginábamos. Para el observador atento y paciente los hechos abundan, porque descubre miles de matices característicos que son para él rasgos de luz. Lo mismo acontece en las ciencias comunes: mientras que el hombre superficial sólo ve en una flor una forma airosa, el sabio descubre en ella tesoros para el pensamiento.

XIII.- Las divergencias de lenguaje

Las observaciones anteriores nos llevan a decir algunas palabras acerca de otra dificultad: la divergencia que existe en el lenguaje de los Espíritus.
Puesto que los Espíritus son muy diferentes unos de otros, desde el punto de vista de los conocimientos y la moralidad, es evidente que una misma cuestión puede ser resuelta por unos en un sentido y por otros en el sentido opuesto, según sea el rango que cada uno ocupe, exactamente como si fuese planteada, entre los hombres, a un sabio, a un ignorante o a un gracioso de mal género. Ya hemos dicho que lo esencial es saber en cada caso a quién nos dirigimos.
Pero –se suele agregar-, ¿cómo se explica que aquellos Espíritus reconocidos como superiores no estén siempre de acuerdo? Para comenzar, responderemos que, independientemente de la causa que acabamos de señalar, hay otras que pueden ejercer cierta influencia sobre la índole de las respuestas, prescindiendo de la calidad de los Espíritus. Es este un punto fundamental cuya explicación la dará el estudio. Por eso afirmamos que estos estudios requieren una atención continuada, una observación profunda y, sobre todo, como acontece con todas las demás ciencias humanas, constancia, perseverancia. Se necesitan años para formar un médico mediocre, y las tres cuartas partes de una vida para hacer un sabio, ¡y se pretende en unas pocas horas adquirir la ciencia de lo infinito! No nos engañemos, pues: el estudio del Espiritismo es inmenso. Se relaciona con todos los problemas de la metafísica y del orden social. Es todo un mundo que se descubre ante nosotros. ¿Debemos entonces asombrarnos de que haga falta tiempo –mucho tiempo- para realizarlo?

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Además, la contradicción no es en todos los casos tan real como puede parecerlo. ¿Acaso no estamos viendo todos los días a hombres que profesan la misma ciencia y sin embargo difieren en la definición que dan de una cosa, ya sea porque empleen términos distintos, o bien por encararla desde otro punto de vista, aunque la idea fundamental sea siempre la misma? ¡Cuéntense, si es posible, la cantidad de definiciones que de la gramática se han dado! Agreguemos, incluso, que la forma de la respuesta depende a menudo de la forma que adopta la pregunta. Sería pueril, entonces, encontrar una contradicción allí donde sólo hay casi siempre una mera diferencia de palabras. Los Espíritus superiores no se cuidan en modo alguno de la forma, sino que para ellos el fondo del pensamiento lo es todo.
Tomemos como ejemplo la definición del alma. Puesto que esta palabra no posee un significado fijo, los Espíritus pueden, en consecuencia –así como nosotros también podemos-, diferir en la definición que le den: uno podrá decir que es el principio de la vida; otro, llamarla chispa anímica; un tercero, afirmar que es interior; un cuarto, que es externa, y así por el estilo, y todos ellos tendrán razón, desde sus respectivos puntos de vista. Hasta se podría creer que algunos de ellos profesen teorías materialistas, y sin embargo no es así. Lo propio acontece con la idea de Dios. Él será: el principio de todas las cosas; el Creador del Universo; la soberana inteligencia; el infinito; el gran Espíritu, etcétera, y en definitiva seguirá siendo siempre Dios... Por último, mencionamos la clasificación de los Espíritus. Forman ellos una serie ininterrumpida desde el grado inferior hasta el superior, de suerte que su clasificación es arbitraria: uno podrá dividirlos en tres clases; otro, en cinco, diez o veinte, según su voluntad, sin por ello incurrir en error. Todas las ciencias humanas nos ofrecen ejemplo de esto: cada sabio posee su propio sistema. Y lo sistemas van cambiando, pero la ciencia, no... Ya sea que aprendamos botánica con el sistema de Linneo, el de Jussieu o el de Tournefort, no por eso la sabremos menos. Dejemos, pues, de dar a las cosas meramente convencionales más importancia de la que tienen y dediquémonos a lo que es de veras serio, y con frecuencia descubriremos, al reflexionar, que lo que parecía contradictorio poseía una similitud que se nos había pasado por alto en un primer examen.

XIV.- Las cuestiones ortográficas

Pasaríamos con rapidez sobre esta objeción que plantean ciertos escépticos con respecto a las faltas de ortografía cometidas por algunos Espíritus, si no debiera ella dar lugar a una observación esencial. Hay que decirlo: su ortografía no siempre es irreprochable. Pero se precisa estar

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muy escaso de razones para hacer de esto el motivo de una crítica seria manifestando que, puesto que los Espíritus todo lo saben, también deben saber ortografía. Por nuestra parte, podríamos opones a tales críticos los numerosos pecados de este tipo cometidos por más de un sabio de la Tierra, lo que no les resta nada de su mérito. Pero hay en este hecho una cuestión más seria. Para los Espíritus, y en modo especial para los Espíritus superiores, la idea lo es todo y la forma nada significa. Despojados de la materia, su lenguaje entre ellos es veloz como el pensamiento, puesto que es el pensamiento mismo el que se comunica, sin intermediario alguno. En consecuencia, deben de encontrarse incómodos cuando son obligados, para comunicarse con nosotros, a servirse de las formas lentas y embarazosas del lenguaje humano, y, sobre todo, por la insuficiencia e imperfección de dicho lenguaje para expresar todas las ideas. Ellos así lo dicen. Por eso resulta curioso ver los medios que emplean a menudo para atenuar ese inconveniente. Lo propio nos sucedería a nosotros si tuviéramos que expresarnos en un idioma de vocablos y giros más largos, así como más pobre en expresiones, que la lengua de que hacemos uso. Es el mismo embarazo que experimenta el hombre genial cuando se impacienta por la lentitud de su pluma, que siempre marcha detrás de su pensamiento. Según esto, es concebible que los Espíritus concedan poca importancia a la puerilidad de la ortografía, especialmente cuando se trata de una enseñanza grave y seria. Por otro lado, ¿no es ya maravilloso que se expresen indiferentemente en todas las lenguas y que las entiendan todas? No obstante, no hay que concluir de esto que la corrección convencional del lenguaje les sea desconocida, pues cuando resulta necesario la observan. Así pues, la poesía que ellos dictan podría desafiar con frecuencia a la crítica del más minucioso purista, y esto, a pesar de la ignorancia del médium.

XV.- La locura y sus causas

Hay asimismo personas que ven peligro por doquier y en todo aquello que no conocen. Así pues, extraen una consecuencia desfavorable del hecho de que ciertos individuos, al dedicarse a esta clase de estudios, perdieron la razón. Ahora bien, ¿cómo pueden algunos hombres sensatos ver en este hecho una objeción seria? ¿Por ventura no sucede lo mismo con todas las actividades intelectuales cuando las realiza un cerebro débil? ¿Conocemos acaso la cantidad de locos y maniáticos producida por los estudios matemáticos, médicos, musicales, filosóficos y demás? ¿Habrá por eso que proscribir dichos estudios? Y ¿qué prueban tales hechos? Con las tareas físicas se deterioran los brazos y piernas, que son los instrumentos de la acción material desarrollada. Con los trabajos de la inteligencia se

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deteriora el cerebro, que es el instrumento del pensamiento. Pero si es muy cierto que el instrumento se ha roto, no lo es menos que el Espíritu no lo está por eso. Él se halla intacto. Y cuando se despoje de la materia no dejará de disfrutar del pleno goce de sus facultades. En su género, y como hombre, ha sido un mártir del trabajo.
Toda gran preocupación intelectual puede acarrear la locura. Ciencias, artes, y hasta la religión, aportan a ella sus contingentes. La locura tiene por causa primera una predisposición orgánica del cerebro, que lo hace más o menos susceptible a ciertas impresiones. Existiendo una predisposición a la demencia, ésta tomará el aspecto de la preocupación principal del individuo, que se convierte entonces en una idea fija. Tal idea fija podrá ser la de los Espíritus, en quien se ha ocupado de ello, como puede ser asimismo la de Dios, los ángeles, el diablo, la fortuna, el poder, un arte, una ciencia, la maternidad o un sistema político o social. Es probable que el demente religioso se transforme en un demente espírita, si su preocupación dominante ha sido el Espiritismo, así como el demente espírita lo hubiera sido por otro motivo, según las circunstancias.
Afirmo, pues, que el Espiritismo no disfruta de ningún privilegio a este respecto. Pero voy más lejos. Digo que, bien entendido, el Espiritismo preserva de la locura.
Entre las causas más numerosas de la sobreexcitación cerebral hay que incluir las desilusiones y desgracias, así como los afectos contrariados, que son al mismo tiempo las causas más frecuentes de suicidio. Ahora bien, el verdadero espírita contempla las cosas del mundo desde un punto de vista tan elevado, ellas se le muestran tan pequeñas y mezquinas en comparación con el porvenir que le aguarda, la vida es para él tan corta y efímera que las tribulaciones no son, a sus ojos, sino los incidentes desagradables de un viaje. Aquello que en otra persona produciría una emoción violenta, a él le afecta medianamente. Sabe, además, que los pesares de la vida son pruebas que concurren a su adelanto si las sufre sin murmurar, por cuanto se le recompensará según sea el valor con que las soportó. Así pues, sus convicciones le dan una resignación que le preserva de la desesperación y, por consiguiente, de una de las causas más comunes de locura y suicidio. Conoce también, por la prueba que el ofrecen las comunicaciones, con los Espíritus, la suerte que toca a aquellos que abrevian voluntariamente su vida, y el cuadro que se le presenta es adecuado para moverlo a reflexión. De ahí que sea considerable el número de personas que han sido detenidas en esa pendiente funesta. Es ese uno de los resultados del Espiritismo. Búrlense de esto cuanto quieran los. Por mi parte, yo les deseo los consuelos que él proporciona a

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todos aquellos que se han tomado el trabajo de sondear sus misteriosas profundidades.
En el número de las causas desencadenantes de la demencia hay todavía que incluir el pánico, y el terror al diablo que ha perturbado más de un cerebro. ¿Sabemos acaso la cantidad de víctimas que se han hecho al herir las imaginaciones débiles con ese cuadro que se ingenian por tornar más aterrador meditante detalles horribles? Se asegura que el diablo sólo espanta a los niños y que constituye un freno para obligarlos a comportarse bien. Sí, como el cuco y el lobisón, pero cuando les han perdido el miedo son peores que antes. Y por este bello resultado no se toma en cuenta la cantidad de epilepsias causadas por la conmoción de cerebros frágiles. Muy débil sería la religión si por la falta de temor pudiera verse comprometido su poder. Por suerte no es así: ella dispone de otros medios para obrar sobre las almas. Y el Espiritismo se los provee más eficaces y más serios, si sabe ella aprovecharlos. Muestra aquél la realidad de las cosas y con eso neutraliza los efectos funestos de un temor exagerado.
XVI.- La teoría magnética y la del ambiente
Nos resta examinar dos objeciones, las únicas que merezcan de veras este nombre, porque se fundan en teorías racionales. Una y otra admiten la realidad de todos los fenómenos materiales y morales, pero excluyen de ellos la intervención de los Espíritus.
Según la primera de tales teorías, todas las manifestaciones que se atribuyen a los Espíritus no serían otra cosa que efectos magnéticos. Los médiums se hallarían en un estado que se podría llamar de sonambulismo lúcido, fenómeno del que ha podido ser testigo toda persona que haya estudiado el magnetismo 16 - . En ese estado, las facultades adquieren un

16 - La palabra “magnetismo” es la traducción fiel de la utilizada por KARDEC. Hay quienes prefieren utilizar en su lugar la de “hipnotismo”. Esto ya sea por su más generalizado uso o bien por expresar el trato de una misma materia o fuerza. Pero, en rigor de verdad, es preciso convenir en que, si bien la aplicación y el conocimiento de la fuerza magnética se remonta a los más lejanos tiempos de la Historia, es con MESMER, en 1779, que se logra atraer la atención pública y de las academias con la impresión de su primera memoria que consta de veintisiete proposiciones. Resistida tal memoria por el dogmatismo y los intereses de la ciencia oficial, y a pesar de los enjundiosos estudios que lo ratificaron a MESMER, tales como los del MARQUÉS DE PUYSÉGUR, CHARDEL, DELEUZE, BRUNO, BARÓN DU POTET, LAFONTAINE y otros, fue JAMES BRAID, de resultas de la profunda impresión que le causara la observación de trabajos de LAFONTAINE, quien en 1841 sienta las bases del Hipnotismo y logra, mediante el acuñamiento de una nueva palabra, la creación de una nueva teoría y un distinto

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desarrollo anormal y el círculo de las percepciones intuitivas excede los límites de nuestra percepción ordinaria. De esta manera, el médium extraería de sí mismo, y como consecuencia de su lucidez, cuanto expresa y todas las nociones que transmite, aun acerca de cosas que le son completamente desconocidas en su estado normal.
No seremos nosotros quienes pongamos en tela de juicio el poder del sonambulismo, cuyos prodigios hemos visto y todas cuyas fases hemos estudiado a lo largo de más de treinta y cinco años. Estamos de acuerdo en que, en efecto, muchas manifestaciones espíritas pueden explicarse de esta manera, pero una observación continuada y atenta muestra una multitud de hechos en que la intervención del médium, de otro modo que como instrumento pasivo, es materialmente imposible. A quienes comparten esa opinión les diremos, como ya dijimos a otros: “Mirad y observad, porque seguramente que no lo habéis visto todo”. Después les expondremos dos consideraciones extraídas de su propia teoría. ¿De dónde ha provenido la teoría espírita? ¿Es acaso un sistema imaginado por algunos para explicar los hechos? De ningún modo. ¿Quién, pues, la reveló? Precisamente, esos mismos médiums cuya lucidez vosotros exaltáis. Si, pues, esa lucidez es tal como suponéis, ¿por qué habrían ellos atribuido a los Espíritus lo que extraían de sí mismos? ¿Cómo habrían dado esas informaciones tan precisas y lógicas, tan sublimes, acerca de la naturaleza de esas Inteligencias extrahumanas? Una de dos cosas: o son lúcidos o no lo son.

método, burlar los obstáculos y penetrar en las esferas académicas, logrando así el reconocimiento de esta nueva ciencia. Mas, aun cuando estudiosos posteriores, como RICHET, por ejemplo, que utilizando métodos magnetológicos los denominaran hipnóticos, debemos aclarar y señalar esta diferencia existente entre ambas teorías. El magnetismo, siguiendo su verdadera trayectoria, llega a la comprobación de la tesis espírita basada en la existencia y utilización de los fluidos por medio del pase magnético, el soplo, el agua fluidificada, las radiaciones, etcétera y, con ellos, muchos experimentadores, a conclusiones científicas de la existencia del alma; en tanto que el Hipnotismo, quedando apresado de procesos equivocados y valiéndose de “maniobras artificiales que tienden, por la parálisis de los centros nerviosos, a destruir el equilibrio nervioso”, según lo expresa su mismo metodizador, el doctor BRAID (Neuro-hipnología. Tratado del sueño nervioso o hipnotismo), no trasciende y confluye finalmente por confesar, por boca de sus mismos profesantes, BRAID entre ellos, su incapacidad para obtener los resultados que se consiguen por medio del Magnetismo. Pero día vendrá en que, modificando el método, logre alcanzar también las incontrovertibles conclusiones espiritualistas a las que llegaron los más reputados magnetólogos. Por ello es que, con KARDEC, quien por su dedicación a estos estudios no podía desconocer la teoría hipnótica de BRAID, seguimos utilizando la palabra “Magnetismo”, y también porque éste y el Espiritismo son “dos ciencias que sólo forman una, por así decirlo”, como el mismo Codificador expresa en su acotación al párrafo 555 de este mismo libro. [Nota de la Editora]
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Si son lúcidos, y si se confía en su veracidad, no se podría admitir sin contradecirse que no están ellos en lo cierto. En segundo lugar, si todos los fenómenos se originaran en el médium serían idénticos en un mismo individuo y no veríamos a la misma persona hablar lenguajes diferentes ni expresar, alternativamente las cosas más contradictorias. Esta falta de unidad en las manifestaciones obtenidas por el médium prueba la diversidad de las fuentes. Así que, si no es posible atribuirlas todas al médium, hay que buscarlas fuera de él.
Conforme a otra opinión, el médium es, sí, la fuente de las manifestaciones, pero en vez de extraerlas de sí mismo, como lo pretenden los autores de la teoría sonambúlica, las extrae del ambiente. El médium constituiría, así, una especie de espejo que refleja todas las ideas, pensamientos y conocimientos de las personas que le rodean. No dirá nada que no sea conocido cuando menos por alguno de los presentes. Ahora bien, no podríamos negar –y es este, inclusive, un principio de la Doctrina- la influencia que ejercen los asistentes sobre la índole de las manifestaciones. Pero ese influjo es muy distinto del que se supone que sea, y de ahí a que el médium constituya un eco de los pensamientos de los demás hay mucha distancia, por cuanto millares de hechos establecen perentoriamente lo contrario. Hay en ello, entonces, un grave error, que prueba una vez más el peligro de las conclusiones apresuradas. Puesto que esas personas no pueden negar la existencia de un fenómeno del cual no puede dar explicación la ciencia común, y como no quieren en él la intervención de los Espíritus, lo explican a su modo. Su teoría será irrefutable si pudiera abarcar la totalidad de los hechos, mas no ocurre así. Cuando se les demuestra hasta la evidencia que ciertas comunicaciones del médium son por completo ajenas a los pensamientos, conocimientos y opiniones de todos los asistentes, y que tales comunicaciones suelen ser espontáneas y contradicen toda idea preconcebida, aquellas personas no se detienen por tan poca cosa. La irradiación –afirman- se extiende mucho más allá del círculo inmediato que lo circunda. El médium es el reflejo de la humanidad entera, de manera que si no saca sus inspiraciones de una fuente circundante a él va a buscarlas fuera, a la ciudad, al país o al mundo todo, e inclusive a otras esferas.
No pienso que en esta teoría se encuentre una explicación más sencilla y probable que la que el Espiritismo provee, puesto que supone una causa mucho más maravillosa. La idea de que Seres que pueblan el espacio y que se hallan en permanente contacto con nosotros nos comuniquen sus pensamientos, no tiene nada que choque más a la razón que esa otra hipótesis de la irradiación universal que, procedente de todos los rincones del Universo, viene a concentrarse en el cerebro de un individuo.

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Una vez más diremos – porque es este un punto esencial sobre el que nunca se insistirá demasiado- que la teoría sonambúlica y esa otra que pudiéramos llamar reflectiva han sido concebidas por algunos hombres. Se trata de opiniones individuales creadas con el propósito de explicar un hecho, en tanto que la Doctrina de los Espíritus no es en modo alguno de concepción humana, sino que ha sido dictada por las Inteligencias mismas que se manifiestan cuando nadie pensaba en ella, e inclusive la opinión general la rechazaba. Nos preguntamos, pues, ¿adónde los médiums pueden haber ido a buscar una doctrina que no existía en el pensamiento de persona alguna en la Tierra? Quisiéramos saber, además, ¿por qué extraña coincidencia millares de médiums diseminados por todos los rincones el mundo, que no se han visto jamás personalmente, se hallan de acuerdo para afirmar lo mismo? Si el primer médium que surgió en Francia estaba experimentando la influencia de opiniones que se sustentaban ya en América, ¿por qué extraña razón iría él a buscar tales ideas a dos mil leguas allende los mares, en un pueblo de costumbres e idioma distintos, en vez de recogerlas de su propio medio?
Pero otra circunstancia hay en la que no se ha pensado suficien- temente. Las primeras manifestaciones, así en Francia como en América, no se llevaron a cabo ni por la escritura ni mediante la palabra, sino por medio de golpes que, según su número, concordaban con las letras del alfabeto, formando de esta manera palabras y frases. Y por este conducto las Inteligencias que se revelaban manifestaron ser Espíritus. De manera que, si se puede suponer la intervención del pensamiento de los médiums en las comunicaciones verbales o escritas, no podría acontecer lo propio en lo que respecta al sistema de golpes, cuyo significado no era posible de antemano.
Podríamos citar una cantidad de hechos que demuestran, en la Inteligencia que se manifiesta por vía mediúmnica, una individualidad evidente y una absoluta independencia de voluntad. Remitimos, pues, a los que disientan, a una observación más atenta, y si quieren estudiar sin prejuicios y abstenerse de extraer conclusiones antes de haberlo visto todo, reconocerán que su teoría es impotente para explicar la totalidad de los hechos. Por nuestra parte, nos limitaremos a formular las siguientes preguntas: ¿Por qué la Inteligencia que se manifiesta, sea ella cual fuere, rehúsa contestar a ciertas preguntas acerca de temas perfectamente conocidos como, por ejemplo, el nombre o la edad del interrogador, lo que éste tiene en la mano, qué ha hecho la víspera, sus proyectos para el día siguiente, etcétera? Si el médium es el espejo del pensamiento de los asistentes, nada le resultaría más fácil que responder a tales cuestiones.

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Los adversarios vuelven en contra de nosotros el argumento, preguntándonos a su ver por qué los Espíritus, que deben de saberlo todo, no pueden decir cosas tan simples como las mencionadas al final del párrafo anterior, ya que quien puede lo más podrá lo menos, según lo expresa el axioma. De donde concluyen que se trata de Espíritus. Si un ignorante o un bromista de mal género, presentándose ante una docta asamblea preguntara, por ejemplo, por qué hay luz en pleno mediodía, ¿se cree que los asambleístas se tomarían la molestia de responder en serio, y sería lógico concluir que su silencio, o de las chanzas con que gratificarían al interrogador, que los miembros de la asamblea eran sólo ignorantes? Pues bien, precisamente porque son superiores los Espíritus es por lo que no responden a preguntas ociosas y ridículas y no quieren ser sentados en el banquillo. De ahí que opten por guardar silencio o manifiesten estar ocupándose en cosas de mayor importancia.
Para terminar, preguntaremos: ¿por qué los Espíritus vienen y se van en determinado momento, y por qué, cuando ese instante ha pasado, de nada valen las oraciones ni súplicas para hacerlos volver? Si el médium obrara sólo por el impulso mental que le comunican los asistentes salta a la vista que, en tales circunstancias, el concurso de todas las voluntades aunadas debería estimular su clarividencia. Si, pues, no cede al deseo de los presentes a la reunión, al que hay que añadir su propia voluntad, es porque obedece a una influencia extraña a él y a quienes lo rodean, y tal influencia denota con ello su independencia y su individualidad.

XVII.- Llenando los vacíos del espacio

El escepticismo en lo que toca a la Doctrina Espírita, cuando no es el resultado de una oposición interesada, se origina casi siempre en un conocimiento incompleto de los hechos, lo cual no impide a ciertas personas resolver tajantemente la cuestión, como si la conocieran de manera perfecta. Se puede poseer mucho ingenio, e inclusive instrucción, pero carecer al mismo tiempo de buen juicio. Ahora bien, la primera muestra de un juicio deficiente consiste en creer que el propio juicio es infalible. Asimismo, muchas personas sólo ven en las manifestaciones espíritas un objeto de curiosidad. Confiamos en que, mediante la lectura de este libro, encontrarán en esos fenómenos extraños algo más que un mero pasatiempo.
Dos partes comprende la Ciencia Espírita: una experimental, que trata de las manifestaciones en general; y la otra filosófica, que se ocupa de las manifestaciones inteligentes. El que sólo haya observado la primera de

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ellas se encuentra en la situación de quien no conozca la física más que por los juegos de salón, sin haber penetrado en el fondo de esa ciencia. La verdadera Doctrina Espírita reside en la enseñanza que los Espíritus imparten, y los conocimientos que tal enseñanza incluye son demasiado importantes para poder ser adquiridos de otro modo que por medio de un estudio serio y continuado, que se lleve a cabo en el silencio y el recogimiento. Porque sólo en esas condiciones es posible observar un número infinito de hechos que escapan al observador superficial y que permiten fundar una opinión valedera. Si este libro sólo tuviera por resultado mostrar el lado serio de la cuestión y provocar estudios en tal sentido, ya sería mucho y nos aplaudiríamos por haber sido escogidos para realizar una obra que no pretendemos, por otra parte, que signifique para nosotros ningún mérito personal, puesto que los principios que contiene no son de nuestra creación. Todo su mérito sabe a los Espíritus que la dictaron. Además, confiamos en que obtendrá otro resultado: el de guiar a los hombres deseosos de instruirse, mostrándoles en esos estudios una meta grande y sublime: la del progreso individual y social, y señalándoles la senda que hay que seguir para alcanzar dicha meta.
Terminemos con una última consideración. Al sondear los espacios han encontrado los astrónomos, en la distribución de los cuerpos planetarios, ciertas lagunas o vacíos que no se justificaban y que se hallaban en desacuerdo con las leyes del conjunto. Sospecharon entonces que tales lagunas debían ser llenadas por mundos que se sustraían a sus ojos. Por otra parte, observaban determinados efectos cuya causa les era desconocida, y se decían: “Allí tiene que haber un planeta, por cuanto ese vacío no puede existir y los efectos que observamos han de tener una causa”. Juzgando entonces la causa por el efecto, han podido calcular los elementos, y más tarde los hechos vinieron a justificar sus previsiones. Ahora bien, apliquemos este mismo razonamiento a otro orden de ideas. Si observamos la serie de los seres, se advierte que forman ellos una cadena sin solución de continuidad, desde la materia inerte hasta el más inteligente de los hombres. Pero ¡cuán inmensa laguna entre Dios y el hombre, que son el alfa y omega de todo lo creado! ¿Es razonable pensar que en éste terminan los eslabones de esa cadena? ¿Que sin transición sea franqueada la distancia que separa al hombre de lo infinito? La razón nos dice que entre el hombre y Dios tiene que haber otros eslabones, así como dijo a los astrónomos que entre los mundos conocidos debían existir mundos desconocidos. Pues bien, ¿cuál es la filosofía que ha llenado ese vacío? El Espiritismo nos muestra tal laguna ocupada por Seres de todas las categorías del Mundo Invisible, y dichos Seres no son otros que los Espíritus de los hombres llegados a diferentes niveles que conducen a la perfección. De esta suerte, todo se correlaciona y se encadena, desde el alfa

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hasta el omega. Vosotros, los que negáis la existencia de los Espíritus, ¡llenad, pues, el vacío que ellos ocupan! Y vosotros, los que de ellos reís, ¡atreveros entonces a reír de las obras de Dios y de su omnipotencia!
ALLAN KARDEC

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PROLEGÓMENOS

Fenómenos que escapan a las leyes de la ciencia común se manifiestan por doquiera y revelan en su causa la acción de una voluntad libre e inteligente.
La razón dice que un efecto inteligente debe tener por causa a un poder inteligente, y ciertos hechos han probado que esa fuerza puede entrar en comunicación con los hombres mediante signos materiales.
Interrogada acerca de su naturaleza, dicha fuerza ha declarado pertenecer al Mundo de los Seres espirituales que se han desembarazado de la envoltura corporal del hombre. Así fue revelada la Doctrina de los Espíritus.
Las comunicaciones entre el Mundo Espírita y el corporal pertenecen al orden de la Naturaleza y no constituyen ningún hecho sobrenatural. De ahí que se encuentre la huella de tales comunicaciones en todos los pueblos y en la totalidad de las épocas.
Los Espíritus anuncian que son llegados los tiempos que la Providencia señaló para que se produjera una manifestación universal, y siendo ellos los ministros de Dios y agentes de su voluntad, su misión consiste en instruir e iluminar a los hombres, inaugurando una nueva era para la regeneración del género humano.
Este libro es la recopilación de sus enseñanzas. Ha sido escrito por orden y bajo el dictado de Espíritus superiores, para asentar los cimientos

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de una filosofía racional, libre de los prejuicios del sectarismo 17 - . No contiene nada que no sea la expresión de su pensamiento y que no haya sido controlado por ellos. Sólo el orden y la distribución metódica de las materias, así como las observaciones y la forma de ciertas partes de la redacción, constituyen la obra de quien recibió la misión de publicarlo.
Entre los Espíritus que cooperaron a la realización de esta obra, muchos vivieron en la Tierra, en diversas épocas, predicando y practicando la virtud y la sabiduría. Otros no corresponden, por sus nombres, a ningún personaje cuyo recuerdo haya perpetuado la historia, pero sus elevación es atestiguada por la pureza de su doctrina y su unión con aquellos que llevan nombres venerables.
He aquí los términos en que han dado ellos por escrito, y sirviéndose de diversos médiums, la misión de organizar este libro:
“Ocúpate con celo y perseverancia de la tarea que has emprendido con nuestro concurso, porque este trabajo es nuestro. En él hemos sentado las bases del nuevo edificio que se eleva y que debe un día reunir a todos los hombres en un mismo sentimiento de amor y caridad. Pero, antes de publicarlo lo revisaremos juntos, a fin de controlar todos sus pormenores.
Contigo estaremos cada vez que lo pidas y para ayudarte en tus otras labores, pues ésta sólo constituye una parte de la misión que se te confía, y que te ha sido revelada ya por uno de nosotros.
Entre las enseñanzas que se te imparten hay algunas que debes guardar para ti solo, hasta nueva orden. Nosotros te indicaremos cuando haya llegado el momento de publicarlas. En el ínterin, medítalas, a fin de estar preparado cuando te avisemos.
Pondrás a la cabecera del libro el sarmiento que te hemos dibujado 18 - , porque es el emblema del trabajo del Creador. Todos los principios materiales que mejor pueden representar al cuerpo y al Espíritu se hallan reunidos en él: la rama representa al cuerpo. El Espíritu es el licor. El alma o Espíritu unidos a la materia constituyen el grano. El hombre destila el Espíritu por medio del trabajo, y tú

17 - El autor utiliza aquí la expresión esprit de système, que los traductores se contentan con verter literalmente: “espíritu de sistema”. Por nuestra parte, creemos que “sectarismo” se acerca más, en este caso, a la intención de la frase. [N. del T. al cast.]
18 - El sarmiento reproducido a la cabecera de estos “Prolegómenos” es el facsímil del que fue dibujado por los Espíritus. [N. de A. Kardec.]

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sabes que sólo por el trabajo del cuerpo adquiere el Espíritu conocimientos.
No te desaliente la crítica. Hallarás contradictores encarniza- dos, en modo especial entre aquellas personas interesadas en los abusos. Inclusive los encontrarás entre los Espíritus, porque los que no se hallan del todo desmaterializados tratan a menudo de sembrar la duda, ya se por malicia o bien por ignorancia. Pero sigue siempre adelante. Cree en Dios y marcha con confianza. Nosotros estaremos allí para sostenerte, y está cerca el tiempo en que la verdad destellará por doquier.
La vanidad de ciertos hombres, que creen saberlo todo y quieren explicarlo todo a su manera, engendrará opiniones disiden- tes. Pero todo los que tengan presente el gran principio de Jesús se confundirán mediante un vínculo fraternal, que abarcará al mundo entero. Dejarán a un lado las míseras discusiones por palabras para no ocuparse más que de las cosas esenciales, y la Doctrina será siempre la misma, en lo que respecta al fondo, para todos aquellos que reciban las comunicaciones de los Espíritus superiores.
Con la perseverancia llegarás a cosechar el fruto de tus trabajos. El placer que experimentarás al ver a la Doctrina difundirse y ser bien comprendida será para ti una recompensa, cuyo valor conocerás en su totalidad, quizá más en el porvenir que en el presente. No te inquietes, pues, por los espinos y las piedras que sembrarán en tu camino los incrédulos o los malvados. Conserva la confianza: con ella alcanzarás la meta, y merecerás ser ayudado siempre.
Acuérdate de que los Buenos Espíritus no asisten sino a quienes sirven a Dios con humildad y desinterés, y en cambio repudian a cualquiera que busque en la senda del Cielo un escalón para las cosas de la Tierra. Aquéllos se apartan del orgulloso y del ambicioso. Orgullo y ambición constituirán siempre una barrera entre el hombre y Dios. Son un velo arrojado sobre las celestes claridades, y Dios no puede valerse del ciego para hacer comprender la luz”.
SAN JUAN EVANGELISTA. SAN AGUSTÍN. SAN VICENTE DE PAÚL. SAN LUIS. EL ESPÍRITU DE VERDAD. SÓCRATES. PLATÓN. FENELÓN. FRANKLIN. SWEDENBORG. ETCÉTERA. 19 -

19 -  Algunas personas se extrañan ante la reunión de tantos nombres venerables como firmantes de estas recomendaciones. Una consulta al Cap. XII, “De la identificación de los Espíritus”, en la “Introducción al Estudio de la Doctrina Espírita”, que inicia este volumen, aclarará el problema. [N. de J. H. Pires.]

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