por J. H. PIRES Y EDITORES
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1
EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS
Filosofía Espiritualista
Filosofía Espiritualista
CONTENIENDO
Los principios de la Doctrina Espírita
Sobre la inmortalidad del alma, la naturaleza de los
Espíritus y sus relaciones con los hombres, las leyes
morales, la vida presente, la vida futura y el porvenir
de la humanidad.
Según la enseñanza impartida por los Espíritus
superiores, con ayuda de diversos médiums.
Recopilados y ordenados por
ALLAN KARDEC
Nueva traducción del francés por
ALBERTO GIORDANO
Con notas y mejoras introducidas en el texto
por su traductor al portugués,
Profesor
JOSÉ HERCULANO PIRES.
EDICIÓN AUDIOVISUAL
Por
http://caminantespirita.blogspot.com/
Las Notas al pie de página han
sido interpuestas en el lugar que les corresponde, así como
también los fragmentos del original en
Francés, no son pronunciados en la edición de Audio
(Nota del Editor Audiovisual)
2
DE LOS EDITORES AL LECTOR
No
es esta, como podría parecerlo, una edición más de El Libro de los Espíritus,
entre las incontables que a lo largo de un siglo se han venido publicando en
lengua castellana. Aspira a ser –y fue el propósito que la inspiró- una recuperación
del texto kardeciano.
El lector se preguntará, un
tanto sorprendido tal vez: ¿Por qué “recuperación”? La respuesta merece párrafo
aparte.
A
partir de las primeras entregas españolas del pasado siglo, cada reimpresión de
El libro de los Espíritus reproducía, en líneas generales, la versión
española primitiva, con aquellos cambios que la evolución ortográfica de
nuestra lengua tornaba perentorios. Pero, al mismo tiempo, cada nueva reedición
aportaba un número variable de erratas, debidas casi siempre a la composición y
subsiguiente corrección de pruebas.
Conscientes
del problema creado –las impropiedades que el tiempo había ido amontonando
sobre este libro fundamental del Espiritismo-, y deseosa de reparar el daño
producido, la EDITORA ARGENTINA 18 DE ABRIL se hizo el propósito de poner en manos del lector de
lengua hispana una nueva edición, corregida y depurada, que fuese un ciento por
ciento confiable.
Pero el recurso de la
corrección no hubiera bastado. Hacía falta algo más: retornar a la fuente, esto
es, traducir de nuevo la obra. Tal fue lo que se hizo, y más aún: la nueva
versión se cotejó paso a paso con la moderna traducción al portugués del
profesor J. Herculano Pires, quien ha incorporado al texto diversas notas
aclaratorias y, además, introdujo en él cierto número de mejoras que hacen más
ágil su lectura y más moderna su presentación. El lector atento encontrará,
pues, diferencias entre las versiones clásicas y la presente, pero puede tener
la seguridad de que lo que estamos ofreciéndole aquí es el texto original de
Kardec, vertido al español con la mayor fidelidad posible. A más de esto,
cuando ha sido necesario se dejó constancia, al pie de página, de ciertas
dificultades de traducción, a fin de que el lector conozca cómo se han solucionado
los problemas. Estamos persuadidos, pues, de que ha de ser apreciado en toda su
dimensión el esfuerzo realizado para ofrecerle el verdadero Libro de los
Espíritus, de Allan Kardec.
EDITORA ARGENTINA 18 DE ABRIL, S.A.C.I.
Y
EDITORA ESPÍRITA ESPAÑOLA
3
Nota del copista para lectores neófitos
Estimado
lector/a, tienes ante ti el trabajo ingente de toda una época, de toda una
labor de incalculable valor, en donde se desentrañan los misterios de la vida
de ultratumba, y se rescata la ciencia del conocimiento llamado en la
antigüedad oculto.
Allan
Kardec, pseudónimo del preclaro pedagogo francés Denizard Rivail, compiló con
la ayuda de los Espíritus Elevados, las bases de esta ciencia, llamada Espírita
o Espiritismo. En esta obra, se hallan todos los principios de la misma. De un
modo muy sucinto se encabalgan las ideas al modo clásico de pregunta y
respuesta, entre Kardec y los diversos Espíritus a los cuales dirigió sus
múltiples preguntas.
Esta
obra es la piedra angular de todo el edificio espiritista, de ella se derivan
todas las demás obras que van completando lo que en ésta queda a veces en
pequeña reseña. La lectura del Libro de los Espíritus consta a mi
entender, de dos lecturas: 1º la normal, de inicio a fin, para ir asimilando
los conceptos; 2º la lectura consciente, para ir comparando las preguntas y
respuestas. Ésta última es la más importante, y la que hace distinto este libro
del resto, ya que en las diversas respuestas se va elaborando una síntesis de
las mismas, de ahí la constante reseña de “véase párrafo x” que a lo largo de
la obra el lector/a constatará. De ahí que una lectura superficial pueda
sugerir aparentes contradicciones, que en realidad no existen, sino que
simplemente requieren de una lectura más atenta y de una correlación de las
respuestas dadas.
No
obstante, en esta edición, se han añadido las notas y aclaraciones que se han
considerado oportunas, remitiéndome yo como copista, tan sólo a aquellas
cuestiones de forma y fondo que pudieran resultar un tanto oscuras y extrañas
al lector de nuestro siglo XXI, procurando en lo esencial mostrar el
pensamiento originario que se le quiso dar.
Que
la paz y la bondad inunde tu corazón con esta lectura, y abra tu alma a nuevas
realidades espirituales, como lo viene haciendo con tantos miles que abrazamos
esta divina enseñanza llamada Espiritismo.
4
NOTICIA DE LA OBRA
Nota (1).- Esta “Noticia de la obra” corresponde al
opúsculo intitulado “El libro de los Espíritus frente a la cultura de nuestro
tiempo”, del mismo autor. [N. del copista]
Por J. Herculano Pires
Con
este libro, el 18 de abril de 1857 se inició para el mundo la era espírita. En
él se cumplía la promesa evangélica del Consolador, del Paracleto o Espíritu de
Verdad. Decir esto equivale a afirmar que El Libro de los Espíritus es
el código de una nueva fase de la evolución humana. Y es exactamente esa su
posición en la historia del pensamiento. No se trata de un libro común, que se
pueda leer de un día para el otro y después olvidarlo en el rincón de una
biblioteca. Nuestro deber consiste en estudiarlo y meditarlo, leyéndolo y
releyéndolo de continuo.
Sobre
este libro se levanta todo un edificio: el de la Doctrina Espírita. Constituye
la piedra fundamental del Espiritismo, su primer hito. El Espiritismo surgió
con él y con él se propagó, imponiéndose y consolidándose en el mundo. Antes de
este libro no había Espiritismo y ni siquiera existía esta palabra. Se hablaba
de Espiritualismo y Neo-espiritualismo, de una manera general, vaya y nebulosa.
Los hechos espíritas, que siempre existieron, eran interpretaciones de los más
diversos modos. Pero, después que Kardec lo hubo lanzado a la publicidad,
“conteniendo los principios de la Doctrina Espírita”, una nueva luz fulguró en
los horizontes intelectuales del mundo.
Al
tomar este libro en nuestras manos observamos una secuencia histórica que no
podemos olvidar. Cuando el mundo se aprestaba a salir del caos de las
civilizaciones primitivas apareció Moisés como conductor de un pueblo destinado
a trazar los lineamientos de un mundo nuevo, y de sus manos surgió la Biblia.
No había sido Moisés quien la escribiera, pero fue él el motivo central de esa
primera codificación del nuevo ciclo de revelaciones: el ciclo cristiano. Más
tarde, cuando la influencia bíblica ya había modelado a un pueblo y éste se
había dispersado por todo el mundo gentil, esparciendo la nueva ley, se hizo
presente Jesús, y de sus palabras, recogidas por los discípulos, surgió el
Evangelio.
La
Biblia es la primera codificación de la primera revelación cristiana, el código
hebraico en el que se fundieron los principios sagrados
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y las grandes leyendas
religiosas de los pueblos antiguos. La gran síntesis de los esfuerzos de la
antigüedad en dirección al Espíritu. No hay que asombrarse de que se presente
ella muchas veces contradictoria e inspirando temor al hombre moderno. El
evangelio constituye la codificación de la segunda revelación cristiana, la que
brilla en el centro de la tríada de esas revelaciones, teniendo en la imagen de
Cristo el sol que ilumina a la otras dos y que arroja luz sobre el pasado y el
futuro, estableciendo entre ambas la necesaria conexión. Pero, así como en la
Biblia se anunciaba ya el Evangelio, también en éste aparecía la predicción de
un nuevo código: el del Espíritu de Verdad, según puede comprobarse en el
Capítulo 14 del Evangelio según San Juan. Y ese nuevo código nació de
las manos de Allan Kardec, bajo la orientación del Espíritu de Verdad, en el
momento exacto en que el mundo se preparaba para entrar en una fase superior de
su desarrollo.
Hegel
nos muestra en sus lecciones de estética las monstruosas creaciones del arte
oriental –figuras gigantescas, con dos cabezas y muchos brazos y piernas, y
otras formas diversas- como la primera tentativa de lo Bello para dominar la
materia y lograr expresarse a través de ella. La materia grosera se resiste a
la fuerza del ideal, desfigurándolo en sus representaciones. Pero termina siendo
domeñada y entonces aparecen en el mundo las formas equilibradas y armoniosas
del arte clásico. No obstante, una vez alcanzado el máximo equilibrio posible,
lo Bello rompe por sí mismo dicho equilibrio en las formas románticas y
modernas del arte, buscando superar su rudo instrumento material para
expresarse mejor y más libremente. Pues bien, esa grandiosa teoría hegeliana
nos parece perfectamente aplicable al proceso de las revelaciones cristianas:
porque de las formas aterradoras e incongruentes de la Biblia pasamos al
equilibrio clásico del Evangelio, y de éste a la liberación espiritual del Libro
de los Espíritus.
Cada fase de la evolución
humana se cierra con una síntesis conceptual de todas sus realizaciones. La
Biblia es la síntesis de la antigüedad, como el Evangelio constituye el
compendio del mundo grecorromano-judaico, y El Libro de los Espíritus la
síntesis del mundo moderno. Pero cada una de esas sumas no trae consigo sólo
los resultados de la evolución operada, porque contiene además los gérmenes del
porvenir. Y en la síntesis evangélica debemos considerar, sobre todo, la
presencia del Mesías como una intervención directa de lo Alto para la
reorientación del pensamiento terreno. Gracias a esa intervención los
principios evangélicos pasan directamente, sin necesidad de readaptaciones o
modificaciones, en su pureza primitiva, a las páginas del presente libro, como
las vigas maestras de la edificación de la nueva Era.
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La Codificación Espírita
Sin
embargo, El Libro de los Espíritus no es tan sólo la piedra fundamental
o el hito inicial de la nueva codificación. Porque constituye su propio esbozo,
su núcleo central y al mismo tiempo el andamiaje o estructura general de la
Doctrina. Si se le examina en relación con las restantes obras de Kardec que
completan la codificación, se comprueba que todos esos libros tienen su punto
de partida en el contenido de aquél. Podemos definir las diversas zonas del
texto que corresponden a cada una de aquellas obras.
Así
como en la Biblia existe el núcleo central del Pentateuco, y en el Evangelio el
de la enseñanza moral de Cristo, en El Libro de los Espíritus podemos
localizar una parte que se refiere a él mismo, a su propio contenido: es el
conjunto de los Libros Primero y Segundo, hasta el Capítulo Cinco. Este núcleo
representa, dentro del esquema general de la codificación que hallamos en la
obra, la parte que le corresponde a él mismo. En cuanto a los demás,
comprobamos lo siguiente:
PRIMERO:
El Libro de los Médiums, secuencia natural de El Libro de los
Espíritus, que trata con especialidad el aspecto experimental de la
Doctrina, tiene su fuente en el Libro Segundo, a partir del Capítulo Seis y
hasta el final. Toda la materia que esta parte contiene es reorganizada y
ampliada en El Libro de los Médiums, en especial lo referente al
Capítulo Nueve: “Intervención de los Espíritus en el mundo corpóreo”.
SEGUNDO:
El Evangelio según el Espiritismo es una derivación natural del Libro
Tercero, donde se estudian las leyes morales, tratando sobre todo la aplicación
de los principios de la moral evangélica, así como los problemas religiosos de
la adoración, la plegaria y la práctica de la caridad. Incluso encontrará el
lector en esa parte las primeras formas de “Instrucciones de los Espíritus”,
comunes en El Evangelio…, con la transcripción completa de
comunicaciones firmadas que versan sobre asuntos evangélicos.
TERCERO:
El Cielo y el Infierno deriva a su vez del Libro Cuarto, “Esperanzas y
Consuelos”, en que se examinan los problemas relativos a las penas y goces
terrenales y futuros, inclusive con la discusión del dogma de la eternidad de
las penas y el análisis de otros dogmas, entre ellos el de la resurrección de
la carne y los del Paraíso, Infierno y Purgatorio.
CUARTO:
El Génesis, los Milagros y las Profecías se relacionan con los Capítulos
Dos, Tres y Cuatro del Libro Primero, y Capítulos Nueve, Diez y Once del Libro
Segundo, así como con ciertos fragmentos
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de capítulos del Libro Tercero,
que tratan problemas genésicos y de la evolución física de la Tierra. Por su
amplio sentido, que abarca al propio tiempo las cuestiones de la formación y
desarrollo del globo terrestre, y las atinentes a pasajes evangélicos y de la
Sagrada Escritura, El Génesis…, se ramifica de una manera más difusa que
los restantes libros de la codificación, dentro de la estructura de la otra
Máter.
QUINTO:
Los pequeños libros de introducción al estudio de la Doctrina, como El
principiante espírita (2) y ¿Qué
es el Espiritismo?, que no se incluyen propiamente en la codificación,
están asimismo relacionados de una manera directa con El Libro de los
Espíritus, derivando de su “Introducción” y “Prolegómenos”.
Nota (2).- Título
se da a una edición brasileña del Capítulo II del libro ¿Qué es el
Espiritismo?, publicado separadamente. [Nota de la Editora.]
Así
pues, la codificación se nos presenta como un todo homogéneo y consecuente. A
la luz de ese estudio se desmoronan las tentativas de separar uno u otro libro
del bloque de la codificación, como posible expresión de una forma diferente de
pensamiento. Y nótese que los vínculos señalados aquí de un modo tan sólo
formal pueden y deben ser aclarados en profundidad por un estudio minucioso del
contenido de las diversas partes de El Libro de los Espíritus, en
confrontación con las restantes obras. Tal estudio exigiría también un análisis
de los textos primitivos, como la primera edición de El Libro de los
Espíritus y la primera del de los Médiums y del Evangelio…,
pues, conforme se sabe, todos esos libros fueron ampliados por Kardec luego de
publicada la primera edición de cada uno, siempre con la asistencia y
orientación de los Espíritus.
En
un estudio más amplio y profundo sería posible mostrar el desarrollo de ciertos
temas que, sólo planteados en El Libro de los Espíritus, encuentran
solución en obras ulteriores. Es lo que se comprueba, por ejemplo, con los
lazos entres Cristianismo y Espiritismo, que se definen por completo en El
Evangelio…, o con el controvertido problema del origen del hombre, que
tiene su explicación definitiva en El Génesis…, e incluso con las
cuestiones de la mediumnidad, solucionadas en El Libro de los Médiums, y
las teológicas y bíblicas, en El Cielo y el Infierno.
Conviene
aclarar, empero, que la ampliación de todos esos temas no significa, en ningún
caso, que se modifiquen los principios asentados en el presente libro. A veces,
ciertos asuntos que sólo afloran en El Libro de los Espíritus son
desarrollados de tal manera en otras obras que, al leer éstas,
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tenemos la impresión de
encontrar novedades. Pero lo cierto es que en aquél sólo han sido señalados en
una forma sintética. Es lo que sucede, por ejemplo, con el problema de la
evolución general, definida por León Denis en aquella frase célebre: “El alma
duerme en el mineral, sueña en el vegetal, en el animal se agita y en el hombre
despierta”. Véase, al respecto, la definición del parágrafo 540 del presente
libro, que expresa: “C´est
ainsi que tout sert, tout s´enchaîne dans la nature, depuis l´atome primitif
jusqu´á l´archange, qui lui même a comencé par l´atome. ¡Admirable
loi d´harmonie dont votre esprit borné ne peut encore saisir l´ensemble!” [“Así pues, todo sirve, todo se eslabona en la
Naturaleza, desde el átomo primitivo hasta el arcángel, pues él mismo comenzó
en un átomo. ¡Admirable ley de la armonía, cuyo conjunto no puede aprehender
aún vuestro Espíritu limitado!”]
La Filosofía Espírita
Esta
rápida apreciación de la estructura de El Libro de los Espíritus, en sus
vínculos con las demás obras de la codificación, nos parece suficiente para
mostrar que constituye, como dijimos al principio, en andamiaje o estructura
filosófica del Espiritismo. Contiene él, según Kardec declaró en su
frontispicio, “los principios de la Doctrina Espírita”. Por tanto, es su
tratado filosófico. Aun cuando no haya sido elaborado en un lenguaje técnico y
no observe los rigores de la exposición filosófica minuciosa, es todo un
complejo y amplio sistema de filosofía en que en él se expone.
Al evaluarlo
desde este punto de vista debemos tomar en cuenta que Kardec no era un
filósofo, sino un educador, un especialista en pedagogía, discípulo emérito de
Pestalozzi. De ahí el aspecto más bien didáctico que propiamente de exposición
filosófica que imprimió al libro.
En segundo lugar, la obra no
fue en rigor escrita por él mismo, sino elaborada sobre la base de las
respuestas que ofrecían los Espíritus a sus preguntas, en el transcurso de sus
sesiones mediúmnicas con las niñas Boudin y Japhet, y más tarde con otros
médiums.
En
tercer término, el libro no se destinaba a formar una escuela filosófica, a
conquistar los medios especializados, sino tan sólo a divulgar los principios
de la Doctrina de una manera amplia, convocando a los hombres en general al
estudio de una realidad superior a todas las elucubraciones del intelecto.
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En
cuarto lugar, el mismo Kardec tuvo el cuidado de advertir, en los
“Prolegómenos”, que evitaba los prejuicios del sectarismo, según com-probamos
en este fragmento, donde se refiere a la enseñanza de los Espíritus: “Ce livre est le recueil de leurs
enseignements; il a été par l´ordre et sous la dictée d´Esprits superieurs pour
établir les fondements d´une philosophie rationelle, degagée des prejugés de
l´esprot de systeme”. [“Este libro es
la recopilación de sus enseñanzas. Ha sido escrito por orden y bajo el dictado
de Espíritus superiores para asentar los cimientos de una filosofía racional,
libre de los prejuicios del sectarismo.”]
Conforme
se ve, el propósito del libro no consistió en crear una nueva escuela
filosófica, lo cual implicaría toda una rígida sistematización. Tal propósito
se halla en contra del pensamiento de los modernos filósofos, como vemos, por
ejemplo, en Ernest Cassirer, quien en su Antropología Filosófica, al
referirse a la inconveniencia de los sistemas, expresa: “Cada teoría se
convierte en un lecho de Procusto, en que los hechos empíricos son forzados a
adecuarse a un padrón preconcebido”. A su vez, Max Sheller comenta: “Disponemos
de una antropología científica, otra filosófica y una tercera teológica, que se
ignoran mutuamente”. Kardec eludió precisamente eso, tanto más cuanto que el
“espíritu de sistema” (o sectarismo) constituiría la misma negación de los objetivos
de la Doctrina.
En
cuanto a la cuestión del lenguaje técnico, no debemos echar al olvido que el
libro se destinaba al gran público y no sólo a los especialistas. A propósito
de esto podemos recordar el ejemplo de Descartes, quien escribió en francés su Discurso
del Método, cuando el latín era el idioma oficial de la filosofía, porque
deseaba darle mayor divulgación. A un cuando Kardec hubiese sido un filósofo
especializado, el lenguaje técnico no hubiera servido a sus propósitos en esta
obra.
En
lo tocante al método didáctico, no sería este el primer libro de filosofía que
haya acudido a él. Es posible recordar, por ejemplo, la Ética, de
Spinoza. Kardec inicia el presente libro con la definición de Dios, igual que
lo hace Spinoza en aquél, y si no sigue la forma geométrica de exposición, por
medio de definiciones, axiomas, proposiciones y escolios (comentarios), obedece
sin embargo a la forma lógica, por medio de preguntas y respuestas,
intercalando glosas y explicaciones. Hay, además, curiosas similitudes de
estructura, de posición, de vinculaciones históricas y de principios, entre
esos dos libros –el de los Espíritus y la Ética-, lo que reclama
un estudio más profundizado. Como existen asimismo semejanzas entre lo que se
puede denominar la revolución cartesiana y el Espiritismo, a partir de los
famosos sueños de Descartes y su convicción de haber sido inspirado por el
Espíritu de Verdad.
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Yvonne
Castellan, en un breve y fallido, a veces altamente injusto, pero en parte simpático
estudio de la Doctrina, al referirse a El Libro de los Espíritus señala
que: “El sistema es completo, y comprende una moral y una metafísica muy
penetrada por consideraciones físicas o genéticas”
Nota (3).- El Espiritismo, Yvonne Castellan, Compañía General
Fabril Editora, S.A., Buenos Aires, 1962. [Nota de la Editora]
En un análisis más serio hubiera descubierto
la autora que la estructura es más compleja de lo que ella supuso.
El
libro comienza con la metafísica, pasando luego a la cosmología, la psicología,
los problemas propiamente espíritas del origen y naturaleza del Espíritu y sus
lazos con el cuerpo, así como los problemas de la vida post-mortem, para
llegar, con las leyes morales, a la sociología y a la ética, y concluir con el
Libro Cuarto con las consideraciones de índole teológica acerca de las penas y
goces futuros y la intervención de Dios en la vida humana. Todo un vasto
sistema, sin las exigencias opresoras o los prejuicios del “espíritu de
sistema”, es una estructura libre y dinámica, en que las cuestiones son
planteadas para su debate.
Acordándonos
de los inicios del Cristianismo podemos decir que el Espiritismo tiene sobre él
una ventaja, en lo que toca al problema filosófico. La simplicidad del Libro
de los Espíritus no llega al punto de obligarnos a que adaptemos a nuestros
principios sistemas antiguos, como aconteció con San Agustín y Santo Tomás, en
relación con Platón y Aristóteles, para crear la llamada filosofía cristiana.
El Espiritismo posee ya su propio sistema, en la forma ideal que el futuro
consagrará, y cuyas ventajas hemos visto antes.
Por otra parte, es curioso
observar que El Libro de los Espíritus encuadra dentro de una de las
formas clásicas y más fecundamente libres de la tradición filosófica: el
diálogo. Por todo esto se comprueba que Kardec, sin ser lo que se puede
denominar un filósofo profesional, tenía mucha razón al afirmar, en el Capítulo
Seis de la “Conclusión”, y refiriéndose al Espiritismo: “Sa force est Dans sa philosophie, Dans
l´appel qu´il fait à la raison, au bon sens”. [“Su
fuerza reside en sus filosofía, en el llamado que hace a la razón y el buen
sentido”.]
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La Dialéctica Espírita
Definió
Hegel la estructura y la función del diálogo identificando sus leyes con las
del Ser mismo: tesis, antítesis y síntesis. Más tarde, Marx y Engels
desplazaron el diálogo de esa concepción ontológica para conferirle un sentido
materialista y revolucionario. Cupo a Hamelin, - 4 - empero,
definirlo en su aspecto más fecundo, como un proceso de necesaria fusión de la
tesis y la antítesis, en la producción de una nueva idea o nueva tesis.
Nota (4).- Octave
Hamelin (1856-1907) filósofo francés conocido por su faceta de traductor y
comentarista de filósofos clásicos, en especial de Aristóteles. Tuvo una
postura cercana al idealismo. Identificó la representación con la realidad y
aceptó el método dialéctico, mas no fundándose en la contradicción sino en la
correlación. [N. del copista.]
Este
es, en nuestro sentir, el proceso dialéctico del Espiritismo, que en vez de
poner énfasis en la contradicción en sí, en la lucha de contrarios, prefiere
ponerlo en la armonía, en la fusión de esos contrarios, para una nueva
creación. En este sentido se desarrolla el diálogo en El Libro de los
Espíritus.
Por lo demás, nunca ha habido
un diálogo como éste. Jamás un ser humano se inclinó, con toda la seguridad del
hombre moderno, sobre el borde del abismo de lo incognoscible para
interrogarlo, escuchar sus voces misteriosas, contradecirlo, discutir con él y,
por último, arrancarle sus más íntimos secretos. Y nunca tampoco el abismo se
mostró tan dócil y hasta deseoso de revelarse al hombre en todos sus aspectos.
Sócrates percibía las voces de
su daimon y discutía con el Oráculo de Delfos. Pero no se limitó a eso
Kardec. Fue aún más lejos, dialogando con el Mundo Invisible entero, analizando
sus voces en rigor, escuchando a inferiores y a superiores, para descubrir las
leyes que rigen ese mundo, las formas de vida existentes en él, el mecanismo de
sus relaciones con el nuestro.
El método dialéctico es el
proceso natural del desarrollo, tanto del pensamiento como de todas las cosas.
Cierta vez comparó Emmanuel al Antiguo Testamento como un llamado de los
hombres a Dios, Y el Nuevo Testamento como la respuesta de Dios a ese llamado.
Aceptando la imagen podemos afirmar que El Libro de los Espíritus constituye
la síntesis de ese diálogo, es el instante en que, según la definición de
Hamelin, llamamiento y respuesta se funden en la comprensión espiritual,
abriendo camino para una nueva fase de la vida terrena.
12
La legitimidad del libro
Al
publicar en 1868 El Génesis… puedo Kardec subrayar que El Libro de los
Espíritus, dado a publicidad once años antes, continuaba siendo tan sólido como
entonces. Ninguno de sus principios fundamentales había sido conmovido por la
experiencia, sino que todos ellos permanecían en pie. Hoy en día, a más de cien
años de distancia, si el Codificador viviera aún entre nosotros podría seguir
diciendo lo mismo.
Y
esto, en un siglo en que el mundo se transformó de una manera vertiginosa, en
que la denominada ciencia positiva fue trastocada de un extremo al otro, en que
las concepciones filosóficas han experimentado tremendos impactos. Conceptos
hay, en El Libro de los Espíritus, que a primera vista parecerían haber
sido desmentidos, o al menos puestos en duda, por la ciencia. Tal el caso del
fluido universal: pero sólo cuando los confundimos con el concepto científico
del éter espacial.
A decir
verdad, el desarrollo de la ciencia se opera con exactitud en dirección a los
principios espíritas. La desintegración de la materia por la física nuclear, el
concepto de materia como concentración de energía, la percepción cada vez más
clara de una estructura matemática del Universo, la conclusión a que algunos
científicos se ven forzados a llegar, de que detrás de la energía parece
existir otra cosa, que sería el pensamiento; todo esto nos demuestra que
asistía razón a Kardec al proclamar que ni Dios ni la religión auténtica, ni
(en consecuencia) el Espiritismo, tienen nada que perder con el adelanto de la
ciencia. Antes por el contrario, sólo obtienen ganancia, conforme los hechos lo
ponen de manifiesto día a día.
Esa
seguridad de los principios espíritas deriva de la legitimidad de la fuente
espiritual del presente libro, de la pureza de sus medios de transmisión
mediúmnicas y de la precisión del método kardeciano.
La
fuente, según se ve por la espontánea e inesperada revelación del Espíritu de
Verdad a Kardec, y según los apuntes autobiográficos contenidos en Obras
Póstumas, así como por la confirmación ulterior de tantos otros Espíritus, y
también como se puede comprobar lógica e históricamente por el proceso de
restablecimiento del Cristianismo que el Espiritismo lleva a cabo, es la misma
que de que procedió aquél. No se trata tan sólo de Kardec, ni de este o de
aquel otro Espíritu en particular, como tampoco de un grupo de hombres, sino
que es toda una falange del Espíritu de Verdad, enviada a la Tierra en
cumplimiento de la promesa de Jesús, la que constituye la fuente espiritual de El
Libro de los Espíritus.
13
En
cuanto a los medios mediúmnicas de transmisión, estaban en consonancia con la
pureza de la fuente. Las médiums que sirvieron en esa tarea fueron dos niñas:
Carolina y Julia Boudin, de dieciséis y catorce años, respectivamente, a las
que más tarde se sumaría una tercera, la señorita Japhet, en el proceso de
revisión del original. Las reuniones se llevaban a efecto entre personas
amigas, en la intimidad del hogar de la familia Boudin, y las respuestas de los
Espíritus se trasmitían mediante una pequeña cesta a la que se adaptaba un
lápiz. Las niñas apoyaban sus manos sobre la canastilla y ésta se ponía en
movimiento escribiendo los mensajes, con total imposibilidad por parte de las
médiums de influir sobre la escritura.
Más
tarde, siguiendo instrucciones de los Espíritus mismos, Kardec sometió el libro
al contralor de otros médiums, pero todos ellos escogidos con sumo cuidado.
Además de lo cual, las respuestas de los Espíritus eran confrontadas con las
comunicaciones que se obtenían en otros grupos de experimentación espírita, en
obediencia al principio de la universalidad de las revelaciones, que acto
continuo veremos.
El
método de Kardec pasó a ser el de la Doctrina misma, y en su propia sencillez
lleva implícita la garantía de su eficiencia. Podemos compendiarlo así:
1º) Elección de colaboradores
mediúmnicos insospechables, tanto en su aspecto moral cuanto en lo que se
refiere a la pureza de sus facultades y de la asistencia espiritual que
recibían;
2º) análisis riguroso de las
comunicaciones, desde el punto de vista lógico, así como su cotejo con las verdades
científicas demostradas, descartándose todo material que no pudiera ser
justificado lógicamente;
3º) contralor de las entidades
espirituales comunicantes, por medio de la coherencia de sus comunicaciones y
del tenor de su lenguaje, y
4º) consenso universal, vale
decir, concordancia de varias comunicaciones, obtenidas por médiums diferentes,
en forma simultánea y en lugares diversos, acerca de un mismo tema.
Apoyado
en tales principios, escudado con rigor en ese criterio, Kardec pudo poner por
obra la difícil tarea de reunir la serie de informaciones que le permitieron
organizar El Libro de los Espíritus. E interesa recordar que ese mismo
criterio había sido enseñado en parte por
14
Juan, en su Primera Epístola
(Cap. 4:1), (5) así como por el apóstol Pablo en su Primera
Epístola a los Corintios. De suerte que las raíces del método kardeciano
están ya en el Nuevo Testamento.
Nota (5).- “Amados, no creáis a todo espíritu, sino
probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido
por el mundo”. [N. del T. al cast.]
Sin embargo, no es posible
confundir el sistema doctrinario con los métodos de investigación científica de
los fenómenos espíritas. En el trato mediúmnico, la premisa de la existencia
del Espíritu y de la posibilidad de la comunicación ya está afirmada, y lo que
importa allí es el contralor de la legitimidad del mensaje. En la indagación
científica todo se halla aún por descubrir y probar. Las investigaciones de la
ciencia pueden variar hasta lo infinito en lo que atañe a procedimientos y
métodos, de acuerdo con el enfoque de cada investigador. Pero las sesiones
mediúmnicas no podrían sustraerse al método kardeciano, por cuanto se ha
comprobado en la práctica –hace ya un siglo- como el único realmente eficaz y
que procede, según hemos visto, de las reuniones mediúmnicas de la era
apostólica.
Problemas
secundarios, como el de la firma de ciertas comunica- ciones con nombres
célebres, son explicadas por Kardec en la “Introducción al Estudio de la
Doctrina Espírita”, en sus apartados “XI. –Grandes y pequeños” y “XII. –De la
identificación de los Espíritus”, a los cuales remitimos al lector interesado
en el tema. Algunas personas preguntan por qué motivo no omitió Kardec los nombres
que suscriben los “Prolegómenos”, transcribiendo tan sólo el texto del mensaje,
como ha procedido con las más de las respuestas de este libro. Tales firmas
–según dicen- apartan de la obra a muchos lectores, que las tienen por una
superchería grosera.
La
explicación de ello está en la sinceridad de Kardec y en su fidelidad a los
Espíritus que la habían revelado la Doctrina. Ocultar los nombres de éstos
hubiera equivalido a dejar abierta una posibilidad de que la obra se atribuyese
al propio Kardec, y él cuidó siempre de aclarar que no era sino un mero
colaborador de los autores espirituales del libro. Por lo demás, sus
explicaciones al respecto resultan enteramente claras para todos aquellos que
tengo la aptitud de comprender en su plenitud el fenómeno espírita.
15
El problema científico
Kardec
examina el problema científico del Espiritismo en los apartados “VII. –La
ciencia y el Espiritismo” y “VIII. –Perseverancia y seriedad”, de la
“Introducción al Estudio de la Doctrina Espírita”. Veamos un fragmento bastante
esclarecedor: “La science
proprement dite, comme science, est donc incompétente pour se pronocer dans la
question du Spiritisme: elle n´a pas à s´en occuper, et son jugement, quel
qu´il soit, favorable ou non, ne saurait être d´aucun poids”. [“En consecuencia, la ciencia propiamente dicha, como
tal, es incompetente para pronunciarse sobre el Espiritismo. No ha de ocuparse
de él, y su juicio, sea o no favorable, no pesaría en modo alguno”.]
No
obstante, Kardec insiste en el carácter científico de la Doctrina. Carácter
propio, conforme explica en los apartados que acabamos de mencionar, pues se
trata de una ciencia que debe poseer sus propios métodos, puesto que su
objetivo no es la materia, sino el Espíritu.
Ahora
bien, ¿por qué esa insistencia de Kardec en el carácter científico del
Espiritismo? Porque el Libro de los Espíritus viene a inaugurar una nueva
era en el estudio de los problemas espirituales. Hasta su publicación, tales
cuestiones eran tratadas de un modo empírico o tan sólo fantasioso. Las
religiones, con sus intrincados sistemas teológicos, o las órdenes ocultistas,
las corporaciones místicas y teosóficas, desplazaban los problemas del Espíritu
hacia el terreno del enigma. Para servirnos de las expresiones de San Agustín,
el conocimiento humano se dividía en la “iluminación divina” y en la
“experiencia”.
El
Espiritismo acudió a modificar ese orden de cosas, mostrando la posibilidad de
encarar las cuestiones espirituales mediante la experiencia agustiniana, o sea,
por medio de la misma razón que aplicamos a los problemas materiales. En tal
sentido, El Libro de los Espíritus se presenta como un divisor de aguas.
Todo aquello que antes de él integraba el espiritualismo puede ser tildado de
“espiritualismo utópico”, y todo lo que viene con él y después de él, siguiendo
su línea doctrinaria, de “espiritualismo científico”, conforme hacen los marxistas
con el socialismo anterior y posterior a Marx.
Esta es la posición especial de
El Libro de los Espíritus en el plano de la cultura espiritual. Con él, el
Espíritu y sus problemas han salido del dominio de la abstracción para tornarse
accesibles a la investigación racional, e incluso a la indagación experimental.
Lo sobrenatural se ha vuelto natural.
16
Todo
se ha reducido a una cuestión de conocimiento de las leyes que rigen el
Universo.
La tesis spinociana de la
imposibilidad del milagro en cuanto violación del orden natural ha venido a
comprobarse en sus demostraciones. Y las leyes de ese orden, como vemos en el
Capítulo Primero del Libro Tercero, son todas ellas naturales, ya se refieran a
las relaciones materiales, ya a las espirituales y morales. Lo sobrenatural no
existe si no es para la ignorancia humana de las leyes naturales, visto que el
Universo constituye un sistema único y todas sus partes encajan en la gran
estructura.
El problema religioso
La
índole religiosa de El Libro de los Espíritus resalta desde sus páginas
iniciales. Como ya vimos, Kardec lo inaugura con la definición de Dios. Pero el
Dios espírita no es antropomorfo, no se trata de un ser formado a imagen y
semejanza del hombre, como el de las religiones. A este respecto, la definición
espiritista resulta terminante: “Dios es la inteligencia suprema, causa primera
de todas las cosas”.
Así
como para Spinoza es Dios la substancia infinita, para Kardec es la
inteligencia infinita. Pero, del mismo modo que se han equivocado aquellos que
confundieron la substancia spinociana con el Universo, así también se engañan
los que confunden la inteligencia infinita con el hombre finito, y la religión
espírita con los formalismos religiosos.
En
efecto, los atributos de Dios no se confunden con los precarios atributos
humanos: Él es eterno, inmutable, inmaterial, único, todopoderoso,
soberanamente justo y bueno. No se confunde Dios con el Universo, puesto que es
el Creador y mantenedor de éste. Sin embargo, cuando trata de la justicia de
Dios vemos a Kardec empleando terminología antropomórfica, en que habla de
penas y recompensas, y que ha dado hincapié para que se afirme que el Dios
espírita es similar al de las religiones.
La
explicación de este hecho, que a primera vista parecería contradictorio, figura
en el parágrafo 10 del Capítulo Primero: “L´homme peut-il comprendre la nature intime de Dieu? – Non;
c´est un sens qui lui manque”. [“¿Puede el hombre
comprender la naturaleza íntima de Dios? – No. Le falta un sentido para ello”.
Y de inmediato viene la explicación de Kardec al respecto. Más adelante, en el
párrafo 13, encontramos la
17
respuesta de que los atributos
de Dios, a que antes no referíamos, son tan sólo una interpretación humana,
aquello que el hombre en su actual estadio de evolución puede concebir en lo
que atañe a Dios. Por tanto, Kardec se vale, para tratar acerca de Dios, del
lenguaje que podemos emplear, de una manera que resulte comprensible. No es que
esté humanizando a Dios, sino que lo pone tan sólo al alcance del entendimiento
humano.
No
obstante, la suprema naturaleza de Dios, en cuanto inteligencia infinita y
causa primaria, es siempre preservada. Lo comprobamos en todo el Capítulo
Primero y en otros muchos pasajes del libro. En el capítulo en que se refiere
al panteísmo, toda confusión entre Creador y Creación ha sido descartada. El
Dios espiritista no es antropomorfo, pero tampoco es panteísta. Por lo demás, El
Libro de los Espíritus torna de inmediato prohibitivo el camino a las
especulaciones ilusorias e imaginativas sobre la naturaleza de Dios.
Visto
que falta al hombre el medio para comprenderlo, en vano será intentar su
definición mediante hipótesis ingenuas o audaces. Tal lo que vemos en el parágrafo
14 del Capítulo Primero, al establecerse un principio que defiende de manera
absoluta la posición del Espiritismo frente al problema, separándolo
definitivamente de todas las escuelas de teología especulativa o de ocultismo,
de cualquier especie que fueren. Transcribimos ese fragmento básico en su
francés original, pudiendo el lector encontrar su traducción a renglón seguido:
“Dieu existe,
vous n´en pouvez douter, c´est l´essentiel: croyed-moi, n´allez pas au-delaà;
ne vous égarez pas dans un labyrinthe d´où ne pourriez sortir: cela ne vous
rendrait pas meilleurs, mais peut-être un peu plus orgueilleux, parce que vous
croiriez savoir, et qu´en realité vous ne sauriez rien. Laissez donc de côté
tous ces systèmes; vous avez assez dechoses que vous touchent plus directement,
à commencer par vous mêmes; étudiez vos propres imperfections afin de vous en
debarrasser, cela vous sera plus utile que de vouloir pénétrer ce qui est
impénétrable”.
[“Dios existe, y no podéis
dudar de ello. Esto es lo esencial. Creedme, no vayáis más allá. No os
extraviéis en un laberinto del que no podríais salir. Esto no os haría mejores,
sino quizá un tanto más orgullosos, debido a que creeríais saber y en rigor de
verdad nada sabríais. Así pues, dejad a un lado todos esos sistemas. Bastantes
cosas tenéis que os tocan más directamente, empezando por vosotros mismos.
Estudiad vuestras propias imperfecciones a fin de desembarazaros de ellas; esto
os resultará más útil que querer penetrar lo impenetrable”.]
Dios,
como inteligencia infinita o suprema, es lo que es. No ofrece asidero para
especulaciones ociosas o definiciones imaginativas.
18
El
hombre debe mantenerse dentro de los límites de sí mismo, preocuparse por sus
imperfecciones, mejorar… Le basta con saber que Dios existe y que es justo y
bueno. De esto el ser humano no puede dudar, pues “por la obra se conoce al
obrero”, y la Naturaleza misma atestigua la existencia de Dios, su propia
conciencia le está diciendo que Él existe y la ley general de la evolución
comprueba su justicia y bondad. Afirmaba Descartes que Dios está en la
conciencia del hombre como la marca del obrero en su obra. Los Espíritus
confirman ese principio, pero van más allá, mostrando que la marca del obrero se
encuentra en todas las cosas, en la Naturaleza entera. La negación de Dios es,
para el Espiritismo, como la negación del Sol. El ateo, el descreído, no es un
condenado, un pecador irremisible, sino un ciego cuyos ojos pueden ser
abiertos, y en verdad lo serán… Porque Dios es necesariamente existente, según
el principio cartesiano. Nada puede entenderse sin Dios. Él constituye el
centro y la razón de ser de todo cuanto existe. Sacar a Dios del Universo sería
como eliminar el Sol de nuestro sistema planetario: un simple absurdo.
Pero,
el hecho de que no posea forma humana, de que no se asemeje al hombre en lo que
toca a la constitución física de éste, no se sigue que Dios esté distante del
ser humano y sea indiferente a él. El Dios espiritista se parece al
aristotélico por su poder de atracción, pero se aleja de él en cuanto a la
indiferencia con respecto al Cosmos. Porque Dios es providencia y amor, es el
Creador y Padre de todo y de todos.
El
Universo se define en una tríada, similar a las tríadas druídicas: Dios,
espíritu y materia. Lo vemos en el párrafo 27, cuando Kardec pregunta si existe
dos elementos generales, el espíritu y la materia, y los Espíritus le
responden: “Oui, et
pardessus tout cela, Dieu, le créateur, le père de toutes choses; ces trois
choses sont le principe de tout ce qui existe, la trinité universelle”.
[“Sí, y por encima de todo está Dios, el Creador y Padre de todo. Esas tres
cosas constituyen el principio de cuanto existe, la trinidad universal”.] La
materia, empero, no es sólo el elemento palpable, pues hay en ella el fluido
universal, su lado fluídico, que desempeña el rol de intermediario entre el
plano espiritual y el propiamente material.
Ante
esa concepción surge un problema de carácter teológico y escriturístico. Si
Dios no se asemeja al hombre, ¿cómo interpretar el pasaje bíblico según el cual
Él creó al hombre a su imagen y semejanza? La explicación se provee en el
parágrafo 88, cuando Kardec pregunta sobre la
19
forma del Espíritu, no de aquel
que aún se halla revestido de su cuerpo espiritual o periespíritu, sino del
Espíritu puro
6
“Les Esprits
ont-ils une forme déterminée, limitée et constante? – À vous yeux, non; aux
nôtres, oui; c´est, si vous le voulez, une flame, une lueur, ou une étincelle
éthérée”.
[“¿Tienen los Espíritus una forma determinada, limitada y constante? – Para
vuestros ojos, no, pero sí para los de nosotros. Esa forma es, si así lo
queréis, una llama, un fulgor o una chispa etérea”.] Según se advertirá, el
hombre en su esencia – sólo en aquello en que puede parecerse a Dios - no es un
animal de carne y hueso, ni incluso una forma humana en cuerpo espiritual, sino
una chispa etérea. Así lo hizo Dios a su imagen y semejanza. *:
Una vez planteado el problema
fundamental de Dios y de la Creación, El Libro de los Espíritus ingresa en el
controvertido terreno del destino del hombre. Su concepción deísta del Universo
es, necesariamente, teleológica. Todo avanza hacia Dios, desde el átomo hasta
el arcángel, como vimos en el párrafo 540, y al frente de esa marcha, en el
plano terrenal, se encuentra el ser humano. Lo vemos en una escala evolutiva,
así en la Tierra como en el espacio: desde el débil mental hasta el sabio: del
criminal al santo.
La “escala espírita”, que se
inicia en el parágrafo 100, nos ofrece una visión esquemática de esa escala de
Jacob que va de la Tierra al Cielo. El estudio de la “progresión de los
Espíritus”, que comienza en el párrafo 114, nos muestra la necesidad del
autoesfuerzo para que el Espíritu se realice a sí mismo, revelándonos a la par
el rol de la Providencia, siempre amorosamente vuelta hacia las criaturas. En
el estudio sobre “ángeles y demonios” que empieza en el párrafo 128 nos
encontramos con un debate teórico sobre pasajes evangélicos. El problema de la
justicia de Dios es solucionado a la luz de las enseñanzas de Cristo, en su
sentido auténtico.
Acto continuo, El Libro de los
Espíritus trata acerca de la encarnación de los Espíritus y la finalidad de la
vida terrena. Combate el materialismo, mostrando su inconsistencia. No son sus
estudios los que conducen al hombre al materialismo, no es el desarrollo del
conocimiento el que lo torna materialista, sino tan sólo su vanidad. Tal lo que
hallamos en el párrafo 148, donde se expresa: “Il
n´est pas vrai que le matérialisme soit une conséquence, de ces études; c´est
l´homme qui en tire une fausse conséquence, car il peua abuser de tout, même
des meilleurs choses”. [“No es cierto que el materialismo sea
una consecuencia de esos estudios.
6 Entendamos, tal como lo
afirma con claridad la respuesta del parágrafo 186 de este libro, que el
periespíritu acompaña permanentemente al Espíritu. [Nota de la Editora.]
20
El hombre
extrae de ellos falsas conclusiones, porque puede abusar de todo, aun de lo más
elevado”.]
Kardec
corrobora la tesis de los Espíritus: el materialismo constituye una aberración
de la inteligencia. Esto es lo que nos manifiesta al principio de su comentario: “Par une aberration de l´intelligence,
il y a des gens qui ne voient dans les êtres organiques l´action de la matière
et là rapportent tous nos actes”. [“Por
una aberración de la inteligencia hay personas que sólo ven en los seres
orgánicos la acción de la materia y relacionan con ella todos nuestros actos”.]
Y
así prosigue el libro, todo él impulsado por el soplo del Espíritu, penetrado
por el sentimiento religioso y, más particularmente, por el sentido cristiano
de ese sentimiento. Cuando en el párrafo 625 pregunta Kardec cuál es el tipo
humano más perfecto que Dios haya ofrecido al hombre para que le sirva de guía
y modelo, la respuesta que se le da es categórica: “Ved a Jesús”. Y Kardec
comenta entonces: “Jésus
est pour l´homme le type de la perfection morale à laquelle peut pretender
l´humanité sur la Terre. Dieu nous l´offre comme le plus parfait modèle, et la
doctrine qu´il a enseignée est la plus pure expresión de sa loi, parce qu´il
était animé de l´esprit divin, et l´être le plus pur qui ait paru sur la
Terre”. [“Es Jesús para el hombre el arquetipo de la
perfección moral a que puede aspirar la humanidad en la Tierra. Dios nos lo
ofrece como el modelo más perfecto, y la doctrina que ha enseñado es la más
pura expresión de su ley, porque estaba animado del Espíritu divino y fue el
Ser más puro que haya aparecido en la Tierra”.]
La
religión espiritista se traduce en espíritu y verdad. Lo que a Dios interesa no
es la precaria exterioridad de los ritos y del culto convencional, casi siempre
vacío, sino el pensamiento y el sentimiento del hombre. La adoración de la
Divinidad constituye una ley natural, como lo es la ley de gravedad. El hombre
gravita hacia Dios, del modo mismo que la piedra gracia hacia la Tierra y ésta
hace lo propio alrededor del Sol. Pero las manifestaciones externas de la
adoración no resultan necesarias.
En
el párrafo 653 hallamos la clara respuesta de los Espíritus sobre este tópico: “La véritable adoration est dans le
coeur. Dans toutes vos actions songez toujours qu´un maître
vous regarde”. [“La verdadera
adoración está en el corazón. En todas vuestras acciones, pensad siempre que un
Maestro os observa”.] Se condena la vida contemplativa, por ser inútil, así
como la monástica, puesto que Dios no quiere el cultivo egoísta del sentimiento
religioso, sino la práctica de la caridad, la experiencia viva y constante del
amor por medio de las relaciones humanas.
21
El
Libro de los Espíritus no deja a un
lado la cuestión del culto religioso. El hombre, que hacia Dios gravita, es un
Ser religioso por naturaleza, que necesita manifestar su religiosidad. Y tal
manifestación se opera en las formas naturales de adoración, entre las que se
cuenta la plegaria. Por medio de la oración el hombre piensa en Dios, se acerca
a Él, con Él se comunica. Tal lo que hallamos a partir del parágrafo 658.
Mediante las preces el ser humano puede acelerar su evolución, elevarse más
pronto sobre sí mismo. Pero tampoco el rezar puede ser tan sólo un acto formal.
Con la oración es posible hacer tres cosas: alabar, pedir y dar gracias a Dios;
pero siempre que lo hagamos con el corazón y no únicamente con los labios.
Tenemos
así la religión espírita, que tiempo después se definirá de una manera más
objetiva o directa en El Evangelio según el Espiritismo. Una religión
psíquica, según la denominó Conan Doyle, equivalente a la “religión dinámica”
de Bergson. En el Capítulo V de la “Conclusión” asevera Kardec: “Le Spiritisme est fort parce qu´il
s´appuie sur les bases mêmes de la religión: Dieu, l´âme, les peines et
récompenses futures; parce que surtout il montre ces peines et ces récompenses
comme des conséquences naturelles de la vie terrestre, et que rien, dans le
tableau qu´il offre de l´avenir, ne peut être désavoué par la raison la plus
exigeante”. [“El Espiritismo posee fortaleza porque se apoya sobre
los cimientos mismos de la religión: Dios, el alma, las penas y recompensas
futuras. Porque, sobre todo, muestra esas penas y recompensas como secuelas
naturales de la vida terrena, y porque nada, en el cuadro que ofrece el
porvenir, puede ser desautorizado por la razón más exigente”.] En suma,
religión positiva, basada en las leyes naturales, desprovista de pompas
misteriosas y de una teología fantasiosa.
Para
completar el panorama religioso de El Libro de los Espíritus nos queda
el Capítulo Doce del Libro Tercero y todo el Libro Cuarto. En aquel capítulo se
refiere Kardec al perfeccionamiento moral del hombre, encara los problemas
atinentes a las virtudes y los vicios, las pasiones y el egoísmo; define
después el carácter del hombre de bien y concluye con un mensaje de San Agustín
sobre la manera de conocernos a nosotros mismos. En el Libro Cuarto disponemos
de un capítulo acerca de las penas y goces terrenos, el cual es un código de la
vida moral en la Tierra, verdadero catecismo de la conducta espírita, y
asimismo hay un capítulo que versa sobre las penas y goces futuros y las
consecuencias espirituales de nuestro comportamiento terrenal.
22
Estudios futuros
Es
este, en líneas generales, el libro que el 18 de abril de 1957 cumplió cien
años, primer centenario que celebraron en todo el mundo civilizado los adeptos
del Espiritismo. Como se ha visto, su estructura lo ubica entre los tratados
filosóficos y su contenido se relaciona con todos los aspectos fundamentales
del conocimiento. Su aparente simplicidad es tan ilusoria como la de la
superficie serena de un gran río.
Igual
que en el Discurso del Método, de Descartes, la claridad del texto puede
engañar al lector desprevenido. En él las cosas más profundas y complejas
aparecen tratadas con el lenguaje más simple y directo, y la comprensión
general de la obra sólo podrá alcanzarla aquel que sea capaz de aprehender
todos los nexos existentes entre los diversos asuntos que en ella figuran.
Hasta
hoy en día –cuando ha pasado ya más de un siglo desde su aparición-, El
Libro de los Espíritus viene siendo leído y meditado en el mundo entero,
pero poco cuidado se ha puesto en analizarlo en sus múltiples implicaciones y
en su significación más profunda. Creemos que el segundo siglo de vida del
Espiritismo, que se inició en ese año de 1957, se señalará por una actitud más
consciente de los mismos espíritas frente a este libro, y que futuros estudios
que se realicen vendrán a revelar, cada vez con más claridad, su verdadero rol
en la historia del conocimiento.
Para
concluir, recordemos que sir Oliver Lodge, el gran físico inglés y una de las
más altas expresiones de la cultura científica de nuestro tiempo, en su libro
acerca de La inmortalidad personal consideró al Espiritismo como “una
nueva revolución copernicana”. Y León Denis, el sucesor de Kardec, legítima
expresión de la cultura francesa, en el Congreso Espírita Internacional de
París, celebrado en 1925, y en su libro El Genio Céltico y el Mundo
Invisible, publicado dos años después, proclamó que el Espiritismo tiende a
reunir y a fundir, en una síntesis grandiosa, todas las formas del pensamiento
y de la ciencia.
J. Herculano Pires. Sao
Paulo, Brasil.
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