CAPÍTULO II - Segunda Parte
NOCIONES ELEMENTALES DEL ESPIRITISMO
De los médiums
59.- El médium posee únicamente la facultad de comunicar, pero la comunicación efectiva depende de la voluntad de los espíritus; si los espíritus no quieren manifestarse, el médium nada obtiene; es como un instrumento sin músico.
60.- Los médiums de efectos físicos que obtienen regularmente y a su voluntad la producción de ciertos fenómenos, si no es esto resultado de sofisterías, se las dan con espíritus de baja ralea que se complacen en esta especie de exhibición, y que acaso se dedicaron durante su vida a este oficio; pero sería absurdo creer que espíritus algún tanto elevados se divirtiesen en dar estas representaciones.
De los médiums
54.- Los médiums presentan muy numerosas
variedades en sus aptitudes, lo que los hace más o menos propios para la
obtención de tal o cual fenómeno, de tal o cual género de comunicación. Según
sus aptitudes, se los distingue en médiums para efectos físicos, para
comunicaciones inteligentes, videntes, parlantes, auditivos, sensitivos,
dibujantes, políglotas, poetas, músicos, escribientes, etc. No puede esperarse
de un médium lo que está fuera de su facultad. Sin el conocimiento de las
aptitudes medianímicas, no puede el observador darse cuenta de ciertas
dificultades o de ciertas imposibilidades que se encuentran en la práctica. (El
Libro de los Médiums, cap. XVI, núm. 185.)
55.- Los médiums
de efectos físicos son particularmente más aptos para provocar fenómenos
materiales, tales como movimientos, golpes, etc., con auxilio de mesas u otros
objetos. Cuando estos fenómenos revelan su pensamiento u obedecen a una
voluntad, son efectos inteligentes que indicarán, por lo tanto, una causa
inteligente; ésta es para los espíritus una manera de manifestarse. Por medio
de un número convenido de golpes se obtienen respuestas por sí o por no, o la
indicación de las letras del alfabeto que sirven para formar palabras o frases.
Este medio primitivo es muy pesado y no se presta a extensas comunicaciones.
Las mesas parlantes fueron el principio de la ciencia. Hoy, con medios de
comunicación tan rápidos y completos como los que nos sirven para comunicarnos
los vivos, sólo se emplean aquéllos accidentalmente y como método de
experimentación.
56.- De todos los
medios de comunicación, la escritura es a la vez el más sencillo, el más
rápido, el más cómodo, el que permite mayor extensión, y es también la facultad
que más frecuentemente se encuentra en los médiums.
57.-
Para la obtención de la escritura se emplearon, al principio,
intermediarios materiales, como cestas, planchitas, etc., a las que se adaptaba
un lápiz. (El Libro de los Médiums, cap. XIII, núm. 152 y ss.) Más tarde se
reconoció la inutilidad de esos accesorios y la posibilidad de que los médiums
escribiesen directamente con la mano, como en las circunstancias ordinarias.
58.- El médium
escribe bajo la influencia de los espíritus, que se sirven de él como de un
instrumento. Su mano es impelida por un movimiento involuntario que a menudo no
puede dominar. Ciertos médiums no tienen conciencia alguna de lo que
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escriben; otros la tienen
más o menos vaga, aunque el pensamiento les sea extraño; esto es lo que
distingue a los médiums mecánicos de los médiums
transmite el pensamiento
del Espíritu al médium y el papel de este último en las comunicaciones. (El
Libro de los Mediums, cap. XV, núm. 179 y ss., cap XIX, núm. 223 y ss.)
59.- El médium posee únicamente la facultad de comunicar, pero la comunicación efectiva depende de la voluntad de los espíritus; si los espíritus no quieren manifestarse, el médium nada obtiene; es como un instrumento sin músico.
Comunicándose únicamente
los espíritus cuando lo quieren o pueden, no están al capricho de nadie; ningún
médium tiene poder para hacerlos venir a su voluntad y contra la de ellos.
Esto explica la
intermitencia en la facultad de los mejores médiums y las interrupciones que
experimentan, a veces durante meses.
Sin razón, pues, se
asimilaría la mediumnidad a un conocimiento. Éste se adquiere con el trabajo:
el que lo posee es siempre dueño de él, y el médium no lo es nunca de su
facultad, porque ésta depende de una voluntad ajena.
60.- Los médiums de efectos físicos que obtienen regularmente y a su voluntad la producción de ciertos fenómenos, si no es esto resultado de sofisterías, se las dan con espíritus de baja ralea que se complacen en esta especie de exhibición, y que acaso se dedicaron durante su vida a este oficio; pero sería absurdo creer que espíritus algún tanto elevados se divirtiesen en dar estas representaciones.
61.-
La oscuridad necesaria para la producción de ciertos efectos
físicos da, sin duda, lugar a la sospecha, pero no prueba nada contra la
realidad. Se sabe que en Química no puede operarse con luz en ciertas
combinaciones y que bajo la acción del fluido lumínico se verifican
composiciones y descomposiciones. Pues, bien, todos los fenómenos espiritistas
son resultado de la combinación de los fluidos propios del espíritu y del
médium, y siendo materiales estos fluidos, no es nada sorprendente que, en
ciertos casos, sea contrario a esta combinación el fluido lumínico.
62.- Las
comunicaciones inteligentes, asimismo, tienen lugar por la acción fluídica del
Espíritu sobre el médium, y es preciso que el fluido de éste se identifique con
el de aquél. La facilidad de las comunicaciones depende del grado de afinidad
que existe entre los dos fluidos. Así cada médium es más o menos apto para
recibir la impresión o la impulsión del pensamiento de tal o cual Espíritu,
puede ser buen instrumento para el uno y malo para el otro. De aquí resulta
que, de los médiums igualmente bien dotados y puestos el uno al lado del otro,
podrá manifestarse el Espíritu por medio del uno y no por el del otro.
63.
Es, pues, un error creer que basta ser médium para recibir con
igual facilidad comunicaciones de cualquier Espíritu. No existen médiums
universales para las evocaciones, como no existen para producir todos los
fenómenos. Los espíritus buscan, con preferencia, los instrumentos que vibran a
su unísono; imponerles el primero que se tenga a mano, sería como el exigir de
un pianista que tocase el violín, por la razón de que, sabiendo música, debe
poder tocar todos los instrumentos.
64.- Sin la
armonía, única que puede producir la asimilación fluídica, las comunicaciones
son imposibles, incompletas o falsas. Pueden ser falsas porque, en defecto del
Espíritu deseado, no faltan otros dispuestos a aprovechar la ocasión de
manifestarse, y que se cuidan poco de decir la verdad.
65.- La
asimilación fluídica es a veces totalmente imposible entre ciertos espíritus y
ciertos médiums; otras, y este es el caso más ordinario, no se establece más
que
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gradualmente y con el
tiempo. Esto explica por qué los espíritus que tienen costumbres de
manifestarse con un médium lo hacen con mayor facilidad, porque las primeras
comunicaciones patentizan casi siempre molestia y son menos explícitas.
66.-
La asimilación fluídica es tan necesaria en las comunicaciones por
tiptología como por la escritura, puesto que en uno y otro caso se trata de la
transmisión del pensamiento del Espíritu, cualquiera que sea el medio material
empleado.
67. No pudiendo imponer un
médium al Espíritu que se quiere evocar, conviene dejarle la elección de sus
instrumentos. En todo caso, es necesario que el médium se identifique
anticipadamente con el Espíritu por el recogimiento y la oración, por lo menos
durante algunos minutos, y hasta con alguna anticipación si es posible, a fin
de provocar y activar la asimilación fluídica. Este es el medio de atenuar la
dificultad.
68.- Cuando las
condiciones fluídicas no son propicias a la comunicación directa con el médium,
puede establecerse por mediación del guía espiritual de éste último. En este
caso el pensamiento llega de segunda mano, es decir, después de haber
atravesado dos medios. Se comprende cuánto importa entonces que el médium esté
bien asistido, porque si lo está por un Espíritu obsesor, ignorante u
orgulloso, la comunicación estará necesariamente alterada.
En esto las cualidades
personales del médium desempeñan un papel importante por la naturaleza de los
espíritus que atrae. Los médiums más indignos pueden tener poderosas
facultades, pero lo más seguros son los que, a esta potencia, unen las mejores
simpatías en el mundo espiritual; simpatías que no están de ningún modo
garantizadas por los nombres más o menos respetables de los espíritus, o que
toman los que firman las comunicaciones, sino por la naturaleza constantemente
buena de los que las reciben.
69.-
Cualquiera que sea la clase de comunicación, la práctica del
Espiritismo, bajo el punto de vista experimental, ofrece numerosas dificultades
y no está exenta de inconvenientes para el que carece de la necesaria
experiencia. Ya experimente uno mismo, ya sea simple observador, es esencial
saber distinguir las diferentes naturalezas de espíritus que pueden
manifestarse, conocer la causa de todos los fenómenos, las condiciones con que
pueden producirse y los obstáculos que a ellos pueden oponerse a fin de no
pedir un imposible. No es menos necesario conocer todas las condiciones y
escollos de la mediumnidad, la influencia del médium, de las disposiciones
morales, etc. (El Libro de los Médiums, segunda parte.)
Escollos de los médiums
70.-
Uno de los mayores escollos de la mediumnidad es la obsesión, es
decir, el dominio que pueden ejercer ciertos espíritus sobre los médiums,
imponiéndoseles con nombres apócrifos e impidiéndoles comunicar con otros
espíritus. Es al mismo tiempo un escollo para el observador novicio e inexperto
que, no conociendo los caracteres de este fenómeno, puede ser engañado por las
apariencias, como el que, no sabiendo medicina, puede hacerse ilusiones sobre
la causa y la naturaleza del mal. Si en este caso es inútil el estudio
anticipado al observador, al médium le es indispensable, porque le proporciona
medios de prevenir un inconveniente que podría tener para él consecuencias
desagradables. Por esta razón no recomendaremos nunca bastante el estudio,
antes de entregarse a la práctica. (El Libro de los Médiums, cap. XXIII.)
71.- La obsesión
presenta tres grados bien caracterizados: la obsesión simple, la fascinación y
la subyugación. En la primera, el médium tiene conciencia perfecta de que
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no obtiene nada bueno; no
se hace ilusión alguna sobre la naturaleza del Espíritu que se obstina en
manifestársele y de quién desea deshacerse. Este caso no ofrece ninguna
gravedad: es un sencillo contratiempo y el médium queda libre cesando de
escribir momentáneamente. El Espíritu, cansado de que no se le oiga, acaba por
retirarse.
La fascinación obsesional
es mucho más grave, porque el médium está completamente fascinado. El Espíritu
que le domina se apodera de su confianza hasta paralizar su propio juicio
respecto de las comunicaciones, y hasta hacerle encontrar sublime lo más
absurdo.
El carácter distintivo de
este género de obsesión es el de provocar en el médium una excesiva
susceptibilidad, haciéndole que no encuentre bueno, justo y verdadero, más que
lo que él escribe, y rechazar, hasta tomar con desagrado, todo consejo u
observación crítica. Le induce también a malquistarse con sus amigos antes de
convenir en que es engañado, a concebir celos de los otros médiums, cuyas
comunicaciones son juzgadas mejores que las suyas, a querer imponerse en las
reuniones espiritistas, de las que se aleja cuando no puede dominar. Llega en
fin a sufrir una dominación tal, que el Espíritu puede arrastrarle a las más
ridículas y comprometedoras determinaciones.
72.-
Uno de los caracteres distintivos de los malos espíritus es el de
imponerse; dan órdenes y quieren ser obedecidos. Los buenos no se imponen
nunca: dan consejos, y si no se les escucha, se retiran. De esto resulta que la
impresión de los malos espíritus es casi siempre penosa, fatiga y produce una
especie de malestar; a menudo provoca una agitación febril, movimientos bruscos
y desenfrenados; la de los buenos espíritus es, por el contrario, apacible,
suave y produce un verdadero bienestar.
73.-
La subyugación obsesional, designada en otro tiempo con el nombre
de posesión, es una coacción física producida siempre por espíritus de la peor
especie y que puede hasta neutralizar el libre albedrío. Se limita, a menudo, a
simples impresiones desagradables; pero provoca a veces movimientos
desordenados; actos de insensatez, gritos y palabras incoherentes o injuriosas
cuya ridiculez conoce de vez en cuando, aunque sin poder evitarlas, aquel que
es victima de semejante situación. Este estado difiere esencialmente de la
locura patológica, con la cual se la confunde sin motivo, porque no presentan
ninguna lesión orgánica, y siendo diferente la causa, los medios curativos
deben ser otros. Aplicando gárgolas y tratamientos corporales, se logra hacer a
menudo una verdadera locura de lo que era una causa moral.
74.-
En la locura propiamente dicha la causa del mal es interior. Es
preciso, pues, procurar restablecer el organismo a su estado normal; en la
subyugación la causa del mal es exterior, y es preciso librar al enfermo de un
enemigo invisible, oponiéndole no remedios, sino una fuerza moral superior a la
suya. La experiencia prueba que en semejante caso los exorcismos no han
producido nunca ningún resultado satisfactorio, y que más bien han agravado que
mejorado la situación. Indicando la verdadera causa del mal, sólo el Espiritismo
puede dar los medios para combatirlos. Es preciso, en cierto modo, educar
moralmente al espíritu obsesor, y por consejos sabiamente dirigidos se logra
hacerle mejor y renunciar voluntariamente a atormentar al enfermo, quedando así
libre el paciente. (El Libro de los Médiums, núm. 279.)
75.-
Ordinariamente la subyugación obsesional es individual; pero cuando una
muchedumbre de malos espíritus se cierne sobre una población, puede tener un
carácter epidémico. Un fenómeno de esta naturaleza tuvo lugar en tiempo de
Cristo. Sólo una poderosa superioridad moral podía abatir aquellos seres
malhechores, designados entonces con el nombre de demonios, y devolver la calma
a sus víctimas. (1)
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76.- Un hecho
importante, que debemos considerar, es que la obsesión es independiente de la
mediumnidad, y que se la encuentra en todos los grados, principalmente en el
último, en una multitud de individuos que nunca han oído hablar de Espiritismo.
En efecto, habiendo existido en todo tiempo los espíritus, han debido ejercer en
todo tiempo la misma influencia. La mediumnidad no es una causa, sino una
manera de manifestarse aquélla, por lo cual puede decirse con certeza, que todo
el médium obsesado ha debido sufrir de algún modo, y a menudo en los actos más
vulgares de la vida, los resultados de esta influencia, y que sin la
mediumnidad se traduciría por otros efectos atribuidos a menudo a esas
enfermedades misteriosas, que resisten a todas las investigaciones de la
medicina. Por la mediumnidad el Espíritu malhechor descubre su presencia; sin
la mediumnidad es un enemigo oculto del que no se sospecha.
77.- Los que no
admiten nada fuera de la materia no pueden admitir causas ocultas; pero cuando
la ciencia haya salido de la vía materialista, reconocerá en la acción del
mundo invisible que nos rodea y en medio del cual vivimos, una potencia que
reacciona tanto sobre las cosas físicas como sobre las morales. Este será un
nuevo sendero abierto al progreso y la clave de una multitud de fenómenos mal
comprendidos.
78.-
Como la obsesión no puede ser nunca producto de un buen Espíritu,
es punto esencial el de saber conocer la naturaleza de los que se presentan. El
médium no instruido puede ser engañado por las apariencias, mientras que el que
está prevenido espía las señales menos sospechosas, y el Espíritu concluye por
alejarse cuando ve que nada consigue. El conocimiento anticipado de los medios
de distinguir los buenos de los malos espíritus es, pues, indispensable al
médium que no quiere exponerse a ser cogido en el lazo. No lo es menos para el
simple observador, que puede por este medio apreciar el valor de lo que ve u
oye. (El Libro de los Médiums, cap. XXIV.)
1. Una epidemia semejante
se cebó durante muchos años en un lugar de la Alta Saboya.
Cualidades de los médiums
79.- La facultad
medianímica depende del organismo. Es independiente de las cualidades morales
del médium, y se la encuentra desarrollada tanto en los más indignos como en
los más dignos. No sucede lo mismo con la preferencia que dan los buenos
espíritus al médium.
80.- Los buenos
espíritus que se comunican más o menos voluntariamente por tal o cual médium,
según la simpatía que sienten por él. Lo que constituyen la cualidad de un
médium, no es la facilidad con que obtiene comunicaciones, sino su aptitud para
recibirlas buenas y no ser juguete de espíritus ligeros y mentirosos.
81.-
Los médiums que desde el punto de vista moral dejan más que desear
reciben a veces muy buenas comunicaciones que sólo pueden venir de espíritus
buenos, de lo cual algunos se maravillan sin razón, porque a menudo son de
interés para el médium y para darle sabias advertencias. Si no las aprovecha,
aumenta su culpabilidad, porque escribe su condenación. Dios, cuya bondad es
infinita, no puede negar asistencia a los que más necesitan de ella. El
virtuoso misionero que va a moralizar a los criminales hace lo mismo que los
buenos espíritus con los médiums imperfectos.
Por otra parte, los buenos
espíritus, queriendo dar una enseñanza útil a todo el mundo, se sirven del
instrumento que les viene a mano; pero le abandonan cuando encuentran otro que
les es más simpático y que aprovecha sus lecciones. Retirándose los
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buenos espíritus, los
inferiores, poco cuidadosos de las cualidades morales, que les molestan, tienen
entonces libre el campo.
De aquí resulta que los
médiums imperfectos moralmente, y que no se enmiendan, son tarde o temprano,
presa de malos espíritus, que a menudo los conducen a su ruina y a las mayores
desgracias incluso en este mundo. En cuanto a su facultad, de bella que era y
que hubiera continuado siendo, se pervierte al principio por el abandono de los
buenos espíritus y concluye por extinguirse.
82.- los médiums
más meritorios no están al abrigo de las mistificaciones de los espíritus
mentirosos. En primer lugar, porque no hay nadie lo bastante perfecto que no
tenga un punto vulnerable para que pueda dar acceso a los malos espíritus, y en
segundo lugar, porque los buenos espíritus le permiten a veces, para ejercitar
el raciocinio, enseñar a discernir la verdad del error y mantener la
desconfianza, a fin de que no se acepte nada ciegamente y sin comprobación;
pero nunca procede la mentira de un buen Espíritu, y todo nombre respetado,
continuado al pie de un error, es necesariamente apócrifo.
Puede también ser este
accidente una prueba de la paciencia y perseverancia del espiritista, médium o
no. El que se desanimase por algunas decepciones probaría a los buenos
espíritus que no pueden contar con él.
83.- De la misma
forma que en la Tierra vemos a personas malévolas encarnizarse con hombres de
bien, no ha de sorprendernos que malos espíritus obsesen a personas honradas.
Es de notar que, desde la
publicación de El Libro de los Médiums, son menores los obsesados, porque
estando prevenidos, se mantiene en guardia y analizan los detalles más
insignificante, que pueden revelar la presencia de un Espíritu mentiroso. La
mayoría de los obsesados, o no han estudiado anticipadamente, o no han
aprovechado los consejos.
84.- Lo que
constituye un médium propiamente dicho es la facultad, y bajo este aspecto,
puede estar más o menos formado, más o menos desarrollado. Lo que constituye el
médium seguro, el que verdaderamente puede calificar de buen médium, es la
aplicación de la facultad, la aptitud para poder servir de intérprete a los
buenos espíritus. Dejando a un lado la facultad, la potencia del médium para
atraer a los buenos espíritus y rechazar a los malos, está en razón de su
superioridad moral; ésta es proporcional a la suma de cualidades que
constituyen el hombre de bien. De este modo se concilia la simpatía de los
buenos y ejerce ascendiente sobre los malos.
85.- Por la misma
razón, aproximándole a la naturaleza de los malos espíritus, la suma de
imperfecciones morales del médium le quita la influencia necesaria para
alejarlos; en vez de ser él quien se impone a ellos, son ellos lo que se
imponen a él. Aplíquese esto no sólo a los médiums, sino a cualquier persona,
porque ninguna deja de recibir la influencia de los espíritus. (Véanse los núm.
74 y 75.)
86.- Para
imponerse a los médiums, los malos espíritus saben explotar, hábilmente, todas
las imperfecciones morales, y la que les es más propicia es el orgullo, y por
esto es el sentimiento que domina en el mayor número de médiums obsesados y
sobre todo en los que están fascinados.
El orgullo les hace creer
en su inhabilidad y rechazar las advertencias. Desgraciadamente, este
sentimiento es excitado por los elogios de que son objeto los médiums. Cuando
tienen una facultad algo notable, se les busca, se les adula y acaban por creer
en su importancia, juzgándose indispensables, lo cual les pierde.
87.- En tanto que
el médium imperfecto se enorgullece de los nombres ilustres apócrifos, la
mayoría de las veces, que figuran en las comunicaciones que recibe, y se cree
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intérprete privilegiado de
los poderes celestes, el buen médium no se cree nunca digno de semejante favor;
abriga siempre una saludable desconfianza de lo que obtiene, y no lo refiere
nunca a su propio juicio.
No siendo más que un
instrumento pasivo, comprende que si es bueno no puede hacerse de ello un
mérito personal, como tampoco puede ser responsable de lo malo que obtenga, y
que sería ridículo tomar el hecho y la causa por la identidad absoluta de los
espíritus que se le manifiestan; y deja que juzguen la cuestión terceras personas
desinteresadas, sin que su amor propio se resienta de un juicio desfavorable,
como el actor de la censura dirigida a la pieza de que es intérprete. Su
carácter distintivo es la sencillez y la moralidad, considera una felicidad la
facultad que posee, no para lo que hace voluntariamente cuando se le presenta
ocasión sin molestarse porque no se le da el primer puesto. Los médiums son los
intermediarios e intérpretes de los espíritus. Importa, pues, al evocador, y
hasta al simple observador, poder apreciar el mérito del instrumento.
88.- La facultad
medianímica es un don de Dios, como todas las otras facultades, que pueden
emplearse en bien y en mal, y de la cual puede abusarse. Tiene por objeto
ponernos en comunicación directa con las almas de los que han vivido, a fin de
recibir sus enseñanzas y de iniciarnos en la vida futura. Así como la vista nos
pone en comunicación con el mundo visible, así la mediumnidad nos relaciona con
el invisible. El que de ella se sirve, de un modo útil, para su adelanto y el
de sus semejantes, cumple una verdadera misión, por la que recibirá recompensa.
El que abusa de ella y la emplea en cosas fútiles o para su interés material,
la aleja de su fin providencial, y sufre tarde o temprano la pena, como aquel
que emplea mal cualquier otra facultad.
Charlatanismo
89.- Ciertas
manifestaciones espiritistas se prestan, con bastante facilidad, a la
imitación. Pero sería absurdo deducir que, por el hecho de que puede abusarse
de ellas, estas manifestaciones no existen. Para el que ha estudiado y conoce
las condiciones morales en que pueden producirse, es fácil distinguir la
imitación de la realidad. Por lo demás, la imitación no llega a ser completa y
no puede engañar más que al ignorante, incapaz de apreciar los matices
característicos del verdadero fenómeno.
90.- Las
manifestaciones que más fácilmente pueden imitarse son ciertos efectos físicos
y los inteligentes vulgares, tales como: Movimientos, golpes, aportes,
escritura directa, respuestas vulgares, etc., pero no sucede lo mismo con las
comunicaciones inteligentes trascendentales. Para imitar las primeras, basta la
destreza; para simular las otras, serían precisas casi una instrucción poco
común, una superioridad intelectual nada vulgar y una facultad de
improvisación, por decirlo así, universal.
91.- Los que no
conocen el Espiritismo se inclinan generalmente a sospechar de los médiums; el
estudio y la experiencia dan medios de asegurarse de la realidad de los hechos,
y las mejores garantías que pueden encontrar son el desinterés absoluto y la
honradez del médium; hay personas que por su posición y carácter se sustraen a
toda sospecha. Si el cebo de la ganancia puede excitar al fraude, el sentido
común dice que a nada conduce el charlatanismo cuando no se trata de ganar. (El
Libro de los Médiums, pág. 28, “Charlatanismo y sofisticación, médiums
interesados, fraudes espiritistas”, núm. 300).
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92.- Entre los
adeptos del Espiritismo se encuentran entusiastas exaltados, como en todo, los
cuales son en general los peores propagadores, porque se desconfía de su
facilidad en aceptarlo todo sin maduro examen. El espiritista ilustrado huye
del entusiasmo que ciega y lo observa todo fríamente y con calma: éste es el
medio de no ser juguete de las ilusiones y mistificadores. Dejando a un lado
toda cuestión de buena fe, el observador novicio debe ante todo, tener en
cuenta la gravedad del carácter de las personas a quien se dirige.
Identidad de los espíritus
93.- Puesto que
se encuentran entre los espíritus todas las fases de la humanidad, se hallan
también la astucia y la mentira, y los hay que no tienen escrúpulo alguno en
darse los nombres más respetables para inspirar mayor confianza. Es preciso,
pues, desconfiar de una manera absoluta de la autenticidad de todas las firmas.
94.- La identidad es una de las
grandes dificultades del Espiritismo práctico, a menudo es imposible
evidenciarla, sobre todo cuando se trata de los espíritus superiores, antiguos
con relación a nosotros. Entre los que se manifiestan, muchos no tienen nombre
para nosotros, y para fijar nuestras ideas, pueden tomar el de un Espíritu
conocido perteneciente a la misma categoría; de modo que si un Espíritu se
comunica con el nombre de San Pablo, por ejemplo, nada prueba que sea
precisamente el apóstol de este nombre, puede ser él o un Espíritu del mismo
orden, o uno enviado por él.
La cuestión de identidad
es en este caso completamente secundaria y sería pueril atribuirle importancia,
lo que importa es la naturaleza de la enseñanza. ¿Es buena o mala, digna o
indigna del personaje cuyo nombre lleva, la aceptaría éste o la rechazaría? He
aquí toda la cuestión.
95.- La identidad
es más fácil de evidenciar cuando se trata de espíritus contemporáneos cuyo
carácter y costumbres son conocidos; por las costumbres y las particularidades
de la vida privada se revela la identidad del modo más seguro y a menudo de
manera incontestable. Cuando se evoca a un pariente o amigo lo que interesa es
la personalidad, y es muy natural que se procure evidenciar la identidad; pero
los medios que para esto emplea generalmente los que sólo imperfectamente
conocen el Espiritismo, son insuficientes y pueden inducir a error.
96.- El Espíritu
revela su identidad por una multitud de circunstancias que se encuentran en las
comunicaciones, donde se reflejan sus hábitos, su carácter, su lenguaje, y
hasta sus locuciones familiares. Se revela también por pormenores íntimos en
los que entra espontáneamente con las personas a quienes aprecia: éstas son las
mejores pruebas, pero es raro que conteste a las preguntas directas que le son
dirigidas acerca de este particular, sobre todo si las hacen personas que le
son indiferentes por curiosidad y para probarle. El Espíritu prueba su
identidad como quiere, o como puede, según la facultad de su intérprete, y a
menudo las pruebas son abundantes; la falta está en querer que las dé a gusto
del evocador. Entonces el Espíritu se resiste a someterse a tales exigencias.
(El Libro de los Médiums, cáp. XXIV, “Identidad de los espíritus”.)
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Contradicciones
97.- Las
contradicciones que se notan con bastante frecuencia en el lenguaje de los
espíritus sólo puede sorprender a los que tienen de la ciencia espiritista un
conocimiento incompleto, porque son consecuencia de la naturaleza misma de los
espíritus, que, como hemos dicho, sólo saben las cosas en razón de su adelanto
y algunos saben mucho menos que ciertos hombres. Sobre una multitud de aspectos
no pueden emitir más que su opinión personal, que pueden ser más o menos
acertada, y conservar el reflejo de las preocupaciones terrestres de que no
están despojadas; otros forjan sistemas a su antojo sobre lo que aún no saben,
particularmente en lo concerniente a las cuestiones científicas y al origen de
las cosas. No es, pues, nada sorprendente que no están siempre acordes.
98.- Algunos se
sorprenden al ver comunicaciones contradictorias firmadas con el mismo nombre.
Sólo los espíritus inferiores pueden, según las circunstancias, hablar
contradictoriamente; los espíritus superiores no se contradicen nunca.
Cualquiera, por poco iniciado que esté en los secretos del mundo espiritual,
sabe la facilidad con que ciertos espíritus se adornan con nombres prestados
para crédito a sus palabras; y puede inducirse con certeza que de dos
comunicaciones, radicalmente contradictorias en el fondo del pensamiento, y al
pie de las cuales se halla el mismo nombre respetable, la una es esencialmente
apócrifa.
99.- Dos medios
pueden servir para fijar las ideas sobre cuestiones dudosas: el primero
consiste en someter todas las comunicaciones a la comprobación severa de la
razón, del sentido común y de la lógica. Ésta es una recomendación que hacen
todos los buenos espíritus, y que se guardan bien de hacerla los mentirosos,
porque saben perfectamente que ha de perjudicarles un examen serio. Por eso
evitan la discusión y quieren ser creídos sin réplica.
El segundo criterio de la
verdad es la concordia de la enseñanza. Cuando el mismo principio es enseñado
en muchos puntos por diferentes espíritus y médiums ajenos los unos a los
otros, y que no están bajo las mismas influencias, puede deducirse que es más
verdadero que el que emana de un solo origen y es contradictorio por la
mayoría. (El Libro de los Médiums, cáp. XXVII, “De las contradicciones y
mistificaciones”, El Evangelio según el Espiritismo, “Introducción. Autoridad
de la doctrina espiritista”.)
Consecuencias del
Espiritismo
100.- En vista de
la incertidumbre de las revelaciones hechas por los espíritus, se pregunta:
¿Para qué sirve el estudio del Espiritismo?
Evidencia la existencia
del mundo espiritual, constituido por las almas de los que vivieron, de lo que
resulta la prueba de la existencia del alma y su supervivencia al cuerpo.
Las almas que se
manifiestan revelan sus goces o sus sufrimientos según el modo como han
empleado la vida terrestre, y de esto resulta la prueba de las penas y
recompensas futuras.
Las almas o espíritus,
descubriendo su estado o situación, rectifican las ideas falsas que tenían
sobre la vida futura principalmente sobre la duración y la naturaleza de las
penas.
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Pasando la vida futura del
estado de teoría, vaga e incierta, al de hecho observado y positivo, impone la
necesidad de trabajar lo máximo que se pueda la vida presente, que es de corta
duración, en provecho de la futura, que es indefinida.
Supongamos que un hombre de
veinte años tenga la certeza de morir a los veinticinco, ¿Qué hará durante
estos cinco años? ¿Trabajará para el porvenir? Seguramente no, sino que
procurará gozar cuanto pueda, mirando como una tontería imponerse trabajo y
privaciones sin objeto. Pero si tiene la seguridad de que vivirá ochenta años,
procederá de otro modo, porque comprenderá la necesidad de sacrificar algunos
instantes del reposo presente para asegurarse durante largos años el reposo
futuro. Esto mismo sucede con aquél para quien la vida futura es una realidad.
La duda, respecto a la
vida futura, conduce naturalmente a sacrificarlo todo a los goces del presente,
y de aquí la excesiva importancia que se da a los bienes materiales que tanto
incitan a la codicia, la envidia y los celos, del que tienen poco contra el que
tiene mucho. De la codicia al deseo de adquirir lo que tiene su vecino a
cualquier precio, no hay más que un paso, y aquí se originan los odios, las
querellas, los procesos, las guerras y todos los males engendrados por el egoísmo.
En la duda acerca del
porvenir, el hombre, abrumado en esta vida por el pesar y el infortunio, sólo
en la muerte ve el término de sus sufrimientos, y no esperando nada, encuentra
racional abreviarlos por medio del suicidio.
Sin esperanza en el porvenir,
es muy natural que el hombre se afecte y se desespera con los desengaños que
experimenta. Los sacudimientos violentos que sufre producen una perturbación en
su cerebro, causa del mayor número de casos de locura.
Sin la vida futura, la
presente es para el hombre la más importante, el único objeto de sus
preocupaciones, a ella lo refiere todo: quiere gozar a cualquier precio, no
sólo de los bienes materiales, sino que también de los honores; aspira a
brillar, a elevarse por encima de los otros, a eclipsar a sus vecinos con el
fausto y el rango, de aquí la ambición desordenada y la importancia que da a
los títulos y a las futilezas de la vanidad por las que sacrificaría hasta su
propio honor, porque no ve nada más allá.
La certeza de la vida
futura y de sus consecuencias cambia totalmente el orden de las ideas y hace
ver las cosas bajo otro aspecto. Es la rasgadura de un velo que cubría un
horizonte inmenso y espléndido. Ante lo infinito y grandioso de la vida de
ultratumba, desaparece la terrestre como el segundo ante los siglos, como el
grano de arena ante la montaña. Todo se vuelve pequeño, mezquino, y uno mismo
se sorprende de la importancia atribuida a cosas tan efímeras y pueriles. La
calma, la tranquilidad ante los acontecimientos de la vida es una dicha en
comparación con las desazones, con los tormentos que nos damos, con los
quebraderos de cabeza que nos buscamos para hacernos superiores a los otros. Da
también una indiferencia respecto a las vicisitudes y desengaños, que, cerrando
la puerta a la desesperación, aleja numerosos casos de locura, y borra
forzosamente la idea del suicidio. Cierto del porvenir, el hombre espera y se
resigna. Dudoso de él, pierde la paciencia, porque todo lo espera del presente.
La prueba, por el ejemplo
de los que han vivido, de que la suma de la dicha futura está en razón del
progreso moral realizado y del bien hecho en la Tierra, y que la suma del
sufrimiento está en razón de los vicios y malas acciones, infunde a todos los
que están convencidos de esta verdad una tendencia natural a hacer el bien y
huir del mal.
Cuando la mayor parte de
los hombres esté imbuida de esta idea, cuando profese tales principios y
practique el bien, no procurará ya dañarse mutuamente, arreglará instituciones
sociales en bien de todos y no en provecho de algunos; en una palabra, el bien
triunfará sobre el mal en la Tierra y los hombres comprenderán que la ley
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de caridad enseñada por
Cristo es el origen de la dicha en este mundo, y basarán las leyes civiles en
la caridad.
La evidencia del mundo
espiritual que nos rodea y la de su acción sobre el mundo corporal es la
revelación de una de las fuerzas de la Naturaleza, y por consiguiente la clave
de una multitud de fenómenos no comprendidos, tanto del orden físico como del
moral.
Cuando la ciencia tenga en
cuenta esta nueva fuerza, desconocida hasta el momento, rectificará una
multitud de errores que provienen de atribuirlo todo a una causa única, la
materia. El reconocimiento de esta nueva causa de los fenómenos de la
Naturaleza será una palanca para el progreso, y producirá el efecto del
descubrimiento de cualquier agente nuevo. Con la ayuda de la luz espiritista,
se dilatará el horizonte de la ciencia, como se ha dilatado con la ayuda de la
ley de la gravitación.
Cuando los sabios
proclamen desde la cátedra la existencia del mundo espiritual y su acción en
los fenómenos de la vida, infiltrarán en la juventud el antídoto de las ideas
materialistas, en vez de predisponerla a la negación del porvenir.
En las lecciones de
filosofía clásica, los profesores enseñan la existencia del alma y sus
atributos según las diferentes escuelas, pero sin dar pruebas materiales. ¿No
es de extrañar que, cuando se tienen tales pruebas, sean rechazadas y
calificadas de supersticiones por los mismos profesores? ¿No equivale a decir a
sus discípulos: Nosotros os enseñamos la existencia del alma, pero nada la
prueba? Cuando el sabio admite una hipótesis sobre un punto de la ciencia,
investiga con solicitud y acoge con alegría los hechos que puede trocar en
verdad la hipótesis. ¿Cómo, pues, el profesor de filosofía, cuyo deber es
probar a sus discípulos que tiene un alma, trata con desdén los medios de darle
una demostración?
101.- Aun suponiendo que los espíritus sean incapaces de enseñarnos
nada que no sepamos o que no podamos saber por nosotros mismos, se observa que
la sola evidencia de la existencia del mundo espiritual conduce forzosamente a
una revolución en las ideas, y esta revolución produce necesariamente otra en
el orden de las cosas: será fruto del Espiritismo.
102.- Pero los
espíritus hacen algo más; si es cierto que sus revelaciones están rodeadas de
algunas dificultades, si es verdad que exigen minuciosas precauciones para
afirmar su exactitud, no lo es menos que los espíritus adelantados, cuando se
les interroga y cuando se les permite, pueden revelarnos hechos ignorados,
darnos la explicación de cosas no comprendidas, y ponernos en camino de
progresar más rápidamente. En este punto, sobre todo, es indispensable el
estudio completo y detenido de la ciencia espiritista, a fin de pedirle lo que
puede darnos, y el modo como puede dárnoslo. Traspasando estos límites, es como
nos exponemos a ser engañados.
103.- Las mínimas
causas pueden producir los mayores efectos; así es como de un grano puede salir
un árbol inmenso, como la caída de una manzana hizo descubrir la ley que rige
los mundos, como una rana saltando en un plato reveló la fuerza galvánica, así
es como también del fenómeno vulgar de las mesas giratorias ha salido la prueba
del mundo invisible, y de esta prueba, la doctrina que en algunos años ha dado
la vuelta al mundo, y puede regenerarlo por la sola demostración de la realidad
de la vida futura.
104.- El
Espiritismo enseña poco acerca de las verdades absolutamente nuevas, en virtud
de que nada hay de nuevo en el mundo. Sólo son absolutas las verdades eternas;
estando fundadas en leyes de la Naturaleza, las que enseñan el Espiritismo han
debido existir siempre, por eso en todo tiempo se encuentran los gérmenes de
las mismas, gérmenes que han sido desarrollados por un estudio más completo y
por más detenidas observaciones.
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Las verdades enseñadas por
el Espiritismo tienen, pues, más carácter de consecuencias que de
descubrimientos.
El Espiritismo no ha
descubierto ni inventado a los espíritus: tampoco ha descubierto el mundo
espiritual, en el que se ha creído desde la noche de los tiempos; se limita a
probarlos con hechos materiales y lo presenta bajo su verdadero aspecto,
despojándolo de preocupaciones y de ideas supersticiosas, que engendran la duda
y la incredulidad.
Observaciones. Estas
explicaciones, por incompletas que sean, bastan para demostrar la base en que
descansa el Espiritismo, el carácter de las manifestaciones, y el grado de
confianza que pueden inspirar según las circunstancias.
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