EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS
POR
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO
DE LA DOCTRINA ESPÍRITA
(Segunda Parte)
8.- Perseverancia y Seriedad
Agreguemos que el estudio de una doctrina tal como la
Doctrina Espírita, que nos lanza de súbito a un orden de cosas tan nuevo y
grande, sólo puede ser realizado con provecho por hombres serios y
perseverantes, libres de preconceptos y animados por una firme y sincera
voluntad de alcanzar un resultado. No podríamos aplicar esa calificación a
quienes juzgan a priori, superficialmente y sin haberlo visto todo. Que no
llevan a cabo sus estudios con la continuidad, regularidad y recogimiento necesarios. Menos aún
podríamos calificar así a ciertos hombres que para no faltar a su reputación de
ingeniosos, se esfuerzan por encontrar un lado burlesco a las cosas más
verdaderas o juzgadas como tales por personas cuyo saber, carácter y
convicciones las hacen acreedoras a la consideración de quienquiera se precie
de saber vivir en sociedad.
Absténganse, pues, quienes no crean que tales hechos son
dignos de ellos y de ocupar su atención. Nadie piensa en violentar su creencia,
pero sírvanse respetar la de los demás…
Lo que caracteriza a un estudio serio es la continuidad con
que se lo hace. ¿Nos extrañaremos de no obtener muchas veces ninguna respuesta
sensata a preguntas serias de por sí, cuando se las formula al azar y a
quemarropa, entremezcladas con una multitud de otras que son absurdas? Por otra
parte, alguna pregunta suele ser compleja, y requiere para que se la aclare,
otras preguntas adicionales, preliminares y complementarias.
Quienquiera desee aprender una ciencia, debe realizar un
estudio metódico de ella, empezando por el principio y siguiendo el
encadenamiento y el desarrollo de las ideas. El que por casualidad hace a un
sabio una pregunta acerca de una ciencia cuyos rudimentos ni siquiera conoce,
¿qué puede sacar en limpio? ¿Podrá el sabio interrogado, aun con la mejor
voluntad, darle una respuesta satisfactoria? Esa respuesta, aislada, ha de ser
por fuerza incompleta, y por lo mismo contradictoria. Exactamente lo mismo
ocurre en las relaciones que con los Espíritus establecemos: si queremos
instruirnos en su escuela, deberemos seguir el curso con ellos. Pero como entre
nosotros sucede, tenemos que escoger nuestros profesores y trabajar con
asiduidad.
Hemos dicho ya que los Espíritus superiores sólo acuden a
las reuniones serias, sobre todo a aquellas entre cuyos miembros reina una
perfecta comunión de pensamientos y sentimientos hacia el bien. La
superficialidad y las preguntas ociosas los alejan, del mismo modo que entre
los hombres tales preguntas hacen que se aparten las personas razonables.
Entonces queda el campo libre para la turba de los Espíritus embusteros y
frívolos, los cuales están siempre al acecho de la ocasión propicia para
burlarse y divertirse a expensas de nosotros. En semejante reunión, ¿qué pasa
con una pregunta seria? Será contestada, ¿pero por quién? Es como si en una
reunión de personas frívolas empezarais a preguntar: ¿Qué es el alma?, ¿qué es
la muerte?, y otras cuestiones del tenor de ésas. Si queréis respuestas serias,
sed serios vosotros mismos, en la cabal significación de la palabra, y poneos
en las condiciones requeridas. Sólo entonces obtendréis grandes cosas. Además,
sed laboriosos y perseverantes en vuestros estudios. Sin esto los Espíritus
superiores os desamparan, de la manera que lo hace un profesor con aquellos de
sus alumnos que son negligentes.
9.- Monopolizadores del Buen Sentido
El movimiento de
objetos es un hecho comprobado. La cuestión reside en saber si en ese
movimiento hay o no una manifestación inteligente, y en caso afirmativo, cuál
es el origen de dicha manifestación.
No nos referimos al
movimiento inteligente de determinados objetos ni a las comunicaciones
verbales, como tampoco a las que son escritas directamente por el médium. Este
tipo de manifestaciones, evidentes para los que han asistido a ellas, y las han
profundizado, no es en modo alguno a primera vista lo bastante independiente de la voluntad para cimentar
la convicción del observador incrédulo. Sólo hablaremos, pues, de la escritura
obtenida con ayuda de cualquier objeto provisto de un lápiz, tal como la cesta,
la tablilla, etcétera. La manera en que los dedos del médium se posan sobre el
objeto, desafía conforme dijimos, la destreza más consumada para poder
participar, en el grado que fuere, en el trazado de los caracteres. Pero
admitamos incluso que con la más prodigiosa habilidad, pudiera él engañar al
ojo más escrutador: ¿cómo se explica la índole de las respuestas, cuando se
encuentran éstas más allá de todas las ideas y conocimientos del médium? Y
adviértase bien que no se trata de respuestas monosilábicas, sino que a menudo
constan de varias páginas, que han sido escritas con la más asombrosa rapidez,
ya sea de manera espontánea o bien sobre un tema determinado. Bajo la mano del
médium más ignorante de la literatura nacen en ocasiones poesías de una
sublimidad y pureza irreprochables, y que no desaprobarían los mejores poetas
humanos. Lo que aumenta aún más lo extraño de estos hechos es que ellos se
producen por dondequiera y que los médiums se multiplican hasta lo infinito.
Tales hechos ¿son o no reales? A esta pregunta sólo podemos responder de una
manera: mirad y observad. No os faltarán ocasiones para ello. Pero sobre todo
observad con frecuencia, demoradamente y en las condiciones requeridas.
¿Qué responden a la
evidencia los adversarios? “Vosotros, dicen ellos, sois víctimas del
charlatanismo o juguetes de una ilusión”. Por nuestra parte, diremos para
comenzar que hay que dejar a un lado la palabra “charlatanismo” en los casos en
que no existe un beneficio a extraer, puesto que los charlatanes no ejercen
gratis su oficio. En consecuencia, se trataría cuando más de una superchería.
¿Pero por qué extraña coincidencia tales embaucadores se habrían puesto de
acuerdo, de un extremo a otro del mundo, para obrar en la misma forma, producir idénticos efectos y dar sobre los mismos temas y en idiomas diversos
respuestas iguales, si no literalmente, al menos en lo que respecta al sentido?
¿Cómo es posible que personas graves y serias, honorables e instruidas,
pudieran prestarse a semejantes maniobras, y con qué objeto procederían de este
modo? ¿Cómo encontraríamos en los niños la paciencia y la habilidad necesarias
para ello? Porque si los médiums no son instrumentos pasivos, necesitarían de
una habilidad y unos conocimientos que son incompatibles con cierta edad y
determinadas posiciones sociales.
Entonces se afirma que
si no hay superchería, puede que ambas partes sean víctimas de una ilusión. En
buena lógica, la calidad de los testigos es de cierto peso. Ahora bien, en este
caso preguntamos si la Doctrina Espírita, que en la actualidad cuenta hoy con
millones de adeptos, los tiene solamente entre los ignorantes… Los fenómenos
sobre los que se apoya son tan extraordinarios que es concebible la duda.
Pero lo que no puede
admitirse, es la pretensión de algunos incrédulos de monopolizar el buen
sentido, y que sin respeto por las personas o por el valor moral de sus
adversarios, tachan sin miramiento, de ineptos, a todos aquellos que no son de
su misma opinión. A los ojos de todo individuo juicioso, el dictamen de las personas esclarecidas
que durante mucho tiempo han visto, estudiado y meditado algo constituirá
siempre, si no una prueba, al menos una presunción en su favor, puesto que el
asunto ha podido llamar la atención de hombres serios, que no tienen ni interés
en difundir un error ni tiempo que perder en futilezas.
10.-
El lenguaje de los Espíritus y el Poder Diabólico
Entre las objeciones
las hay más capciosas, cuando menos en apariencia, por cuanto son extraídas de
la observación y hechas por personas serias.
Una de tales objeciones
se basa en el lenguaje de ciertos Espíritus, el que no parece digno de la elevación que es de suponer a seres
sobrenaturales. Si se tiene a bien remitirse al resumen de la Doctrina que
hemos presentado en páginas anteriores, se verá que los Espíritus mismos nos
enseñan que ellos no son iguales, ni en conocimientos ni en cualidades morales,
y que no debemos tomar al pie de la letra todo lo que nos dicen.
A las personas sensatas
toca distinguir lo bueno de lo malo. Con seguridad los que de este hecho
deduzcan la consecuencia de que siempre nos relacionamos con seres malvados,
cuya única ocupación consiste en embaucarnos, no tienen conocimiento de las
comunicaciones que se llevan a efecto en las reuniones en que sólo se presentan
Espíritus Superiores. Con tal conocimiento no pensarían así. Es lamentable que
el azar los haya servido tan mal como para no mostrarles más que el lado malo
del Mundo Espírita, porque no queremos suponer que una tendencia simpática
atraiga hacia ellos a los malos Espíritus más bien que a los buenos, a los
Espíritus mentirosos o a aquellos cuyo lenguaje subleva la grosería. Cuando
más, se podría concluir de ello que la solidez de sus principios no es lo
bastante poderosa para apartar el mal, y que encontrando cierto placer en
satisfacer su curiosidad a este respecto, los malos Espíritus aprovechan la
ocasión para deslizarse entre ellos, en
tanto que los buenos se alejan.
Juzgar la cuestión de
los Espíritus sobre la base de tales hechos, sería tan carente de lógica como
evaluar el carácter de un pueblo por lo que se diga y se haga en la reunión de
algunos atolondrados o de gentes de mala fama, a la que no asistan ni los
sabios ni las personas sensatas. Los que así juzgan se encuentran en la misma
situación de un extranjero que entrando en una gran capital por el peor de sus
arrabales, juzgara a todos los habitantes de aquélla sobre la base de las
costumbres y el lenguaje de ese barrio de ínfima categoría. En el Mundo de los
Espíritus hay también una buena y una mala sociedad. Sírvanse esas personas
estudiar lo que sucede entre los Espíritus escogidos y se persuadirán de que la
ciudad celeste incluye algo más que la escoria de la población. “Pero preguntarán ellas, los Espíritus
selectos ¿acuden a comunicarse con nosotros?” A éstas les responderemos: No
permanezcáis en el arrabal. Mirad, observad, y juzgaréis. Allí están los
hechos, para todo el mundo. A menos que no deban aplicarse a esas personas las
palabras de Jesús: “Tienen ojos y no ven; oídos, y no escuchan”.
Una variante de esta opinión consiste en no ver en las comunicaciones
Espíritas y en todos los hechos materiales a que ellas dan lugar, más que la intervención de una potencia diabólica,
nuevo Proteo que se revestiría de todas las formas para engañarnos mejor. No la
creemos merecedora de un examen serio, de ahí que no nos demoremos en ella. Ha
sido refutada por lo que acabamos de expresar. Sólo agregaremos que si así
fuese, habría que convenir que el diablo es en ocasiones muy sabio y razonable,
y sobre todo muy moral, o bien, en que también hay diablos buenos…
En efecto, ¿cómo creer
que Dios permita sólo al Espíritu del mal que se manifieste sin darnos por
contrapeso los consejos de los Espíritus buenos? Si Él no puede hacerlo, sería
impotencia. Si puede y no lo hace, esto es incompatible con su bondad. Las dos
suposiciones constituirían blasfemias. Notad que admitir la comunicación de los
Espíritus malos equivale a reconocer el principio de las manifestaciones. Ahora
bien, puesto que ellas existen, no pueden acontecer sin el permiso de Dios.
¿Cómo creen entonces, sin ser impíos, que Él permita sólo el mal, con exclusión
del bien? Semejante doctrina es contraria a las más elementales nociones del
buen sentido y de la religión.
11.- Grandes y Pequeños
Una cosa extraña,
añaden, es que solamente se hable de los Espíritus de personajes conocidos, y
uno se pregunta por qué son éstos los únicos que se manifiestan. Este es un
error, que como otros muchos, proviene de una observación superficial.
Entre los Espíritus que
se manifiestan espontáneamente, mayor es el número de los desconocidos para
nosotros que el de los ilustres que se dan a conocer, los cuales se designan
con cualquier nombre, y a menudo con una denominación alegórica o
característica. En cuanto a los que son evocados, a menos que no se trate del
de un pariente o un amigo, es bastante natural dirigirse antes a los que
conocemos, que a los que no conocemos. Los nombres de ilustres personajes
llaman más la atención, de ahí que sean más notados.
Incluso se encuentra
raro que los Espíritus de hombres eminentes vengan familiarmente a nuestro
llamado, y se ocupen en ocasiones, de cosas que son pequeñas en comparación con
las que realizaban en vida.
Pero esto no ha de
asombrar a quienes saben que el poder o la consideración de que gozaban esos
hombres en la Tierra no les da ninguna supremacía en el Mundo Espírita. Los
Espíritus confirman a este respecto las palabras del Evangelio: Los grandes
serán humillados, y los pequeños, ensalzados. Lo cual debe entenderse que se
refiere a la categoría que cada uno de nosotros ocupará entre ellos. Así, el
que ha sido primero en la Tierra podrá encontrarse allá entre los últimos.
Aquel delante de quien bajamos la cabeza en esta vida, podrá pues, acercarse
hasta nosotros como el más humilde artesano, porque al dejar la existencia
abandonó toda su grandeza, y el más poderoso monarca quizá esté allá por debajo
del más insignificante de sus soldados.
12.- De la identificación de los Espíritus
Un hecho que ha sido
demostrado por la observación y confirmado por los Espíritus mismos es que los
Espíritus inferiores adoptan con frecuencia nombres conocidos y reverenciados.
En tal caso ¿quién puede pues, asegurarse que los que dicen haber sido por
ejemplo, Sócrates o Julio César, Carlomagno o Fenelón, Napoleón o Washington,
etc... hayan realmente animado a esos
personajes? Tal duda existe entre algunos adeptos muy fervientes de la Doctrina
Espírita. Éstos admiten la intervención y manifestación de los Espíritus, pero
se preguntan qué control se puede tener en lo que respecta a su identidad. Y en
efecto, semejante control es bastante difícil de obtener. Pero si no puede
lograrse de una manera tan auténtica como por medio de un acta de nacimiento,
podemos al menos obtenerlo por presunción, conforme a ciertos indicios.
Cuando se manifiesta el Espíritu de alguien que nos es personalmente
conocido, un pariente o un amigo, por ejemplo; sobre todo si ha muerto poco
tiempo antes, sucede en general que su lenguaje está perfectamente relacionado
con el carácter que le conocíamos en vida. Y este es ya un indicio de su
identidad. Pero no es lícito dudar cuando el mismo Espíritu habla de cosas
privadas, y recuerda circunstancias de familia que sólo su interlocutor conoce.
Un hijo no se equivocará seguramente, respecto al lenguaje de su padre o de su
madre, ni los padres pueden engañarse acerca del de su hijo. En estos tipos de
evocaciones íntimas suelen acontecer cosas conmovedoras, capaces de convencer
al más incrédulo.
El escéptico más
endurecido queda muchas veces aterrado ante las revelaciones inesperadas que se
le hacen.
Otra circunstancia muy
característica viene en apoyo de la identidad.
Hemos dicho ya que la
escritura del médium cambia, por lo general, según el Espíritu evocado, y que
dicha escritura se produce con exacta igualdad cada vez que se hace presente el
mismo Espíritu. En numerosas ocasiones se ha verificado, que sobre todo con
personas fallecidas poco tiempo atrás, esa escritura tiene un parecido
sorprendente con la de la persona en vida. Se han visto rúbricas de una
exactitud perfecta. Pero por otra parte, estamos lejos de dar este hecho como
una regla, y sobre todo, una regla constante. Lo mencionamos simplemente como
un detalle digno de notarse.
Los Espíritus llegados
a cierto grado de purificación son los únicos exentos de toda influencia
corporal. Pero cuando no están completamente desmaterializados (esta es la
palabra que utilizan), conservan la mayoría de las ideas, inclinaciones y hasta
manías que en la Tierra tenían, y este es incluso un medio de que disponemos
para reconocer su identidad. Mas llegamos al reconocimiento, principalmente, por una gran cantidad de
detalles que sólo una observación atenta y continuada puede revelar. Así pues,
vemos a escritores que discuten sus propias obras o doctrinas, aprobando o
condenando ciertas partes de ellas. Otros Espíritus rememoran circunstancias
ignoradas o poco conocidas de su vida o su muerte, cosas todas, en suma, que
constituyen por lo menos pruebas morales de identidad, las únicas que es
posible invocar en tales cuestiones abstractas.
De modo que si en
ciertos casos la identidad del Espíritu evocado puede hasta cierto punto ser
establecida, no existe razón para que no lo sea en otros, y si no tenemos en lo
que respecta a personas cuya muerte está más lejos en el tiempo, los mismos
medios de control de identidad, disponemos siempre del que nos proporcionan el
lenguaje y el carácter. Porque
seguramente que el Espíritu de un hombre de bien no hablará del modo que lo
hace el de un perverso o el de un libertino. Y en cuanto a los Espíritus que se
adornan con nombres respetables, pronto se traicionan por su lenguaje y sus
máximas. El que afirme ser Fenelón, por ejemplo, y lesione el buen sentido y la
moral, aunque sólo sea accidentalmente, mostrará con ello la superchería. Por
el contrario, si los pensamientos que expresa son siempre puros, sin
contradicciones y en todo momento a la altura del carácter de Fenelón, entonces
no habrá motivos para poner en duda su identidad. De otro modo, habría que
suponer que un Espíritu que sólo predica el bien puede a sabiendas emplear la
mentira, y ello sin utilidad. La experiencia nos enseña que los Espíritus de un
mismo grado y carácter, y animados de idénticos sentimientos, se reúnen en
grupos y en familias. Ahora bien, el número de Espíritus existentes es
incalculable y estamos lejos de conocerlos a todos. Incluso la mayor parte de
ellos no tienen nombres para nosotros. Un Espíritu de la categoría de Fenelón
puede entonces, acudir en lugar de él, y a menudo vendrá enviado por él mismo
como mandatario. En tal caso se presenta con el nombre de Fenelón, por cuanto
es idéntico a él y puede sustituirlo, y también porque nosotros necesitamos un
nombre para fijar nuestras ideas. ¿Pero qué importa a fin de cuentas, que un
Espíritu sea realmente o no el de Fenelón? Puesto que dice cosas buenas y habla
como lo hubiera hecho Fenelón mismo, es un buen Espíritu. El nombre con el cual
se da a conocer resulta indiferente y muchas veces suele ser sólo un medio para
fijar nuestras ideas. No podría ocurrir lo mismo en las evocaciones íntimas,
pero en ellas según dijimos ya, se puede establecer la identidad mediante
pruebas que en cierto modo son evidentes.
Por otra parte, es
cierto que la sustitución de los Espíritus puede dar lugar a una multitud de
engaños, y es posible que resulten de ella errores y a menudo supercherías: se
trata de una dificultad propia del Espiritismo práctico. Pero jamás hemos afirmado que esta ciencia sea cosa fácil,
ni que se pueda aprenderla divirtiéndose, como tampoco es posible hacerlo así
con ninguna otra ciencia. Nunca repetiremos demasiado que exige un estudio
asiduo y con frecuencia muy largo. Como no podemos provocar los hechos, es
preciso aguardar a que se presenten por sí mismos, y a menudo nos son traídos
por las circunstancias que menos se esperan.
Para el observador
atento y paciente los hechos abundan, porque descubre miles de matices
característicos que son para él rasgos de luz.
Lo mismo acontece en
las ciencias comunes: mientras que el hombre superficial sólo ve en una flor
una forma airosa, el sabio descubre en ella tesoros para el pensamiento.
13.- Las Divergencias de Lenguaje
Las observaciones
anteriores nos llevan a decir algunas palabras acerca de otra dificultad: la
divergencia que existe en el lenguaje de los Espíritus.
Puesto que los
Espíritus son muy diferentes unos de otros, desde el punto de vista de los
conocimientos y la moralidad, es evidente que una misma cuestión puede ser
resuelta por unos en un sentido, y por otros en el sentido opuesto, según sea
el rango que cada uno ocupe, exactamente como si fuese planteada entre los
hombres a un sabio, a un ignorante, o a un gracioso de mal género. Ya hemos
dicho que lo esencial es saber en cada caso a quién nos dirigimos.
Pero se suele agregar,
¿cómo se explica que aquellos Espíritus reconocidos como Superiores no estén
siempre de acuerdo? Para comenzar, responderemos que independientemente de la
causa que acabamos de señalar, hay otras que pueden ejercer cierta influencia
sobre la índole de las respuestas, prescindiendo de la calidad de los
Espíritus.
Es este un punto
fundamental cuya explicación la dará el estudio. Por eso afirmamos que estos
estudios requieren una atención continuada, una observación profunda y sobre
todo, como acontece con todas las demás ciencias humanas, constancia, y
perseverancia. Se necesitan años para formar un médico mediocre, y las tres
cuartas partes de una vida para hacer un sabio, ¡y se pretende en unas pocas
horas adquirir la ciencia de lo infinito! No nos engañemos, pues, "El
Estudio del Espiritismo es Inmenso". Se relaciona con todos los problemas
de la metafísica y del orden social. Es todo un mundo que se descubre ante
nosotros. ¿Debemos entonces asombrarnos de que se necesite tiempo, y mucho para comprenderlo?
Además, la
contradicción no es en todos los casos tan real como puede parecerlo. ¿Acaso no
estamos viendo todos los días a hombres que profesan la misma ciencia y sin
embargo difieren en la definición que dan de una cosa, ya sea porque empleen
términos distintos, o bien por encararla desde otro punto de vista, aunque la
idea fundamental sea siempre la misma? ¡Cuéntense, si es posible, la cantidad
de definiciones que de la gramática se han dado! Agreguemos incluso, que la
forma de la respuesta depende a menudo de la forma que adopta la pregunta.
Sería pueril entonces, encontrar una contradicción allí donde sólo hay casi
siempre una mera diferencia de palabras. Los Espíritus Superiores no se cuidan
en modo alguno de la forma, sino que para ellos el fondo del pensamiento lo es
todo.
Tomemos como ejemplo la
definición del Alma. Puesto que esta palabra no posee un significado fijo, los
Espíritus pueden en consecuencia, así como nosotros también podemos, diferir en
la definición que le den: uno podrá decir que es el principio de la vida; otro
llamarla chispa anímica; un tercero, afirmar que es interior; un cuarto, que es
externa, y así por el estilo, y todos ellos tendrán razón, desde sus
respectivos puntos de vista. Hasta se podría creer que algunos de ellos
profesen teorías materialistas, y sin embargo no es así. Lo propio acontece con
la idea de Dios. Él será:
el principio de todas las cosas; el Creador del Universo; la soberana
inteligencia; el Infinito; el Gran Espíritu, etc, y en definitiva seguirá
siendo siempre Dios… Por último, mencionamos la clasificación de los Espíritus.
Forman ellos una serie ininterrumpida desde el grado inferior hasta el
superior, de modo que su clasificación es arbitraria: uno podrá dividirlos en
tres clases; otro en cinco, diez o veinte, según su voluntad, sin por ello
incurrir en error. Todas las ciencias humanas nos ofrecen ejemplo de esto, cada
sabio posee su propio sistema. Y lo sistemas van cambiando, pero la ciencia
no,… Ya sea que aprendamos botánica con el sistema de Linneo, el de Jussieu o
el de Tournefort, no por eso la sabremos menos. Dejemos, pues, de dar a las
cosas meramente convencionales más importancia de la que tienen y dediquémonos
a lo que es de veras serio, y con frecuencia descubriremos, al reflexionar, que
lo que parecía contradictorio poseía una similitud que se nos había pasado por
alto en un primer examen.
14.- Las Cuestiones Ortográficas
Pasaríamos con rapidez
sobre esta objeción que plantean ciertos escépticos con respecto a las faltas
de ortografía cometidas por algunos Espíritus, si no debiera ella dar lugar a
una observación esencial. Hay que decirlo: su ortografía no siempre es
irreprochable. Pero se precisa estar muy escaso de razones para hacer de esto el motivo de una crítica
seria, manifestando que puesto que los Espíritus todo lo saben, también deben
saber ortografía. Por nuestra parte, podríamos oponerles a tales críticos las
numerosas faltas de este tipo, cometidas por más de un sabio de la Tierra, lo
que no les resta nada de su mérito. Pero hay en este hecho una cuestión más
seria. Para los Espíritus, y en modo especial para los Espíritus Superiores, la
idea lo es todo, y la forma nada significa.
Despojados de la
materia, su lenguaje entre ellos es veloz como el pensamiento, puesto que es el
pensamiento mismo el que se comunica, sin intermediario alguno. En
consecuencia, deben de encontrarse incómodos cuando son obligados, para
comunicarse con nosotros, a servirse de las formas lentas y embarazosas del
lenguaje humano, y sobre todo, por la insuficiencia e imperfección de dicho
lenguaje para expresar todas las ideas. Ellos así lo dicen. Por eso resulta
curioso ver los medios que emplean a menudo para atenuar ese inconveniente. Lo
propio nos sucedería a nosotros si tuviéramos que expresarnos en un idioma de
vocablos y giros más largos, así como más pobre en expresiones, que la lengua
de que hacemos uso. Es el mismo embarazo que experimenta el hombre genial
cuando se impacienta por la lentitud de su pluma, que siempre marcha detrás de
su pensamiento. Según esto, es concebible que los Espíritus concedan poca
importancia a la puerilidad de la ortografía, especialmente cuando se trata de
una enseñanza grave y seria. Por otro lado, ¿no es ya maravilloso que se
expresen indiferentemente en todas las lenguas y que las entiendan todas? No
obstante, no hay que concluir de esto que la corrección convencional del
lenguaje les sea desconocida, pues cuando resulta necesario la observan. Así
pues, la poesía que ellos dictan podría desafiar con frecuencia a la crítica
del más minucioso purista, y esto a pesar de la ignorancia del médium.
15.- La Locura y sus Causas
Hay asimismo personas
que ven peligro por doquier y en todo aquello que no conocen. Así pues, extraen
una consecuencia desfavorable del hecho de que ciertos individuos, al dedicarse
a esta clase de estudios, perdieron la razón. Ahora bien, ¿cómo pueden algunos
hombres sensatos ver en este hecho una objeción seria? ¿Por ventura no sucede
lo mismo con todas las actividades intelectuales cuando las realiza un cerebro
débil? ¿Conocemos acaso la cantidad de locos y maniáticos producida por los
estudios matemáticos, médicos, musicales, filosóficos y demás? ¿Habrá por eso
que proscribir dichos estudios? ¿Y qué prueban tales hechos? Con las tareas
físicas se deterioran los brazos y piernas, que son los instrumentos de la
acción material desarrollada. Con los trabajos de la inteligencia se deteriora
el cerebro, que es el instrumento del pensamiento. Pero si es muy cierto que el
instrumento se ha roto, no lo es menos que el Espíritu no lo está por eso. Él
se halla intacto. Y cuando se despoje de la materia no dejará de disfrutar del
pleno goce de sus facultades. En su género, y como hombre, ha sido un mártir
del trabajo.
Toda gran preocupación
intelectual puede acarrear la locura. Ciencias, artes, y hasta la religión,
aportan a ella sus contingentes. La locura tiene por causa primera una
predisposición orgánica del cerebro, que lo hace más o menos susceptible a
ciertas impresiones. Existiendo una predisposición a la demencia, ésta tomará
el aspecto de la preocupación principal del individuo, que se convierte
entonces en una idea fija. Tal idea fija podrá ser la de los Espíritus, en
quien de ellos se haya ocupado, como puede ser asimismo la de Dios, los
ángeles, el diablo, la fortuna, el poder, un arte, una ciencia, la maternidad o
un sistema político o social. Es probable que el demente religioso se
transforme en un demente Espírita, si su preocupación dominante ha sido el
Espiritismo, así como el demente Espírita lo hubiera sido por otro motivo,
según las circunstancias.
Afirmo pues, que el
Espiritismo no disfruta de ningún privilegio a este respecto. Pero voy más
lejos. Digo que bien entendido, el Espiritismo preserva de la locura.
Entre las causas más
numerosas de la sobreexcitación cerebral hay que incluir las desilusiones y
desgracias, así como los afectos contrariados, que son al mismo tiempo las
causas más frecuentes de suicidio. Ahora bien, el verdadero Espírita contempla
las cosas del mundo desde un punto de vista tan elevado, ellas se le muestran
tan pequeñas y mezquinas en comparación con el porvenir que le aguarda, la vida
es para él tan corta y efímera que las tribulaciones no son a sus ojos, sino
los incidentes desagradables de un viaje. Aquello que en otra persona
produciría una emoción violenta, a él le afecta medianamente. Sabe además, que
los pesares de la vida son pruebas que concurren a su adelanto si las sufre sin
murmurar, por cuanto se le recompensará según sea el valor con que las soportó.
Así pues, sus convicciones le dan una resignación que le preserva de la
desesperación, y por consiguiente, de una de las causas más comunes de locura y
suicidio. Conoce también, por la prueba que le ofrecen las comunicaciones con
los Espíritus, la suerte que toca a aquellos que abrevian voluntariamente su
vida, y el cuadro que se le presenta es adecuado para moverlo a reflexión. De
ahí que sea considerable el número de personas que han sido detenidas en esa
pendiente funesta. Es ese uno de los resultados del Espiritismo. Búrlense de
esto cuanto quieran los incrédulos. Por mi parte, yo les deseo los consuelos
que él proporciona a todos aquellos que se han tomado el trabajo de sondear sus
misteriosas profundidades.
En el número de las
causas desencadenantes de la demencia hay todavía que incluir el pánico, y el
terror al diablo que ha perturbado más de un cerebro. ¿Sabemos acaso la
cantidad de víctimas que se han hecho al herir las imaginaciones débiles con
ese cuadro que se ingenian por tornar más aterrador mediante detalles
horribles? Se asegura que el diablo sólo espanta a los niños y que constituye
un freno para obligarlos a comportarse bien. Sí, como el cuco y el lobo feróz,
pero cuando les han perdido el miedo son peores que antes. Y por este bello
resultado no se toma en cuenta la cantidad de epilepsias causadas por la
conmoción de cerebros frágiles. Muy débil sería la religión si por la falta de
temor pudiera verse comprometido su poder. Por suerte no es así: ella dispone
de otros medios para obrar sobre las Almas. Y el Espiritismo se los provee, más
eficaces y más serios si sabe ella aprovecharlos. Muestra aquél la realidad de
las cosas y con eso neutraliza los efectos funestos de un temor exagerado.
16.- La Teoría Magnética y la del Ambiente
Nos resta examinar dos
objeciones, las únicas que merezcan de veras este nombre, porque se fundan en
teorías racionales. Una y otra admiten la realidad de todos los fenómenos
materiales y morales, pero excluyen de ellos la intervención de los Espíritus.
Según la primera de
tales teorías, todas las manifestaciones que se atribuyen a los Espíritus no
serían otra cosa que efectos magnéticos. Los médiums se hallarían en un estado
que se podría llamar de sonambulismo lúcido, fenómeno del que ha podido ser
testigo toda persona que haya estudiado el magnetismo. En ese estado, las
facultades adquieren un desarrollo anormal, y el círculo de las percepciones intuitivas excede
los límites de nuestra percepción ordinaria. De esta manera, el médium extraería
de sí mismo, y como consecuencia de su lucidez, cuanto expresa y todas las
nociones que transmite, aun acerca de cosas que le son completamente
desconocidas en su estado normal.
No seremos nosotros
quienes pongamos en tela de juicio el poder del sonambulismo, cuyos prodigios
hemos visto y cuyas fases hemos estudiado a lo largo de más de treinta y cinco
años. Estamos de acuerdo en que en efecto, muchas manifestaciones Espíritas
pueden explicarse de esta manera, pero una observación continuada y atenta
muestra una multitud de hechos en que la intervención del médium, de otro modo
que no sea como instrumento pasivo, es materialmente imposible. A quienes
comparten esa opinión les diremos, como ya dijimos a otros: “Mirad y observad,
porque seguramente que no lo habéis visto todo”. Después les expondremos dos
consideraciones extraídas de su propia teoría. ¿De dónde ha provenido la teoría
Espírita? ¿Es acaso un sistema imaginado por algunos para explicar los hechos?
De ningún modo. ¿Quién pues, la reveló? Precisamente esos mismos médiums cuya
lucidez vosotros exaltáis. Si esa lucidez es tal como suponéis, ¿por qué
habrían aquellos atribuido a los Espíritus lo que extraían de sí mismos? ¿Cómo
habrían dado esas informaciones tan precisas y lógicas, tan sublimes, acerca de
la naturaleza de esas Inteligencias extrahumanas? Una de dos cosas: o son
lúcidos o no lo son.
Si son lúcidos, y si se
confía en su veracidad, no se podría admitir sin contradecirse que no están
ellos en lo cierto. En segundo lugar, si todos los fenómenos se originaran en
el médium serían idénticos en un mismo individuo y no veríamos a la misma
persona hablar lenguajes diferentes ni expresar alternativamente las cosas más
contradictorias. Esta falta de unidad en las manifestaciones obtenidas por el
médium prueba la diversidad de las fuentes. Así que si no es posible
atribuirlas todas al médium, hay que buscarlas fuera de él.
Conforme a otra
opinión, continúa siendo el médium la fuente de las manifestaciones, pero en
vez de extraerlas de sí mismo, como lo pretenden los partidarios de la teoría
sonambúlica, las extrae del ambiente.
El médium constituiría
así, una especie de espejo que refleja todas las ideas, pensamientos y
conocimientos de las personas que le rodean. No dirá nada que no sea conocido
cuando menos por alguno de los presentes. Ahora bien, no podríamos negar, y es
este inclusive, un principio de la Doctrina, la influencia que ejercen los
asistentes sobre la índole de las manifestaciones. Pero ese influjo es muy
distinto del que se supone que sea, y de ahí a que el médium constituya un eco
de los pensamientos de los demás hay mucha distancia, por cuanto millares de
hechos establecen perentoriamente lo contrario. Hay en ello, entonces un grave
error, que prueba una vez más el peligro de las conclusiones apresuradas.
Puesto que esas personas no pueden negar la existencia de un fenómeno del cual
no puede dar explicación la ciencia común, y como no quieren en él la
intervención de los Espíritus, lo explican a su modo. Su teoría será irrefutable
si pudiera abarcar la totalidad de los hechos, mas no ocurre así. Cuando se les
demuestra hasta la evidencia que ciertas comunicaciones del médium son por
completo ajenas a los pensamientos, conocimientos y opiniones de todos los
asistentes, y que tales comunicaciones suelen ser espontáneas y contradicen
toda idea preconcebida, aquellas personas no se detienen por tan poca cosa. La
irradiación, afirman se extiende mucho más allá del círculo inmediato que lo
circunda. El médium es el reflejo de la humanidad entera, de manera que si no
saca sus inspiraciones de una fuente circundante a él, va a buscarlas fuera, a
la ciudad, al país o al mundo entero, e inclusive a otras esferas.
No pienso que en esta
teoría se encuentre una explicación más sencilla y probable que la que el
Espiritismo provee, puesto que supone una causa mucho más maravillosa. La idea
de que Seres que pueblan el espacio y que se hallan en permanente contacto con
nosotros nos comuniquen sus pensamientos, no tiene nada que choque más a la razón,
que esa otra hipótesis de la irradiación universal, que procedente de todos los
rincones del Universo, viene a concentrarse en el cerebro de un individuo.
Una vez más diremos,
porque es este un punto esencial sobre el que nunca se insistirá demasiado, que
la teoría sonambúlica y esa otra que pudiéramos llamar reflectiva han sido
concebidas por algunos hombres.
Se trata de opiniones individuales creadas con el propósito de
explicar un hecho, en tanto que la Doctrina de los Espíritus no es en modo alguno
de concepción humana, sino que ha sido dictada por las Inteligencias mismas que
se manifiestan cuando nadie pensaba en ella, e inclusive la opinión general la
rechazaba. Nos preguntamos pues, ¿adónde los médiums pueden haber ido a buscar
una doctrina que no existía en el pensamiento de persona alguna en la Tierra?
Quisiéramos saber, además ¿por qué extraña coincidencia millares de médiums
diseminados por todos los rincones el mundo, que no se han visto jamás
personalmente, se hallan de acuerdo para afirmar lo mismo? Si el primer médium
que surgió en Francia estaba experimentando la influencia de opiniones que se
sustentaban ya en América, ¿por qué extraña razón iría él a buscar tales ideas
a dos mil leguas allende los mares, en un pueblo de costumbres e idioma
distintos, en vez de recogerlas de su propio medio?
Pero otra circunstancia
hay en la que no se ha pensado suficientemente. Las primeras manifestaciones,
así en Francia como en América, no se llevaron a cabo ni por la escritura ni
mediante la palabra, sino por medio de golpes, que según su número, concordaban
con las letras del alfabeto, formando de esta manera palabras y frases. Y por
este conducto las Inteligencias que se revelaban manifestaron ser Espíritus.
De manera que si se
puede suponer la intervención del pensamiento de los médiums en las
comunicaciones verbales o escritas, no podría acontecer lo propio en lo que
respecta al sistema de golpes, cuyo significado no era posible de antemano.
Podríamos citar una
cantidad de hechos que demuestran en la Inteligencia que se manifiesta por vía
mediúmnica, una individualidad evidente y una absoluta independencia de
voluntad. Recomendamos pues, a los que disienten, a una observación más atenta,
y si quieren estudiar sin prejuicios y abstenerse de extraer conclusiones antes
de haberlo visto todo, reconocerán que su teoría es impotente para explicar la
totalidad de los hechos. Por nuestra parte, nos limitaremos a formular las
siguientes preguntas: ¿Por qué la Inteligencia que se manifiesta, sea ella cual
fuere, rehúsa contestar a ciertas preguntas acerca de temas perfectamente
conocidos como por ejemplo, el nombre o la edad del interrogador, lo que éste
tiene en la mano, qué ha hecho la víspera, sus proyectos para el día siguiente,
etc.? Si el médium es el espejo del pensamiento de los asistentes, nada le
resultaría más fácil que responder a tales cuestiones.
Los adversarios vuelven
en contra de nosotros el argumento, preguntándonos a su vez por qué los
Espíritus, que deben de saberlo todo no pueden decir cosas tan simples como las
mencionadas al final del párrafo anterior, ya que quien puede lo más, podrá lo
menos, según lo expresa el axioma. De donde concluyen que se trata de
Espíritus. Si un ignorante o un bromista de mal género, presentándose ante una
docta asamblea preguntara, por ejemplo, por qué hay luz en pleno mediodía, ¿se cree acaso que los asambleístas se tomarían la molestia de
responder, y sería lógico deducir el porqué de su silencio, o de la burla con que recibirían al interrogador que pensase de los miembros de la
asamblea que son unos ignorantes? Pues bien, precisamente porque son Superiores
los Espíritus es por lo que no responden a preguntas ociosas y ridículas y no
quieren ser sentados en el banquillo. De ahí que opten por guardar silencio o
manifiesten estar ocupándose en cosas de mayor importancia.
Para terminar,
preguntaremos: ¿por qué los Espíritus vienen, y se van en determinado momento,
y por qué cuando ese instante ha pasado, de nada valen las oraciones ni
súplicas para hacerlos volver? Si el médium obrara sólo por el impulso mental
que le comunican los asistentes, salta a la vista que en tales circunstancias,
el concurso de todas las voluntades aunadas debería estimular su clarividencia.
Si no cede al deseo de los presentes a la reunión, corroborado por su propia
voluntad, es porque obedece a una influencia extraña a él y a quienes lo
rodean, y tal influencia denota con ello su independencia y su individualidad.
17.- Llenando los Vacíos del Espacio
El escepticismo en lo que toca a la Doctrina Espírita,
cuando no es el resultado de una oposición interesada, se origina casi siempre
en un conocimiento incompleto de los hechos, lo cual no impide a ciertas
personas resolver tajantemente la cuestión, como si la conocieran de manera
perfecta. Se puede poseer mucho ingenio, e inclusive instrucción, pero carecer
al mismo tiempo de buen juicio. Ahora bien, la primera muestra de un juicio
deficiente consiste en creer que el propio juicio es infalible. Asimismo,
muchas personas sólo ven en las manifestaciones Espíritas un objeto de
curiosidad. Confiamos en que mediante la lectura de este libro, encontrarán en
esos fenómenos extraños algo más que un mero pasatiempo.
Dos partes comprende la Ciencia Espírita: una experimental,
que trata de las manifestaciones en general; y la otra filosófica, que se ocupa
de las manifestaciones inteligentes. El que sólo haya observado la primera de ellas se encuentra en
la situación de quien no conoce la física más que por los juegos de salón, sin
haber penetrado en el fondo de esa ciencia.
La verdadera Doctrina Espírita reside en la enseñanza que
los Espíritus imparten, y los conocimientos que tal enseñanza incluye son
demasiado importantes para poder ser adquiridos de otro modo que no sea por
medio de un estudio serio y continuado, que se lleve a cabo en el silencio y el
recogimiento. Porque sólo en esas condiciones es posible observar un número
infinito de hechos que escapan al observador superficial y que permiten fundar
una opinión valedera. Si este libro sólo tuviera por resultado mostrar el lado
serio de la cuestión y provocar estudios en tal sentido, ya sería mucho y nos
aplaudiríamos por haber sido escogidos para realizar una obra que no
pretendemos por otra parte, que signifique para nosotros ningún mérito
personal, puesto que los principios que contiene no son de nuestra creación.
Todo su mérito se debe a los Espíritus que la dictaron. Además, confiamos en
que se obtendrá otro resultado: el de guiar a los hombres serios y deseosos de
instruirse, mostrándoles en estos estudios una meta grande y sublime: la del
progreso individual y social, y señalándoles la senda que hay que seguir para
alcanzar dicha meta.
Terminemos con una última consideración. Al sondear los
espacios han encontrado los astrónomos, en la distribución de los cuerpos
planetarios, ciertas lagunas o vacíos que no se justificaban y que se hallaban
en desacuerdo con las leyes del conjunto. Sospecharon entonces que tales
lagunas debían ser llenadas por mundos que se sustraían a sus ojos. Por otra
parte, observaban determinados efectos cuya causa les era desconocida, y se
decían: “Allí tiene que haber un planeta, por cuanto ese vacío no puede
existir, y los efectos que observamos han de tener una causa”. Juzgando
entonces la causa por el efecto, han podido calcular los elementos, y más tarde
los hechos vinieron a justificar sus previsiones. Ahora bien, apliquemos este
mismo razonamiento a otro orden de ideas.
Si observamos la serie
de los seres, se advierte que forman ellos una cadena sin solución de
continuidad, desde la materia inerte hasta el más inteligente de los hombres.
Pero ¡cuán inmensa laguna hay entre Dios y el hombre, que son el alfa y omega
de todo lo creado! ¿Es razonable pensar que en éste terminan los eslabones de
esa cadena? ¿Que sin transición sea franqueada la distancia que separa al
hombre de lo infinito? La razón nos dice que entre el hombre y Dios tiene que
haber otros eslabones, así como dijo a los astrónomos que entre los mundos
conocidos debían existir mundos desconocidos. Pues bien, ¿cuál es la filosofía
que ha llenado ese vacío? El Espiritismo nos muestra tal laguna ocupada por
Seres de todas las categorías del Mundo Invisible, y dichos Seres no son otros
que los Espíritus de los hombres llegados a diferentes niveles que conducen a
la perfección. De esta suerte, todo se correlaciona y se encadena, desde el
alfa hasta el omega. Vosotros, los que negáis la existencia de los Espíritus,
¡llenad pues, el vacío que ellos ocupan! Y vosotros, los que de ellos reís,
¡atreveros entonces a reír de las obras de Dios y de su omnipotencia!
. ALLAN KARDEC