EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS
POR
ALLAN KARDEC
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO
DE LA DOCTRINA ESPÍRITA
(Primera Parte)
Para las
cosas nuevas se necesitan nuevas palabras. Así lo quiere la claridad del lenguaje, para evitar la confusión
inseparable del sentido múltiple dado a los mismos términos. Las voces
espiritual, espiritualista y espiritualismo, poseen un significado bien
definido, y darle uno nuevo para aplicarlo a la doctrina de los Espíritus
equivaldría a multiplicar las causas de
anfibología. En efecto, el espiritualismo es el término opuesto al
materialismo. Todo el que crea tener en
sí algo más que la materia, es un espiritualista, pero no se sigue de ello que crea en la
existencia de los Espíritus, o en sus comunicaciones con el mundo visible.
En lugar
de las palabras: espiritualista y espiritualismo empleamos para designar a esta
última creencia, las de Espiritista y Espiritismo, cuya forma recuerda su
origen y su significación radical, y que por eso mismo presentan la ventaja de
ser perfectamente inteligibles, y reservamos para la palabra espiritualismo la
significación que le es propia. Por tanto diremos que la doctrina Espiritista o
el Espiritismo tiene como principio las relaciones del mundo material con los
Espíritus o Seres del Mundo Invisible. Los adeptos del Espiritismo serán los
Espíritas, o si así se prefiere, los Espiritistas.
EL LIBRO
DE LOS ESPÍRITUS contiene como especialidad, la Doctrina Espírita. Y como
generalidad, se asocia a la doctrina espiritualista, ofreciendo una de sus formas.
Por esta
razón se ve en la cabecera de su título la frase...
FILOSOFÍA ESPIRITUALISTA.
Hay otro
vocablo acerca del cual interesa asimismo entenderse porque es una de las bases
de toda doctrina moral y ha motivado numerosas controversias, por falta de una
significación bien precisa: es la palabra Alma. La divergencia de opiniones
acerca de la naturaleza del Alma proviene de la aplicación particular que cada
cual hace de esta palabra. Una lengua perfecta, en la que cada idea estuviera
representada por un término específico, evitaría muchas discusiones. Con una
palabra para cada cosa todos nos entenderíamos.
Según
unos, el Alma es el principio de la vida material orgánica. No tiene en modo
alguno existencia propia y cesa al terminar la vida. Este concepto es
materialismo puro. En tal sentido, y por comparación, dicen de un instrumento
desafinado, "que ya no da sonido", que “no tiene alma”.
de acuerdo con esta opinión, el Alma sería un efecto y no
una causa.
Otros
piensan que el Alma es el principio de la inteligencia, agente universal del
que cada ser absorbe una porción. Según ellos, no habría en el Universo entero
más que una sola Alma, que distribuye chispas entre los diversos seres
inteligentes durante la vida de éstos. Después de su muerte, cada chispa
retorna a la fuente común, donde se confunde con el todo, de la manera que los
arroyos y ríos vuelven al mar de donde habían partido. Esta opinión difiere de
la anterior, en que según tal hipótesis, hay en nosotros algo más que la
materia, y después de la muerte algo queda. Pero es más o menos como si no
quedara nada, puesto que no existiendo más la individualidad, no tendríamos ya
conciencia de nosotros mismos.
Conforme
a esa opinión, el Alma universal sería Dios, y cada ser constituiría una
parcela de la Divinidad. Es ésta una variedad del panteísmo.
Por último,
según otros, el Alma es un ser moral distinto, independiente de la materia y
que conserva su individualidad después de la muerte. Este concepto es a no
dudarlo, el más general, porque bajo un nombre u otro la idea de ese ser que sobrevive a su cuerpo,
se encuentra en estado de creencia, instintiva e independiente de toda
enseñanza, en la totalidad de los pueblos, sea cual fuere su grado de
civilización. Esa doctrina, según la cual el Alma es la causa y no el efecto,
es la de los espiritualistas.
Sin
discutir el valor de tales opiniones, y considerando tan sólo el lado
lingüístico de la cuestión, diremos que esas tres aplicaciones de la palabra
Alma, constituyen otras tantas ideas distintas, cada una de las cuales
requeriría un término diferente. El vocablo Alma posee pues, tres acepciones, y
a cada cual le asiste razón desde su punto de vista, en la definición que le
da. La falla está en el idioma, al no tener más que una palabra para expresar
tres ideas diversas. Para evitar todo equívoco habría que restringir el
significado del término Alma a una sola de esas tres ideas: no interesa cuál de
ellas se elija; la cuestión es entenderse, ya que se trata de una convención.
Por nuestra parte, nos parece más lógico aplicarle la significación más común,
de ahí que llamemos ALMA al Ser inmaterial e individual que existe en nosotros
y que sobrevive a nuestro cuerpo. Aun cuando este Ser no existiera, siendo sólo
un producto de la imaginación, se necesitaría un término para designarlo.
A falta
de una palabra especial para cada una de las otras dos ideas, llamaremos:
Principio
vital, el principio de la vida material y orgánica, sea cual fuere la fuente de
que provenga, y que es común a todos los seres vivientes, desde las plantas
hasta el hombre. Visto que la vida puede existir prescindiendo de la facultad
de pensar, el principio vital es una cosa distinta e independiente. El vocablo
vitalidad no daría la misma idea. Para unos el principio vital es una propiedad
de la materia, un efecto que se da cuando la materia se halla en determinadas
circunstancias. Según la opinión de otros, "y esta es la idea más
común", aquél reside en un fluido especial, universalmente esparcido y del
que cada ser absorbe y se asimila una parte durante su vida, así como vemos que
los cuerpos inanimados absorben la luz. Esto sería entonces el fluido vital que
con arreglo a ciertas opiniones, no sería otro que el fluido eléctrico
“animalizado”, designado asimismo con los nombres de fluido magnético, fluido
nervioso, etcétera.
Sea lo
que fuere, hay un hecho irrebatible, porque constituye un resultado de la
observación, y es que los seres orgánicos poseen en sí una fuerza íntima que
produce el fenómeno de la vida en tanto dicha fuerza existe; que la vida
material es común a todos los seres orgánicos y es independiente de la
inteligencia y el pensamiento; que inteligencia y pensamiento son las facultades
propias de ciertas especies orgánicas; y por último, que entre las especies
orgánicas dotadas de inteligencia y pensamiento hay una que está provista de un
sentido moral especial, que le confiere una incontestable superioridad sobre
las demás, y es la especie humana.
Así
pues, se comprende que, poseyendo varias acepciones, el Alma no excluya ni al
materialismo ni al panteísmo. El espiritualismo mismo puede muy bien entender
el Alma según una u otra de las dos primeras definiciones, sin perjuicio del ser
inmaterial distinto, al que dará entonces, cualquier otro nombre. De modo que
esta palabra no representa en modo alguno una opinión. Es un Proteo que cada
cual adapta a su gusto. De ahí que surjan tantas interminables discusiones.
Se evitaría también
la confusión, "aun sirviéndonos de la palabra Alma en los tres casos"
agregándole un adjetivo calificativo que especificara el punto de vista desde
el cual se la considera, o la aplicación que se le da. Sería entonces un
término genérico, que representara a la vez el principio de la vida material,
de la inteligencia y del sentido moral, y que se distinguiría mediante un
atributo, como se procede con los gases, a los cuales se distingue añadiéndoles
las voces hidrógeno, oxígeno o nitrógeno. En consecuencia, podríamos decir (y
sería quizá lo mejor) el Alma vital para designar el principio de la vida
material, el Alma intelectual para el principio de la inteligencia, y el Alma
Espírita para el principio de nuestra individualidad después de la muerte. Según
se advertirá, todo esto es cuestión de palabras, pero importa mucho para que
podamos entendernos. Así pues, el Alma vital sería común a todos los seres
orgánicos: vegetales, animales y hombres. El Alma intelectual pertenecería a
hombres y animales. Y el Alma Espírita correspondería al hombre únicamente.
Hemos
creído necesario insistir sobre estas explicaciones, tanto más cuanto que la
Doctrina Espírita se basa naturalmente, sobre la existencia en nosotros de un
Ser independiente de la materia, y que sobrevive al cuerpo. Puesto que la
palabra Alma ha de aparecer con frecuencia en el transcurso de esta obra,
importaba determinar con precisión el sentido que le damos, a fin de evitar
todo posible equívoco.
Vayamos
ahora al objeto principal de esta instrucción preliminar.
Como
todo lo nuevo, la Doctrina Espírita tiene sus adeptos y sus contradictores.
Trataremos de responder a algunas de las objeciones que plantean estos últimos,
examinando el valor de los argumentos sobre los cuales se apoyan, sin abrigar
empero, la pretensión de persuadir a todo el mundo, porque hay personas que
creen que la luz ha sido hecha para ellas solas. Nos dirigimos a las de buena
fe, sin ideas preconcebidas o estereotipadas, sinceramente deseosas de
instruirse, y les demostraremos que la mayoría de las objeciones que se oponen
a la Doctrina provienen de una observación incompleta de los hechos y de un
juicio formado con demasiada ligereza y precipitación.
Para
empezar, recordemos en pocas palabras la serie progresiva de los fenómenos que
han dado nacimiento a esta Doctrina...
El
primer hecho que se observó fue el de objetos diversos que eran puestos en
movimiento. Se le ha designado vulgarmente con los nombres de mesas giratorias
o danza de las mesas. Este fenómeno, que parece haber sido observado
inicialmente en América, o que más bien se ha reiterado en esa parte del mundo,
por cuanto la historia prueba que el mismo se remonta a la más remota
antigüedad, se produjo con el acompañamiento de circunstancias extrañas, tales
como ruidos insólitos y golpes, que se escuchaban sin causa ostensible
conocida. De allí se propagó con rapidez a Europa y al resto del mundo. Suscitó
al comienzo mucha incredulidad, pero las múltiples experiencias llevadas a cabo
hicieron que pronto dejara de ser permitido dudar de su realidad.
Si dicho
fenómeno se hubiera limitado al movimiento de los objetos materiales podría
explicarse por una causa puramente física. Lejos estamos de conocer todos los
agentes ocultos de la Naturaleza ni todas las propiedades de los que ya
conocemos. La electricidad, por otra parte, multiplica cada día hasta el
infinito los recursos que ofrece al hombre, y parece que ha de iluminar a la
ciencia con una nueva luz. Por tanto no era imposible que la electricidad,
modificada por ciertas circunstancias, o cualquier otro agente desconocido,
fuera la causa de esos movimientos. La reunión de varias personas, que aumenta
el poder de acción, parecía apoyar esta teoría, porque se podía considerar ese
conjunto como una batería múltiple, cuya potencia se halla en relación con el
número de elementos.
El
movimiento circular no tenía nada de extraordinario. Está en la Naturaleza.
Todos los astros se mueven circularmente. En consecuencia, podríamos tener en
pequeña escala un reflejo del movimiento general del Universo; o mejor dicho,
una causa hasta entonces desconocida podría producir en forma accidental, con
objetos pequeños y en determinadas circunstancias, una corriente análoga a la
que arrastra a los mundos.
Pero el
movimiento observado no era siempre circular. Muchas veces era brusco y
desordenado, el objeto se veía sacudido con violencia, dado vuelta o llevado en
cualquier dirección, y contrariamente a todas las leyes de la estática, elevado
del suelo y mantenido en el aire. A pesar de lo cual nada había aún en esos
hechos que no pudiera explicarse por el poder de un agente físico invisible.
¿Acaso no vemos a la electricidad derruir edificios, arrancar árboles, lanzar a
distancia los cuerpos más pesados, atraerlos o desplazarlos?
En lo
que toca a los ruidos insólitos y los golpes, suponiendo que no fuesen uno de
los efectos ordinarios de la dilatación de la madera o de cualquier otra causa
accidental, podían muy bien ser producidos por la acumulación del fluido
oculto: ¿no produce la electricidad los más violentos ruidos?
Como se
ve, hasta aquí todo puede entrar en el dominio de los hechos puramente físicos
y fisiológicos. Sin salir de este círculo de ideas, había en todo aquello
materia para estudios serios, y dignos de fijar la atención de los sabios. ¿Por
qué entonces, no ha sido así?
Penoso
es consignarlo, pero esto obedece a causas que prueban entre miles de hechos
similares, la ligereza del espíritu humano. En primer término, la vulgaridad
del objeto principal que ha servido de base a las primeras experimentaciones,
tal vez no haya sido ajeno a ello. ¡Cuánta influencia no ha tenido una palabra
sobre las cosas más serias! Sin tomar en cuenta que el movimiento podía ser
comunicado a cualquier tipo de objeto, la idea de las mesas prevaleció, sin
duda porque era el objeto más cómodo y porque nos sentamos con más naturalidad
en torno de una mesa que de cualquier otro mueble. Ahora bien, los hombres
superiores son a veces tan pueriles, que no sería imposible el que ciertos
Espíritus selectos hayan creído deshonroso para ellos ocuparse de lo que se
había dado en llamar la danza de las mesas. Incluso es probable, que si el
fenómeno observado por Galvani, lo hubiese sido en cambio por hombres comunes,
y designado con un nombre burlesco, estaría aún relegado al mismo plano que la
varita mágica. En efecto, ¿qué sabio no se hubiera creído denigrado si se
ocupaba de la danza de las ranas.
Algunos
sin embargo, lo bastante modestos para convenir en que la Naturaleza pudiera
muy bien no haberles dicho su última palabra, han querido ver para descargo de
conciencia. Pero sucedió que el fenómeno no siempre respondía a sus
expectativas, y porque no se producía constantemente según su voluntad y modo
de experimentación, han terminado negándolo. A despecho de la sentencia
pronunciada por éstos, las mesas, –ya que mesas hay– continúan girando, y
podemos decir con Galileo: Y sin embargo se mueven… Agregaremos más aún: los
hechos se han multiplicado en tal forma que han adquirido hoy derecho de
ciudadanía, y sólo se trata ya de encontrarles una explicación racional.
¿Podemos acaso concluir algo contra la realidad del fenómeno, basándonos en que
éste no se produce de una manera siempre idéntica, conforme a la voluntad y las
exigencias del observador? ¿Es que los fenómenos eléctricos y químicos no están
subordinados a ciertas condiciones? ¿Tiene algo de extraño que el fenómeno del
movimiento de objetos mediante el fluido humano posea también sus condiciones
para realizarse, y cese de hacerlo cuando el observador, colocándose en su
propio punto de vista, pretenda hacerlo marchar al son de su capricho, o
sujetarlo a las leyes de los fenómenos conocidos, sin tomar en cuenta que para
hechos nuevos puede y debe de haber nuevas leyes? Ahora bien, para conocer esas
leyes hay que estudiar las circunstancias en que los hechos se producen, y tal
estudio sólo puede ser fruto de una observación atenta y con frecuencia muy
larga. Pero "objetan algunas personas", hay a menudo en ello
evidentes supercherías. Para comenzar, les preguntaremos si están completamente
seguras que existió fraude, y si no tomaron por tal, a efectos que no pudieron
comprender, más o menos como le sucedía a aquel aldeano que confundía a un
sabio profesor de física, quien se hallaba experimentando, con un diestro
prestidigitador. Aun suponiendo que el fraude haya podido darse en ocasiones,
¿es esa una razón para negar el hecho? ¿Se ha de negar la física porque existan
prestidigitadores que se arrogan el título de físicos? Además, es preciso tomar
en cuenta el carácter de las personas y su interés que pudiera moverlas a
engañar a sus semejantes. ¿Se trata, pues, de una broma?
Es
posible divertirse un momento, pero una broma prolongada en forma indefinida
sería tan fastidiosa para el embaucador como para el embaucado. Por lo demás,
en una superchería que se difunde de un extremo a otro del mundo, y entre las personas
más serias, honorables y esclarecidas, habría algo al menos tan extraordinario
como el fenómeno mismo.
Si los
fenómenos que nos ocupan se hubieran limitado al movimiento de objetos, habrían
permanecido, conforme dijimos, dentro del dominio de las ciencias físicas. Pero
no es así en manera alguna. Ellos habían de ponernos en el camino de un orden
de hechos extraños. Se creyó descubrir –no sabemos por iniciativa de quién.–
que el impulso comunicado a los objetos no era sólo producto de una fuerza
mecánica ciega, sino que había en ese movimiento la intervención de una causa
inteligente. Una vez abierta esta senda, había un campo de observaciones
completamente nuevo. Se levantaba el velo de muchos misterios. ¿Pero hay en
realidad, un poder inteligente? Esa es la cuestión. Si ese poder existe, ¿cuál
es, de qué naturaleza será y qué origen tiene? ¿Está por encima de la
humanidad? Tales son las preguntas que derivan de la primera.
Las
primeras manifestaciones inteligentes tuvieron lugar por medio
de mesas que se elevaban, y daban con una de sus patas, un
número determinado de golpes, respondiendo de este modo, sí o no, según lo
convenido, a una pregunta planteada. Hasta allí nada de convincente había por
cierto para los escépticos, por cuanto se podía creer en un efecto del azar.
Después se obtuvieron respuestas más elaboradas, sirviéndose de las letras del
alfabeto. El objeto móvil daba una cantidad de golpes que correspondía al
número de orden de cada letra y se llegaba así a formar palabras y frases que
contestaban a las preguntas planteadas.
La
exactitud de las respuestas y su correlación con las preguntas suscitaron el
asombro. El misterioso ser que de esta manera respondía, interrogado acerca de
su naturaleza declaró que era un Espíritu o Genio, se atribuyó un nombre y
proporcionó diversas informaciones a su respecto.
Es esta
una circunstancia muy importante, que hay que subrayar. Nadie imaginó a los
Espíritus como un medio para explicar el fenómeno. Hubo de ser el fenómeno
mismo el que revelara esa palabra. En las ciencias exactas se formulan muchas
veces hipótesis para disponer de una base de razonamiento, pero aquí, este no
fue el caso.
Tal
medio de comunicación resultaba tan largo como incómodo. El Espíritu, y es esta
una circunstancia digna de recalcar, señaló otro. Uno de esos seres invisibles
dio el consejo de adaptar un lápiz a una cesta, u otro objeto. Colocada esta
cesta sobre una hoja de papel, es puesta en movimiento por el mismo poder
oculto que mueve las mesas. Pero en vez de un simple movimiento regular, el
lápiz traza por sí mismo caracteres que forman palabras, frases y discursos
enteros, de varias páginas de extensión, tratando las más elevadas cuestiones
de la filosofía, moral, metafísica, psicología, etcétera, y ello con tanta
rapidez como si se escribiera con la mano.
Este
consejo se dio de forma simultánea en América, en Francia y en diversos
lugares. He aquí los términos en que lo recibió en París, el 10 de junio de
1853, uno de los adeptos más fervientes de la Doctrina, que de varios años
atrás –desde 1849.– venía ocupándose de la evocación de los Espíritus:
“Ve a la
habitación de al lado y toma la canastita. Sujétale un lápiz y colócala
sobre el papel.
Apoya tus dedos en el borde”.
Hecho
esto, unos instantes más tarde la cesta se pone en movimiento y el
lápiz escribe muy
legiblemente esta frase:
“Esto
que os digo, os prohíbo expresamente que lo digáis a nadie.
La
próxima vez que escriba lo haré mejor”.
Puesto
que el objeto al que se adapta el lápiz no es sino el de un instrumento, su
naturaleza y forma resultan del todo indiferentes. Se buscaba que su
disposición fuese la más cómoda, de ahí que muchas personas utilicen una
tablita.
La
canasta o la tablilla sólo puede ser puesta en movimiento con la influencia de
ciertas personas dotadas, a este respecto, de un poder especial, y a quienes se
designa con el nombre de médiums, – esto es: “medio” o intermediarios entre los Espíritus y los
hombres.
Las
condiciones que otorgan ese poder dependen a la vez de causas físicas y
morales, imperfectamente conocidas todavía, porque encontramos médiums de toda
edad y de uno y otro sexo, así como en todos los grados de desarrollo
intelectual. Por lo demás, dicha facultad se perfecciona con el ejercicio.
Más
tarde se reconoció que la cesta y la tablilla sólo constituían, en realidad, un
apéndice de la mano, y el médium, tomando directamente el lápiz, se puso a
escribir por un impulso involuntario y casi febril. De esta manera las
comunicaciones se hicieron más rápidas, más fáciles y más completas, y tal
procedimiento es en la actualidad el más utilizado, tanto más cuanto que el
número de personas dotadas de esa aptitud es considerable y a diario se
multiplica. Por último, la experiencia permitió conocer otras muchas variedades
de la facultad mediúmnica, y se supo que las comunicaciones podían igualmente
realizarse por medio de la palabra, el oído, la vista, el tacto, etcétera, e
incluso por la escritura directa de los Espíritus, vale decir, sin ayuda de la
mano del médium ni del lápiz.
Una vez
verificado el hecho, restaba comprobar un punto esencial: el rol que desempeña
el médium en las respuestas y la parte que puede tener en ellas, mecánica y
moralmente. Dos circunstancias básicas, que no podrían escapar a un observador
atento, pueden resolver la cuestión. La primera es el modo como la cesta se
mueve bajo su influencia, por la sola imposición de los dedos en el borde de
aquélla. El examen demuestra la imposibilidad del médium de imprimirle una
dirección, sea cual fuere. Tal imposibilidad se torna evidente, sobre todo
cuando dos o tres personas se colocan al mismo tiempo frente a la canasta.
Tendría que haber entre ellas una sincronización de movimientos realmente
extraordinaria. Se requeriría, además, concordancia de pensamientos para que
pudieran ellas concertarse acerca de la respuesta a dar a la pregunta
formulada. Otro hecho, no menos singular, viene todavía a acrecentar la
dificultad, y es el cambio radical de escritura según el Espíritu que
manifiesta, y cada vez que el mismo Espíritu regresa se reproduce su propia
escritura. Se necesitaría, pues, que el médium se hubiera aplicado a la tarea
de modificar su escritura de veinte maneras diferentes, y sobre todo que
pudiera memorizar la que pertenecía a tal o cual Espíritu.
La
segunda circunstancia resulta de la índole misma de las respuestas, que están
casi siempre, sobre todo cuando se trata de temas abstractos o científicos,
notoriamente más allá de los conocimientos y a veces del alcance intelectual
del médium, el cual, por otra parte, lo más comúnmente no tiene conciencia de
lo que se está escribiendo por su intermedio, y en la mayoría de los casos no
entiende o no comprende la pregunta planteada, puesto que ella puede serlo en
una lengua que el es extraña, o incluso ser formulada mentalmente, y la
respuesta podrá ser dada en ese mismo idioma. Suele suceder, por último, que la
cesta escriba espontáneamente, sin que se le haya hecho una pregunta previa,
acerca de cualquier tema, completamente inesperado.
En
ciertos casos, esas respuestas tienen un sello tal de sabiduría, profundidad y
acierto, revelan pensamientos tan elevados y sublimes, que sólo pueden dimanar
de una inteligencia superior, impregnada de la más pura moralidad. En otras
ocasiones son tan superficiales y frívolas, incluso tan triviales, que la razón
se rehúsa a creer que puedan provenir de la misma fuente. Tal diversidad de
lenguaje no puede explicarse sino por la diversidad de las inteligencias que se
manifiestan. Ahora bien, esas inteligencias, ¿están en la humanidad o fuera de
ella? Tal es el punto que hay que esclarecer, y cuya explicación completa se
encontrará en esta obra, tal como ha sido proporcionada por los Espíritus
mismos.
He aquí,
pues, efectos evidentes que se producen fuera del círculo habitual de nuestras
observaciones; que no ocurren de modo alguna en el misterio, sino a plena luz
del día; que todo el mundo puede ver y comprobar; y que no constituyen el
privilegio de un solo individuo, sino que millares de personas los están
repitiendo a voluntad cada día. Tales efectos tienen necesariamente una causa,
y puesto que denotan la acción de una inteligencia y de una voluntad, exceden
el domino meramente físico.
Varias
teorías se han enunciado a su respecto. Las examinaremos en seguida y veremos
si pueden ellas dar razón de todos los hechos que se producen. Admitamos, en el
ínterin, la existencia de Seres distintos de la humanidad, ya que tal es la
explicación provista por las Inteligencias que se revelan, y oigamos lo que
éstas nos dicen al respecto.
Los
Seres que de este modo se comunican se designan a sí mismos, conforme acabamos
de decirlo, con el nombre de Espíritus o Genios, y afirman haber pertenecido,
(algunos al menos) a hombres que vivieron en la Tierra. Integran el Mundo
Espiritual, así como nosotros durante nuestra existencia constituimos el mundo
corporal.
Resumiremos
a continuación, en pocos párrafos, los puntos más sobresalientes de la Doctrina
que ellos nos han transmitido, a fin de responder con más facilidad a ciertas
objeciones:...
– “Dios
es eterno e inmutable, inmaterial y único, todopoderoso y
soberanamente justo y bueno.
– Él
creó el Universo, que comprende a todos los seres animados e
inanimados, materiales e inmateriales.
– Los
seres materiales forman el mundo visible o corporal, y los
inmateriales, el Mundo Invisible o Espírita,
esto es: de los Espíritus.
– El
Mundo Espírita es el normal y primitivo, eterno, preexistente y sobreviviente a todo.
– El
mundo corporal es sólo secundario. Podría dejar de existir, o no
haber existido jamás, sin alterar la esencia
del Mundo Espírita.
– Los
Espíritus se revisten temporariamente de una envoltura material
perecedera, cuya destrucción mediante la
muerte los devuelve a la
libertad.
– Entre
las diversas especies de seres corporales ha escogido Dios
a la raza humana para la encarnación de los
Espíritus que han
llegado a cierto grado de desarrollo, y es
esto lo que les confiere
superioridad moral e intelectual sobre las
demás.
– El
Alma es un Espíritu encarnado cuyo cuerpo no constituye más
que la envoltura.
Tres
cosas hay en el hombre:...
–
Primera: el cuerpo o ser material, análogo al de los animales y
animado por el mismo principio vital.
–
Segunda: el Alma o ser inmaterial, Espíritu encarnado en el cuerpo.
–
Tercera: el vínculo que une el Alma con el cuerpo, principio
intermediario entre la materia y el
Espíritu.
Así
pues, posee el hombre dos naturalezas:
–
Primera: Por su Cuerpo, participa de la naturaleza de los animales,
cuyos instintos tiene.
–
Segunda: Por su Alma, participa de la naturaleza de los Espíritus.
– El
vínculo o periespíritu que une a cuerpo y Espíritu es una especie
de envoltura semimaterial. La muerte acarrea
la destrucción de la
envoltura más grosera: el cuerpo, pero el
Espíritu sigue
conservando la segunda: el periespíritu, que
constituye para él un
cuerpo etéreo, invisible para nosotros en su
estado normal, pero
que puede tornarse accidentalmente visible e
incluso tangible,
según ocurre en el fenómeno de las apariciones
o
materializaciones.
– De
manera que el Espíritu no es en modo alguno un ser abstracto e
indefinido, que sólo la mente puede
concebir. Es un Ser real y
circunscrito, que en ciertos casos se vuelve
perceptible para los
sentidos de la vista, el oído y el tacto.
– Los
Espíritus pertenecen a diferentes clases y no son iguales ni en
poder ni en inteligencia, ni en saber ni en
moralidad. Los de primer
orden son los Espíritus Superiores, que se
distinguen de los demás
por su
perfección, conocimientos y proximidad a Dios; por la pureza
de sus sentimientos y su amor al bien; son
los Ángeles o Espíritus
Puros. Las otras clases se alejan cada vez
más de dicha perfección:
los de los rangos inferiores son propensos a
la mayoría de nuestras
pasiones: odio y envidia, celos y orgullo,
etcétera. Éstos se
complacen en el mal. Entre ellos los hay
asimismo que no son ni
muy buenos ni muy malos: más revoltosos y
embrollones que
ruines; la malicia y las inconsecuencias
parecen ser su dote. Son los
duendes, Espíritus traviesos o frívolos.
– Los
Espíritus no pertenecen perpetuamente a un mismo orden.
Todos evolucionan al pasar por los diversos
grados de la jerarquía
Espírita. Tal mejoramiento se opera mediante
la encarnación, que
es impuesta a unos como expiación y a otros
como misión. La vida
material constituye una prueba que deben
sufrir repetidas veces,
hasta que hayan alcanzado la perfección
absoluta. Es una especie
de tamiz o de depuratorio del que salen más
o menos purificados.
– Al
dejar el cuerpo, el Alma reingresa al Mundo de los Espíritus, de
donde había salido, para retomar una nueva
existencia material
después de un lapso más o menos prolongado,
durante el cual ha
permanecido en estado de Espíritu errante.
– Nota
de A. Kardec: [ Entre esta
doctrina de la reencarnación y la
de la metempsicosis, tal como la admiten
algunas sectas, hay una
diferencia característica, que en el curso
de la obra se explica.]
– Puesto
que el Espíritu ha de pasar por diversas encarnaciones, de
ello resulta que todos hemos tenido
diferentes existencias y que
tendremos todavía otras, más o menos
perfeccionadas, ya sea en
esta Tierra o bien en otros Mundos.
– La
encarnación de los Espíritus ocurre siempre en la especie
humana. Sería erróneo creer que el Alma o
Espíritu pueda encarnar
en el cuerpo de un animal.
– Las
diversas existencias corporales del Espíritu son siempre
progresivas y jamás retrógradas. Pero la
rapidez de su progreso
depende de los esfuerzos que realice para
alcanzar la perfección.
– Las
cualidades del Alma son las del Espíritu que se halla
encarnado. Así pues, el hombre de bien
constituye la encarnación
de un Espíritu bueno, en tanto el hombre perverso
es la de un
Espíritu impuro.
– El
Alma tenía su individualidad antes de haber encarnado, y la
conserva después de su separación del
cuerpo.
– A su
retorno al Mundo de los Espíritus, el Alma encuentra ahí, a
cuantos conoció en la Tierra, y todas sus
existencias anteriores se
reproducen en su memoria, con el recuerdo de
todo el bien y todo el
mal que ha hecho.
– El
Espíritu encarnado se halla bajo la influencia de la materia. El
hombre que supera ese influjo mediante la
elevación y la
depuración de su Alma se acerca a los buenos
Espíritus con los
cuales estará algún día. En cambio, el que
se deja dominar por las
pasiones viles y cifra todas sus alegrías en
la satisfacción de los
apetitos groseros se acerca a los Espíritus
impuros, al dar
preponderancia a la naturaleza animal.
– Los
Espíritus encarnados habitan los diferentes globos del Universo.
– Los
Espíritus desencarnados, o errantes, no ocupan en modo
alguno una región determinada o
circunscrita. Están por doquiera en
el espacio y a nuestro lado mismo, viéndonos
y codeándose con
nosotros sin cesar: es toda una población
invisible que en torno de
nosotros se agita.
– Los
Espíritus ejercen sobre el mundo moral, -e incluso sobre el
físico.- una acción incesante: obran sobre
la materia y el
pensamiento y constituyen una de las
potencias de la Naturaleza,
causa eficiente de una multitud de fenómenos
hasta hace poco
inexplicados o explicados mal, y que sólo en
el Espiritismo
encuentran una solución racional.
– Las
relaciones de los Espíritus con los hombres son constantes. Los
Espíritus buenos nos incitan al bien
sosteniéndonos en las pruebas
a que nos somete la vida, y nos ayudan a
soportarlas con valor y
resignación. Por el contrario, los Espíritus
malos nos empujan al
mal: se regocijan cuando nos ven sucumbir y
parecernos a ellos.
– Las
comunicaciones de los Espíritus con los hombres son ocultas o
manifiestas. Las ocultas se llevan a efecto
mediante la buena o mala
influencia que ejercen sobre nosotros sin
que lo sepamos.
A nosotros mismos cábenos discernir las
buenas o malas
inspiraciones. Las comunicaciones
manifiestas tienen lugar por
medio de la escritura, la palabra, u otras
manifestaciones materiales,
casi siempre con la intervención de médiums
que les sirven de
instrumentos.
– Los
Espíritus se manifiestan en forma espontánea o por haber sido
evocados. Se puede evocar a cualquier
Espíritu: tanto a los que
animaron a hombres oscuros como a los de los
personajes más
ilustres, sea cual fuere la época en que
hayan vivido en la Tierra, y
también los de nuestros parientes, amigos o
enemigos, y obtener de
ellos, mediante comunicaciones escritas o
verbales, consejos, datos
sobre su situación de ultratumba o lo que
piensan a nuestro
respecto, así como las revelaciones que se
les permita hacernos.
– Los
Espíritus son atraídos en virtud de su simpatía por la naturaleza
moral del ambiente en que se les evoca. Los
Espíritus Superiores se
complacen en las reuniones serias, en que
predominan el amor al
bien y el deseo sincero de instruirse y
mejorar. Su presencia allí
aleja a los Espíritus inferiores, quienes
por el contrario encuentran
libre acceso y pueden obrar con plena
libertad entre las personas
frívolas o que son guiadas sólo por la
curiosidad, y en cualquier
parte donde se encuentren malos instintos.
– Lejos
de obtener de ellos buenos consejos o informaciones útiles,
sólo se deben esperar de su parte futilezas,
embustes, bromas de
mal gusto o supercherías, y a menudo toman
nombres venerables
para inducir mejor a error.
–
Distinguir los buenos de los malos Espíritus es sobremanera fácil: el
lenguaje de los Espíritus Superiores es
siempre digno y noble,
impregnado de la más alta moralidad,
desprovisto de toda baja
pasión. Sus consejos resumen la más pura
sabiduría, teniendo
siempre por objeto nuestro mejoramiento y el
bien de la humanidad.
El lenguaje de los Espíritus inferiores, en
cambio, es inconsecuente,
muchas veces trivial y hasta grosero. Si es
cierto que en ocasiones
expresan cosas buenas y verdaderas, no lo es
menos que en la
mayoría de los casos las dicen falsas y
absurdas, por malicia o
ignorancia. Bromean con la credulidad y se
divierten a expensas de
los que les interrogan, halagando su vanidad
y fomentando sus
deseos con falaces esperanzas. En suma, las
comunicaciones
serias, en la verdadera significación de la
palabra, tienen lugar sólo
en los centros igualmente serios, en los
cuales sus miembros se
hallan unidos por una comunión íntima de
pensamientos con miras
al bien.
– La
moral de los Espíritus Superiores se resume, como la de Cristo,
en esta máxima evangélica: “Hagamos a los
demás lo que
quisiéramos que los demás nos hiciesen a
nosotros”. Esto es: hacer
el bien y no el mal. En este principio
encuentra el hombre la regla
universal de conducta que puede guiarlo
hasta en sus más
insignificantes acciones.
– Los
Espíritus Superiores nos enseñan que egoísmo, orgullo y
sensualidad son pasiones que nos acercan a
la naturaleza animal,
ligándonos a la materia. Que el hombre que
ya en la Tierra se
desligue de la materia por medio del
desprecio hacia las futilezas
mundanas y el amor al prójimo se acerca a la
naturaleza espiritual.
Que cada uno de nosotros debe hacerse útil
según las facultades y
recursos que Dios ha puesto en sus manos
para probarnos. Que el
fuerte y el poderoso deben su protección y
apoyo al débil, porque
aquel que abusa de su fuerza y de su poder
oprimiendo a sus
semejantes viola la ley de Dios. Nos
enseñan, por último, que
puesto que en el Mundo de los Espíritus nada
puede ser ocultado, el
hipócrita será desenmascarado y develadas
todas sus torpezas.
Que la presencia inevitable y permanente de
aquellos con quienes
hayamos procedido mal constituye uno de los
castigos que nos
están reservados. Y que a los estados de
inferioridad y de
superioridad de los Espíritus corresponden
penas y goces,
respectivamente, que nos son desconocidos en
la Tierra.
– Pero
también nos enseñan que no hay faltas irremisibles que no
puedan ser borradas mediante la expiación.
El hombre encuentra
el medio de hacerlo en las diversas
existencias, que le permiten
adelantar, conforme su deseo y sus
esfuerzos, por la senda del
progreso y hacia la perfección, que es su
meta final.”
Este es
el resumen de la Doctrina Espírita, tal como resulta de la enseñanza impartida
por los Espíritus Superiores. Veamos ahora las objeciones que a ella se
plantean.
Para
muchas personas, la oposición que le hacen las Instituciones Científicas a la
Doctrina Espírita es si no una prueba, al menos una fuerte presunción contra
ella. Por nuestra parte, no somos de aquellos que levantan la voz contra los
sabios, porque no queremos que se diga de nosotros que damos: la coz del asno.
– Nota
del traductor: [ Se llama "coup de pied de l´âne" (“coz del asno”)
al insulto que el débil o
cobarde dirige a otro cuyo poder o fuerza ya no debe
temer.]
Muy por el contrario, los tenemos
en gran estima y nos sentiríamos muy honrados si perteneciéramos a su clase.
Pero su opinión no puede ser en todos los casos un juicio irrevocable.
Tan
pronto como la ciencia sale de la observación material de los hechos y trata de
juzgarlos y explicarlos, queda abierto el campo para las conjeturas. Cada sabio
trae su pequeño sistema, que quiere hacer prevalecer sobre los otros y que
sostiene con vigor. ¿Acaso no estamos viendo a diario las opiniones más
divergentes, que alternativamente se preconizan y se rechazan, ora negadas como
errores absurdos, ora proclamadas como verdades incontestables? Por eso el
verdadero criterio para nuestros juicios, el argumento sin réplica lo
constituyen los hechos.
En
ausencia de hechos, es de sabios dudar…
Para las
cosas bien conocidas la opinión de los sabios es a justo título digna de fe,
porque saben más y mejor que el vulgo. Pero en lo que toca a principios nuevos,
a cosas desconocidas, su manera de ver es siempre hipotética, porque no están
más exentos de prejuicios que los demás. Diré incluso que el sabio tiene quizá
más prejuicios que otras personas, pues una propensión natural le lleva a
subordinarlo todo al punto de vista que él ha profundizado: el matemático sólo
ve pruebas de una demostración algebraica, el químico relaciona todo con la
acción de los elementos, y así por el estilo. Todo hombre que cultive una
especialidad sujeta a ella todas sus ideas. Sacadlo de allí y con frecuencia
dirá desatinos, porque quiere someter todo a su modo de ver: es esta una
consecuencia de la humana debilidad. De buena gana y con toda confianza
consultaré a un químico sobre una cuestión de análisis, a un físico acerca de
la potencia eléctrica y a un mecánico respecto a una fuerza motriz. Pero
tendrán que permitirme, y sin que ello signifique menoscabo a la estima que su
saber especializado merece, que no tome en cuenta yo su opinión negativa en
materia de Espiritismo, así como no consideraré el juicio de un arquitecto
acerca de una cuestión de música.
Las
ciencias comunes se basan en las propiedades de la materia, que se puede
experimentar y manipular a voluntad. Los fenómenos Espíritas se fundan sobre la
acción de Inteligencias que poseen su propia voluntad
y nos prueban a cada instante que no están a disposición de
nuestro capricho. Por tanto las observaciones no pueden realizarse de la misma
manera, sino que requieren condiciones especiales y otro punto de partida.
Pretender
someterlas a nuestros procedimientos de investigación convencionales equivale a
establecer analogías inexistentes. En consecuencia, la ciencia propiamente
dicha, como tal, es incompetente para pronunciarse sobre el Espiritismo. No ha
de ocuparse de él, y su juicio, sea o no favorable, no pesaría en modo alguno.
El Espiritismo es resultado de una convicción personal que los sabios pueden
tener en cuanto individuos, prescindiendo de su calidad de científicos. Pero
querer remitir el problema a la ciencia equivaldría a hacer que una asamblea de
físicos o astrónomos decidiera acerca de la existencia del Alma. En efecto, el
Espiritismo se basa por completo sobre la existencia del Alma y su estado
después de la muerte. Ahora bien, es extraordinariamente ilógico pensar que un
hombre deba ser un gran psicólogo porque es un gran matemático o anatomista. Al
disecar el cuerpo humano el anatomista busca el Alma, y como resulta que no la
encuentra bajo su escalpelo, del modo que halla un nervio, o no la ve
desprenderse como una emanación de gas, saca en conclusión que aquélla no
existe, porque se coloca él desde el punto de vista exclusivamente material.
¿Se deduce de ello que tenga razón contra la opinión universal? No. Ya veis
entonces, que el Espiritismo no es materia de la ciencia.
Cuando
las Creencias Espíritas se hayan divulgado, siendo aceptadas por las masas, -y
a juzgar por la rapidez con que se propagan, esa época no puede estar muy
lejos.- sucederá con éstas lo que con todas las ideas nuevas que encontraron
oposición: que los sabios se rendirán a la evidencia.
Las
aceptarán individualmente por la fuerza de las circunstancias. Hasta entonces,
es inoportuno distraerlos de sus tareas específicas para obligarlos a ocuparse
de una cosa que les es extraña, pues no está ni dentro de sus atribuciones ni
en su programa. En el ínterin, aquellos que sin un estudio previo y
profundizado del asunto se pronuncien por la negativa y se burlen de quienes no
compartan su opinión, olvidan que lo mismo sucedió con la mayoría de los
grandes descubrimientos que honran a la humanidad, y con su actitud se exponen
a ver sus nombres aumentando la lista de los ilustres detractores de las ideas
nuevas, inscritos al lado de los miembros de la docta asamblea que en 1752
recibió con una estruendosa carcajada la memoria de Franklin sobre el
pararrayos, conceptuándola indigna de figurar en el número de las
comunicaciones que se les dirigían, y la de aquella otra que hizo perder para
Francia el beneficio de la iniciativa de la navegación a vapor, al declarar que
el sistema de Fulton era un sueño impracticable, a pesar de que eran temas de
su competencia… Así pues, si tales asambleas, que contaban en su seno a la flor
y nata de los sabios del mundo, no tuvieron sino bromas y sarcásmos para ideas
que no comprendían, -ideas que algunos años más tarde iban a revolucionar la
ciencia, las costumbres y la industria.- ¿cómo esperar que un tema extraño a
sus trabajos obtenga mejor acogida?
Estos
errores de algunos, deplorables para su memoria, no podrían arrebatarles los
títulos que por otros conceptos han adquirido para nuestra estima, ¿pero acaso
es necesario un diploma oficial para poseer sentido común, y no hay fuera de
los sillones académicos más que tontos e imbéciles? Échese una ojeada a los
adeptos de la Doctrina Espírita y se comprobará que no se encuentran entre
ellos sólo ignorantes, y que el inmenso número de hombres de mérito que la han
aceptado no permite que se la relegue a la categoría de las creencias de las
personas sin ilustración. El carácter y el saber de esos hombres nos autorizan
a decir: puesto que ellos así lo afirman, debe de existir algo de cierto al
menos…
Una vez
más repetimos que si los hechos que nos ocupan se hubieran limitado a
movimientos mecánicos de los cuerpos, la investigación de la causa física de
tal fenómeno era del dominio de la ciencia, pero puesto que se trata en cambio,
de una manifestación que excede las leyes de orden físico, está fuera de la
competencia de la ciencia material, por cuanto no puede ser explicada ni con
número ni por la potencia mecánica. Cuando surge un hecho nuevo que no
corresponde a ninguna ciencia conocida, para estudiarlo debe el sabio
prescindir de su ciencia y reconocer que es para él un nuevo estudio, que no
puede emprender con ideas preconcebidas.
El
hombre que crea que su razón es infalible se halla muy cerca del error. Hasta
los que profesan las ideas más falsas se apoyan en su razón, y a causa de ello
rechazan todo lo que se les antoja imposible. Todos los que ayer negaban los
admirables descubrimientos con que la humanidad se honra actualmente, apelaban
a ese juez para rechazarlos. Lo que se denomina razón no suele ser otra cosa
que orgullo disfrazado, y cualquiera que se considere infalible se pone en un
pie de igualdad con Dios. Por consiguiente, nosotros nos dirigimos a aquellos
que son lo bastante sabios para dudar de lo que no han visto y que juzgando el
porvenir por el pasado, no creen que el hombre haya llegado a su apogeo, ni que
la Naturaleza haya vuelto para él la última página de su libro.
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